Si hay un hecho de la historia de Portugal que se
conoce en la vecina España -tal vez el único: por desgracia apenas se sabe nada
del otro Estado ibérico al este de la raya, que Galicia es otro cantar-, sin
duda es la Revolución de los Claveles, del que estos días conmemoramos el cuadragésimo segundo aniversario, el que todo el mundo cita, el que está en la retina de
mucha gente, por el que muchos jóvenes se interesan de repente, tal vez debido
al romanticismo que rodea aquella última revolución en territorio europeo y que
cierra en cierto modo ese periodo de luchas sociales y rebeldías de los años
sesenta.
En la madrugada del 25 de Abril de 1974 y tras la
emisión por la radio del Grândola Vila
Morena de Zé Afonso, una parte del ejército, liderado por un movimiento de
capitanes rebeldes, cansados de una guerra colonial cruenta tanto para la
población portuguesa como para los pueblos africanos sometidos al imperio
portugués, distanciados de una dictadura cuyo origen se remontaba a 48 años
atrás, al golpe de Estado del 26 de Mayo de 1926, sale a la calle y se enfrenta
al aparato de un Estado caduco. El presidente del Consejo de Ministro, Marcello
Caetano, sustituto del que había sido hombre fuerte del régimen desde 1932,
António Salazar, que en 1968 sufre una enfermedad que le impide mantenerse en
el gobierno y que morirá en 1970, cederá a la presión tanto de los Capitanes
izquierdistas como de António de Spinola, militar y político disidente del Estado Novo, uno de los hombres claves
del régimen que, posibilismo manda, se da cuenta, ya antes del 25 de Abril, de
la necesidad de un cambio en el país y sobre todo de acabar con esa guerra
colonial que llevaba, durante más de diez años, diezmando la sociedad y
provocando una verdadera sangría en las colonias.
Resulta evidente que en los acontecimientos pesó
mucho la lucha (militar y simbólica) por mantener un caduco imperio, el último
imperio europeo con un sabor a todas luces añejo, decimonónico. Portugal poseía
bajo su bandera los territorios de Angola, Mozambique, Guinea Bissau –en los
tres se daban enfrentamientos militares desde principios de la década de los
sesenta-, Santo Tomé y Príncipe, Cabo Verde –en África-, Macao y Timor Oriental
–en Asia. En 1961 India había invadido los territorios portugueses de Goa,
Damián y Diu, a pesar de los intentos por parte del Estado portugués de
mantener el discurso patriótico-imperial y conservar estos enclaves que, según
ese discurso, formaban parte de la patria del mismo modo que Algarve o el
Alentejo.
¿Por qué Portugal se empeñó en mantener un imperio
que le estaba costando ya no sólo un enorme capital, sino, más importante aún,
demasiadas vidas humanas y cuando además Francia o Gran Bretaña ya habían
negociado y reconocido las independencias de sus colonias africanas y
asiáticas, e incluso la dictadura de Franco había dado la independencia a la
colonia de Guinea Ecuatorial, una de las dos que España mantenía en África? A
nadie se le escapa que la aventura de ultramar tuvo en la historia de Portugal,
en su imaginario, en el simbolismo que posee cualquier país, una importancia
sustancial. Pero habría que añadir que quizá en Portugal la aventura de ultramar
poseía incluso un carácter fundamental para mantener su identidad como país y
casi su legitimidad como Estado independiente. No en vano había un latente
miedo a ser engullido por el vecino, primero por Castilla, reino activo y
potente, y luego por el Reino de España, al que perteneció durante un corto
periodo de tiempo, entre 1580 y 1640, en la que hubo una Unión Real (Regia),
sesenta años de unión ibérica. De
este modo, el colonialismo devenía un rasgo de identidad que aseguraba la independencia
del país, sin el cual, sin la Portugal de Ultramar, el país podría perder su
soberanía. Así, el imaginario, la visión identitaria, alcanzaba un peso
determinante en la gestión de la realidad. Incluso parte del progresismo
lusitano tenía asumido este discurso.
No obstante, la realidad fue terca y rompió ese
discurso simbólico a base de una guerra sangrienta, el absurdo de mantener como
suelo patrio territorios lejanos cuya población comenzaba a mostrar su
disconformidad por la gestión de la metrópoli y el cansancio, tanto para los
colonizados como para la propia población portuguesa, de una dictadura que no
podía sustentarse a base de represión y un modelo económico que mantenía una
enorme pobreza –material y espiritual- en amplios sectores sociales. Con este
sentimiento de cansancio, de hartazgo, y que desembocó en rebeldía, fue con la
que se identificaron muchos cuadros del Ejército, cuya estructura no pudo
tampoco evitar la implicación en él de sectores progresistas y revolucionarios.
El 25 de Abril significó para Portugal una ruptura.
Hubo por parte de los capitanes de Abril una voluntad incluso revolucionaria,
Otelo de Carvalho fue tal vez la persona más conocida de esta tendencia. El
proceso iniciado en el 74 se recondujo, empero, hacia canales más moderados y
Portugal, junto a España, que iniciaría año y medio después con la muerte del
Jefe del Estado, Francisco Franco, un proceso de reforma hacia la democracia
liberal, entrarían en la CEE, después UE, con lo que sus sistemas se
amoldaron al del resto de Europa Occidental. Ambos países viven hoy una crisis social,
económica y política que está poniendo patas arribas los fundamentos de sus
propios sistemas. Resulta curioso comprobar, no obstante, que Portugal ofrezca
hoy, pese a todo, una mayor estabilidad que España. En todo caso, el porvenir
no está nada claro en ninguno de los dos países. Y si nos ponemos, en ningún
lado.