miércoles, 29 de junio de 2016

Rapto de Europa

Cuenta el mito que Zeus descubre a la dulce Europa en una playa acompañada de sus amigas. De inmediato se enamora de ella y reflexiona sobre el modo de seducirla. Se metaformosea en un toro blanco cuyos cuernos son semejantes a la luna creciente y se acerca a la bella doncella, a cuyos pies se tumba, admirado y aparentemente sumiso. Europa, que al principio se asusta ante el magnífico animal -ignora quien es-, pierde el temor y comienza a acariciar el lomo, el cuello y la cabeza del toro. Al final, confiada, se sube a su lomo, momento que Zeus aprovecha para levantarse  y lanzarse al mar, ajeno a los gritos asustados de las amigas y de la propia Europa. De este modo la conduce a Creta, donde la amará junto a unos plataneros. La mayoría de las versiones hablan de tres hijos que Europa le da a Zeus: Minos, Sarpedón y Ramantis, que serán adoptados por Asterión, rey de Creta, sin hijos, con quien se casará Europa a petición de Zeus, quien sabe si para ocultar su nueva infidelidad a Hera, celosa por tantos devaneos del padre de los dioses y de los hombres.

Admirado por la belleza de Europa y agradecido sin duda por los gratos momentos pasados con ella, Zeus le dará tres presentes: una jabalina de caza que nunca erraba el blanco, un perro que no dejaba escapar ninguna pieza y, sobre todo, a Talos, un autómata de bronce imponente cuya misión será la de guardar las costas de Creta para impedir que entren los extranjeros a la isla y que salgan sus habitantes de la misma. De este modo, el imponente Talos se convierte en el guardián de las esencias. Incluso Dédalo, para escapar del laberinto y de Creta junto a su hijo Ícaro, habrá de pegarse alas a la espalda y salir volando del lugar, evitando de este modo el estricto control del gigante.

No hay duda que la historia de Talos nos recuerda lo que está pasando desde hace meses en las islas griegas. Casi resulta una premonición. Que no entren los extranjeros, que no se nos cuelen por Europa, que no vaguen por nuestros caminos, que no se conviertan en vecinos y vecinas de nuestras ciudades, en un continente, dicen, que no puede asumir más población. La bella Europa, sostenida durante siglos como faro civilizatoria, referencia de los valores democráticos, amalgama de culturas y de lenguas que se expandieron por el mundo, acude de nuevo a un nuevo Talos que impida la entrada de extraños y sin que salgan los propios. Claro que en esto último, raptada Europa ahora por estructuras de poder, por la UE -se identifica Europa, de modo interesado, con una entidad económica-, parece no haber tenido mucho éxito, ante la decisión de buena parte de los británicos de abandonar la Unión Europea. Es curioso que quienes atribuyen el Brexit a profundas xenofobias latentes en el inconsciente colectivo sean algunos de los que, desde los organigramas institucionales, han levantado nuevas estatuas de Talos que impidan la entrada de personas que huyen de la guerra y de la miseria.

Sin duda habrá que reflexionar mucho más sobre lo que es Europa. De nuevo el debate está sobre la mesa, tal vez porque, al igual que las hojas de los plataneros bajo los cuales yacieron Zeus y la bella doncella, es un tema perenne, la identidad es al fin y al cabo algo dinámico. Algunos antropólogos, al estudiar los pueblos de América Latina, han empleado el concepto de naciones en formación. Claro que las naciones siempre están en formación, no son estáticas, incluso lo son las viejas naciones europeas que de un modo u otro siguen modificándose, cambiando.

