En aquel salto de siglo
del XIX al XX la prensa adquirió una importancia enorme tanto en el debate
político como en la revitalización cultural. Los escritores encuentran una
forma nueva de difundir sus escritos, surge incluso la figura del escritor de
periódicos, con sus columnas y sus crónicas, y al tiempo consiguen todos ellos,
los autores consagrados, los menos conocidos y los escritores de prensa, una
forma de ganarse la vida de un modo independiente, también de llegar a más
lectores, gracias en buena medida a la alfabetización generalizada.
Es tal la importancia de
la prensa que se consigue poner en jaque a los gobiernos. Émile Zola se
convierte en el paradigma del escritor que interviene e incide en la realidad
cuando ocurre el caso Dreyfus y lanza su artículo titulado J´Accuse, sobre ese oscuro suceso que saca los colores nada menos
que al ejército y a las instituciones francesas. En España, por la misma época,
sucede otro tanto tras la escabechina que se da contra ambientes obreros después del atentado del Corpus en Barcelona, en junio de 1896. Unamuno y varios
escritores escriben en prensa contra la tortura y las detenciones masivas con
las que se intenta debilitar, aprovechando las circunstancias, el movimiento sindical.
Pero la prensa no sólo
sirve para la crítica más urgente, también potencia el intercambio de ideas, su
difusión, su mayor presencia social, incluso un debate intenso en tantos otros
ámbitos, incluido el científico. A todas luces, se revitaliza la cultura. Sin
duda, la prensa y las tertulias de café
son en aquel salto de siglo los dos pilares de una nueva época, de aquella edad
de plata. Se da en Madrid, pero también fuera de la capital. Es la época
también de los ateneos, los habrá burgueses y los habrá obreros, de los casinos
que se abren por todos los lados, incluso en pequeñas ciudades de provincia. Y
en todos ellos se lee la prensa, la diaria y la periódica.
Bilbao no escapa a ello.
Ya desde finales del XIX comienzan a surgir los medios escritos locales y se
abren cafés, ateneos y sociedades culturales. Responden a las inquietudes de una
ciudad que vive un alma liberal, otra tradicional y una tercera obrera, que se
mueve entre el vasquismo y la cultura española, entre una defensa acérrima de
la españolidad y un incipiente nacionalismo vasco. Aun cuando las diferencias
entre los intervinientes de los debates y las tertulias son cada vez más y más
marcadas, no parece haber grandes altercados ni algarradas, es más, suelen
vérseles a los contertulios casi en los mismos ámbitos.
No obstante, a principios
del siglo XX Bilbao parece destacar más por su dinamismo industrial y mercantil
que por el cultural. Hay, sí, tertulias en sus muchos cafés, la del Lion d´Or
es la que alcanza mayor proyección, aparecen periódicos y revistas, El Pueblo Vasco, La tarde, la Noche, en
los que escriben los escritores de la villa, pero falta un medio que sea realmente
de difusión cultural y que se vuelva referencial en este campo.
Este aparece de la manos
de un personaje interesante y heterodoxo, Jesús de Sarría, un vasco nacido en
Cuba en 1887, de familia euskalduna y que regresa a Bilbao para darse de bruces
con la vida cultural de la ciudad. En 1917 se le ocurre la idea de una revista
cultural. Lo va comentando a sus amigos y conocidos, en los ambientes que
frecuenta. Se le conocen simpatías hacia el nacionalismo vasco, en aquel
momento parece más decantado por Comunión Nacionalista que por la facción Aberri, más independentista. Ramón de la Sota le pregunta si la revista que proyecta será de cultura vasca. Él
responde que será una revista vasca de cultura. El matiz es importante.
La revista Hermes aparece en 1917, en cuyo consejo
de redacción se encuentran Ignacio de Areilza, José Félix de Lequerica y
Joaquín Zuazagoitia, los dos últimas con posiciones muy diferentes a las de
Sarría, pero también contertulios del Lion d´Or.
En ella escribirán otros
contertulios del propio Sarría en este café y también escritores de la ciudad.
Abre la revista a otras disciplinas, al arte o a la filosofía, incluso al deporte
y la gastronomía. La profesora Begoña Rodríguez Urriz destaca el concepto
amplio de cultura que se maneja en este medio, donde se vincula vida y cultura.
Tiene además una vocación de puente entre las diferentes posiciones que se dan
en el País Vasco. Jesús de Sarría no quiere que se circunscriba al vasquismo,
aunque él sea nacionalista vasco, ha de incluir a quienes no lo sean. Aunque
admira a Sabino Arana y Goiri, es poco aranista,
incluso ve con admiración a esos inmigrantes que proceden de otros lugares y
que llegan para construir el País Vasco. Tardará aún para que desaparezca ese
tono excluyente que siempre tiene cualquier debate identitario, Sarría es en
este sentido un adelantado.
Abren también sus páginas
a escritores e intelectuales españoles. Escriben en Hermes, entre otros, Ortega y Gasset, que será el encargado de
presentar la revista en Madrid, y también Eugenio d´Ors. Invitan incluso a
figuras extranjeras, como a Ezra Pound o a Rabindranath Tagore, siendo Hermes la primera en publicar al autor
indio en España.
La revista deja de salir
en 1922, año de la muerte del propio Jesús de Sarría, muerte trágica, por
suicidio. A su entierro acuden todas las familias ideológicas, todas las
personalidades de la ciudad, incluso de fuera, en una unanimidad que sólo puede
darse, en este país, en el ámbito cultural.
En 1936 el grupo cultural
ALEA, promovido por José Miguel de Azaola, que se reúne en el Café Suizo,
intenta recupera Hermes, uno más de
los muchos proyectos que plantea esta tertulia artística, muy experimental.
Pero la guerra (in)civil lo tuerce todo. Décadas después Jon Juaristi y el
periodista Germán Yanke, que ha escrito una biografía de Jesús de Sarría,
recuperan un número bajo el título Hermes.
Será la Fundación Sabino Arana, vinculada al PNV, quien saque en la actualidad
una revista con este título. Pero no es lo mismo.