Carmen
Baroja y Nessi
Recuerdos
de una mujer de la Generación del 98
Hay asociaciones extrañas, sin duda intrascendentes
o poco serias, que uno se ha formado sin tener mucha idea ni de cómo se forjan
ni de dónde proceden, como la de relacionar la Generación del 98 con los
paseos. Tal vez sea consecuencia de la fotografía, un arte que se popularizó y
se extendió de forma masiva a finales del siglo XIX, lo que ha permitido que
ese grupo de escritores, los que vivieron ese año tremendo de 1898, haya sido
con seguridad el primero del que disponemos de un archivo fotográfico amplio en
poses y lugares diferentes. Y entre las muchas fotografías hay una que siempre
me gustó, la de Pío Baroja, de lejos, paseando por el Parque del Retiro un día
de otoño o de invierno, por la tarde sin duda, poco antes de que la luz
comenzara a declinar.
La existencia de las fotografías determina, es evidente,
la forma de recordar. El contar con ese formato nos permite, sin duda, pasear de otro modo por el tiempo, sin
depender de la sola memoria, con sus limitaciones y su tendencia a deformar el
pasado a nuestro gusto. Para evitarlo, disponemos de un formato físico, de una
imagen grabada que nos remite a lo que fuimos y a cómo fueron las cosas. Carmen
Baroja, hermana de Pío Baroja, nos cuenta que dedicó muchas horas a mirar
fotografías. Ahora las hemos incorporado a nuestra cotidianidad de forma
incluso abusiva, ya casi ni nos detenemos en cada una de ellas, pero para
aquella primera generación que convivió con las primeras fotos verlas, dejarse
llevar por su evocación, se convirtió en algo habitual. Y en este libro de
recuerdos –o de memoria- la autora incorpora varias, de la familia sobre todo,
pero también de amigos y conocidos, de espacios y muebles, de cuadros y
rincones.
Claro que hay cosas que las fotografías no pueden contar,
tal vez a lo sumo insinuar. No es del todo cierto que una imagen valga más que
mil palabras, y así ninguna foto podrá recoger
lo que nos cuenta Carmen Baroja en sus Recuerdos de una mujer de la Generación del 98. Son medios
distintos al fin y al cabo. Pero el paseo dado y descrito en este breve libro
memorístico, paseo por un tiempo, un paisaje y una familia –los Baroja, nada
menos, todo un clan en las artes y las letras cuyas ramas se extiende por el
siglo XIX y XX- supera con creces cualquier foto y supone un descubrimiento sin
igual, algo que habremos de agradecer a la prologuista y editora del libro, la
profesora Amparo Hurtado.
El libro también es todo un descubrimiento de la propia
autora, una mujer comprometida con su tiempo, que observa, piensa, escribe y
participa de unos años, en un tópico manido, convulsos, que no le dejaron una
buena impresión –el tono a veces pesimista, muy dado a la fatalidad y al nihilismo
no es muy diferente al de su hermano Pío, quizá sea un rasgo de familia- ni una
sensación muy grata. En un momento dado, al hablar de la Guerra (in)civil,
escribirá: «En toda esta época odiosa, no
he visto ni un rasgo noble ni bueno ni siquiera gracioso. Esto nos ha dejado un
asco, una náusea, que todavía y a pesar de los años sigue y perdura.» No es
difícil comprender esa actitud cuando se es testigo de una guerra que tuvo
mucho de miserable y poco de heroico.
Pero hay también partes del libro que nos permite captar
la vida social y cultural sin tanta fatalidad en el ambiente. La autora
participó de la vida cultural a través de El
Mirlo blanco, una compañía de teatro de cámara, o del Lyceum Club Femenino,
una de las primeras expresiones organizadas del feminismo a principios del
siglo pasado. Nos describe la vida de su familia y también las relaciones
culturales, y aquí vislumbramos de nuevo ese sentimiento de fatalidad. Carmen
Baroja reflexiona sobre el arte y la amistad, confirma una impresión que no es
la primera vez que se oye, que vale más no conocer a los autores por cuyas
obras sentimos admiración, y nos habla sin cortapisas, sin pelos en la lengua,
de muchas de las figuras de esa época, vinculadas la mayoría a la Generación
del 98.
Se nos cuenta en el prólogo que el libro estuvo a un tris
de no aparecer, fue casi por casualidad que apareció en Itzea. Hubiera sido,
desde luego, una pena que no hubiéramos podido hoy pasear por sus páginas ni
conocer a su autora, una mujer en ese mundo de hombres que fue la Generación
del 98.
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