Sea lo que fuere, ojalá el debate, de mantenerse, se lleve a cabo no sólo en clave económica. Decía Antonio Machado que el necio confunde valor y precio, y por desgracia lo que ha abundado por estos pagos es la necedad que nos ha traído hasta aquí.


sábado, 25 de junio de 2016

Prensa en Portugal


Como queda dicho en la anterior entrada, la expansión de la prensa escrita en la segunda mitad del siglo XIX supuso una revolución enorme en las sociedades europeas. En primer lugar significó la aparición de eso que llamamos la opinión pública, la posibilidad de publicar más información sobre la realidad y la posibilidad de dar a conocer la opinión que generaba dicha información en un mayor número de círculos, cuyo peso social aumentó como consecuencia de su mayor difusión.

Un ejemplo de esto fue el terremoto político y social que supuso la publicación del artículo de Émile Zola, J´Accuse, el 13 de Enero de 1898 en L´Aurore, en forma de carta pública que el escritor dirigía al Presidente de la República, Félix Faure, sobre lo que se conoció como el caso Dreyfus, que escandalizó a la sociedad francesa del momento. Sin duda mostró bien a las claras que la prensa conseguía establecer reglas nuevas y que el Gobierno y los poderes públicos quedaban sujeto al poder público y a la crítica social.

Una segunda consecuencia fue la posibilidad de profesionalización de muchos escritores cuyo acceso a la prensa permitía obtener unos ingresos que les daba la oportunidad de escribir, en muchos casos, a tiempo completo. Hubo escritores que compaginaron la literatura con el periodismo o con los artículos de opinión y las crónicas literarias. Pero al mismo tiempo la prensa recogió muchas polémicas literarias, se hicieron eco de las mismas y las difundieron en gran medida en una sociedad que estaba sedienta de cultura, atenta a las discusiones entre los artistas y los intelectuales, término que apareció ya en ese momento.

Un caso concreto de esta importancia de la prensa en la difusión de polémicas culturales es la llamada Cuestión de Coimbra, que saltó a la palestra en Portugal en 1865 y que surgió en torno a la nueva concepción del escritor como hombre (y también mujer, que las hubo) de su tiempo. Dos escritores fueron los protagonistas de tal polémica, por un lado António Feliciano de Castilho, escritor adscrito al romanticismo y partidario del purismo literario y de las artes como formas decorativas, y por el otro Antero de Quental, que veía al escritor, y en general a todo artista, como alguien interesado por el porvenir de los movimientos culturales, ideológicos y sociales no sólo de Portugal, sino también de toda Europa, y consideraba a todo poeta, él lo fue y de los grandes, como un mensajero de una revolución global.

La Cuestión de Coimbra fue la antesala de las denominadas conferências do Casino llevadas a cabo seis años después, en la primavera de 1871. Un periódico, A Revoluçao de Setembro, las anunció el 5 de Mayo de ese año y fue recogiendo su contenido, difundiéndolo en todo el país. Se reunieron escritores importantes en Portugal, muchos de ellos agrupados en la denominada Generación de 70, como José Maria Eça de Queirós, Camilo Castelo Branco, Ramalho Ortigao o el ya mencionado Antero de Quental, figura fundamental de la cultura portuguesa del siglo XIX.

Hay que tener en cuenta también lo dicho al principio, la aparición de un gran número de diarios y revistas en Portugal que fueron importantes en la difusión no sólo de noticias, sino de las opiniones que la realidad generaba. Hablamos de O Jornal do Comércio, Jornal da Noite, Diário Popular, Diário de Noticias o A Gazeta do Povo, todos ellos con enorme influencia. Hubo cronistas, como Alberto de Queirós o Luciano Cordeiro, que permitieron la difusión de autores europeos de enorme importancia, como Flaubert y su nueva concepción de la novela, Proudhon y sus ideas sobre el carácter moralizador de las artes o Hippolyte Taine, con sus aportes a la teoría de la historia y el naturalismo. Estos periódicos difundieron también en Portugal ideas progresistas, afianzó el republicanismo portugués y planteó incluso un iberismo que fue además bandera de muchos de los autores del momento.

