miércoles, 6 de enero de 2016

Carmen Baroja y Nessi

Carmen Baroja y Nessi
Recuerdos de una mujer de la Generación del 98


            Hay asociaciones extrañas, sin duda intrascendentes o poco serias, que uno se ha formado sin tener mucha idea ni de cómo se forjan ni de dónde proceden, como la de relacionar la Generación del 98 con los paseos. Tal vez sea consecuencia de la fotografía, un arte que se popularizó y se extendió de forma masiva a finales del siglo XIX, lo que ha permitido que ese grupo de escritores, los que vivieron ese año tremendo de 1898, haya sido con seguridad el primero del que disponemos de un archivo fotográfico amplio en poses y lugares diferentes. Y entre las muchas fotografías hay una que siempre me gustó, la de Pío Baroja, de lejos, paseando por el Parque del Retiro un día de otoño o de invierno, por la tarde sin duda, poco antes de que la luz comenzara a declinar.
            La existencia de las fotografías determina, es evidente, la forma de recordar. El contar con ese formato nos permite, sin duda, pasear de otro modo por el tiempo, sin depender de la sola memoria, con sus limitaciones y su tendencia a deformar el pasado a nuestro gusto. Para evitarlo, disponemos de un formato físico, de una imagen grabada que nos remite a lo que fuimos y a cómo fueron las cosas. Carmen Baroja, hermana de Pío Baroja, nos cuenta que dedicó muchas horas a mirar fotografías. Ahora las hemos incorporado a nuestra cotidianidad de forma incluso abusiva, ya casi ni nos detenemos en cada una de ellas, pero para aquella primera generación que convivió con las primeras fotos verlas, dejarse llevar por su evocación, se convirtió en algo habitual. Y en este libro de recuerdos –o de memoria- la autora incorpora varias, de la familia sobre todo, pero también de amigos y conocidos, de espacios y muebles, de cuadros y rincones.

            Claro que hay cosas que las fotografías no pueden contar, tal vez a lo sumo insinuar. No es del todo cierto que una imagen valga más que mil palabras, y así ninguna foto podrá recoger  lo que nos cuenta Carmen Baroja en sus Recuerdos de una mujer de la Generación del 98. Son medios distintos al fin y al cabo. Pero el paseo dado y descrito en este breve libro memorístico, paseo por un tiempo, un paisaje y una familia –los Baroja, nada menos, todo un clan en las artes y las letras cuyas ramas se extiende por el siglo XIX y XX- supera con creces cualquier foto y supone un descubrimiento sin igual, algo que habremos de agradecer a la prologuista y editora del libro, la profesora Amparo Hurtado.

            El libro también es todo un descubrimiento de la propia autora, una mujer comprometida con su tiempo, que observa, piensa, escribe y participa de unos años, en un tópico manido, convulsos, que no le dejaron una buena impresión –el tono a veces pesimista, muy dado a la fatalidad y al nihilismo no es muy diferente al de su hermano Pío, quizá sea un rasgo de familia- ni una sensación muy grata. En un momento dado, al hablar de la Guerra (in)civil, escribirá: «En toda esta época odiosa, no he visto ni un rasgo noble ni bueno ni siquiera gracioso. Esto nos ha dejado un asco, una náusea, que todavía y a pesar de los años sigue y perdura.» No es difícil comprender esa actitud cuando se es testigo de una guerra que tuvo mucho de miserable y poco de heroico.

            Pero hay también partes del libro que nos permite captar la vida social y cultural sin tanta fatalidad en el ambiente. La autora participó de la vida cultural a través de El Mirlo blanco, una compañía de teatro de cámara, o del Lyceum Club Femenino, una de las primeras expresiones organizadas del feminismo a principios del siglo pasado. Nos describe la vida de su familia y también las relaciones culturales, y aquí vislumbramos de nuevo ese sentimiento de fatalidad. Carmen Baroja reflexiona sobre el arte y la amistad, confirma una impresión que no es la primera vez que se oye, que vale más no conocer a los autores por cuyas obras sentimos admiración, y nos habla sin cortapisas, sin pelos en la lengua, de muchas de las figuras de esa época, vinculadas la mayoría a la Generación del 98.

            Se nos cuenta en el prólogo que el libro estuvo a un tris de no aparecer, fue casi por casualidad que apareció en Itzea. Hubiera sido, desde luego, una pena que no hubiéramos podido hoy pasear por sus páginas ni conocer a su autora, una mujer en ese mundo de hombres que fue la Generación del 98.

             

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