miércoles, 24 de febrero de 2016

Literatura imprescindible

En un artículo publicado en el diario brasileño Globo, el escritor angoleño José Eduardo Agualusa habla de la literatura ya no como acto importante, como forma de comprender el mundo o de entenderse a sí mismo, ya sean autores consagrados o noveles, sino como acto imprescindible, en lo individual, pero también en lo comunitario. Lo cuenta a raíz de un taller literario que impartió en Maputo, Mozambique, en el que algunos de sus intervinientes expresaron la necesidad de incidir en la realidad. De este modo, la literatura se convierte en algo más que un mero entretenimiento, como parece que se cataloga hoy, sino en una actividad de (auto)comprensión social.

No es de extrañar, por tanto, que algunos pueblos antiguos hayan dado a la narración y después a la escritura un carácter mágico y le hayan otorgado incluso un elemento sanador, léase si no El Hablador de Mario Vargas Llosa. Llama la atención que muchos psicólogos y terapeutas aconsejan en la actualidad a sus pacientes escribir (describir) sus emociones y sentimientos como forma de avanzar en sus terapias. Esto es, aconsejan la escritura, esto es, la literatura, como forma de avanzar en los procesos de análisis propios. Al mismo tiempo no hay comunidad, pueblo, nación o sociedad que, cualquiera que sea el grado de desarrollo, no cuente con una literatura propia, o séase, con un relato más o menos simbólico de su propia realidad.

 Claro que hay países que tal vez necesitan con más ahínco esta “terapia” colectiva, Agualusa cita en el mencionado artículo el caso de Mozambique, un país en plena transformación que se está introduciendo en la modernidad, en la cultura urbana. En este caso, la literatura se vuelve un puente entre dos modelos de sociedad y permite componer un imaginario colectivo imprescindible para mantener la memoria y entender lo que se es y los cambios que se dan. También es importante la literatura para dar luz a ciertos colectivos que viven de forma especial, y sin duda trágica, la marginación, como es el caso de las mujeres.

Los países europeos no escapan en este sentido de esta necesidad de una literatura que proyecte luz sobre los procesos históricos, como ocurre por ejemplo en Portugal con el periodo de la guerra colonial, por ejemplo Lobo Antunes, o en España ahora con la etapa franquista y la transición, que está siendo temas de algunas novelas de autores como Martínez de Pisón o el recientemente fallecido Rafael Chirbes.

Por tanto, la literatura se vuelve en este sentido algo importante en la conformación de nuestra visión y comprensión del mundo, algo que debería tenerse en cuenta en los programas de estudio de algunos gobiernos que parecen querer postergar la literatura a un lugar muy marginal en la enseñanza.


Se puede leer el artículo de José Eduardo Agualusa en http://www.substantivoplural.com.br/quando-literatura-e-imprescindivel

domingo, 21 de febrero de 2016

Eneida Marta

Estrellas que muestran el camino, la búsqueda de la libertad, la vida colectiva, el pasado, el continente africano como unidad pese a todo… son algunos de los temas recurrentes de Eneida Marta, una cantante de Guinea Bissau de voz melodiosa, ritmo alegre y letras poéticas. Canta, como Cesárea Évora, en crioulo, ese idioma que comparten Cabo Verde y Guinea Bissau, que se ha convertido en lengua de cultura, de poesía y de canto, como ya se ha comentado aquí. Sin duda, pertenece a ese gran universo que es la música africana en general, la guineana en particular.

Es una pena que las culturas africanas resulten en España tan desconocidas, por fortuna no tanto en Portugal, con una vocación de mezcla con aquellos lugares que, mal que bien, estuvieron vinculados a su experiencia colonial. Claro que es algo que está cambiando en esa parte de la raya y Portugal puede contribuir desde luego a cambiar este desconocimiento, sobre todo porque además no nos va a resultar difícil entender ese idioma de raíces lusitanas y africanas.

Contribuye además, en el caso de Eneida Marta, como en el de otros músicos guineanos, esa mezcla de lo tradicional –impresionante el empleo de la Kora, un instrumento de un tono melódico incomparable– con ritmos africanos e influencias europeas. Porque lo que llama la atención es la capacidad africana para un mestizaje cultural que denota la fuerza de su cultura y su vinculación a una realidad no tan encajonada en estereotipos y formulas comprimidas para el consumo fácil. De ahí sin duda la fuerza de su música.