Otro escritor, Teófilo Braga, promocionó revistas de enorme importancia, como O Positivismo (1878-1881) o Era Nova (1880-1881), entre otras, en una época sin duda donde el mundo de la prensa escrita cambió en gran medida la realidad del momento y contribuyó a una nueva cultura.Portugal fue en gran medida uno de los ejemplos de ese nuevo cuño cultural europea, nada que ver, me temo, con lo que vivimos ahora.

lunes, 20 de junio de 2016

Blanco y Negro

Puede que el mundo haya cambiado mucho en los últimos cien años. Solemos hablar de una verdadera revolución tecnológica que ha modificado en gran medida nuestra cotidianidad. Aunque tal vez en lo fundamental no ha habido tal cambio, nos mantenemos más o menos igual en lo más esencial, el deseo de ser feliz, por ejemplo, o en la brutalidad de la que, como especie, hacemos gala, hasta el punto de poder cargarnos el planeta. Pervive la necesidad o la pulsión de comunicarnos, tanto de un modo directo, a flor de piel, pero también de otro modo, más indirecto, puede que incluso más impersonal, y la escritura forma parte de este otro modo de comunicación. Seguimos escribiendo para que nos lean. También para aclararnos nosotros mismos de nuestras propias cuitas, ya que la escritura posee un evidente carácter terapeútico, aunque esto es otro tema.

Lo que ha variado son los formatos debido a la referida revolución tecnológica. Internet ha permitido que surjan miles de blogs, webs, periódicos y revistas on-line, lo que supone millones de textos que salen al mundo nada más cliquearse y que en cuestión de segundos están accesibles en cualquier rincón del planeta. Pero esta aparente facilidad de compartir los textos entraña también su dificultad porque hay tanto material en las redes que es imposible asumirlos todos, leerlos o que incidan en última instancia en la realidad. Este mismo texto, sin ir más lejos, puede que al final apenas tenga algún lector o ninguno y el autor que es uno, con el deseo de que lo lean, a veces con la vanagloria de que lo reconozcan, al final no está tan lejos del autor primerizo de algún libro en formato tradicional que se queda en las estanterías de las librerías o con suerte en alguna biblioteca pública a la espera del lector despistado que cae en él sin saber muy bien por qué. Al final lo fundamental es siempre lo mismo.

A finales del siglo XIX hubo también otra revolución que afectó en gran medida a la cultura. Aparecieron cientos de revistas y periódicos en papel que permitieron el acceso a muchos escritores. Permitió en gran medida la profesionalización de muchos autores que se ganaban la vida, literal en muchos casos, gracias a artículos, cuentos e incluso novelas publicadas en partes. Guy de Maupassant fue, por ejemplo, uno de los autores que aprovechó el tirón de las imprentas y gloriosos son sus artículos en el Gil Blas.
 
Todo esto viene a cuento porque el pasado sábado 18 de Junio el suplemento literario del diario ABC estaba dedicado a una de estas revistas, Blanco y Negro, de la que se conmemora el 125 aniversario. Apareció su primer número el 10 de Mayo de 1891 y sólo se interrumpió su salida por la Guerra (in)Civil  y durante algunos años más, pero se retomaría muy a principios de los años 50. Es normal que el diario ABC recordara tal fecha, ya que podemos considerar Blanco y Negro como la antesala del diario. El éxito de la revista fue tal que permitió a la empresa editora iniciar otras aventuras editoriales, por ejemplo la del diario, que es uno de los más importantes del país.
 
El fundador de la revista fue Torcuato Luca de Tena y dio paso a un gran número de escritores, algunos reconocidos, otros no tanto, y a muchos dibujantes e ilustradores, puesto que esta revista puso el acento en la ilustración. La revista desapareció como tal y se convirtió en un suplemento del diario. Pero qué duda cabe que en estos tiempos de cultura rápida resulta importante echar una mirada a ese pasado sin duda ilustre e ilustrado.

