viernes, 25 de marzo de 2022

Íconos del desencanto

 


Ha muerto Luis Roldán, pero inmersos como estamos en un nuevo ensayo del fin del mundo la noticia apenas ha tenido alguna repercusión mediática. Incluso puede que ya nadie se acuerde de Luis Roldán, aun cuando su persona estuvo durante mucho tiempo en las primeras páginas de los diarios y se convirtió en buena medida en un ícono del final de una época, la del desencanto, la de la asunción de un estado político que terminaba con las esperanzas colectivas de construir un país nuevo, más justo y libre, más imaginativo y original, la normalidad era eso, los negocios turbios tras las bambalinas de los grandes gestos y gestas, ya del todo institucionalizados, disuelta la fiesta en la calle y las reivindicaciones sonoras, a partir de entonces íbamos a ir definitivamente siempre a la contra, contra las guerras sucesivas, contra los atentados, contra las leyes laborales más y más restrictivas, contra la globalización precarizadora.

Desde la llegada del PSOE al gobierno, cuando terminó formalmente la transición y se inició el desencanto, ocupó varios cargos políticos, entre ellos el de Gobernador del Gobierno en Navarra, pero fue el de Director General de la Guardia Civil el que le dio mayor fama. Mala fama, por precisar. Por cierto, en su haber está el que fuese el primer civil en ocupar tal cargo, con lo que se afianzaba la desmilitarización del poder político. Pero en todo lo demás su paso por el puesto supuso abrir la caja de los truenos para un gobierno al que le pesaban demasiado las diferentes corruptelas, baraterías y hedores varios. Lo que le siguió no fue desde luego mejor, pero eso no justifica ni embellece lo anterior.

Ante la apertura de los procedimientos judiciales por diversos delitos de carácter económico, se dio a la fuga en 1994, desapareciendo durante algunos meses. Reapareció en 1995, cuando se le detuvo en el aeropuerto de Bangkok, una detención extraña por poco clara, rodeada de aspavientos un tanto histriónicos que ya permanecieron definitivamente en la política española hasta nuestros días, lo histriónico como característica del teatro político hispano. Forma parte de esas casualidades cuanto menos curiosas, pero Manuel Vázquez Montalbán, que escribió una novela a partir del personaje y sus circunstancias, Roldán, ni vivo ni muerto, murió en ese mismo aeropuerto en 2003. No extraña que le inspirara al escritor barcelonés una novela, tampoco fue el único en escribir sobre Luis Roldán, los autores Ignacio Miquel Eced y Fernando Sánchez Dragó se ocuparon de él en sendos textos, Francisco Ibánez lo caracterizó para un capítulo de Mortadelo y Filemón, el álbum Corrupción a mogollón, y Alberto Rodríguez realizó la película El hombre de las mil caras, en la que Carlos Santos le encarnó.

Sí, podemos considerarlo un ícono de aquel momento, un símbolo del desencanto de un país y de toda una sociedad, en un espectáculo que hubiera podido ser distinto, pero que fue lo que fue. No he podido evitar pensar en otro ícono de la época, Jon Manteca, el Cojo Manteca, cuyas fotos rompiendo a muletazos material urbano se volvieron, como se dice ahora, virales. Desde luego, no se conocieron, estaban en mundos muy diferentes, aunque puede que se cruzasen alguna vez por Madrid, cada uno en su lugar, sin mezclarse, representando ambos esa tristeza del final de los tiempos que se va repitiendo con tanta frecuencia ahora mismo.

 

domingo, 13 de marzo de 2022

Alain Krivine

 


Ha muerto en París Alain Krivine, uno de los protagonistas del Mayo francés, continuador de las luchas por la emancipación social y humana que ha habido a lo largo de los tiempos, y que mantuvo toda su vida ese tesón por pretender otro modelo de sociedad. La Historia, que a veces parece poseer un humor macabro, quiso que en sus últimos días fuera testigo del inicio de un nuevo capítulo de la tensión en Ucrania, de donde procedía su familia, judía, que huyó de la región fronteriza con Polonia debido a los progroms, tan crueles como injustos, que victimizaban a las personas por su origen y que tanto se repitieron en varias épocas, dándonos a veces la sensación de la imposibilidad de cualquier empeño por otro mundo posible.

