viernes, 29 de enero de 2016

Macao

 «Da mina língua vê-se o mar», escribió el escritor portugués Virgílio Ferreira, rememorando un poema de Fernando Pessoa, «Mar Português». Y quizá pocos países hay que puedan asociar su idioma, su país y el mar como Portugal. Tal vez por su situación geográfica, su propia configuración o por la amplia costa que posee, lo cierto es que Portugal comenzó a interesarse por lo que había allende sus costas e inició muy pronto, cuando los demás Estados europeos se estaban conformando aún, sus aventuras marítimas.

Aventuras marítimas que le permitieron recorrer el mundo y poseer enclaves  por todos los mares. Si mirásemos un mapa del siglo XVI veríamos un sinfín de lugares en el que los portugueses habían puesto una base, una defensa, un puerto. África estaba repleta. Hay que tener en cuenta que de las colonias y enclaves portugueses sólo Brasil, Angola y Mozambique adquieren dimensiones enormes, el resto son islas, penínsulas o pequeños territorios, siempre estratégicos para permitir a los barcos llevar a cabo sus navegaciones sin muchos riesgos.

Hubo un momento en que la población entera se implicó con estas aventuras marítimas, hasta el punto que se dice que en todas las familias portuguesas había alguien que se echaba al mar. De ahí también que surgiera un género literario a merced de dichas empresas: la Literatura Trágico-Marítima.

Pero además Portugal fue el primer país de Europa que, en ese periodo de transición que conocemos como Renacimiento europeo, organizó los viajes a Oriente. Desde que en 1498 Vasco de Gama llegara a Calcuta, aumentaron las expediciones al continente asiático. El interés por los espacios desconocidos creció de un modo enorme, venciendo el temor a lo que no se conocía. Y tal como les ocurría a los navegantes y expedicionarios que viajaron a América, y unos años antes a África, los portugueses tuvieron que realizar un enorme esfuerzo de comprensión de lo que veían. Porque la visión del mundo, además, no sólo es cuestión de ojos, sino de miradas empañadas con frecuencia por nuestra propia mentalidad, cultura y cosmovisión. «No vemos las cosas como son, sino como somos», afirmaría siglos después la escritora Anaïs Nin, y los europeos del siglo XVI eran de una manera que les llevó a tardar años en reconocer la realidad a la que asistían por primera vez y con unas visiones del mundo muy determinadas por leyendas y mitos o por las propias descripciones simbólicas del Antiguo Testamento.

Tras la llegada de los portugueses a Calcuta se comienzan a recibir noticias de China, de a terra dos chins. Los primeros contactos se produjeron en Malaca en 1509 y hay que decir que la impresión que obtuvieron los portugueses fue muy buena. A diferencias de los indios, cuya sociedad les debió de resultar caótica, con su pluralidad lingüística, sus extrañas religiones –que al principio consideraron cristianas porque no concebían que se pudiera ser otra cosa salvo cristiano, judío o musulmán, y la presencia de estatuas sólo apuntaba a esa hipótesis, a la del cristianismo llevado por Santo Tomás-, sus costumbres –ese andar semidesnudo, sentados siempre en el suelo, con sus comidas picantes- e incluso, sí, el color de su piel (estamos en el siglo XVI, recuérdese, y apenas había un mínimo reconocimiento hacia los portadores de pieles oscuras), la verdad es que los chinos les debieron de resultar la cima de la civilización y del refinamiento. Eran de piel clara, más blancos incluso que los europeos meridionales que llegaban a Asia, vestían por completo el cuerpo muchas veces con ropas elegantes de seda o, en su caso, cómoda, sus costumbres delicadas y sobre todo parecían dotados de reglas con que organizaban la sociedad. Muchos cronistas destacan en sus relaciones, al visitar las ciudades chinas, lo limpias que están las calles, les llama la atención frente a la suciedad maloliente de las ciudades de procedencia, e incluso se habla del sistema de cloacas, apenas conocido en Europa.

