viernes, 7 de febrero de 2025

Las guerras de siempre

 


Muchos lo intuimos, que la guerra en realidad no tiene más causa que el dinero y los intereses económicos, que no son ciertas las cuestiones identitarias como origen y motivo de las ofensivas bélicas, ni tampoco el honor, ni los principios grandilocuentes, la defensa de la democracia, por ejemplo, o de un determinado modelo de vida, o de la visión religiosa o cosmológica de la existencia, ni el progreso humano, ni tan siquiera, así también lo hemos presentido no pocas veces, la lucha contra el terrorismo es la razón indudable de la guerra, no podemos considerar el asesinato en Sarajevo del Archiduque Francisco Fernando de Austria y de su esposa, Sofía Chotek, por referirnos a un hecho lejano en el tiempo y de las emociones a flor de piel, como la causa de la Primera Gran Guerra, que por el contrario ésta vino de la mano de los intereses comerciales y coloniales de los países europeos, de su necesidad de expandirse para beneficio de sus empresas y consorcios. Nos han llenado a través de las guerras de palabras pomposas, de razones solemnes o de discursos ostentosos. Sin duda, es un intento fútil de encubrir en realidad el salvajismo humano y su verdadera naturaleza.

Si algo hemos de agradecer a la franqueza un tanto desbocada de Trump, es que haya confirmado nuestras intuiciones. Pretende ahora que Israel le ceda a los Estado Unidos la posibilidad de construir un enorme conglomerado turístico en Gaza, o sea, en la costa oriental del Mediterráneo. Eso sí, antes habrá que acabar la tarea, expulsar a los palestinos de la región, cuanto más lejos mejor, no vayan a estropear las expectativas de negocio. A lo sumo, que se quede alguno para rememorar lo exótico del territorio o para servir un falafel en un chiringuito de playa, en esa nueva Marina d´Or Ciudad de Vacaciones oriental. En medio de este horror, quién sabe si aquella fiesta con tintes de rave en el sur de Israel que acabó tan trágicamente el 7 de octubre de 2023 no tenía nada que ver con el inicio de una operación comercial a gran escala ya planeada por empresas de turismo. Resulta, se mire como se mire, inconcebible, cruel, abominable que se aprovechara la circunstancia, el asesinato y el secuestro miserable de centenares de personas en plena fiesta, para iniciar una labor de limpieza de la región con fines no de restaurar el orden o aplicar la justicia a los asesinos, más cuando queda claro que a medio o largo plazo todo consiste en una mera operación con fines mercantiles nada menos, en beneficio del turismo. Demasiado trágico todo para ironizar sobre el asunto.

Ya se sabe, muchas veces la realidad supera la ficción. Pero espanta pensar que esta tesis propia de una ficción rocambolesca pueda ser cierta.

Espantan estas retóricas de hogaño que son las mismas que las de antaño. Platón pone en boca de Calicles, en el Libro I de República, que lo justo y lo conveniente es siempre lo que beneficia al más fuerte. Desde la pretendida superioridad moral de nuestro tiempo, decimos que no estaba muy desencaminado, sin duda, era su época al fin y al cabo. Lo terrible es que siga siendo así, que nada haya cambiado. Pero además el más fuerte suele ser el que vence y quien vence decora luego la victoria con palabras y discursos embellecedores y heroicos, repletos de énfasis con que ocultar entre líneas los motivos económicos. Siempre fue de mal gusto, ya se sabe, hablar de dinero antes y después de las tragedias. Aunque parece que se haya diluido la vergüenza y se pide abiertamente un aumento de los gastos militares.

Basta este último lustro para percibir que nuestras peores intuiciones son ciertas. Ni la guerra de Ucrania ni el genocidio en Gaza son ajenas a los intereses económicos. Es más, es el único factor determinante. Lo que está en juego es quien controla la región de la Europa del Este, si los mercaderes rusos, si los mercaderes de la UE y de Estados Unidos. En cuanto a Gaza, nos lo ha dejado claro el Presidente norteamericano.

miércoles, 1 de enero de 2025

Murales

 


En 2010 el director de cine Héctor Olivero presentaba su película El Mural en la que narra el paso del pintor y muralista mexicano David A. Siqueiros por Argentina. Ahí recibió el encargo de pintar un mural en el sótano de la mansión del empresario periodístico Natalio Botana, todo ello en medio de una crisis generalizada y un acentuado conflicto social.