Aun así, mantuvo su tesón revolucionario, aun cuando se diluyera el sesentayochismo y el mundo adoptara otros derroteros e incluso pareciera que el capitalismo más neoliberal hubiera ganado la batalla. Al menos la ganó durante un tiempo, y nos ha dejado un escenario harto sombrío, sin duda. Tuvo la ironía de titular su repaso autobiográfico de la época que le tocó vivir con un sarcástico Ça te passera avec l´âge (“se te pasará con la edad”). A él no se le pasó, aun cuando viera debilitarse su corriente política, el trotskismo, y asistiera a numerosos fracasos organizativos. Mantuvo no obstante un cierto humanismo marxista, no sé si a algunos este concepto le chirriara por completo, que quizá se revistiera de un cierto pesimismo, quién sabe, ante la realidad de los últimos años. Claro que para mantener el tesón revolucionario, como él, hay que ser un optimista histórico y creer con firmeza en la fuerza de la voluntad y de las propias convicciones, no todos lo poseemos y nos decantamos muchas veces por una mínima resistencia ante un mundo con el que nos resulta imposible identificarnos.

Tuvo como compañeros de batallas y de debates a Daniel Bensaid y a Ernest Mandel, los tres fueron las caras visibles de una IVª Internacional que intentó mantener en alto la bandera de la revolución. Fueron exigentes en sus análisis, pero al mismo tiempo intentaron aprehender lo esencial de nuevas reivindicaciones y de nuevas formas de resistencia. Se solidarizaron con la revolución de los claveles portuguesa, que puso fin a una dictadura y a la guerra colonial en África. Alain Krivine, dos años después, en 1976, pocos meses después de la muerte del General Franco, hizo acto de presencia en Madrid para apoyar a quienes pretendían que los cambios no fueran superficiales, de mero tocador. La policía le retuvo y se le expulsó de España, acusado de fomentar tácticas revolucionarias. Regresaría en otras ocasiones, ya sin los marcajes de ese aparato represivo.

Su corriente hoy se halla en gran medida diluida en una amalgama anticapitalista, reivindicativa, aunque me temo que minoritaria y puede que algo desorientada. Claro que no son tiempos de dogmatismos. Una vez más estamos en uno de esos momentos en los que parece que haya que empezar de nuevo, partir de cero para confrontarse con los peligros de siempre, la guerra, la precariedad, el autoritarismo, la miseria. Las amenazas están latentes, pero esta vez las alternativas al (des)orden de este mundo brillan por su ausencia o parecen situadas en un rincón de la historia, sin posibilidad de intervención alguna. No sé si es bueno que así sea. Esta vez la sensación que nos domina a muchos es la de que estamos realmente ante una catástrofe y que tal vez hubiera sido bueno al menos haber hecho algún caso a quienes en algún momento mostraron un camino.

viernes, 11 de marzo de 2022

Cultura rusa

 


Cancelan un curso sobre Dostoievski en la Universidad de Milán como consecuencia de la invasión rusa de Ucrania. Al mismo tiempo, la Filmoteca de Andalucía suspende la proyección de Solaris de Andrei Tarkovsky por la misma razón. Incluso, lo informaba el diario ABC hace pocos días, se propuso derribar una estatua del escritor ruso en Florencia, aunque el alcalde de la ciudad, en una reacción cuanto menos honrosa, se opone. «Hay que parar a Putin, no la cultura rusa», afirmó con toda la razón.