En este sentido, tal vez tengamos que plantearnos en Europa un modelo cultural que parece en general agotado por exceso de departamentos estancos donde todo ha de estar estructurado y bien definido. La realidad, por suerte, necesita de esta mescolanza cuyos resultados, salta a la vista, resultan maravillosos e intensos, apasionados, además de mostrarnos una África creativa, nada que ver con la imagen que con frecuencia nos brindan los medios de comunicación, con esas imágenes a todas luces prejuiciosas y tópicas. Y aquí Portugal nos lleva mucha delantera.

miércoles, 17 de febrero de 2016

Suspiros de España: La televisión como reflejo

La web de RTVE nos brinda la posibilidad de recuperar series antiguas, muchas de ellas olvidadas por el espectador o nunca vistas por cuestiones de edad. Es el caso de Suspiros de España, de Jaime de Armiñán, sin duda uno de los nombres claves de la historia del cine y la televisión. A través de trece capítulos asistimos a escenas costumbristas en las que se dan situaciones a veces entrañables, a veces absurdas, a veces satíricas o grotescas, todas ellas enmarcadas en diálogos formidables y ágiles, que atrapan desde el principio y a lo largo de la media hora que dura cada capítulo.

            Le costará a más de uno hacerse a la idea de si estamos ante un fiel reflejo de la sociedad española de los años setenta, a punto de dejar atrás cierto provincianismo producto del aislamiento político-social y de unas estrecheces materiales en una gran mayoría para convertirse, unos lustros después, en una sociedad “normalizada”, si es que podemos saber qué significan las palabras normalidad y normalización, asociadas a normatividad, como insinuaba Foucault, o si se trata de una sátira donde se permite cierta exageración. Muchos querrán sin duda olvidar aquellos años, aunque hay quien proyectará una mirada no sin nostalgia, y no han de ser pocos estos últimos si se tiene en cuenta las series de éxito que, con mayor o menor endulzamiento, lanzan una mirada al pasado reciente… y hasta lejano.

            Claro que para bastantes de nosotros no tiene mucho sentido, ni la menor importancia, que el cine, las series o las novelas tengan que ser reflejo de la realidad. Reflejo exacto, mejor dicho, la ficción, al fin y al cabo, tiene sus leyes. Quizá haya que aceptar que esta serie sea más bien una caricatura, que como buena caricatura tiene mucho de verdad. Y es que la verdad es poliédrica.

            Por lo demás, es posible recuperar a actores encomiables de la escena y el cine, como Irene Gutiérrez Caba, Antonio Ferrandis, Mercedes Alonso o Juan Diego, o a una casi recién llegada Carmen Maura.


lunes, 15 de febrero de 2016

¿Un museo sólo para blancos?

El suplemento cultural Ípsilon del diario portugués Público publica un artículo sobre la iniciativa del museo holandés Rijksmuseum de cambiar algunas palabras de los títulos de las pinturas y grabados expuestos por su carácter racista, colonialista u ofensivo hacia determinadas comunidades. Se trata de palabras como negro, moro, enano, etc., hasta un total de veintitrés palabras y que afectan a unas trescientas obras. Recuerda a la polémica que hubo en España hace unos meses por mantener en el diccionario de la Real Academia de la Lengua unas entradas claramente ofensivos y peyorativos del término gitano. A nadie se le escapa que el lenguaje no es neutral. Refleja bien a las claras los prejuicios, las valoraciones y los criterios sociales y culturales que existen en la sociedad. Según las expresiones y sus significados podemos llegar a conocer los problemas existentes en las sociedades donde se emplean. 

El idioma puede llegar a ser, por ello mismo, un campo de batalla para contribuir en cambiar aspectos negativos, diluir en la medida de lo posible aspectos controvertidos y mejorar las relaciones sociales. Sin embargo, sería ingenuo pensar que solo por incorporar cambios lingüísticos vamos a transformar la realidad y acabar con el racismo, el machismo o cualquier tipo de discriminación, verdaderas lacras de nuestras sociedades. Es cierto que debemos conseguir que nuestros idiomas reconozcan la aportación, por ejemplo, de las mujeres a la sociedad y que hagamos visible mediante el femenino la presencia de la mitad de la población. Y hemos de diluir los significados negativos de las descripciones raciales. Sin embargo, no podemos quedarnos en lo políticamente correcto: los idiomas, al fin y al cabo, sólo son reflejo de la realidad social y si queremos transformar la realidad, es obvio que debemos comenzar por hacer desaparecer de raíz las discriminaciones.

