domingo, 26 de septiembre de 2021

27 de septiembre

 


Es lo que tiene el paso de los años. Los hechos se diluyen bajo ese barniz que da el tiempo, el olvido se impone o cambia el significado de los acontecimientos. Lo que ayer fue importante o clave o simbólico hoy carece de magnitud, ya no conserva la trascendencia del momento, se vuelve tal vez anecdótico, apenas una gota de agua entre los muchos sucesos eminentes y claves del instante concreto, son tantos los sucesos, los actos, las reuniones discretas o no, las hazañas o las cobardías, las proezas o las renuncias, que apenas hay lugar ya para el recuerdo o para la asunción de lo ocurrido como algo trascendental por sí mismo. Hay también, parece imposible evitarlo, lo ideológico, los prejuicios, las justificaciones, las miradas después de todos estos años, la revisión de la historia, esa tendencia hoy tan horrible al establecimiento de los relatos, de las verdades únicas, al final hay la falta de capacidad para interpretar, pensar, entender.

Ha pasado mucho tiempo y la distancia afecta también a la apreciación de los motivos que llevaron a tal o cual persona a tomar una decisión, a asumir una opción, un compromiso, una postura, por ejemplo tomar las armas u optar por determinados métodos de lucha, arriesgar con la entrega absoluta a la causa su propia vida y la de los otros, a enfrentarse a la incertidumbre por una causa determinada, puede que una buena causa, o tal vez no, el deseo en definitiva de la transformación social emancipadora o la antesala de un error político que anticipa otro modelo tiránico. Qué llevó a José Humberto Baena, a José Luis Sánchez Bravo o a Ramón García Saenz a una militancia radical y revolucionaria en el FRAP, un frente de organizaciones guiado por el ideario marxista leninista tendencia proalbanesa. Qué llevó a Juan Paredes Manot y Ángel Otaegui a militar en una de las facciones de ETA. Cuáles fueron sus motivaciones, sus convicciones y sus dudas. Cómo lo analizarían hoy, de haber sobrevivido a la salvajada de la pena de muerte.

Escribir desde el presente supone conocer el final de muchos capítulos de la historia. Ya no existe el FRAP ni la ETA, sabemos cuál fue la evolución de España, la del País Vasco, no ha pasado tanto tiempo de la desaparición de la dictadura, de los claroscuros de la transición, vivimos sin duda otra situación, no existe siquiera la Albania de Enver Hoxha, ese modelo autárquico y obsesivo de socialismo que es difícil de justificar o ver como un modelo liberalizador o deseable. Ahora mismo, en este aquí y ahora nadie parece dispuesto a grandes compromisos, mucho menos a morir por algo o, peor aún, a matar por una causa o por las grandes palabras. Vemos con cierto estupor o desagrado las movilizaciones actuales por recuperar espacios de diversión, esos botellones que acaban en disturbios, la banalización tal vez de un malestar social que no encuentra ahora mismo cauces de confrontación, tal es el desencanto ante propuestas que se anquilosan con rapidez en los marasmos de lo cotidiano.



Sea lo que fuere, cada 27 de septiembre recuerdo a aquellas cinco personas que fueron los últimos fusilados del régimen franquista. No me mueve para ello ni un vago sentimiento patriótico vasco que no poseo ni un ideario marxista-leninista-enverhoxista que ni de lejos comparto, tampoco creo que haya que pensar como ellos para rememorar ese último acto sanguinario de la dictadura, cuando faltaba apenas mes y tres semanas para que el dictador muriera en la cama de un hospital. Olof Palme se manifestaba en Suecia contra la aplicación de la sentencia y Pablo VI, en las antípodas de las posiciones ideológicas de los afectados, pedía clemencia para ellos. El régimen quiso dar un golpe de efecto, demostrar que tenía aún fortalezas, cuando buena parte de sus hombres claves, hombres eran la mayoría, estaba ya preparando las alforjas para el salto hacia la democracia.