jueves, 16 de junio de 2016

Eduardo Halfon

Resulta evidente que estamos de nuevo en el tiempo de las identidades fuertes o ansiadas, si es que alguna vez hemos salido de él. Quizá las crisis lo refuerzan, las identidades referenciales o la búsqueda de las mismas, como si el miedo al vacío nos devolviera a esa busca de los lazos con el clan, con la tribu, con la nación o con la de colectivades más amplias, las que brindan, por ejemplo, las religiones.
De esto trata sin duda esta novela, Monasterio, del escritor guatemalteco Eduardo Halfon, cuyo narrador -narrador literario que se identifica con el autor- expresa bien a las claras que él no es judío por el simple hecho de no considerarse judío, conclusión a la que él llega, pero también la concluye su futuro cuñado, un judío ortodoxo que se atreve desde la atalaya de su ortodoxia juzgar y considerar quién es judío y quién no lo es, aunque lleve la misma sangre que su prometida, la hermana del no-judío. Pero esa declaración de no ser judío turba y hasta hiere a Tamara, la amiga reencontrada en Tel-Aviv, una judía moderna, algo hippie, mujer moderna como pudiera serlo una europea o muchas mujeres modernas del resto del mundo, y que tras su servicio militar viaja sola por América Central, donde conoció al narrador años atrás. El narrador, pese a todo, hace gala una y otra vez a lo largo del relato de esa su consideración de no-judío, lo que no le ha impedido ir a Polonia, al guetto de Varsovia, al antiguo hogar de su abuelo, al reencuentro del pasado traumático, o aprovechar ese viaje a Israel para acudir a la boda de su hermana y enfrentarse a sus propios fantasmas judaicos o judaizantes. Pese a su intento de escapar a los lazos de la identidad, uno vuelve una y otra vez a los mismos.
Eduardo Halfon nos habla desde una comunidad judía del mundo, la de un país como Guatemala, donde ya resulta exótico que exista tal comunidad que hunde además sus raíces en Egipto y Siría, pero podría hablar desde cualquier otra comunidad étnica o religiosa que ahora mismo se enfrenta a los fantasmas del integrismo o de la pureza, otra vez la pureza de la etnia, de la raza, aunque algunos discursos de estos se oculten tras valores cívicos y/o republicanos. Recuerdo incluso que hubo una época en la Gran Patria del Socialismo, en la URSS estalinista y neoestalinista, en la que a los disidentes se les encerraba en un manicomonio porque sólo un loco podía discrepar del que era a todas luces el mejor régimen del mundo, la falta de sintonía o de identificación terminó siendo una enfermedad mental.
Puede parecernos rídiculo, pero no lo es: millones de personas se mueven bajo estos patrones mentales y colectivos, como si fuera imposible otro discurso y, sobre todo, otro sentimiento, menos identitario. Sí, vale, existen lazos con personas próximas porque hablamos una misma lengua, compartimos una historia más o menos centenaria o unas creencias acérrimas que consideramos verdaderas o más certeras que las que defienden otros. Sin embargo resulta cansino el discurso de la identidad verdadera y única, las identidades sagradas que, en palabras del muy mencionado por aquí Amín Maalouf, devienen identidades asesinas. Quizá lo peligroso no sea exactamente la identidad en sí, sino que ésta devenga obsesiva y busque aniquilar cualquier discrepancia, disidencia o diferencia, busque al sempiterno discurso del nosotros y ellos, que nos obliga a ver al otro, al diferente, al que defiende otras creencias como nuestro enemigo. Existen, en efecto, múltiples lazos que nos unen a unos frente a otros, el problema es cuando estos lazos levantan muros, muros incluso reales, no sólo metafóricos, como los que hay en Israel/Palestina o las vallas de Ceuta y Melilla. El resultado es que uno acaba vagando por el mundo con una profunda extrañeza de sí mismo y del mundo en que vive, como ese personaje de Camus que es al mismo tiempo extranjero y extraño.

martes, 7 de junio de 2016

David Shenk

Produce no poco desasosiego comprobar que hay aspectos de la actualidad, en este presente que nos ha tocado vivir, que resultan a todas luces muy similares a épocas del pasado que tenemos por sangrientas, toscas, incultas y violentas, a las que miramos con cierto desprecio desde la atalaya que da el tiempo y que nos llevan a creernos superiores, mejores, más modernos por creer que la historia es una línea recta hacia el progreso. Calificamos de medieval, no sin desprecio, menospreciando incluso el concepto medieval, lo que ocurre en otras latitudes, sin darnos cuenta de que, según cita la Biblia, miramos la paja en el ojo ajeno sin percibir la viga en el propio.