Por tanto, existen argumentos para defender ambas posiciones: la de contribuir mediante la asunción del lenguaje como herramienta de cambio a una transformación social como que el idioma sólo es reflejo de los males de la sociedad y que sólo mediante la iniciativa social será posible cambiar el mundo y  después modificar el lenguaje. En este sentido, como se indica en el artículo, el cambio de nomenclatura puede servir para convertir un museo en un centro para todos, sin embargo también es cierto que, mediante dichos cambios, estamos introduciendo unos cambios en la mirada de los autores, estamos modificando la visión del mundo en un momento dado desde la perspectiva que da el tiempo. Por tanto, estamos falseando el pasado al aplicar criterios de un tiempo posterior.

Sin duda, como en tantas cosas de la vida, la solución pasa por aceptar y asumir la validez de ambas posiciones: mejorar nuestra sociedad pasa por incorporar criterios políticos, legales y sociales que desarrollen dichas mejoras. Pero también son importantes los cambios en la sensibilidad que se incorporan al asumir los cambios en nuestros idiomas. Sin embargo, ¿significa eso que tengamos que llegar a modificar los nombres de los cuadros pintados en un momento determinado?¿Es exigible que no recojamos en el diccionario una determinada entrada porque no nos gusta ese tono peyorativo que rechazamos pero que no va a desaparecer aun cuando no lo recojamos? Tal vez pueda ser exagerado. En todo caso, el artículo de Ípsilon da lugar a una profunda reflexión.

Para leer el artículo: www.publico.pt/culturaipsilon/noticia/nao-queremos-um-museu-so-para-brancos-1722839



viernes, 12 de febrero de 2016

João Paulo Borges Coelho

João Paulo Borges Coelho
Hinyambaan
Editorial Caminho, 2007

Qué maravillosas nos resultan las vacaciones en parajes exóticos, tan diferentes a nuestra cotidianidad hipertecnológica, hiperordenada, hiperestable, hipercalórica. Pero a veces es irremediable no sentir cierta contradicción: tales viajes se nos aparecen como sorprendentes y nos atraen, pero también son algo irritantes porque nos enfrentamos, oh, diablos, a lo imprevisto, a lo no organizado, por tanto a lo imprevisible, con frecuencia con lógicas que no están cortadas con el mismo patrón. Nos podíamos dejar llevar, sí, pero venimos del mundo en el que no cabe la improvisación y ni siquiera en vacaciones podemos escapar a una tal lógica.

La familia Odendaal, compuesta por el padre, Hermann, la madre, Henrietta, la hija mayor, Hannah (casi sempiternamente ligada a sus headphones) y el hermano menor, Hendrick, es una típica familia boer sudafricana que va a pasar sus vacaciones a la vecina, pero tan lejana, Mozambique. Esta vez serán unas vacaciones sin sus inseparables amigos los Du Plessis, que por razones de última hora no les pueden acompañar y se quedan sin las previstas excursiones por el mar. Pero los Odendaal no por ello van a sacrificar el descanso planificado y emprenden su viaje hacia esa ciudad de exótico nombre: Hinyambaan.

Como si fuera una metáfora de la propia vida, descubrirán que lo interesante –y tal vez lo importante- no es el destino, sino el viaje con su sinfín de sorpresas, obstáculos inesperados, encuentros y cambios de planes que comporta. Para la familia Odendaal todo eso se concentrará en una sola persona: Djika-Djika, que se convertirá en su repentino compañero de viaje que les descubrirá otra visión de un país que, sin su presencia, no hubieran conocido. De este modo, los Odendaal dejarán de ser unos turistas para convertirse en unos viajeros gracias al improvisado guía que les desviará por unas horas de la ruta prevista, las suficientes para darse cuenta de que existe un país por el que están pasando y que no hubieran conocido si todo hubiera seguido según lo previsto.

De este modo, João Paulo Borges Coelho consigue una caricatura no exenta de humor del turista que, pese a su visión de sí misma a todas luces un tanto superior, se va descubriendo como realmente el paleto de la historia, incapaz de mirar más allá de sus propias narices.

Es imposible no encontrarle a esta novela su nexo con este mundo tan empequeñecido donde todo está a tiro de piedra y es objeto de venta por las agencias de viaje y las industrias turísticas. Es cierto que en los últimos años se han cernido amenazas a eso que llaman la globalización y que ha permitido los viajes globales, pero también lo es que el turismo entendido como una industria masificada está provocando una visión del mundo un tanto tópica y gris, sin permitirnos tener en cuenta los matices. João Paulo Borges Coelho nos invita a que seamos un poco como los Odendaal, que vayamos dejando prejuicios y planes en la guantera para comenzar a viajar de otra manera, sin duda mucho mejor.




miércoles, 10 de febrero de 2016

Morna

¿Hay música más triste que el fado? Me lo han preguntado cientos de veces y cientos de veces he respondido que sí, que la morna es a todas luces una música mucho más triste y desolada, más lánguida y nostálgica, más mustia y doliente. Y aunque se disfrace a veces de tonos más movidos y tienda a fusionarse con el funaná o el batuque, incluso con el zouk o la colá, surge siempre la profunda sodade que lleva dentro, el tono vuelve a ser melancólico, se recupera el tono acústico y se canta con nostalgia lo que no pudo ser, los males del espíritu, el desamor o ese mar inmenso que se contempla desde la seca tierra de São Vicente o de Boa Vista, de cualquiera de las otras islas de este archipiélago que tuvo una historia terrible a partir de la cual tal vez se pueda entender tanto desconsuelo.