Esos primeros contactos permiten que una expedición portuguesa, comandada por Jorge Alvares, llegue a la Isla de Lintin, llamada por los portugueses Ilha de Tamão, y que el Rey Don Manuel ponga en marcha las primeras delegaciones para profundizar en los contactos. Esas primeras expediciones establecieran acuerdos, relaciones y vínculos con aquel país, algo que no era nada fácil y estaba con frecuencia a merced de notables errores que pusieron más de una vez en peligro las misiones encaminadas. A pesar de ello, los portugueses continuaron recorriendo las costas chinas y del Indostán, alcanzan en 1542 Japón y escogen las costas chinas como centro de su presencia en Asia. Hasta la Compañía de Jesús decide aprovechar la presencia portuguesa para su expansión por el Lejano Oriente.

En 1554 se firma el primer acuerdo entre China y Portugal, auspiciado por Leonel de Sousa, que llegó a ser gobernador, y que conlleva, entre otras cosas, la realización de una feria anual en el estuario del Río de la Perla. Tres años más tarde se transfirió a la península de Macao la base de los negocios portugueses en Oriente y poco después se instalará también allí la base de la Compañía de Jesús. La importancia de este enclave es tal que incluso los mandarines locales, en 1564, ante la revuelta de una armada que regresaba de una misión en Funjian, solicitan apoyo militar y logístico a los portugueses, que se la prestan, lo que indica la buena relación que se establece entre Portugal y China. Sólo así se entiende que Macao haya permanecido como parte del territorio de ultramar portugués, incluso aumentara su espacio al incorporar, a mediados del siglo XIX, las islas de Taipa y Coloane. Se mantuvo provincia de Portugal hasta el acuerdo de integración del enclave en la República Popular China como Región Administrativa Especial, el 20 de Diciembre de 1999.


Como no podía ser menos, Macao aparece en la literatura de viajes y en las crónicas de la época. El Tratado das cousas de China, de Fray Gaspar da Cruz, Décadas da Asia, de João de Barros, la Crónica do felicíssimo Rei D. Manuel, de Damião de Gois o el Tratado dos descobrimentos, de António Galvão son una pequeña muestra de esa aventura marítima portuguesa. 

miércoles, 27 de enero de 2016

Jirad Arraes o la actual Literatura de Cordel

Durante el siglo XIX se popularizó un tipo de literatura que en ocasiones se tachó como de mala calidad, de no alcanzar un patrón literario mínimo y que estaba destinado a las clases populares apenas alfabetizadas, a una población por tanto grosera, con un nivel bajo de formación escolar, ajena por tanto a lo que se consideró el buen gusto marcado por la burguesía que había encontrado en la novela su forma de expresión culta.

Se trataba del Feuilleton en Francia, de las novelas por entrega en España, de los barbantes en Portugal. No obstante, a pesar de la mala fama, hubo autores consagrados que se dedicaron en algún momento a este tipo de literatura, como fueron Alejandro Dumas, Honoré de Balzac o Eugéne Sue, en Francia, Stevenson o Dickens en Gran Bretaña, León Tolstoi en Rusia o Pérez Galdós en España, entre otros muchos. A los autores citados no se les puede considerar malos escritores, al contrario, han pasado a la historia de la literatura no sólo en sus países, sino, por decirlo de un modo cursi, en el parnaso universal de las letras. Si incluso Flaubert, tan meticuloso él, tan escrupuloso a la hora de colocar sustantivos y adjetivos en su prosa, tan atento en darle al oficio de escribir un carácter profesional que le permitiera a él y a sus colegas poder llegar a ser pudientes, publicó de esta forma su novela más conocida, Madame Bovary.

A favor de este género se debe alegar que contribuyó a que miles de personas comenzaran a leer, que hallaran en la lectura un incentivo, además de contribuir a que muchos escritores pudieran ganarse algo la vida en sus inicios literarios, lo que desde luego es de agradecer. Permitió además que surgieran numerosas revistas, algo también muy importante en la conformación cultural y en la difusión de las ideas en ese momento, como fueron las francesas La Lune o La revue de Paris o la española El Popular, entre otras.

