En una ya antigua
entrevista, Kim Philby afirmó: «La guerra
civil española fue mi verdadera universidad, donde aprendí el arte de ocultar
mi pensamiento» (diario El País, 13 de agosto de 1980). El conflicto bélico
español, uno de los capítulos de la historia más estudiados y analizados, tal
vez el que más, fue a todas luces el precedente de la guerra mundial que estalló
a los pocos meses de acabado aquel, puede incluso que forme parte del mismo conflicto. En
España no sólo se pusieron en práctica nuevos métodos bélicos, nuevo material
de guerra, que supuso, no podemos olvidarlo, miles de muertos y heridos, sino
que también se empezó a practicar, como apuntaba el famoso espía, un nuevo modo
de espionaje, en un momento en que se puso la primeras piedra de la guerra fría
que enfrentó dos formas de entender el Estado y un tipo de espionaje diferente.
España se convirtió
durante la guerra civil en centro de tejemanejes entre potencias extranjeras,
pero también entre maneras de comprender la política. La Unión Soviética envió
a cientos de agentes propios y extranjeros, aprovechando una posición de
privilegio con respecto a la República, posición que obtuvo no por méritos propios
o por la influencia de los comunistas españoles en la política del país, apenas
marginales hasta que empezó la guerra, sino por la omisión de las democracias
occidentales, que se movieron más por intereses económicos y tácticas políticas
que por la defensa de las libertades. Kim Philby fue uno de ellos, uno de
aquellos espías. Bajo el disfraz de un periodista británico en el bando
fascista español, este doble agente, en la mejor saga de los espías múltiples,
iba a tener la misión de matar al investido ya jefe supremo del bando llamado
nacional. Al final no llevó a cabo tal misión, durante mucho tiempo fue un
misterio todo este ínfimo capítulo de la guerra y del espionaje, aunque Kim
Philby se convirtió a todas luces en uno de los mitos del espionaje
internacional, un precedente de los espías dobles y al que el periodista
Enrique Bocanegra dedicó en 2017 un estudio, que mereció el premio Comillas: Un espía en la trinchera. Kim Philby en la
Guerra Civil española, publicado por Tusquets Editores.
Esta presencia soviética
y la influencia de los agentes y espías enviados por la URSS fue también a
todas luces determinante en uno de los capítulos más obscuros y brutales de la
República, el aplastamiento de la revolución española y la represión que se
ejerció contra los anarquistas, pero sobre todo, con especial inquina, contra
el POUM, cuyo principal dirigente, Andreu Nin, desapareció a comienzos del
verano del 37 y fue asesinado, acusándosele, a él y a su organización, de haber
montado una estructura de espionaje y sabotaje al servicio del fascismo.
Pasados los años, tales acusaciones se vieron ya como un ejercicio de burda
propaganda, salidas del aparato de Estado soviético y del propio Stalin, que
convirtió su polémica con Trotsky, al que consiguió asesinar años después mediante
un agente español enviado a México con tal propósito, en una campaña de
persecución contra todo lo que sonase vagamente a trotskista.
Pero España no sólo fue
objetivo del espionaje soviético, también otros Estados enviaron sus agentes a
España, principalmente Alemania, Gran Bretaña y los Estados Unidos. Además, no
sólo se limitó dicha presencia a los años de la guerra, sino que España siguió
siendo, acabada la guerra, un escenario donde campaban los espías a sus anchas,
salvo los soviéticos, por razones obvias, ya no podían actuar como lo habían
hecho hasta entonces. Hay que tener en cuenta que el régimen franquista se
mantuvo neutral durante la Guerra Mundial. En este sentido, también Portugal
fue neutral, sin duda por la conciencia del país de ser periférico en Europa, y
aquí también camparon a sus anchas las redes de espionaje, más cuando Lisboa se
convirtió en el punto de salida de miles de refugiados europeos, muchos de
ellos judíos, hacia América.
En todo caso, no se conoce del todo bien hasta
qué punto la neutralidad española fue una imposición del régimen alemán o una
maniobra de la dictadura española, en cuyas bases había diferentes posiciones
políticas y los filonazis, contra lo que pudiera pensarse en algún momento, no
eran mayoría. Una buena parte del falangismo miraba más bien al fascismo
italiano como modelo. Los monárquicos de línea Alfonsina, al igual que la
derecha republicana que acabó apoyando el alzamiento por cuestiones prácticas (o
por el miedo a una revolución social), tenían mayores simpatías hacia los
británicos, mientras que los sectores carlistas y católicos ultramontanos
tampoco sentían mucha simpatía por todas aquellas diatribas raciales y
supremacistas del nazismo. Pero las ideologías y los posicionamientos políticos
no pesaron tanto en la toma de decisiones del dictador español y su camarilla
de militares, tal como escribió Dionisio Ridruejo en Casi unas memorias, al final y al cabo eran militares y la política
como batalla de ideas no les interesó mucho. Sin duda, dejaron hacer a los
servicios extranjeros, incluso con la colaboración de españoles, para poderse
apoyar en unos u otros cuando fuese conveniente, a espaldas, eso sí, de una
población que bastante tenía con sobrevivir a las condiciones de vida tan
duras.
Es algo que se aprecia en
la novela de Fernando García Pañeda, Todos
tus nombres, publicada en Suma de Letras en 2018, donde aparecen varias
redes de espionaje investigando el tráfico de obras de arte, pero en el fondo
bregando las distintas redes por mantener el control, en un momento en el que
el declive de Alemania en la guerra, estamos ya en 1944, ha motivado que el
régimen español haya deslizado sus posiciones hacia los aliados. La novela, tal
vez en un exceso de datos e información que mengua en gran medida la fuerza del
propio relato, pone de manifiesto una atmósfera de intereses y tejemanejes
políticos sin duda muy presentes en el momento. El epicentro de esta novela,
por lo demás, se sitúa en Vizcaya, en el Bilbao de las familias principales,
las de Neguri, cuyos intereses no son estrictamente los mismos que los de los
otros bandos que favorecieron el alzamiento, más próximos a los intereses
británicos.
No lo dice el autor, pero
llama la atención que esa anglofilia coincidiera con la del PNV y la burguesía
vasca que no apoyó a Franco en su momento, y que acabó formando su propia red
al servicio de Gran Bretaña y de los Estados Unidos, con la vaga esperanza de
que algún día ambos países apoyaran un hipotético Estado vasco. Hay que
recordar en este sentido a Jesús de Galíndez y la novela que le dedicó Manuel
Vázquez Montalbán.