Cuando llegaron los primeros portugueses en el siglo XV hallaron unas islas desiertas, seductoras y sugestivas para su aventura marinera. Es probable que antes estuvieran los árabes de paso, pero no permanecieron en ellas. Por el contrario, los portugueses sí que se establecieron y junto a holandeses y franceses –e ingleses en otras partes de África– dieron comienzo a uno de los más turbios y criminales comercios que pudo haber en la historia: la de los seres humanos. De este modo las islas de Cabo Verde se convirtieron en una plataforma para el transporte de esclavos, ese negocio que proporcionó a Europa un capital enorme y fue sin duda uno de los pilares de su desarrollo, no sólo porque la venta de hombres y mujeres proporcionó beneficios a las empresas que se dedicaban a tan indigno trasiego, sino que el trabajo de los esclavos sirvió para labrar las grandes haciendas de las Américas, de norte a sur. En todo caso, resulta sin la menor duda un triste y amargo beneficio, una forma terrible y vergonzante de desarrollo de esta nuestra Europa y que intenta ocultar, tal vez ocultarse a sí misma, mediante el innoble ejercicio de pasar página sin más (todo un precedente de no asumir ese pasado colectivo, ese colocar la cabeza bajo tierra y que explica que volvamos a mirar hacia otro lado, sin disimulo, ante el drama actual de la migración masiva, sea por causas políticas o económicas, que tanto da).

Los pobladores actuales de Cabo Verde son descendiente de aquellos esclavos que no siguieron viaje al Nuevo Mundo, que se quedaron para trabajos de logística y algo de agricultura. Pertenecían a etnias diferentes y adoptaron el portugués de los colonizadores pero lo hicieron propio con fórmulas diferentes y particular acento, hasta crear el crioulo, variante que devino idioma tanto en Cabo Verde como en Guinea Bissau. En crioulo comenzaron a cantar su música. Adaptaron también aquellos sones que trajeron del resto de África Occidental y seguro que incidieron también las cántigas de la metrópoli y un incipiente fado. A finales del siglo XIX este estilo comienza a recorrer su propia senda y recibe también la influencia de otras músicas de un lado y otro del Atlántico, por ejemplo del tango argentino, de la Modinha de Brasil y de los lamentos de Angola. De este modo, la morna se vuelve la música propia de Cabo Verde. No se sabe con certeza el origen del nombre, pero es interesante tener en cuenta que morne significa triste en francés y el adjetivo morno en portugués tiene varias acepciones: templado, poco caliente, tibio, monótono. Hay que tener en cuenta la influencia que ejercen los poetas en esta música, no en vano se caracteriza este estilo por estar acompañado de letras muy profundas y líricas. En este sentido, hay que recordar al poeta caboverdiano Eugènio Tavares, cuyos poemas los recogieron y adaptaron muchos cantantes de morna.

Pero sin lugar a dudas si hay un nombre que haya logrado que este estilo musical sea conocido en el mundo ha sido el de Cesárea Évora, la gran dama de la morna que ha recorrido el mundo y ha cantado en los mejores escenarios, con su voz cálida y serena, y una presencia sin igual. Murió en 2011 y estuvo hasta el año anterior dando conciertos, hasta que su salud ya no le dejó actuar y se retiró. En sus letras no olvidó el origen de la población caboverdiana, la esclavitud, y dedicó varias canciones también a la emigración.

Cesárea Évora comenzó a cantar muy joven y sin duda en ella influyó mucho su tío, todo un personaje, Francisco Xavier da Cruz, más conocido en el mundo de la música como B. Leza, que unió a su condición de compositor el ser poeta, y que influyó en toda una generación de cantantes caboverdianos, no sólo su sobrina, sino otros mornistas muy reconocidos como Adriano Gonçalves, conocido como Bana, o Francelina Durão Almeida, Fantcha. De hecho, fue Bana quien consiguió que Cesárea Évora, tras unos años obscuros y de hundimiento personal, volviera a cantar, obteniendo entonces todo su enorme reconocimiento internacional, forma esta sin duda por parte del cantor de agradecer el favor que B. Leza le hizo al llevarle a una gira en Portugal, el año 1958, gira que contó con el apoyo del político Manuel Alegre, por aquel entonces un poeta disidente del régimen salazarista, apenas conocido y miembro de la tuna de Coimbra con la que había viajado antes a la colonia.