Apenas tres meses antes había fallecido Dionisio Ridruejo, que pasó de propagandista de la Falange a elemento incómodo para el franquismo, conspirador contra el régimen y defensor de los acuerdos amplios de la oposición, y que tuvo bastante de personaje a todas luces icónico, aunque fuera en su más absoluta soledad o como rara avis. En aquellos meses, por su parte, Luis Eduardo Aute había escrito su canción Al Alba, considerado himno contra la pena de muerte en general y en particular contra esa larga noche del 27 de septiembre, cuando todo era posible. Al menos lo parecía.

domingo, 19 de septiembre de 2021

El escritor comprometido

 


Tengo la impresión de que con la muerte de Alfonso Sastre desaparece una determinada mirada de la literatura, un modo de escribir sobre la realidad, una intencionalidad en la escritura. Pero no estoy del todo seguro, la literatura es siempre al fin y al cabo una forma de reflexión sobre la realidad, una manera de deliberar sobre lo que uno es como individuo y lo que se es con relación a los demás, a los lazos comunitarios, con lo que cada etapa literaria es distinta, pero responde al final a unos mismos patrones o preocupaciones o curiosidades. Cambia la anécdota, se mantiene la esencia.

Quizá lo que desaparezca con él es la figura del escritor comprometido, politizado, firme defensor de una causa. Alfonso Sastre fue, hasta principios de los setenta, militante del PCE, sus discrepancias con la línea de Carrillo y los pactos posibilistas de este partido le condujeron a la ruptura. Luego vino su atracción por lo que sucedía en el País Vasco, su traslado a Hondarribia y su apoyo a una determinada opción, la más radical, la que planteaba una ruptura y una transformación social, aunque los métodos empleados en la idílica Vasconia muchas veces no auspiciaran la idea de que aquella sociedad a construir fuera a forjar realmente una sociedad libre. Claro que es muy cómodo hablar desde el presente, cuando todo aquello acabó y resulta por tanto más llevadero juzgar ahora su compromiso o sus idealizaciones, las de Sastre o las de cualquier persona que en aquel momento optara por el compromiso, para bien o para mal, cuando esa etapa de la historia vasca, y por ende española, está en parte cerrada, aun cuando coleen todavía sus consecuencias, algunas a todas luces nefastas, podemos ahora calificar abiertamente algunos episodios de entonces porque ya sabemos el resultado, tenemos más idea de los efectos humanos demoledores, quizá haya algo más de empatía hacia la otra parte, siempre hay otra parte cuando uno se sitúa en la política, al igual que en la vida, podemos así amoldar lo que pensábamos entonces a lo que ocurrió y justificar nuestras posiciones, reinterpretarlas, distinto es haberlo vivido en cada momento, interpretar y decidir en cada instante, cuando los hechos estaban ocurriendo ante nuestros ojos, asumir de otro modo ciertos aspectos puede que ahora inasumibles o darse cuenta de la inviabilidad de muchos proyectos, tuvieran o no peso o tocaran poder, o se mantuvieran a la contra, en una resistencia activa, militante. Es muy fácil desde luego ubicarse en la escena cuando todo ha ocurrido ya y mostrarnos de este modo en la línea correcta o más ecuánime o más acertada o más oportuna.



Hay quien lo tenía muy claro en su momento y lo tiene claro ahora, la misma actitud, sin un ápice de cuestionamiento, en un convencimiento de que por su boca sale siempre la verdad absoluta.  Incluso existe la figura del fanático. Hace unos días moría Abimael Guzmán, que defendió hasta su muerte la misma línea política y tachó a los demás de enemigos a eliminar, más cuando discrepaban con sus posiciones, incluso a quienes defendían un matiz apenas diferente del suyo, estos eran los peores, unos revisionistas a los que no cabía perdonar ni tolerar. Desde luego, Alfonso Sastre no era de estos, no cabe la más mínima comparación, sería insultante plantearla, él admitía la duda como mecanismo de incidir en la reflexión y pensar, en su convencimiento cabían múltiples variantes y circunstancias. Lo vemos en sus personajes, tan humanos. Pero no cabe la más mínima duda de que él optó por una posición y una firmeza que no fue la habitual entre los participantes de la tertulia del Café Gambrinus en la que él participó en sus inicios literarios y cuando ya empezaba a ser un escritor reconocido. No es que en ella se desdeñara la discusión política, al contrario, la hubo. Pero a todas luces en aquel grupo Alfonso Sastre fue quien optó por una militancia y una tenacidad más firmes, quien actuó y por tanto se convirtió en blanco de las discrepancias y de las críticas y de los juicios de valor. Y ahora de lo políticamente correcto y cierta reescritura de la historia, o de eso tan horrendo como es el establecimiento del relato. Es cierto al fin y al cabo que quien actúa va a tener sus aciertos y sus errores, sus claroscuros.

