El pintor Manuel Losada
fue quien realizó el retrato del Doctor Enrique Areilza. Ambos se conocían.
Habían nacido y vivían en la misma ciudad, Bilbao, después de haberse formado
tanto en España como en el extranjero. Nacen los dos en familias de tendencia
más bien tradicionalista, y aun cuando ellos sin duda en algún momento se
inclinaran por ellas, con posiciones a veces fueristas y a veces cercanas al
naciente nacionalismo vasco, proyectaron con el tiempo una mirada reformadora, avanzada
y sensible hacia la realidad que les envolvía. Se les puede vincular por ello a
la Generación del 98, si es que asumimos las etiquetas tan académicas de la
historia literaria y cultural; de hecho, se relacionaron con Miguel de Unamuno,
con Zuloaga, con Pío Baroja y participaban con asiduidad en numerosas tertulias
y encuentros. El Dr. Areilza, que visitaba Castilla y la conocía bien, fue
quien imbuyó a este grupo de escritores, pensadores y artistas de su interés
por los paisajes castellanos.
Pero no sólo se dedicaron
a la reflexión sesuda y circunspecta, participaron en una cierta bohemia urbana
tan propia de la época, a veces para escándalo de los más recios bienpensantes.
Manuel Losada había fundado junto a los pintores Ignacio Zuloaga y Anselmo
Guinea el Kurding Club, sito en el mismo centro de la ciudad, en el número 6
del Paseo del Arenal, y hubo quien lo tachó de antesala del infierno, tanto por
las ideas liberales y progresistas que ahí se defendían como por la cantidad de
bebida que se consumía en sus salones. No en vano el nombre deriva del
anglicismo Kurda, borrachera, aunque
también se conocía el lugar como El
Escritorio.
Claro que no se les
recordará por ello, sino por los respectivos oficios.
Manuel Losada nace en
1865, en el seno de una familia vinculada a la actividad mercantil y con gran afición
por la pintura. Aun cuando comienza la carrera de comercio, gana una beca de la
Diputación de Vizcaya y marcha a París para estudiar bellas artes y allí se
relacionará con otros artistas y comenzará a interesarse por el impresionismo.
A su vuelta, abre un estudio y pronto llamará la atención por sus retratos.
Pero no sólo pintará a personajes destacados, también se interesará por
numerosos tipos populares, aldeanos vascos, gitanos, personas del mundo popular
del país, además de recoger numerosas estampas bilbaínas románticas. Recordemos
que en Bilbao bullía ya ese cambio tan veloz que llevó a la plácida ciudad
mercantil a convertirse en un núcleo industrial.
De esto sabrá bastante el
Dr. Areilza. Nacido cinco años antes que el pintor, estudia medicina en
Valladolid y en París. En 1822, con veintidós años, obtiene la plaza de
director de los hospitales mineros de Triano, Gallarta y la Arboleda. Son,
junto a las de Miribilla, en el mismo Bilbao, las principales minas de Vizcaya las que allí se encuentran y que proveen de material a la importante industria vasca del hierro. Asiste a la
llegada de miles de personas, hombres y mujeres, incluso niños, que trabajan a
destajo en las minas, en circunstancias de absoluta precariedad, laboral y
vital, con enfermedades propias del sector y numerosos accidentes que dejan a muchos
tullidos de por vida. Esta situación indigna al médico. «¡Estos hombres vienen aquí a trabajar y a vivir!¡No vienen aquí a
morir!», exclamará. Plantea la importancia de la prevención sanitaria y
consigue en la primera década del siglo XX que se construya un sanatorio en
Górliz con el objetivo de prevenir la tuberculosis.
Llama no poco la atención
que cien años después de la intervención social del Doctor Areilza sigamos
planteando, en estos tiempos de pandemia, un debate no muy diferente respecto
al papel de la sanidad y su planeamiento público, como si estuviéramos siempre
dando vueltas alrededor de un mismo punto. Pero supongo que esto es ya otra
historia.
Sea lo que fuere, tanto
el pintor Manuel Losada como el Doctor Enrique Areilza vivieron con intensidad
unos tiempos de cambio y se implicaron no sólo con su profesión, sino con el
territorio en el que vivieron. Manuel Losada, al igual que el pintor Aurelio
Arteta, gestionó durante unos años el Museo de Bellas Artes de Bilbao mientras
que el Dr. Areilza no sólo se comprometió con el funcionamiento de la red de
hospitales, sino que intentó que se creara una facultad de medicina en el País
Vasco, sin lograr finalmente que la dictadura de Primo de Rivero lo aprobase.
Ambos vivieron con
intensidad esos años del cambio del siglo, aquella edad de plata de la cultura
española, cuando se abrieron tantas posibilidades a un país lastrado por épocas
de aislamiento y cerrazón, de monopolio absoluto en el mundo de las ideas, pero
también por momentos necesitado de una reforma de la realidad. Aun cuando no
fueron pocas las dificultades y las injustas condiciones de vida de una gran
parte de la población, parecía que por fin el país se encarrilaba mal que bien.
No se consiguió. Aun así, es imposible no envidiar el debate que existió
durante los años en los que el pintor y el médico vivieron.
El médico murió en 1926.
El pintor, en 1949. Les unió una ciudad y una época. Quedaron vinculados también
a través del retrato que Manuel Losada le ofreció a Enrique Areilza.