Carmen Laforet se sintió
a menudo abrumada por el ambiente sombrío de España. Se lo confiesa a Ramón J.
Sender en alguna de sus cartas, durante la larga correspondencia entre ambos
escritores. No hay una causa política, social o filosófica para su desasosiego,
al menos una causa concreta que explicase o estuviese por su parte analizada o descrita
al detalle, se trata más bien de un malestar general, de un estado de ánimo que
le provoca asfixia, y que tal vez ni ella misma comprendiese. Se siente mal en
el país, limitada por un ambiente con el que no se identifica en absoluto, que
le causa desazón, inquietud, y también unos deseos enormes por salir, por
viajar, era su forma de escapar. De hecho, reside un tiempo en Tánger, a
finales de los cincuenta, aprovechando la corresponsalía de su marido, Manuel
Cerezales, en aquella ciudad, tan cosmopolita y bohemia en ese momento, meses
de relación con los escritores que residían en ella. También pasará un tiempo
en Roma a mediados de los setenta, donde se relaciona con Paco Rabal y Asunción
Balaguer, padres de su yerno. Tampoco tuvo una residencia que podamos
considerar fija en España, su lugar, aunque de haberlo, tal vez fuese
Cercedilla.
Hay quien atribuye esta
falta de enraizamiento físico a un sentimiento propio de incertidumbre, de
insatisfacción o de inseguridad, en definitiva a cuestiones psicológicas que la
autora logró trasmitir en su escritura. Podría ser. Poseería muchos de los
rasgos de Andrea, en Nada, pero es
una interpretación psicológica, ajena a la literatura, puede que inocua, al fin
es su obra lo que interesa, lo que nos dicen sus escritos, lo que desatan en el
lector sus palabras. Los libros reflejan o descubren el estado de ánimos de
quienes los leen. Se debería estudiar también los motivos por los que algunas
obras cautivan a sus lectores, la recepción de un libro más que el proceso de
elaboración. El éxito de Nada, más
allá del premio y la acogida que tuvo la novela, fue sin duda que supo recoger
un estado de ánimo, ese sentimiento de asfixia extendido por todo un país,
producida por una sociedad cerrada, hostil, hosca. Incluso setenta y cinco años
después de aparecer la novela es posible sentirse como Andrea, nos apabulla como
a ella un país, un estado de ánimo general, un ambiente sórdido, aun cuando no
vivamos hogaño con esas limitaciones de antaño. Pero permanece un fondo más
allá de los detalles.
Tal vez la grandeza de
Carmen Laforet fue la de poder transmitir ese sentimiento ante la realidad. La
de sentir el desasosiego ante el tremendismo circundante, que no es sólo
material, es sobre todo moral y existencial. Estaba sin duda en concordancia
con Unamuno, como ella insatisfecho, el eterno insatisfecho en un país en que
se exige a cada uno estar siempre en su sitio y mantenerse en él fijo.
En 1965, justo entre su
estancia en Tánger y la de Roma, tiene ocasión de viajar por Estados Unidos,
invitada por el Departamento de Estado. Miguel Delibes había recibido la misma
invitación, le anima al viaje. Son invitaciones a escritores, periodistas,
artistas, no sólo de España, también de otros países. La invitación tiene como
contrapartida el compromiso de una crónica, como dice Carmen Laforet, «(…) escribir lo que ve». Sin duda, hay por
parte de la administración norteamericana una intención propagandística. El
contexto es de todos conocidos, la guerra fría y la propaganda como una
herramienta fundamental. Fue algo propio de los dos grandes bloques, que se
movieron con fórmulas idénticas uno y otro. En todo caso, para Carmen Laforet se
trató sobre todo de una nueva posibilidad de viaje, de conocer otras realidades
y sociedades. De paso, le dio la posibilidad de reunirse con Ramón J. Sender,
verse cara a cara.
Carmen Laforet toma notas
en dos cuadernos. Parte de esa crónica se publica bajo el título Paralelo 35, un libro curioso, a veces
un tanto ingenuo, pero con notas muy interesantes sobre varios aspectos, la
cuestión racial, por ejemplo, y una descripción del paisaje que le sorprende y
hechiza. Se entrevista con responsables de los departamentos de español de
varias universidades. Visita empresas y escuelas. Pero sobre todo conversa con
quien se cruza. Sin duda, el viaje, aquel viaje, le servirá a la autora para
(re)situarse ella misma ante su país, su desasosiego y ante el mundo. Dicen que
no era muy dada a expresar sus propios sentimientos, a confesar ante los demás
las cuitas y las aflicciones, para eso estaba la escritura al fin y al cabo. Sobre
todo sus novelas, donde consiguió ser ella misma.