Con ocasión de los cinco
años de emisión del programa Historia de nuestro cine, de RTVE, se propuso a sus espectadores que eligieran cuáles
eran las tres mejores películas españolas. En primer lugar resultó Los santos inocentes, de Mario Camus, presentada
y estrenada en 1984, basada en la novela homónima de Miguel Delibes. Sus dos
protagonistas masculinos, Alfredo Landa, que interpretaba a Paco el bajo, y Paco Rabal, en el papel de Azarías,
obtuvieron varios galardones, por ejemplo en el Festival de Cannes, donde la
película fue bien acogida. Llama la atención que Alfredo Landa estaba rompiendo
en aquel momento ese cliché de actor de comedias con un ligerísimo tono
sicalíptico, landismo se llamó, y
empezó a reconocérsele su capacidad de adaptación a otro tipo de papeles y
películas, a lo que contribuyó bastante Los
santos inocentes. Paco Rabal, por su parte, se alejaba del galán que
interpretó en muchas cintas para abordar un papel a todas luces difícil.
Tanto la película como el
libro muestran la vida en un cortijo durante los años sesenta, pero sin duda se
podía situar en muchos otros momentos de la historia social española, donde el
sometimiento de los campesinos, criados e incluso lugareños a la nobleza local
era absoluto, incluso estaba interiorizado y formaba parte del carácter de
aquellas gentes. El régimen franquista mantuvo esa situación clasista, casi
estamental, aun cuando en algún momento se empeñara vagamente en darle un
barniz progresista, como lo muestra la escena en el que se invita a algunos de
los labriegos a firmar para fingir que el régimen se ocupaba de dar una mínima
instrucción.
No obstante, en los años
sesenta, los reflejados en la película, muchos hijos de labriegos, criados y aldeanos
abandonaron el campo y emigraron a las ciudades, en busca de una vida mejor,
lejos de esa servidumbre del campo. Salvo Madrid, Asturias, Vizcaya y
Barcelona, España era un país en el que predominaban hasta esos años la
agricultura y la ganadería, hubo entonces un cambio productivo muy importante,
lo que contribuyó aparentemente a cercenar unas relaciones que rozaban la de
los siervos de otras épocas. De hecho, las relaciones que se muestran en Los santos inocentes no varían mucho de
las que aparecen en Gone with the wind
(“Lo que el viento se llevó”), aunque
esta película, ya lo hablamos, tiende a la añoranza de unos tiempos que no
volverán, lo que no ocurre con la cinta española.
Pero, sin duda, si nos
remitimos a otras épocas de la historia, encontremos un mismo modelo de
servidumbre, las diferencias sólo son de nomenclaturas jurídicas. Suele decirse
que los cambios en los últimos sesenta años se han acelerado de un modo brutal
hasta el punto que cualquiera de los personajes de Los santos inocentes, si viajara en el tiempo doscientos o
trescientos años atrás, apenas notaría diferencias, mientras que si el viaje
fuese a la actualidad, todo les resultaría diferente.
Pero no sé hasta qué
punto ese sometimiento tan interiorizado perdura aún en un país como España. Es
cierto que en los años sesenta y setenta se reforzó el movimiento obrero, las
luchas en fábricas, la oposición al franquismo, y que muchas de esas personas
que emigraron a las ciudades desde el campo, con mentalidades de servidumbre no
muy diferentes a las reflejadas en la película, se comprometieron con
movimientos vecinales y barriales muy activos, con el correspondiente cambio de
mentalidad individual. La historia de la transición fue no sólo la de los
pactos entre direcciones políticas, sino que también se compuso de un activismo
amplio y plural.
No obstante, a veces da
la impresión de que perdura ese sometimiento, anda todavía interiorizado entre
muchos trabajadores y entre generaciones actuales más jóvenes habituadas a las macjobs, a la precariedad, a la política
de es lo que hay, cuya alternativa es
la emigración. Lo saben a la perfección quienes se han dedicado y se dedican a
actividades sindicales en las empresas actuales, lo difícil que resulta
movilizar a un personal que no pone en peligro sus puestos de trabajo por muy
precarios que sean y los miedos que desata cualquier actividad sindical.
De hecho, se ha comentado
en alguna ocasión, sorprende en muchos países europeos, con más años de
democracias consolidadas y de organización social y un alto grado de
movilización en la defensa de derechos laborales y sociales, la enorme
pasividad en España en los momentos de mayores restricciones. Seguro que hay
razones sociológicas que expliquen tal situación, las desconozco, pero uno no
puede dejar de pensar, al volver a ver Los
santos inocentes, que haya algún tipo de mentalidad colectiva heredada que
mantenga ciertas reacciones sociales en cada individuo.
Quizá, si el cine
funciona como espejo colectivo, la elección de esta película como la mejor
película española no haya sido algo gratuito, aparte la calidad obvia de la
misma y el trabajo de sus actores. Claro que no sé si cabe un ejercicio de
psicoanálisis colectivo o todo en mi opinión se deba al inicio del verano o a los efectos
sociales de una pandemia que lo ha trastocado todo.