No es por lo demás tan fácil poseer convicciones y mantenerlas, a veces a contracorriente, a menudo uno tiende a tirar la toalla, dedicarse a otra cosa, lanzar por la borda todo un bagaje político porque es, sencillamente inasumible para sí mismo o puede que se produzca por endeblez personal o por falta de certeza o de seguridad. Tampoco lo juzgo. Cada cual sabe lo que hay en su cabeza y en su vida, ha de lidiar con sus principios y sus culpas, nadie puede erigirse en juez de los demás, puede que ni siquiera de sí mismo, es incluso un consejo evangélico, «no juzguéis para no ser juzgado». En gran medida, todo ello lo refleja perfectamente Aitor Merino en su documental Aitor eta biok, todo un referente para afrontar el conflicto vasco, o cualquier conflicto, mostrando bien a las claras las dudas, la necesidad constante de darle la vuelta a las propias convicciones porque hay siempre bastantes matices y hasta hay momentos en que sólo cabe decir que no se sabe, no se opina, no se tiene nada claro. Pero la presencia omnisciente de los tertulianos mediáticos ha hecho mucho daño porque obligan siempre a tener opinión y opinar de todo, sin una brecha en el discurso y mucho menos en las convicciones. Me temo que los mortales no poseemos nunca, en el fondo, tantos convencimientos.

Para mí Alfonso Sastre estará vinculado a otro escritor, José Bergamín, al que acogió en Hondarribia. Se trató para este último de un exilio interior después de una larguísima inadaptación a los nuevos tiempos, él mismo dijo que se iba a la parte de España que menos se parecía a esa nueva España en la que no se reconocía, atrapado como Max Aub en la añorada República Española.

 

 

 

domingo, 12 de septiembre de 2021

Las sendas emancipatorias

 




Lo habíamos olvidado casi por completo. Ahora, con su fallecimiento, todavía en prisión desde que lo detuvieran en 1992, ha reaparecido del olvido. Quienes nos interesamos por América Latina, por su literatura (sobre todo), por su historia y por su situación política y social sabíamos quién era y lo que hacía. También lo que pensaba, aunque el pensamiento del Camarada Gonzalo, su nombre de guerra, resultaba bastante confuso, un popurrí de ideas y conceptos a veces difícil de seguir e imposible de entender, aunque él fue, antes de su aventurismo armado, profesor de filosofía y uno espera una exposición más clara, tal vez unos conceptos más humanos, aunque esto, ya sabemos, no siempre funciona así, el siglo pasado nos ha dado no pocos ejemplos de cómo con bellas palabras o en círculos muy cultos pueden darse las peores masacres.

En todo caso, Abimael Guzmán estuvo en boca de todos como dirigente de un grupo armado, una guerrilla sanguinaria conocida como Partido Comunista del Perú – Sendero Luminoso. Lo de Sendero Luminoso procede de una cita de José Carlos Mariátegui, el pensador y político comunista peruano y uno de los fundadores del Partido Comunista de Perú a principios del siglo XX. En la década de los ochenta Sendero Luminoso llevó a cabo su actividad más sangrienta. Se enfrentó al Estado burgués, al capitalismo, lo propio en quien pretende instaurar un régimen comunista, pero también sus guerrilleros actuaron contra quienes consideraban revisionistas de los principios marxistas-leninistas-maoístas-pensamiento Gonzalo. En su punto de mira hubo tanto activistas sociales como dirigentes y militantes de otros partidos de izquierda. Asesinaron a bastantes de ellos. Su acción recordaba no poco a lo que estaba pasando en Camboya en ese momento, con los Jemeres Rojos en el poder y la masacre terrible de la población local. Si Sendero Luminoso hubiera llegado al poder, los resultados no hubiesen sido muy diferentes.

