lunes, 4 de enero de 2016

Héctor Abad Faciolince


Memoria, recuerdos y literatura

Héctor Abad Faciolince
El olvido que seremos
Seix Barral, 2006

La memoria conforma en buena medida la literatura. Resulta un tópico. Pero hay recuerdos que se vuelven el tema de los libros, que son incluso los protagonistas del relato. Convertir la memoria en el centro de un relato ha sido frecuente en muchos escritores, como una forma de recomponer, reconstruir, organizar el tiempo o los hechos que suceden en él. Se trata de la escritura como terapia, algo que incluso muchos psicólogos y terapeutas recomiendan a sus pacientes como forma de confrontar la realidad y, de este modo, buscar una luz, por no decir una sanación, término demasiado grandilocuente tal vez, aunque sin duda hay algo de eso. Quizá de lo que hablamos es del sentido de la escritura, por qué se escribe, pregunta esta que a veces se ha formulado en revistas literarias o de consumo cultural y da pie a que se busquen respuestas originales, escribo para que me quieran o porque no sabría hacer otra cosa, por ejemplo.

El escritor colombiano Héctor Abad Faciolince publicó en 2006 un retrato de su padre, el doctor Héctor Abad Gómez, con la intención tal vez de sacarse el dolor que provocó su asesinato o para expresar todo el amor y a admiración hacia un ser que, a tenor de las palabras del hijo, fue alguien encomiable, digno de admiración, un padre que muchos quisieran para sí, a todas luces lo opuesto al padre que Kafka describe en la carta que el escritor checo le dirige y citada por el autor colombiano como contrapunto a su propio libro.

Pero además de describir a su padre, de mostrarlo en la íntima calidez del hogar, de presentárnoslo entre los suyos, como ese padre atento y amoroso, como ese esposo conversador y afectivo, nos ofrece un retrato de a Colombia en que se movió, se comprometió, se vinculó hasta el final, con una actitud molesta, sin duda, para todos, pero no porque fuera equidistante, sino porque supo aplicar la crítica ahí donde se mereciera. Por tanto, este libro se convierte también en un interesante retrato de  Colombia en la segunda mitad del siglo XX, lo que permite que sea también un documento importante a tener en cuenta cuando en Colombia se ha abierto un interesante proceso de pacificación en la que todas las partes parecen buscar, o al menos lo aparentan, una salida que acabe con decenios de violencia.

Los procesos de pacificación requieren en gran medida de la reparación de las víctimas, devolverles la dignidad que perdieron, reconocer la tragedia que supone que se haya asesinado a seres humanos por las posiciones que adoptaron en vida, y no porque tengamos que respetar las opiniones o las actitudes defendidas, sino porque debemos respetar la vida y la humanidad de quienes las defendieron y practicaron. Y este libro, aunque se haya publicado hace diez años, cuando todo este proceso actual en Colombia era inimaginable, es sin duda muy necesario recuperar hoy como recuerdo, memoria y reparación.


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