¿Hasta qué punto la
realidad en unas sociedades complejas como las actuales resulta comprensible en
todas sus dimensiones?¿Puede la manipulación, el miedo o los rumores
interesados empañar la verdad, hasta el punto de que lo mejor es no saber,
mantenerse al margen, si es que es posible mantenerse al margen en algo sin que
esta actitud sea al fin un modo de asumir las verdades hegemónicas, a menudo
incuestionables, el que calla otorga, aun cuando debieran éstas ponerse en solfa?¿Quién se equivoca y
quién tiene razón cuando los argumentos escapan de todo control e incluso
cuando las razones más absurdas se vuelven motivos de peso?¿En qué momento nos
convertimos en parte del problema y no en valedores de soluciones?
Son algunas de las
preguntas que genera la lectura de L´homme
qui a vu l´homme, del autor francés Marin Ledun, publicada en 2013. Tales
cuestiones son en gran medida el tema de la novela, lo que importa por encima
de la trama, en una historia que no nos deja indiferentes porque parte de un
conflicto que nos afecta directamente, que lo hemos vivido en la parte sur de
los Pirineos, aunque los hechos que se narran suceden al norte de los Pirineos,
y que nos han afectado hasta hace bien poco. Lo cual determina sin duda la
lectura del libro.
La novela parte de un
secuestro, el de una persona vinculada a ETA, aunque no tengamos claro si sigue
su militancia en el momento de su desaparición, pero forma parte de un modo u
otro de su entramado. El lector conocerá desde el inicio del relato que a los
secuestradores se les va de las manos la tortura infringida y muere el
secuestrado, comenzando una enrevesada investigación por parte de dos
periodistas que se irá complicando porque desde el principio habrá rumores,
manipulaciones, amenazas, declaraciones formales, declaraciones interesadas,
puntos de vista, justificaciones, intereses velados, todo ello bajo una de esas
galernas del Cantábrico que destaca más durante el relato por su simbolismo que
por sus consecuencias físicas.
A medida que avanzamos en
el thriller nos confrontamos a los hechos, pero los mismos no crean certezas,
sino que nos descubre lo difícil que resulta entender y asumir la realidad. Tal
es el tema. Poco importa la cercanía del conflicto, es más: la cercanía cercena
nuestra objetividad, al fin y al cabo muchas veces vemos la realidad según
nuestra propia posición o nuestra forma de ser o de pensar. Tampoco la
distancia ayuda en la comprensión, puede parecer más fácil tomar partido, pero
no lo es, siempre se imponen los intereses, los prejuicios, las distintas tomas
de posición, las ideologías. ¿Acaso es fácil con la guerra de Ucrania y el
sinfín de intereses que hay detrás? Intentar simplificar un conflicto tampoco
permite dilucidar la cuestión, más cuando sabemos, o deberíamos saber, que ninguna
de las partes es inocente.
Pero luego están las
mentiras evidentes, las de las armas de destrucción masiva con que se legitimó
la segunda guerra de Irak, por ejemplo.
Incide que los argumentos
se simplifican hasta el ridículo en estas sociedades complejas nuestras. Puede
que sea algo pretendido, que se busque tal hecho para neutralizar las
reacciones y las posibles actitudes críticas. Al final, nos parece como a Iban
Urtiz, uno de los periodistas de la novela de Marin Ledun, que todo el mundo
habla mediante enigmas. Léase los diversos intervinientes en el conflicto.
Una vez más la literatura
nos confronta a los mecanismos de comprensión de lo que nos envuelve. La
cuestión es tal vez saber si la realidad es la verdad, si ambos conceptos
tienen que ver al mismo tiempo con un mismo hecho o si son conceptos
desvinculados entre sí, aun cuando sospechemos, lo intuyamos, que lo real tiene
algo que ver con lo cierto. Aunque todo indica también que se mata y se muerte
por las interpretaciones de lo real, lo cual complica todavía más el problema.
Porque tal vez se muera y se mate para nada.