La tradición de la morna continúa aún hoy muy arraigada en la música caboverdiana. Se ha enriquecido con variantes isleñas muy características y gracias también a una fusión que ha dado nuevos tonos y promete nuevas sendas a las que muchos estaremos, cómo no, muy atentos.



lunes, 8 de febrero de 2016

Una visión de la Edad Media: el Rey Dom Dinis

El tiempo desfigura el pasado. Lo amoldamos a nuestros propios intereses, lo pasamos por el filtro de nuestras subjetividades. Cuando ese pasado deviene historia, resulta evidente que las manipulaciones son mayores, ya se sabe: la Historia –así, con mayúscula, para mayor gloria del presente- durante mucho tiempo la escribieron los vencedores a imagen y semejanza de sus intereses y por tanto con una clara voluntad de crear un discurso que legitimase su poder. La Historia, por tanto, es un relato dictado para crear ideología. Pero hay también un juego de imágenes y prejuicios, muchas veces interesadas también, que proyecta sobre ciertas épocas un barniz que desdibuja el relato y crea una profunda negatividad.

Es lo que pasa, por ejemplo, con la Edad Media. El primer problema con el que nos enfrentamos es que se trata de un periodo demasiado largo. Para darle una fecha de referencia, se ha admitido que esta época comenzó en el año 476, cuando se hunde de forma definitiva el Imperio Romano, y acaba en 1453, el año en que se produce la caída de Bizancio. Estamos hablando, por tanto, de un periodo de mil años. Es evidente que no se da de la misma manera en todos los territorios del Imperio Romano, ya por de pronto el concepto se aplica a Europa –el mundo árabe vive un periodo de esplendor- y aquí existen no pocas diferencias entre las diferentes regiones.

Pero además, durante el Renacimiento hubo un claro intento de desmarcarse de los siglos anteriores y recuperar la cultura clásica, esto es, volver en el arte, en la literatura e incluso en el pensamiento al Imperio Romano. En 1469, como indica José-Carlos Mainer en su Historia Mínima de la literatura española, el historiador Flavio Biondo emplea el nombre de medium aevium y lo vuelve a emplear en un libro sobre el final de la Roma Antigua. Tiempo después Christophorus Cellarius publica su Historia Medii Aevi a temporibus Constantini Magni al Constantinopolis a Turcis captam. El nombre está dado, la Edad Media, entre la época clásica y el Renacimiento, un tiempo que se presenta obscuro, siniestro, gris y así ha quedado en gran medida en el imaginario colectivo, aun cuando haya habido historiadores y filólogos –la lista sería larga si se pretende no olvidar a nadie- que han intentado profundizar en ese periodo y sacar todas esas capaz de barniz que convierten esos mil años en algo tan terrible.

Pero además es de sentido común que mil años dan para mucho. Hay momentos, sí, de penuria, pero también hay etapas de desarrollo y fomento de la cultura que pusieron las bases para el crecimiento de los países y, más importante aún, para establecer en gran medida nuestra visión de la realidad.
En la península uno de estos periodos de desarrollo fue la segunda mitad del siglo XIII. Coinciden dos reyes que a su faceta de profundos reformadores de sus respectivos reinos se une el ser de una profunda cultura y encomiables poetas: Alfonso X de Castilla, apodado el rey sabio, y Dom Dinis, apodado o Lavrador o el rey poeta. Además, están vinculados familiarmente, ya que el rey castellano es el abuelo del rey portugués.

Dom Dinis nace en 1261 y es coronado en 1279. Bajo su reinado se consolidan las fronteras del país que se mantendrán hasta el presente, si exceptuamos el tema polémico de Olivenza, por tanto Portugal es el país europeo con las fronteras estables más antiguas. Se llevó a cabo bajo su reinado una profunda reforma agrícola y se inició la explotación minera. Se potenció el comercio interior a través de numerosas ferias. Al unificar el país, promocionó que se poblaran algunas zonas desiertas y aprobó nuevas leyes y fueros en todo el país. Creo la marina, que alcanzaría tanta fama años más tarde. En 1290 funda la Universidad de Lisboa que trasladará, en 1308, a Coimbra. También toma la decisión de que los documentos oficiales se redacten en portugués.

