Puede que sea pronto,
según las normas no escritas de la cortesía política, para lanzar los primeros
dardos de la crítica, aunque a estas alturas ya muchos tenemos la experiencia
suficiente como para tomar distancias, o no, respecto a qué partidos, qué
gobiernos, qué políticos. Se deja engañar quien no tenga memoria o vivencias
bastantes, quien sufre de candor, ingenuidad o incluso de una bobería fruto de
la llaneza de espíritu, o tal vez sea simple interés a que las cosas no
cambien, entiéndase a mejor. Puede también que se trate de un mero desliz, una
de esas afirmaciones inoportunas que se formulan sin pensar, o sin pensar lo
suficiente, aunque reflejan, qué duda cabe, una toma de posición, una
sensibilidad que se dice ahora.
Que la recién nombrada
Ministra de la Vivienda, Isabel Rodríguez, haya dicho en sus primeras horas,
casi minutos, de la toma de posesión de su cargo que «defenderemos a los
pequeños propietarios» deja cierto remusguillo a posición tomada, y no en favor
de una inmensa mayoría, todo hay que decirlo, y no porque los pequeños
propietarios puedan no tener sus problemas, sus preocupaciones, sus derechos,
pero en un país donde el acceso a la vivienda alcanza, aun cuando no se
presente así, se evite la formulación, niveles de verdadero problema, asusta no
poco semejante declaración.
Porque los precios
empiezan a ser inalcanzables para buena parte de la población, los precios de
venta y los precios de alquiler. Que en muchas ciudades los alquileres no bajen
de los mil euros, novecientos como mucho, cuando el salario mínimo supera en
poco los mil euros, esos mismos mil euros, eso cuando el contrato sea de
jornada completa, en un momento de altísima inflación, en competencia también
con los pisos turísticos, y que en consecuencia muchos barrios se vayan
vaciando por la expulsión de sus vecinos o la imposibilidad de acceder a ellos
por jóvenes o recién llegados, o que obliguen a mucha gente, y no sólo jóvenes,
a tener que compartir piso, tener que, como obligación, por mucho que se saquen
de la manga modas posmodernas de repartir por afición el espacio de un
apartamento y sus gastos, que no es voluntario, sino necesidad, pudiera llevar
a matizar quien es la parte más débil en este estado de cosas.
Claro que no es un problema
de ahora, sino que ha sido algo latente en muchos momentos. Así lo ha reflejado
la literatura, muchas veces empeñada en traer a colación la intrahistoria, la
vida cotidiana. Inolvidable resulta la novela de Rafael Azcona El pisito, escrita en 1957 y que dos años después trasladaban al cine Mario Ferreri e Isidoro M. Ferry. El propio
autor de la novela comentó que se basó en un caso real leído en la prensa, el
matrimonio de un inquilino con la anciana propietaria del apartamento para así
asegurarse la vivienda en el futuro. En 1962, la novelista valenciana Concha
Alós publicaba Los enanos, ahora
recuperada por la editorial La Navaja Suiza, que cuenta la vida en una pensión
donde comparten espacio unos personajes que sueñan, muchos de ellos, con
adquirir el deseado piso que les permita avanzar en el anhelo de mejorar, salir
tal vez de la pobreza y sentirse clase media, aunque nadie sepa muy bien qué es
eso de la clase media.
Por tanto, un problema
que perdura en el tiempo, de allí que a veces se considere que es algo natural,
como las flores en primavera, que la vivienda sea inaccesible bien porque la
población es pobre, antaño, o la vivienda es cara hasta el exceso, hogaño.
Siempre habrá pobres, se dice a veces como justificación de la omisión de
políticas que resuelvan este problema. Siempre será cara la vivienda, afirmarán
hoy, aun cuando lo caro no es construir vivienda, sino su especulación. Mientras,
se engrandecen los casos de impagos, ocupaciones, maltratos a la propiedad u
otros abusos, que son en todo caso bien minoritarios, periféricos, una buena
parte de los arrendatarios hacen encajes de bolillo por mantener los pagos a
tiempo.
No entramos en
formulaciones legales sobre el derecho constitucional a una vivienda digna, que
es tema de leguleyos que admite, ya se sabe, interpretaciones varias.
Ha habido, sí, intentos desde varias administraciones de resolver el entuerto, admitamos las buenas intenciones, pero al final han quedado en aguas de borraja, bien por incapacidad, imposibilidad o mera adaptación de los políticos bienintencionados a acuerdos, oportunidades (oportunismos), bien por esa filosofía de andar por casa que se basa en la expresión es lo que hay, muy común por estos lares y que refleja bien a las claras el fatalismo hispánico.
Sobre todo el cine está
aprovechando el filón del problema, que recoge como tema central o tangencial
la cuestión. Mientras, seguimos a la espera de ver resuelto el problema y que
la ministra nos demuestre que lo suyo ha sido un mero desliz.