Hay un hilo muy fino que
vincula a los pintores Juan de Barroeta (Bilbao, 1835-1906) y Antonio Galán
(Ortuella, 1955). No hay entre ambos una coincidencia ideológica o de prisma
desde la cual los dos artistas confrontan sus obras, pero ambos reflejan en sus
cuadros un paisaje físico y social desde dos momentos muy concretos de la
historia de Vizcaya, previo al inicio de la industrialización y los primeros
años de ésta, en el caso de Juan de Barroeta; el comienzo del fin de la
primacía industrial, en el de Antonio Galán.
Juan de Barroeta es el
retratista de la burguesía vizcaína y de sus políticos. Miembro él mismo de una
familia burguesa, liberal, culta y sensible, consigue ganarse la vida con la
pintura, ganársela muy bien además, gracias a ese puesto de pintor de cabecera
de las familias patricias de la ciudad. De sus 350 obras, 270 son retratos y el
resto paisajes de una Vizcaya que a punto está de cambiar por completo. Ahí
están los cuadros en los que vemos el Abra desde la Margen Derecha o la zona de
Portugalete y Sestao en la Margen Izquierda en un instante previo a lo que
serán ambas zonas durante el salto de siglo.
El paisaje de ambos lados del Nervión cambiará por completo. La Margen Derecha será el destino de las familias patricias. La Margen Izquierda lo será de miles de trabajadores locales y emigrantes que acuden a ese rincón de Vizcaya para trabajar en las minas de Ortuella, Trápaga y Gallarta, en el puerto de Santurce o en los Altos Hornos de Vizcaya y en los astilleros que se establecen en el último tramo de la ría del Nervión. Nada tiene que ver este paisaje con lo que vemos en los cuadros del pintor bilbaíno.
Juan de Barroeta refleja
esos paisajes con sobriedad, con colores claros, de perfiles bien delineados,
hiperrealistas. El historiador del arte José Antonio Larrinaga lo considera uno
de los mejores acuarelistas del país.
Antonio Galán, por su parte,
pintará esa Margen Izquierda industrial y portuaria, se adentra también en la
zona minera, que él conoce muy bien, nace en uno de los enclaves principales de
las mismas, pero en un momento en que las minas ya no son lo que fueron, van
perdiendo fuelle hasta que desaparecen del todo, ya sólo quedan como recuerdo,
como huella abierta en la tierra. Con el tiempo, asiste también al fin de la
industria del acero, la reconversión de los Altos Hornos de Vizcaya, el cierre
de los astilleros, uno de ellos, La Naval, hace bien poco.
No obstante, pese a la
reconversión y al cambio en la economía y aun cuando sea con menor peso, la
industria sigue siendo muy importante en estas comarcas al norte de Vizcaya,
por ende en toda la provincia, pero sobre todo perdura un recuerdo profundo de
ese mundo obrero que tan bien supo narrar Ramiro Pinilla, al convertir la
historia del Abra en materia de su trilogía Verdes
valles, colinas rojas. Galán, en gran medida, lleva a cabo ese mismo
testimonio en su pintura.
Es un recuerdo profundo
el de Antonio Galán, todo a su alrededor lo rememora, un paisaje que conserva
las huellas de la mina, mantiene no pocas de sus heridas en la tierra, minas a
cielo abierto, túneles escavados bajo los montes, rieles oxidados por los que
no pasan ya los trenes de carga. El doctor Areilza estuvo allí, atendiendo a
los mineros, heridos ellos mismos por un trabajo duro y bajo condiciones de
trabajo (y de vida) inadmisibles y que una lucha sindical intensa, en ocasiones
virulenta, consiguió mejorar en la medida de lo posible.
Las pinturas de Berroeta
y de Galán, son por tanto el comienzo y el final de un mundo que convirtió
Bilbao y su zona de influencia en un bastión industrial potente, podemos hablar
incluso de una cultura obrera, un modo de vivir que es posible entrever todavía
hoy en las calles de Sestao, las que descienden hacia la ría, donde estuvo los
Altos Hornos, un mundo que fue perdiendo la dureza de los primeros tiempos y
que en algún momento alcanzó cierta benignidad y por la que podemos sentir no
poca benevolencia, cierta nostalgia incluso. Patxo Tellería y Aitor Mazo rodaron
en 2009 una película, La máquina de
pintar nubes, que refleja ese mundo obrero e industrial de finales del
franquismo, hay algo en la descripción de la cotidianidad que nos lleva a
pensar que algo hemos dejado en el camino, que tal vez hayamos superado
aspectos negativos de aquellos tiempos, no siempre estamos muy seguros de ello,
pero sí que hemos perdido también mucho de los lazos entre las personas, cierta
manera de afrontar la vida, que desde luego no era perfecta, pero tampoco lo de
hoy lo es, salta a la vista que lo que hogaño tenemos deja también mucho que
desear.
Cierta nostalgia puede
sentirse también en los paisajes de Berroeta, sin duda no buscada por él, no
pretendía el pintor tal sentimiento, simplemente buscaba retratar un lugar, un
momento, nada más, pero a tenor de lo que vino después hubo quien echó de menos
la sencillez de antaño, una naturaleza sencilla y un tanto ingenua. El mundo
cambia, sin duda, y a veces se teme lo nuevo, ya sea por la incertidumbre que
comporta, ya sea porque rompe la comodidad de lo conocido. Tal vez por ello los
cuadros de Antonio Galán, produzcan cierta inquietud, no sé si por los trazos
de su pintura o porque nos damos cuenta de que ese mundo reflejado ya empieza a
ser, también, pasado.