Amín Maalouf, escritor libanés cristiano, ya llevó a cabo un fino ejercicio de empatía en su ensayo Las cruzadas vista por los árabes, en el que nos describía las muchas agresiones llevadas a cabo por el bloque cristiano occidental allí donde dominaban los saracenos. Cosas del pasado, se atreverán a decir algunos, añadirán que ahora los bárbaros son los musulmanes -pondrán a todos en un mismo saco-, que nos atacan con sus atentados a todas luces abominables e injustificables, sin percibir que este Occidente que tanto mira por encima del hombro a los demás les colonizamos, sometimos, les dimos la independencia cuando ya no era viable mantener los imperios y ahora los bombardeamos cuando no mantenemos regímenes cuestionables con quienes se realizan pingües beneficios.

Volvemos a hablar de bloques monolíticos -ellos y nosotros- en los que no caben matices, todo es o blanco o negro, y nos negamos a salir de la sarta de prejuicios y preconceptos que es un ámbito en el que nos sentimos, parece ser, más cómodos. Se vuelve difícil, en este sentido, crear vías de comunicación en el que el diálogo sea posible y a veces, cuando se plantea, todo atisbo de diálogo, se mira más como medio de convencer al otro. Por fortuna la literatura ha sido un buen medio para aproximar expresiones culturales y cosmovisiones diferentes -me niego a hablar de culturas y civilizaciones distintas, tiendo a considerar que hay expresiones diferentes de una misma cultura o civilización humanas- y Amín Maalouf es un buen exponente de ello, del que podemos citar otro libro muy interesante en este sentido: Orígenes. Claro que desde la literatura, en general desde cualquier ámbito cultura, puede resultar fácil la aproximación.

Porque si el diálogo lo desarrollamos por ejemplo desde la teología la cosa puede resultar más difícil, aquí no suele caber el relativismo, lo que se cree se cree porque es verdad, lo que convierte otra creencia en, por lo menos, no verdadera. Lo que se pretende, entonces, es la conversión del otro: lo tuyo puede ser interesante o contener elementos que compartamos, pero no queda otra que intentar traer al otro a nuestra fe.

David Shenk es un teólogo que fue misionero en África oriental, en una época en que comenzó a ser difícil evangelizar ya que no se permitía el más mínimo proselitismo. Antes de que los defensores de la Europa progresista pongan el dedo en la llaga y acusen tal hecho como la prueba innegable de que los musulmanes padecen de intolerancia absoluta, habrá que recordarles los problemas que hubo en algunos países europeos para poder profesar alguna fe que no fuera la oficial, en España sin ir más lejos hasta hace cuarenta años, o la persecución en los países del Bloque del Este y, frente a esto, hay que recordar también en muchos otros países de mayoría musulmana no suele haber problemas de prohibición, más allá de los prejuicios y tópicos, que se dan en ambas partes.