La película recoge a la perfección el ambiente del país en aquel año de 1933. Crisis, movimiento obrero en alza, un cada vez mayor activismo fascista que ensalza a Mussolini y a un Hitler recién llegado al poder en Alemania, una división en la burguesía entre un sector muy derechizado, nacionalista, y una burguesía liberal más cultivada y cosmopolita, todo ello en un ambiente que no distaba de lo que ocurría en Europa. No en vano, como ejemplo de la comunicación entre las dos orillas, el arte y la literatura latinoamericanos estaban muy ligados a lo que estaba pasando al otro lado del Atlántico. Las vanguardias atrajeron a los artistas latinoamericanos que a su vez, con sus obras, impactaron entre sus colegas europeos. Los murales de Siqueiros, como los de Diego Rivera o José Clemente, embelesaron a los surrealistas en una admiración que fue creciendo.

Los escritores latinoamericanos, por su parte, conocían Europa, París era ya un foco de atracción internacional, pero a su vez, comenzó a establecerse, después de lustros dándose la espalda, el contacto entre escritores latinoamericanos y españoles, vínculo que se siguió manteniendo con los escritores españoles del exilio, tras la desgraciada guerra de España, muchos de ellos refugiados en los países sudamericanos.

Pero además la película refleja un momento álgido en el compromiso político no sólo de los cenáculos artísticos o literarios, también de numerosos núcleos obreros que comenzaban a cuestionar con fuerza el (des)orden del mundo. Siqueiros, al igual que Pablo Neruda, que también aparece en la película, eran comunistas convencidos, partidarios acérrimos de la Unión Soviética, lo que no les impedía ciertos tics que hoy censuramos como machistas. Además, la cinta sugiere también el fraccionamiento que sufrió el movimiento comunista internacional, con corrientes que se desmarcaron del estalinismo, incluso antes de que comenzaran los procesos de Moscú, que reflejaron el lado más terrible de lo que había acabado siendo el país de los Soviets. De hecho, tales divisiones fueron el motivo que enfrentó a Siqueiros con Diego Rivera, afín a Trotsky, quien contribuyó a que el revolucionario ruso fuera acogido en México, el profeta desterrado.

En gran medida, el exilio de Trotsky simbolizó las expectativas pero también la tragedia de los primeros decenios del siglo XX. Su asesinato, junto con la IIª guerra mundial, supuso el final de una etapa de esperanza y creatividad. Aunque ya había visos del desencanto que empezó a bullir en aquellos años. La escritora Ana Rodríguez Fisher lo ha mostrado con enorme delicadeza en su última novela, Antes de que llegue el olvido, publicada el año recién acabado por la editorial Siruela, la manera como la desesperanza se apodera de la realidad, se convierte en desencanto, en decepción y pesimismo.



Pensar en ese periodo de entreguerras, cuando estamos conmemorando año tras año el centenario de muchos de sus lances, nos lleva a plantearnos el periodo actual. Pese a todo, y sobre todo pese al desastre final, no podemos dejar de contemplar, a menudo con no poca envidia, la enorme libertad creativa, la imaginación vigorosa y el anhelo de libertad con que se vivió en aquel tiempo. Hubo sombras, no cabe ninguna duda, pero también muchas luces. Los desfavorecidos de Europa y América elevaron su voz reclamando una dignidad que el sistema capitalista no les proporcionaba. Los desfavorecidos de África y de Asia se levantarían después, pero sus victorias y sus utopías duraron bien poco, mucho menos que las de los primeros cuarenta años del siglo XX. Pero hoy ni siquiera contamos con muchas expectativas emancipatorias, el panorama es tan desolador que a veces parece mejor mantener las pequeñas parcelas conseguidas. El auge del racismo es pavoroso, ya ni siquiera se oculta por vergonzante la jeringonza racista, se defiende un neoliberalismo extremo que crea miseria imposible de tapar por los datos triunfalistas de la macroeconomía. La cultura, incluso la educación, se arrincona, incluso se repudia abiertamente. Hay una exaltación de la incultura, de la brutalidad, del egoísmo. Da miedo lo que a veces intuimos que puede llegar a ser el mundo de los próximos años.

En El Mural contemplamos como ese mundo libre, creativo y sugerente del periodo de entreguerras tiene muchos claroscuros, el paraíso apenas logra esconder sus malandanzas. Pero lo fue, un atisbo de libertad y de creación. No obstante, el mundo se empeñó una vez más en mostrarnos siempre su lado más siniestro. El gigante que fue aquel periodo tal vez tuviese los pies del barro, lo que nos ha conducido a esta nadería de ahora, cien años después. Claro que, dicen, nada es para siempre, ni lo de entonces ni lo de ahora.