Eduardo Galeano advirtió que se puede prever cómo serían sus políticas observando sus acciones presentes, y las acciones de Sendero Luminoso no dejaban lugar a dudas. El dirigente campesino peruano Hugo Blanco denunció la doble opresión que sufrían los trabajadores del campo, la de los propietarios y la de Sendero Luminoso, que los amenazaba con sus acciones. Mario Vargas Llosa intenta comprender en Historia de Mayra las motivaciones de quien se echa al monte, aunque su personaje en la novela pertenece a otra corriente política.

Porque Sendero Luminoso incorporó a su ideario el del presidente Mao y su práctica durante la Revolución Cultural, un momento de la historia de China bastante represivo. El maoísmo se convirtió en los sesenta en otra de las corrientes del marxismo, el sesentayochismo lo popularizó en Europa y en Estados Unidos, donde surgieron partidos, grupos y algunos embriones revolucionarios bastantes exiguos que defendían las tesis del presidente Mao. Claro que no todos adoptaron las vías cruentas de Sendero Luminoso ni lo pretendieron.

En el País Vasco una de las primeras escisiones en ETA tuvo que ver con estas discusiones teóricas del marxismo. En 1966 la V Asamblea expulsaba de sus filas a Patxi Iturrioz y a Eugenio del Río que defendían una vía mucho más obrerista de la organización y una línea en aquel momento vagamente maoísta. El grupo que surgió de la expulsión se conoció durante unos meses como Komunistak y poco después nacía el Movimiento Comunista, que abandonó la lucha armada y se extendió por todo el Estado. Durante la década de los setenta este partido se consideró maoísta, hasta que poco a poco fue diluyendo su maoísmo, incluso el marxismo, imagino que como fruto de unos tiempos y un país que iba dejando atrás una cultura política obrera y abrazaba una concepción de clase media vagamente progresista y muy posmoderna. También aquí tuvo cierto peso político la Organización Revolucionaria de los Trabajadores, cuyas juventudes portaban el adjetivo claro y evidente de maoístas. Hubo presencia, por último, del Partido Comunista de España (marxista – leninista), que inició su andadura en 1964, defendiendo la política del presidente Mao hasta que tras la ruptura de la Albania de Enver Hoxha con China optaron por aquel país.



Cuesta trabajo entender que quien lucha por la emancipación humana o de la clase obrera defienda un régimen autoritario, aunque sólo sea de un modo táctico. Una conocida mía, militante de un partido marxista, de otra tendencia, lógicamente, suele afirmar, no sin ironía pero de un modo muy clarividente, que en estas cuestiones logísticas se guía por el consejo de su abuela: nunca quieras para los demás lo que no quieres para ti. André Breton lo tuvo claro cuando consideró que no eran compatibles las ideas emancipadores y el surrealismo con las férreas directrices estalinistas sobre el arte y la vida, lo que supuso su distanciamiento del Partido Comunista francés.

Coincide por lo demás la muerte de Abimael Guzmán con un debate promovido en Europa sobre las consecuencias sangrientas del marxismo. Una dirigente política ha criticado estos días las publicaciones recientes del Manifiesto Comunista realizadas por varias editoriales poniendo sobre la mesa la cantidad de muertos que han producido las políticas comunistas. Me temo que en nombre de conceptos e ideas emancipatorias se han cometido demasiadas masacres. Las religiones, sin ir más lejos, no han escapado de esta lógica cruenta, a pesar de sus mensajes de paz y amor. Nuestras democracias liberales tuvieron como inicio una revolución francesa que ni de lejos fue un ejemplo de tolerancia y pacifismo. Ya se sabe, quien esté libre de pecado que tire la primera piedra.