Este misionero menonita regresó a los Estados Unidos hace unos años e hizo del diálogo con los musulmanes una misión principal de su labor teológica. Desde luego, se trata de un hombre de firmes convicciones religiosas, pero eso no le impide el diálogo no tanto porque sea labor principal a la hora de afrontarlo la de convertir a su interlocutor, sino de conocer las diferencias, las cercanías y los puntos en común, que los debe de haber. En este caso, su interlocutor fue Badru Kateregga, que además de interlocutor lo considera un amigo. Suele iniciar sus presentaciones de este libro con una pregunta algo capciosa: ¿es posible que un cristiano convencido y un musulmán de profunda fe sean amigos? Es evidente que la respuesta dependerá en gran medida de nuestro concepto de amistad. Pero esto es ya otro debate.

sábado, 4 de junio de 2016

Mohamed Alí

Resulta difícil creer que de un espectáculo tan violento y machista como es el boxeo pudiera surgir un ícono de liberación, pero así es. Sin duda podemos clasificar a Classius Clay, que pasó a llamarse Mohamed Alí al convertirse al islam, como un símbolo de aquellos años, la década de los sesenta, que tantos avances supusieron en lo que respecta a los derechos civiles, a la liberación de la mujer, a la emancipación de muchos pueblos, al cambio de muchos patrones y paradigmas cotidianos.Sin duda muchos de los derechos que hemos asumido hoy no hubieran sido posibles sin aquellos años de optimismo colectivo y sin la aportación individual de muchas personas que, desde diferentes ámbitos, reclamaron,  se comprometieron y combatieron, muchas veces con enorme sacrificio personal, para no aceptar lo que les venía impuesto como normal y reclamar de esta forma lo que consideraban correcto.

Así es como debemos entender a un Mohamed Alí a quien se le despojó de sus títulos porque se negó a participar de una guerra, la de Vietnam, que no entendió como su guerra. Los vietnamitas no eran sus enemigos, afirmó abiertamente, se lo dijo a todo su país de un modo abierto y claro, no eran los vietnamitas quienes le marginaban por el color de su piel, ni quienes le insultaban por ser nigger, sino muchos blancos de su propio país -por fortuna no todos, una gran mayoría se declararían si se les preguntase como no racistas, aunque sin duda muchos de estos ciudadanos poco amigos de la segregación tampoco decían nada del latente racismo institucionalizado, guardaban un silencio cómplice, la complicidad de quienes formaban (y forman) eso que llaman la mayoría silenciosa-, afirmaciones las suyas que con toda seguridad puso sobre la mesa un profundo debate y ayudó en gran medida tanto a la lucha por la dignificación de los negros como en contra de la guerra imperialista que Estados Unidos llevaba a cabo en Asia.

Puede que no comprendamos del todo la razón que le llevó a elegir el boxeo como su actividad y la que le condujo a la conversión. Lo primero, entiendo, pudo ser una forma de salir adelante en una sociedad que daba pocas oportunidades. Lo segundo se debió sin duda a una búsqueda interior, a un confrontarse tanto a lo monstruoso externo como a lo monstruoso interno, en ese laberinto que es muchas veces el subconsciente, cualquier cosa que sea esto del subconsciente. Dejar atrás el protestantismo familiar y asumir otra cosmovisión es un proceso lento que, sin embargo, no terminó con la conversión, continuó planteándoselo a lo largo de su vida. Se comprometió con la Nación del Islam, uno de los focos importantes de lucha de los negros y en la que militó durante un tiempo, fue expulsado de la organización, otro ícono de esos tiempos, Malcom X. Al igual que Malcom X, Mohamed Alí fue dejando una reivindicación puramente etnicista para plantear la lucha por la emancipación como algo general, que afectaba a los de su raza, pero también a otras minorías étnicas e incluso a los blancos marginados por cuestiones sociales.

Ahora que Classius Clay / Mohamed Alí ha muerto tengamos que brindarle un homenaje, aun cuando no entendamos que alguien pueda ser boxeador o asumamos las contradicciones que la vida comporta sin remedio. Ya le va bien, creo, que sea un ícono de aquellos tiempos que muchos contemplamos con no poca envidia cuando nos ha tocado vivir en unos años convulsos y reaccionarios. Son otros tiempos, lo fueron, sí, y todo cambia y vuelve y cambia de nuevo sin remedio, como las contradicciones de la vida, en esa rueda del tiempo o de la historia que a veces es una rueda de la fortuna.