La mirada de Vittoria
Colonna posee no poca tristeza, una tristeza agudizada por ese acontecimiento
crucial en su vida, la muerte de Francisco Fernando de Ávalos, su marido,
marques de Pescara, napolitano de origen español, oficial del ejército de
Carlos V y que cae herido en la batalla de Pavía en 1525, muriendo poco
después, antes de que su amada esposa, avisada de la gravedad de su herida,
pudiera llegar a verlo. Es una mirada que, sobre todo, se proyecta hacia el
interior, que busca por dentro, que observa aquellos paisajes que habitan dentro
de sí y que le van a permitir entender los paisajes exteriores, aunque quizá
estos sean en realidad reflejos de aquellos, porque tal vez contemplemos la
realidad en función de cómo somos. En todo caso puede que el mundo se
constituya por la suma de ambos, lleguen a ser reales o no tales paisajes. Sea
lo que fuere, habita en un tiempo de búsqueda, de descubrimiento o de
redescubrimiento, fundamental todo ello en la comprensión del mundo y de uno
mismo, porque en realidad es de uno mismo de quien hablamos, como diría Michel
de Montaigne. Es lo que tiene nacer en 1490, que de repente todo adquiere una
nueva dimensión. El mundo parece agrandarse, aunque en realidad va a ser Europa
la que se agranda.
Es la Europa de los
navegantes, la de la observación del mundo en toda su amplitud. Los portugueses
y los venecianos llegan a China, estos por las vías tradicionales, las rutas de
la seda; aquellos, en cambio, abriendo nuevas rutas, dando la vuelta a África, para
alcanzar luego la India, Mongolia, Cipango y Catay. Pronto les seguirán también
los holandeses. Por su parte, Castilla abre el camino hacia las Américas; le
seguirán Francia, Reino Unido y también Portugal. Hablamos hoy de globalización
como de un proceso novedoso. Nos hace falta, sin duda, más humildad: nada es
nuevo, al fin y al cabo. Los viajes ayudan a redescubrir el mundo, hay muchas
cosas que han quedado olvidadas en la gran distancia que es el tiempo, también a
descubrirlo, no son pocas las cosas que aún no se conocen, todavía hoy ocurre,
cuando ha habido quien ha sostenido que estamos en el final de la historia. Los
escribanos que viajan en las naves portuguesas tardarán un tiempo en darse
cuenta de que el mundo es mucho más que esa simplista división en tres del
canon occidental: los tres continentes -Asia y África reducidas hasta entonces,
en la práctica, a sus costas mediterráneas, centro del mundo europeo-, las tres
razas, las tres religiones que son en el fondo las tres religiones de un mismo
Libro, el Libro. Los hinduistas, lo van descubriendo poco a poco, no son los
cristianos descendientes de aquellos convertidos por el apóstol Tomás -que los
había, sí, pero muy minoritarios-, siguen otra religión, otros dioses, otras
normas y otra moral; tampoco los chinos carecen de convicciones y creencias,
como muy bien pudo deducir Mateo Ricci; los nativos americanos o los negros
africanos, por su parte, poseían también un cuerpo doctrinal y una jerarquía de
divinidades que responden a sus necesidades de entender el mundo y trascender,
aunque aquí se tarda más en asumirlo, no se acaba de reconocer ante la desnudez
de esos seres cobrizos o de piel obscura un ápice de civilización. Descubren
además una naturaleza en muchas ocasiones agreste, extrema, pero también
exuberante, con plantas, metales y animales nunca vistos, y que requieren unas
dotes de observación y de sorpresa mucho mayores. Existe todo un mundo natural
allí afuera que necesita incluso de palabras nuevas para denominarlo. Y para
que haya dominación es menester que haya antes denominación.
Pero hablamos también de
una Europa que se busca a sí misma. Se regresa al mundo clásico, el de los
griegos -que los árabes, el enemigo sarraceno, han mantenido durante siglos en
sus estudios y sus bibliotecas, han leído e interpretado mientras Europa se
hundía en la más pura decadencia- y el de los latinos, las obras de un antiguo
imperio aún evocado y del que se mantiene todavía ciertos títulos e
instituciones, aunque vacías ya de contenido, surgirán nuevas formas de
organización política que sustituirán aquellas y que requerirán para
constituirse de una homogeneidad que no existe en realidad, pero que se forzará
a sangre y fuego. Es la Europa que se plantea de nuevo la fe como elemento
central de la existencia individual y colectiva, aunque en esencia no se ha
dejado de cuestionar la herencia cristiana que cada generación ha recibido.
