En un poema dedicado al
Nervión Miguel de Unamuno escribe: «(…)
los siglos por tu cauce resbalaron / llevándose la historia / hacia el olvido».
De allí, como afirmara Heráclito, que no pueda cruzarse un mismo río dos veces porque
ni sus aguas ni quienes cruzan son los mismos. En este caso, según el profesor
tan polémico y polemista, es el cauce del Nervión lo que barre la historia con
el movimiento persistente de sus aguas, a veces hacia el mar, a veces hacia el
interior, hasta poco más allá del Puente de San Antón de Bilbao, movimientos
que son caprichos de las mareas que van marcando las horas, efecto de la luna,
dicen. Es el tiempo por tanto lo que nos vuelve distintos y todo lo transforma
en olvido.
Resulta tal vez una anotación
muy oportuna cuando estamos a las puertas del septingentésimo aniversario de la
fundación de la Villa de Portugalete, reconocimiento este que le vino de la
mano de Doña María Díaz de Haro, décima Señora de Vizcaya. Hoy, el Ayuntamiento
prepara las conmemoración de estos 700 años, quién sabe si con un alarde excesivo
de ostentación y puro pavoneo institucional, las Instituciones tienden siempre
a una mayor gloria de sí mismas, da igual quien ocupe los sillones. Es su
naturaleza. Aunque hay instituciones e instituciones, que también es verdad, y
en el mientras tanto algo se podrá recordar, si el olvido no es ya inevitable,
irremediable o definitivo, y los fastos dan lugar a rememorar el pasado y
hablar del presente con cierta apertura de miras. O de los tiempos presentes,
que me da que hay varios al mismo tiempo y cabe que contradictorios ente sí,
como múltiples son las interpretaciones del pasado, más variados y
contradictorios cuando más cercano sea.
En todo caso, al margen
de agasajos y ceremonias, cabe siempre recorrer las calles de esa parte vieja
de Portugalete, un barrio de aspecto añejo, cuasi medieval, por lo demás no hay
otro lugar igual en toda la Margen Izquierda. Son calles estrechas, apenas un
puñado, silenciosas, apacibles, todo un lujo es pasearlas por las mañanas o por
la noche. Hubo un tiempo que concentraron en buena medida el copeo de la zona,
ahora ya menos, las modas vuelven efímeras las costumbres, pero tal
desplazamiento de los hábitos permite disfrutar ese tono de otros tiempo, de
otras épocas.
En una esquina del
barrio, la estatua de Lope García de Salazar parece vigilar que se mantengan
las esencias de la ciudad antaño portuaria y de paso protege los subterráneos
que, dicen, existe por debajo de la ciudad vieja. Fue por otro lado uno de los
primeros en recopilar la historia de Vizcaya, al tiempo que banderizo, uno de los principales en
aquellas guerras que asolaron Vasconia en tiempos medievales prerrenacentistas.
José Manuel Aparicio escribió una novela sobre tales hechos, quizá algún día
pueda explicarnos los detalles más escabrosos de la época, no hemos perdido
interés por lo más siniestro del ser humano.
Si bajamos las calles
empinadas, llegamos a la ría, falta ya poco para que el Nervión desemboque en
el Abra, el Puente Colgante parece anunciarlo, y en ese muelle hubo balnearios
y se levantaron edificio burgueses, incluso la Villa se inició a mediados del
siglo XIX en esa actividad tan actual que es el turismo. Hubo un núcleo burgués
en Portugalete, sin duda heredera de actividades portuarias y mercantiles muy
anteriores, la cada mayor importancia de Bilbao, sin embargo, menguó su poder.
Aun así, de Portugalete era Víctor Chávarri, uno de los principales empresarios
de la industrialización de Vizcaya, vinculado a los Altos Hornos. Claro que esa
burguesía incipiente e industrial pasó al otro lado de la ría y se afincó, como
sus correligionarios bilbaínos, en Getxo.
Portugalete, como ocurrió
a toda la Margen Izquierda, se proletarizó y pronto emergieron barrios para los
muchos obreros y sus familias, atraídos por la industria del hierro y por las
minas cercanas. Sufrió los efectos de la guerra (in)civil. Conoció los años de
miseria y represión. Emergió algo en los sesenta, no sin problemas ni momentos
de desasosiego. Hubo tiempos de crisis y reconversión, una cierta decadencia
económica y social, el flagelo de la droga, el desencanto agridulce de la
transición, y cuando llegó la transformación de Bilbao como foco posmoderno, la
villa jarrillera quedó un tanto ensombrecida por la cercanía de la Villa
principal.
Una leyenda urbana indica
que en Portugalete hay una plétora de escritores, afianzados y potenciales, que
tiras una piedra y surge un sinfín de literatos, cronistas, poetas y en general
gentes prestas a la prosa y al verso. No estaría tan seguro de su exactitud,
hay un poco de todo, tampoco creo que sea muy diferente a otros lugares, aunque
es ciudad de mar y suelen tender éstas al relato, a contar historias y
añoranzas varias, a rememorar batallitas y anecdotarios. Suele hablarme mucho
de ello Mari Carmen Azkona, con grandes dosis de escepticismo y autoridad,
puede que sea la persona que más sabe de Portugalete y de sus historias rutinarias,
a veces sostengo que es también quien marca el paso en la villa. Claro que
me habla de un modo tan sutil que a veces me pregunto si no será todo tan
etéreo como es ella misma, como es al fin Portugalete, una villa que aparece y
desaparece entre la niebla durante las amanecidas.