Hasta ese momento, el portugués –o su precedente, el galaicoportugués- es lengua de cultura en la Península. Ya en el siglo XII florece la poesía en esta lengua con sus cantigas –de amor, de escarnio y las muy originales cantigas de amigo, de voz femenina y temática amorosa, incluso erótica-, el mismo Alfonso X el Sabio, que a su vez oficializa el castellano como lengua en Castilla, escribe su obra poética y la más personal en dicho idioma. Pero a finales del siglo XII se recibe también una notable influencia de la poesía provenzal, lo que contribuirá a un mayor refinamiento en la poesía galaicoportuguesa.

En este sentido, la Corte de Portugal, igual que la de Castilla, reunirá a un gran número de poetas, tanto provenzales como galaicoportugueses. De este modo, Dom Dinis se vuelve él mismo un reconocido trovador y contribuirá a que el portugués siga siendo una lengua de cultura, aun cuando pierda en la península preeminencia.


viernes, 5 de febrero de 2016

Miguel Torga, el iberismo y los Poemas Ibéricos

Miguel Torga
Poemas Ibéricos
Edición bilingüe
Traducción de Eloísa Álvarez
Visor Libros, 1998

A vueltas con el tema del iberismo, da la sensación de que se trata sobre todo de un movimiento más cultural que social o político. Vamos, que esto del iberismo es más cosa de escritores, y si me apuran de escritores portugueses, salvo honrosas excepciones en España. De hecho, desde la política apenas ha habido reivindicaciones o llamamientos a la unidad ibérica. Parte del republicanismo portugués ya abogó por la unidad ibérica desde principios del siglo XIX y una de sus figuras más importantes fue Teófilo Braga, el que fuera presidente del Gobierno Provisional de la República Portuguesa en 1910, lo apoyaba. El republicanismo español decimonónico también defendió una Federación Ibérica, siendo Francisco Pi i Margall una de las principales figuras de esta posición. Algunas corrientes del catalanismo político abogaron por dicha Federación, en parte como forma de legitimar un sistema que permitiera el máximo autogobierno a Cataluña a cambio de la integración de Portugal, nación independiente, en lo que sería a todas luces una confederación.

No obstante, en el progresismo burgués por lo general la defensa del iberismo fue bastante marginal. Es en las posiciones políticas más radicales donde se da una defensa más acérrima de una estructura política ibérica que confederase a las diferentes naciones existentes en la península. Una extendida corriente proudhoniana primero, las primeras organizaciones anarquistas después declaraban como objetivo político y social una Federación Ibérica. Años más tarde, a mediados de los años treinta del siglo XX, el Partido Obrero de Unificación Marxista, el POUM, defendía la Unión Ibérica de Repúblicas Socialistas. Por tanto, había un elemento claramente progresista, incluso revolucionario, en esto del iberismo.

Pero como la historia a veces posee un carácter un tanto irónico, tuvieron que ser los sendos regímenes autoritarios de corte fascista o semifascista, los dirigidos por Francisco Franco y António de Salazar, los que firmaran un Pacto Ibérico, que nunca llegaría a ser más que un simple y poco desarrollado acuerdo de cooperación militar y territorial. En el terreno político y social ambos países siguieron dándose la espalda, ignorándose mutuamente y ninguna de las iniciativas mencionadas fue más allá de lo meramente declarativo u ornamental.

Por tanto, el iberismo estuvo en manos de los escritores. Ya la Generación del 70 fue en Portugal la que adoptó una defensa vigorosa como grupo, especialmente uno de sus más importantes poetas, Antero de Quental. Fernando Pessoa, por su parte, defendió la federación ibérica, pero casi como una construcción mítica (y mística). Hubo otros escritores que abogaron en algún momento por el iberismo, como Lobo Antunes o el historiador OIiveira Martins entre los más conocidos. José Saramago, casado con la española Pilar del Río, que devino su traductora de los últimos libros, y residente en Canarias, abogó también públicamente por esta federación, con gran rebomborio en el debate público portugués. En España quien defendió con más repercusión una mayor unidad entre ambos países fue Miguel de Unamuno, admirador de la cultura portuguesa y él mismo admirado en el país vecino, por ejemplo por Miguel Torga, escritor portugués que ha motivado en cierto modo toda la reflexión anterior, ya que posee un breve libro de poemas, publicado en 1952, que tituló Poemas Ibéricos, y que la editorial Visor publicó en edición bilingüe en 1998.