Lutero cuelga sus 95 tesis, dice la leyenda, en la puerta de la iglesia del
palacio de Wittenberg y con ello se retoma un debate que tampoco es nuevo, el
de la recuperación de aquel cristianismo primitivo que las pompas de Roma han
desvirtuado por completo hasta convertirlo en mero engaño o, peor aún, en un
antro de inmoralidad. Pero, además, Lutero ha tenido, consciente o no, el don
de hacerlo coincidir con las transformaciones políticas de Europa, contempladas
y analizadas en parte por Maquiavelo. En todo caso, a Lutero le siguen,
complementan, y en algunos casos le discuten y se le enfrentan, Melanchton,
Calvino, Zwinglio, Menos, Müntzer, entre otros muchos, que rompen con la
Iglesia Católica, y al mismo tiempo le leen otros que se mantienen fieles al
Obispo de Roma, pretendida cabeza de la cristiandad, pero con un espíritu
nuevo, crítico y humanista. Destaca entre ellos Erasmo de Rotterdam, que, muy a
su pesar, como le confiesa a Tomás Moro, tanto influye en España, hay toda una
generación que le lee con atención y se fascina por sus libros. Entre los
seguidores castellanos se encuentra Juan de Valdés, escritor que a su vez influirá
años después en Vittoria Colonna.
Juan de Valdés llega a
Roma en 1534. Deja atrás una Castilla que ha vivido unos años de esplendor
cultural -destaca la Universidad de Alcalá de Henares, fundada por el cardenal
Cisneros, y que reúne a pensadores, gramáticos, poetas, eruditos, todos ellos
imbuidos de erasmismo; destaca la
nueva poesía al itálico modo que
encuentra en Juan Boscán uno de sus máximos propagadores y en Garcilaso de la Vega
uno de sus máximos exponentes (por cierto, Garcilaso de la Vega se reencontrará
con Juan de Valdés en Nápoles); destacan las escuelas pictóricas y
arquitectónicas en Toledo y Valladolid-, esplendor que se verá afectado, sobre
todo en el ámbito de pensamiento, por la necesidad que tiene el Estado en formación
de homogeneidad ideológica. Se expulsaron a judíos y después a moriscos
musulmanes, se acaba con los pocos núcleos mozárabes que quedan aún fieles a
sus viejos ritos cristianos, se comienza a perseguir a los erasmistas, sobre
todo a partir de la entronización de Felipe II, que su padre fue más bien
proclive a Erasmo de Rotterdam, se persiguió a iluminados, a molineristas, pero sobre todo a los
núcleos luteranos de Valladolid y reformados en Sevilla. Juan de Valdés fue
estudiante en Alcalá junto a su hermano Alfonso, el cual llegó a ser secretario
del Emperador Carlos y a punto estuvo de lograr la unidad entre cristianos
luteranos y cristianos romanos. Ambos reflexionarán largo y tendido sobre
cuestiones teológicas. Ambos son erasmistas (Alfonso se escribe largo y tendido
con el propio Erasmo). Juan escribió en 1529 Diálogo de doctrina cristiana y se convertirá en blanco de la inquisición,
ya lejos de estar presidida, que lo estuvo, por erasmistas como el mencionado
Cisneros o Alonso Manrique. Sin haberse declarado nunca abiertamente
protestante, decide poner tierra de por medio y marcha del país, dícese que la
prudencia es siempre buena consejera.
En 1535 se establece en
Nápoles y entonces abre su casa a invitados con los que discute sobre
literatura y religión. Vittoria Colonna frecuenta esas tertulias. Han pasado
muchos años desde que sufriera la muerte de Francisco Fernando de Ávalos, que tantas
tinieblas le causó, nada menos que diez años ya. Sufrió una profunda depresión
y se planteó incluso el suicidio. Poco importa que aquel matrimonio suyo
hubiera sido concertado por intereses familiares, que el mismo conviniera a la
muy noble familia romana de los Colonna para así emparentarse con los Dávalos,
ambos enseguida lograron empatizar y amarse, compartían sus gustos, una cultura
profunda y una inmensurable curiosidad por lo que sucedía en Europa y por los
ecos que llegaban de otros lejanos lugares. Vittoria Colonna le dedicó no pocos
de sus poemas y en las temporadas en las que él se ausentaba de la casa
familiar en Ischia, sobre todo durante la deportación de Francisco en Francia,
donde permaneció como prisionero, intercambiaron una intensa y proclive
correspondencia.
Es esa profunda cultura
lo que le ayuda a sobreponerse a la muerte de Francisco. Esa profunda cultura
literaria y una intensa búsqueda espiritual le permiten confrontarse a la
angustia, superar sus males espirituales y volver a la vida dedicada en cuerpo
y alma a la meditación y a la comprensión de todo un mundo, ese mundo interior
suyo tan ligado al mundo exterior del que tanto se habla en las tertulias de
Juan de Valdés, a la que también acuden conocidos de Vittoria Colona. Por
ejemplo, Petro Carnesecchi, a quien le une una gran amistad y conoce cuando se
plantea viajar a Tierra Santa para hallar el alivio espiritual que no parece
encontrar, viaje que su delicada salud impidió que realizara. Petro Carnesecchi
debate con Juan de Valdés hasta el punto de convertirse en uno de sus más
allegados discípulos. Se convierte al protestantismo, por lo que se le
perseguirá, se le detendrá y, pese a las peticiones de clemencia de altas
instancias florentinas, se le ejecutará en los Estados Pontificios por herejía. Acude también Bernardino Ochino, a quien
Vittoria Colonna conoció como fraile capuchino -debieron coincidir durante la
estancia de la noble poetisa en el monasterio de Ferrara- y que llegó a
convertirse en su consejero espiritual, evolucionaron sin duda juntos cuando se
centraron en el punto teológico fundamental de la justificación por la fe,
concepto que devendrá el eje central en el pensamiento de Vittoria Colonna,
también en el de Ochino, que romperá con el catolicismo. Otras mujeres
pertenecientes a la nobleza se vinculan también a dichas tertulias, Caterina
Cibo, duquesa de Camerino, que a su vez se declarará abiertamente protestante,
y sobre todo Giulia Gonzaga, perteneciente a una de las principales familias de
Lombardía, que devino la gran valedora de Juan de Valdés en Italia y sin duda
una de las mujeres que más le influyeron tanto en lo intelectual como en lo
afectivo.
