El evento fue en el BEC
de Barakaldo, el Bilbao Exhibition Center
o, lo que es lo mismo, la nueva Feria de Muestras de Bilbao, un edificio
moderno de aspecto acoplado, inaugurado en 2004, enorme, flamante, digno de
estos tiempos nuestros, tan exhibicionistas, en los que prima la arquitectura
grandiosa, a veces exagerada y que a menudo es propia, no hay que olvidarlo, de
formas muy autoritarias de gestionar la realidad o adecuadas a momentos de
excesiva fachada y pocos contenidos. Hay quien, de forma clara y directa, lo
califica de bilbainada, no en el
sentido del género musical, sino en el de esa exageración que se atribuye a las
gentes del lugar. Sea lo que fuere, allí está, símbolo de esa ciudad que la
Academia del Urbanismo ha declarado hace algunas semanas mejor ciudad europea,
nada menos.
El domingo 17 de
diciembre el edificio se llenó de gente. Suele haber en él ferias,
conferencias, encuentros sobre nuevas tecnologías, congresos de temas varios,
con frecuencia científicos o de las nuevas actividades económicas, incluso
conciertos y otros acontecimientos macrosociales. No son infrecuentes en
nuestros tiempos y en las ciudades europeas las grandes aglomeraciones para
asistir a actividades de diversos pelajes en enormes edificios imponentes. El
fútbol sin duda se lleva la palma, es la gran apoteosis, el rito social y
simbólico más importante a tenor de la atención que se le presta, y Bilbao no
es una excepción, incluso parece vivirse con más pasión visto el gran número de
banderas del equipo local que lucen los bares de la ciudad y alrededores, que
no son pocos. Para el fútbol se levantan nuevos estadios. Porque cada vez más
se tiende a crear grandes escenarios, continentes de formas variopintas, para
los grandes eventos de nuestro tiempo,
En todo caso, no era
fútbol lo que iban a ver las 15.000 personas aproximadas que se acercaron ya de
buena mañana el domingo y se quedaron hasta la tarde. Tampoco se trataba de un
concierto. Sino de algo más tradicional por estas tierras, sobre todo más
literario en un tiempo en que la literatura parece algo propio más bien de
pequeños cenáculos o de cada vez menos personas, las que aún que gustan de leer
o, menos aún, de escuchar odas, cuentos y versos. Se trataba de la Bertsolari Txapelketa Nagusia de 2017,
el Campeonato Principal de Versolarismo de este año. Sin duda, a bote pronto,
es lo que más puede chocar, esa confrontación entre la tradición y la
modernidad, entre antaño y hogaño, fiel reflejo de una sociedad más y más
compleja y en la que parecen convivir mundos tan diferentes, sin que por ello se
anulen unos a otros.
Lejos quedan desde luego
los tiempos de Basarri, como se le
conocía a Ignacio Eizmendi, unos de los versificadores clásicos del siglo XX,
que se aficionó de niño en la taberna de sus padres, en Zarautz, a los retos
entre improvisadores de versos que apostaban muchas veces por ver quien lograba
las mejores rimas. Porque de rimar se trata cuando hablamos del bertsolari. O koblakari, como se les llama en el País Vasco francés, aunque no es
exactamente lo mismo. En todo caso, las tabernas y las sidrerías eran los
lugares habituales donde se reunían los versificadores que improvisaban sus
rimas, sus versos y estrofas. Los demás feligreses les iban proponiendo temas o
palabras sobre las que componer de inmediato la estrofa y a veces se narraban
historias completas o se lanzaban chanzas, incluso sátiras abiertamente
políticas. Conocida debió de ser la tirria que sentía Txirrita, sobrenombre de José Manuel Lujanbio, por Cánovas del
Castillo. Había llegado el fin de los fueros de las Vascongadas, se iniciaba un
nuevo tiempo político y cultural, y el entonces jovencísimo bertsolari lanzó no
pocas invectivas contra el gobernante y ante un tiempo que chirriaba por todos
sus poros. No siempre es fácil moverse por entre la dialéctica de la
polarización.
De las tabernas,
sidrerías, tascas y otros establecimientos salió a las plazas de las villas,
pueblos e incluso llegó a las capitales. Las fiestas patronales o las ferias
eran buena excusa para que se organizasen concursos y competiciones. El bertsolarismo devino de este modo toda
una tradición. Hubo otros lugares donde se han mantenido costumbres similares:
en Gales y en Irlanda también se improvisan versos en alegres cervecerías, en
Albania persisten los rapsodas que narran viejas historias y hay la tradición
de los Griots, en África occidental, que acompañan sus estrofas con la música
de la kora. Tampoco se puede olvidar la tradición medieval de la rapsodia
popular, la de los juglares, por ejemplo, que cruzaban las tierras con sus
odas, sus estrofas y sus poemas épicos. El término koblakari, el que se utiliza en la parte francesa del País Vasco
para referirse a los bertsolaris,
también posee el significado de juglar.