Los poemas que recogen este volumen recuerdan por estructura y temática el poemario de Pessoa Mensagem. Sin embargo, Miguel Torga alterna personajes de ambos países, introduciéndolos a través de la rememoración de la historia trágicomarítima. No en vano, aunque la aventura marítima portuguesa se extendió por más mares, ambos países contribuyeron en gran medida a recorrer un mundo que estaba tomando conciencia de sí mismao al tiempo que sus respectivas sociedades se construían a través de personajes convertidos en héroes en algún caso y mitos en otro, todos ellos parte de ese parnaso civil que conforma la historia.

Antonio Gamoneda recuerda en su artículo de la revista Zurgai, ya mencionado en un texto anterior, que Poemas Ibéricos fue el libro que Manuel Torga le regaló cuando se conocieron y reconoce la influencia que ejerció en su propia obra. De hecho, tres fueron los poetas de la generación de los 50 en España que se interesaron por los poetas que escribían en Portugal en aquel mismo momento: el propio Gamoneda, Ángel Crespo y Ángel González, poetas estos que forman parte a todas luces de este iberismo al que la literatura tanto ha contribuido. Se interesaron por que la poesía portuguesa fuera conocida en la medida de lo posible en España, contribuyendo a construir esa Iberia que al final sería, en palabras de Miguel Torga:

Terra nua e tamanha
Que nela coube o Velho-Mundo e o Novo…
Que nela cabem Portugal e a Espanha
E a loucura como asas do seu Povo

miércoles, 3 de febrero de 2016

João de Melo

João de Melo
O mar de Madrid
Publicações Dom Quixote, 2006

«A primeira vez em que viajou até o país vizinho, Francisco Bravo Memede, o senhor poeta, viu que as cidades de Espanha ficavam no fim de todos os caminhos». Así comienza la novela de João de Melo y que lleva el curioso (tal vez provocador por no inocente) título de O mar de Madrid. Un poco más tarde, al narrar el viaje de una escritora española por Portugal, viaje inverso al del poeta lusitano, se describirá la sensación contraria, la de que las ciudades portuguesas son el comienzo de todos los caminos. ¿Mera casualidad o reflexión, otra reflexión más, sobre dos países vecinos que se miran mutuamente no sin recelos, prejuicios o suspicacias varias, y que son, uno frente a otro, el reverso y el inverso de una península desdoblada?

Escrita en apariencia como una crónica en la que se desgranan unos detalles que nos conducirán por la senda de un encuentro de dos personajes y dos países, la novela de João de Melo es una reflexión sobre el tiempo y el espacio en una península que está determinada por la necesidad de disipar verdades aparentes y nebulosas. No es casualidad, desde luego, que de nuevo se vuelva al tema de las relaciones entre Portugal y España como trasfondo de una historia, de la pretendida historia principal, pero que, en realidad, se convierte en el tema. El gran tema que, además, se plantea siempre en la parte occidental de la línea que constituye la frontera, esto es, en Portugal, más que en España, donde la cuestión ibérica –se volverá a ello otra vez, desde luego– es tema de profunda reflexión.

De este modo, las relaciones lusoespañolas están presentes, bien presentes, y parece una constante en la literatura portuguesa, mirar hacia el país vecino para, quizá, intentar reconocerse. Mientras, España parece vivir al margen del país que tiene a su lado, sigue cual señorona creyéndose sola en la península o demasiado preocupada en sus problemas interiores de identidad o identidades para fijarse.

Quizá haya que preparar algún día una historia de las literaturas portuguesa y española a partir de las miradas mutuas que se dedican ambos países a partir de sus respectivos escritores. A todas luces, la parte que corresponda a Portugal va a ser muchísima más larga y con más contenido. Porque por desgracia, salvo excepciones, España apenas se ha preocupado en Portugal. Eso sí, cuando algunos escritores se han acercado al país vecino ha habido un profundo respeto y no poca admiración, como se comentaba hace poco de Gamoneda.

Sea lo que fuere, João de Melo nos transporta a un diálogo entre dos países por medio de los personajes que se encuentran entre almohadones literarios en busca de sus propias personalidades, de sus identidades afectadas por el tiempo y la nebulosa de la ficción o la poética. De este modo, el camino deviene lo importante, sea para partir o para llegar a una ciudad.


lunes, 1 de febrero de 2016

Odete Semedo

Na poesia liberto-me
Sou poeta
Sou livre
Enquanto poeta
A natureza leva-me embalada
Apodera-se do meu ser
E da minha alma
Enquanto poeta
Sou apenas eu.

Curioso este poema de Odete Semedo en el conjunto de su obra porque supone, a primera vista, un canto a la individualidad. No en vano lo titula Eu (Yo) y para quien no conozca a la poetisa y lo lea sin ponerlo en el contexto de su obra y de su vida pudiera parecer que es una exaltación de sí misma, del yo.