Es en esta época cuando
Vittoria Colonna publica en Parma su primera Raccolta de poemas que obtendrá un más que notable éxito y afianza
su imagen de mujer renacentista culta, sensible y espiritual. No sólo lo aparenta,
lo es en realidad. La vemos reflejada en su propia obra, en sus poemas, en las
cartas que se conservan de ella, tanto las dirigidas antaño a su marido como
las dirigidas hogaño a quienes comparten con ella intereses y preocupaciones.
Pero lo apreciamos también en los retratos, su mirada queda reflejada en el
cuadro de Sebastiano del Piombo como la de una mujer madura no por edad, sino
por reflexión y experiencia vital. Se trata de un retrato de 1530, cinco años
después de la trágica muerte de su marido y cuando está en pleno proceso
reflexivo y espiritual. Aún no se imbuye del espíritu evangélico que alcanzará
un lustro después, cuando comienza a frecuentar las tertulias napolitanas de
Juan de Valdés y haya conocido a buena parte de sus amigos con los que comparte
un sediento deseo de conocimiento y espiritualidad. La mirada perdida en un
punto cualquier, una taza levantada en su mano derecha, la luz que se proyecta
sobre ella por detrás, es el rostro de una mujer que va saliendo de una honda
penuria y comienza a elevarse hacia otras regiones, a todas luces mucho más
estables y profundas.
Pero quien la retrata
tanto en bocetos como en versos será el grandioso Miguel Ángel, para quien
Vittoria Colonna devendrá su amor platónico. Se habían conocido ya unos pocos
años antes, pero será en Roma donde se afianzará su amistad, cuando la noble
poetisa regresa a esta ciudad en 1539. Miguel Ángel es un hombre de su tiempo,
atraído por numerosas artes y por otros ámbitos, entre ellos el de la
espiritualidad. No es de extrañar, es un rasgo de época y el artista no va a
ser una excepción, está inquieto, necesita buscar aquí y allá, o como él mismo
afirma de sí mismo: «no estando yo en mi
sitio ni siendo yo pintor». Esa necesidad espiritual y la influencia de
Vittoria Colonna convertirán en Miguel Ángel en el artista que empieza a ser ya
en esa década de los cuarenta, a medida que intercambian sus visiones del mundo
y de sí mismo. En 1540 la noble poetisa le solicita un cuadro de la
crucifixión que le permita concentrarse en sus oraciones. En cierto modo este
cuadro se convertirá en el punto de arranque de una profunda conversión del
artista de la mano de Vittoria Colonna.
Visto desde nuestro
presente, todo ese proceso de aquel siglo XVI produce no poca envidia. Es
posible que alguien nos recuerde que aquellos años tampoco estuvieron exentos
de horrores, mediocridades y crueldad. No lo estuvo. El propio saqueo de Roma
fue a todas luces uno de los actos más crueles de aquel momento, nada que
envidiar a este nuestro presente. Nos lo describe el hermano de Juan de Valdés,
Alfonso, en su obra Diálogo de las cosas
ocurridas en Roma y es imposible no sentirse hastiado por el ánimo cruel de
aquel saqueo. El propio Alfonso de Valdés nos habla en otra de sus obras, en el
Diálogo de Mercurio y Carón, de los
altos grados de corrupción y mediocridad existentes en los círculos de poder de
la época, algo muy parecido, sin duda, a lo que padecemos hoy, la humanidad no
ha cambiado nada, podemos deducir de todo ello. Y sin embargo, no puede menos
que maravillar ese esplendor cultural de la época, esa actitud de un sinfín de
individualidades que, como la de Vittoria Colonna, viven con un ansia de
conformarse a partir de múltiples piezas que les permite evolucionar y devenir
ellas mismas personas completas en consonancia con la época en la que viven.
En 1547 muere Vittoria
Colonna. Miguel Ángel acabará un soneto evocándola:
Tal vez a ti y a mí dar larga vida
puedo con el cincel o los colores,
adunando mi amor y tu semblante.
Y mil años después de la partida,
se verán tus hechizos vencedores,
y cuánta razón tuve en ser tu amante
A su vez modificará el
cuadro que le pintara siete años antes para incluir la figura de María
Magdalena abrazada a la cruz personificada en Vittoria Colonna.