Cabría preguntarse
entonces de donde surge esta tradición, la de los versificadores e
improvisadores de versos, aunque es difícil responderla, o tal vez absurdo
planteársela, a no ser que queramos darle una respuesta un tanto exagerada,
como la que dio Manuel de Lekuona en el Congreso Vasco de 1930, que situó el
origen del bertsolarismo en el neolítico, toda una bilbainada del académico y escritor, aunque fuera de Oyarzun. Claro
que cualquier manifestación humana procede de un modo u otro del neolítico, que
es cuando todo comenzó a polarizarse, así que nada nuevo,
La edad media también
vivió esa dialéctica de la polarización, la lucha entre lo nuevo y lo viejo, la
tradición y la modernidad. Los juglares se enfrentan de algún modo a los
trovadores, que son los rapsodas de las cortes y los centros de poder, muchos
de ellos también caballeros y hombres de las castas dominantes. También
mujeres, que las hubo, y no pocas. Eran la cultura oral y la cultura escrita
que se enfrentaban, el anonimato y la autoría, lo popular y lo culto, o lo
considerado como culto según las reglamentaciones sociales al uso. Parece en
todo caso que la escritura vence a la oralidad. Sin embargo, imposible no
conmoverse ante el aedo ciego que memorizó, y sin duda improvisó muchas veces, el
largo viaje de Odiseo.
Los primeros juegos
florales se celebraron en 1324 en Toulouse, la Tolosa de Occitania también
conocida como Ciutat Mondina, dando un gran impulso a la poesía provenzal, que
tanto influyó en el renacimiento de las letras, en Provenza y en buena parte de
Europa. Quinientos años después, en un resurgimiento de la cultura popular con
ánimo de reconocimiento e impulso poético, Antoine d´Abbadie lo traslada al
ámbito de la lengua vasca e instaura los juegos florales en la labortana Uruña,
dando impulso a esta vez a la poesía vasca, pero también a los bertsolaris,
enlazados a la tradición oral. Quizá no sea casual que sea Labort la zona vasca
elegida para tal sede; al fin y al cabo, fue la que vivió con mayor intensidad
el renacimiento cultural y el dialecto labortano se adoptó en gran medida como
lengua literaria en el siglo XVI.
Sean de un lado u otro
del Pirineo, los poetas vascos recogen no pocos versos de la tradición oral,
tan rica en las tierras vascas como en cualquier otro lugar, existiendo un
magma sin duda conectado entre sí y que vincula los distintos rincones del
mundo. De un modo u otro todos los individuos y pueblos se enfrentan a los
mismos hechos, a los mismos problemas y a las mismas interioridades. En todos los
momentos se buscan también identidades que singularicen las comunidades, aun
cuando se parta siempre de unas mismas bases. Es esa necesidad de épicas que
refuercen el concepto nosotros y la
oralidad, a veces, fortalece tal concepción. Esteban de Garibay nos habla, en
este sentido, como propio, en pleno siglo XVI, de las mujeres improvisadoras y
recoge él mismo cantos y versos como los dedicados a la muerte de Milia de
Lastur o el canto de Urrexola, entre otros, los cuales se podrán vincular a
tradiciones y letras de otros lugares, en un ejercicio de comparación que sin
duda nos reportaría sorpresas.
Siempre hay puentes entre
la cultura popular y la cultura libresca, entre la oralidad y la escritura, en
las grandes culturas como en las pequeñas. El cine es a todas luces buena prueba
de ello.
No es fácil discernir en
todo caso por qué hay tradiciones que se conservan en algunos rincones del
mundo y se pierden en otros. Se impone la cultura escrita, en Europa es
evidente, se elitiza el saber, la oralidad se desliga de la literatura, que a
partir de cierto momento sólo será lo que se escribe. Sin embargo, permanecen
los puentes entre oralidad y cultura escrita y no pocas veces se han
retroalimentado. Y sin saber muy bien por qué, se mantienen ciertas
tradiciones, como la del bertsolarismo, y se retoma con fuerza, incluso, como
es el caso, cuando se trata de una lengua minoritaria.
Tal vez por eso mismo,
por ser una lengua minoritaria y no fácil de ahondar en ella, el reto del
bertsolarismo adquiere no poca intensidad y brillantez. Suele hablarse muchas
veces de los procesos lingüísticos de adaptación al medio y a los tiempos,
aunque a menudo se cae en la trampa de la utilidad o del utilitarismo para
evaluar los diferentes idiomas que en el mundo hay. Es cierto que cuando a una
lengua se la limita a un ámbito marginal, casero o ritual pierde muchas
potencialidades y es difícil recuperarla, aunque no imposible, y allí está al
hebreo para demostrarlo. Y una lengua se recupera cuando se puede hablar o
escribir en ella cualquier aspecto que afecte a sus hablantes, sean cuestiones
añejas o actuales.
En este sentido, no es
casualidad que este año el certamen lo haya ganado una mujer, Maialen Lujanbio,
que habla en sus improvisaciones de cuestiones sociales, de marginaciones
modernas, de nuevas formas de entender el mundo y entenderse a sí mismo. Porque
ya desde un idioma como el vasco se habla del mundo, algo que puede sorprender
tanto, o no, como que el certamen se haya celebrado en un edificio moderno de
aspecto acoplado que poco tiene que ver con añejas tradiciones o que tanta
gente se pase un domingo escuchando chanzas, cuentos y rimas.