Pero Odete Semedo es una mujer enmarcada en una profunda, continuada y comprometida reflexión de lo colectivo. Desde las raíces que le vinculan al pasado, a los antepasados, hasta el idioma, puente de comunicación colectiva, desde la descripción de los paisajes de una tierra que es como cualquier tierra, pero es la suya, aquella por la que sintió añoranza – saudade – las veces que se alejó de Guinea Bissau, y no fueron pocas esas ocasiones, hasta el sentimiento de desgarro por la vida, todo se refiere inequívocamente a un yo que se vincula a lo colectivo.

Tal vez tenga que ver con la condición femenina en ese rincón de tierra donde nació, creció y ha vivido, por la que siente a todas luces un profundo fervor y a la que ha servido en la medida de lo posible, como escritora, como profesora, como política también. Como mujer en definitiva.

Parece um pesadelo
Onde em mil castelos
Desfilam figuras
Deslizam corpos
Deslizam imagens
Desliza o tempo.
Dias e séculos,
E eu vou crescendo
De pesadelo em pesadelo
(...)

Pesadilla ante una realidad poco amable, la de un país que vivió el horror del colonialismo que quizá, dícese, no fue tan temible, el imperio portugués, como otros, el británico por ejemplo, tan basado en la separación, en el menosprecio, en la prepotencia intelectual y moral de quien se pretende superior a los demás, como pueblo o como raza (si es que existen las razas), que dejó como herencia la aberración del apartheid, la separación elevada a la categoría de legalidad democrática, amparada por falsos pastores y ovejas disfrazados de lobos, pero tal vez no quepan las clasificaciones, el colonialismo portugués no estuvo tampoco carente de crueldad, quizá porque el horror, la miseria humana, la crueldad carezcan de gradación y cualquier colonialismo, el portugués o el británico, el francés o el español, cualquier otro que haya sido, sea o se, posee un mismo grado de horror. En efecto, no hay gradación posible. La guerra, además, aportó imágenes aberrantes. Antonio Tabucchi, italiano lusista, las describió en algunos de sus relatos, las consecuencias del intento de someter a todo un pueblo y de la guerra en ese pequeño país del África Occidental, no muy distante en cuanto a contenidos a las reflexiones del escritor portugués Lobo Antunes, que fue médico militar durante la guerra colonial en Angola.

Pero ante tanto horror hubo uno y mil rayos de esperanza, aunque luego todo cayera de nuevo en la desesperanza (ya se recobrará). La esperanza de los hombres y mujeres que se levantaron ante tanta ignominia, la de los muchos colonizadores que se pusieron a favor de los colonizados, la de una metrópoli que, ante tanto horror, se levantó y consiguió que un ejército, creado como todo ejército para la opresión, trastocara su función histórica y patriótica, sustituyera el rifle por el clavel y aceptara la libertad que no fue concedida, sino ganada por los pueblos colonizados. Pero no sólo eso: puede que los colonizados no sólo se liberaron a sí mismos, sino que contribuyeron a que la metrópoli se independizara, caso único en la historia, la de unas colonias que otorgan la independencia a su metrópoli, le concedan carta de libertad y a partir de entonces se puedan tratar de igual a igual.

Flor sem nome
Em chão árido e seco
No deserto envolvente
Um fundo verde
De esperança longínqua...

Y es como si Odete Semedo admitiera esa dualidad de la vida, la aridez frente a la flor por muy anónima que sea, el desierto frente a lo verde, todos habitando un mismo escenario, cohabitando en un mismo lugar. Es como si describiera el mato pardo o verde según las estaciones, «Angustiado sonho como os belos tempos», verso de otro poema que mantiene esa lucha permanente entre dos polos, dualidad de la naturaleza, de la vida y del ser, dualidad que se da también en las lenguas que se habla y en la que se escribe, en qué lengua escribir, se preguntará en otro poema esta autora.

Poco a poco las literaturas africanas se conocen en otros continentes. No se trata de darle un tono grandilocuente a la labor de difundirlas, porque el objetivo, a la larga, en definitiva, no es hablar de literaturas africanas o europeas o asiáticas o americanas desde un pedestal histórico, sino de hablar de literatura, sin adjetivos (a lo sumo hablemos de buena o mala literatura), y en este sentido el yo de Odete Semedo deviene una mera oferta de intercambio, una propuesta de juego poéticogramatical en el que escritor y lector remplazan sus papeles –el lector reescribe en cierto modo lo que el escritor ha dejado escrito– y dialogan al margen del tiempo y el espacio. Y, al final, una mera petición, lógica al fin y al cabo:

Quero ser a heroína do teu conto
Ou apenas um verso do teu canto.