Es evidente que el catetismo en Europa ha llegado a la universidad y a los gestores culturales, algo que sin duda muchos intuíamos, efecto tal vez del Plan Bolonia, del desvío de atención individual consecuencia de las redes sociales y las nuevas tecnologías o de la reducción del nivel cultural y educativo generalizado.

Creo que no hay que argumentar mucho la estupidez de tales medidas. Saltan a la vista por sí mismas y todo indica que los gobernantes rusos no se van a poner a temblar ni, menos aún, van a modificar su decisión criminal de arrasar con Ucrania porque en el resto de Europa nos dé por no leer a los autores rusos o por no ver cine ruso. Peor para ellos, pensarán en el mejor de los casos. Porque sospecho que ellos tampoco son de muchas lecturas. Estoy convencido de que si lo fueran, unos y otros, sus políticas serían diferentes, tal vez mejores. Aunque tampoco estoy del todo seguro de que sea así, muchos de los jerarcas nacionalsocialistas eran personas cultivadas, en un país de notable desarrollo filosófico, y eso no redujo la perversión de sus políticas genocidas.

La guerra de Ucrania es una más de las muchas guerras que ha habido en Europa, todas ellas criminales, sin que conozcamos de momento todas sus consecuencias, sin duda terribles, pero que de momento nos está mostrando algunas características de esta Europa que se pretende maravillosa pero que a todas luces no lo es tanto.

A lo comentado sobre cancelaciones y suspensiones, hay que ver también la subida avariciosa en muchos casos de productos y servicios, algunos afectados realmente por la guerra, otros en cambio responden a otras razones semiocultas, pero lo que llama la atención es cómo se argumentan y el descaro de ciertas razonamientos. El señor Borrell traslada a los ciudadanos el boicot al gas ruso, que se apaguen las calefacciones, nos pide, como si los Estados o ciertos negocios no tuvieran ningún papel ni responsabilidad alguna. Se han cuidado bastante en no aplicar a algunos bancos rusos el boicot del sistema Swift, casualmente aquellos que mantienen ciertos negocios con la UE, el pago por el gas, por ejemplo, o las exportaciones de productos de lujo, que no se han incluido en el boicot. Mientras, se abren fronteras a los refugiados ucranianos, no seré yo quien lo critique, me parece imprescindible anteponer las necesidades básicas de las personas, su vida y su seguridad en primer lugar, a cualquier otra consideración, pero chirría que no haya sido así con las víctimas de otras guerras –los sirios o los afganos, por ejemplo, a estos últimos los hemos olvidado con suma rapidez– o a quienes emigran por necesidad, que también debería considerarse su situación.



El rechazo a la guerra, por otro lado, se vuelve viral, muchas instituciones y entidades muestran su oposición, el Athletic de Bilbao y el Barça exhibieron una pancarta al inicio de un partido, No a la guerra, pero olvidaron que unas pocas semanas antes jugaron la supercopa en Arabia Saudí, país que está bombardeando el Yemen. Con armamento construido en la verde Euskal Herria, por cierto. Como indica el lema de una campaña contra el negocio de las armas, la guerra empieza aquí. Y si no empieza, se contribuye.

Todo lo cual no exime a Putin y su gobierno de la responsabilidad de sus actos, de la invasión de un país, de la muerte de muchos de sus ciudadanos, y de paso de no pocos rusos que conforman sus ejércitos. Pero tampoco hay que confiar en discursos heroicos que denotan más bien la necesidad de épicas patrióticas, aun menos cuando ni siquiera estamos ante una fina elaboración discursiva, sino que prima lo cateto, puro y duro. Estamos quizá ante un final de época, en esa tristeza del fin de unos tiempos en los que al menos las palabras tenían un valor, o servían para disimular, como se acabó ese mundo esteticista que pintó Stalisnav Yulianovich Zhukovsky, un paisaje europeo sensible y delicado. Otra guerra mató a este pintor. Una de esas muchas guerras que hubo en Europa, tan detestables, crueles y odiosas todas ellas como las que se dan en cualquier otro lugar.