Pero además este tipo de literatura se exportó allá donde Europa tuvo su influencia, en las colonias, por ejemplo, o en los nacientes Estados americanos, ya fueran de lengua inglesa, española o portuguesa.  

Uno de los países donde más éxito tuvo (y tiene, como veremos) este tipo de literatura (¿Género? Ignoro lo que dicen al respecto las academias), es Brasil, donde se extendieron los folhetos que recogían en gran medida una rica literatura oral –hay que tener en cuenta la aportación africana y migrante, con sus relatos y narraciones orales que conformaron en gran medida su memoria y sus mitos- y también difundieron una literatura rimada popular que narraba la cotidianidad, relatando incluso dramas políticos como el del suicido del presidente Getúlio Vargas.

Hay que tener en cuenta que Brasil recoge también la tradición portuguesa de la Literatura de Cordel, presente también en España, pero que Portugal consiguió apuntalar como un fenómeno literario sin igual. Por tanto, nos remontamos al Renacimiento, a la literatura trágico-marítima, a una literatura que consiguió enganchar a un gran número de lectores y también de escuchantes, en veladas donde se leía en voz alta para un público atento.

Los cordelistas se convirtieron en el siglo XIX en figuras importantes al volverse este tipo de literatura popular una verdadera tradición. Por cierto, muy masculina, con figuras como Leandro Gomes de Barros o João Martins de Athayde, que han pasado a engrosar la historia de la literatura brasileña, sin duda con todos los honores. Además, aunque fue un fenómeno que se dio en todo Brasil, también se centró con fuerza en los Estados del Nordeste, en Pernambuco, Ceará o Paraíba.

Pero en Brasil, además, se mantiene aún hoy este tradición de los cordelistas e incluso aprovechan las nuevas tecnologías para difundir su trabajo. Es el caso de Jarid Arraes, que mantiene la tradición, incluso familiar, como cuenta en una entrevista en la revista Capitolina, con un padre y un abuelo que se dedicaban al oficio, y que ahora divulga su obra a través de interné. Hay página web, como no podía ser menos:  http://jaridarraes.com/.


Lo que destaca además es que Jarid Arraes incorpora algo tan importante como la memoria y la reivindicación social en esta tradición de los folhetos e intenta recuperar, en este sentido, la aportación de las mujeres negras a la sociedad brasileña y escribe sobre Tereza de Benguela, Dandara dos Palmares y otros nombres que se quiere conservar en el recuerdo de su país. Son dos elementos que merecen la pena destacar: mantener y potenciar la cultura popular de los cordelistas y recuperar esa memoria de quienes aportaron sus luchas y riquezas al bien común.

lunes, 25 de enero de 2016

Vítor Ramil y la Estética del Frío

Comentaba hace tiempo Vítor Ramil que, viviendo en Barcelona por una temporada, fue a un supermercado y, mientras pagaba su compra, el cajero, un emigrante peruano, le preguntó de donde era. Brasileño, respondió él. Ah, de Brasil, afirmó admirado el susodicho, y se refirió a las playas, al calor, al verano permanente, al sol. El cantante, tal vez con un ápice de desaliento, le aclaró que en la región de donde él venía no hacía mucho calor, al contrario, era más bien fría. El hombre le miró no sin cierta incredulidad y luego cambió de tema. A qué te dedicas, le preguntó. Soy músico, respondió. Ah, músico, le dijo el amable cajero, y recitó como de seguido bossa nova, samba, pagode, batucada. De nuevo Vítor Ramil le tuvo que desmentir. Lo mío son más bien las milongas, le comentó con toda la amabilidad posible. Esta vez el hombre no pudo menos que mostrar bien a las claras su extrañeza. ¿Milongas?¿Pero eso no es del Uruguay y de la Argentina? En el fondo, debió de preguntarse el curioso cajero qué tipo de brasileño era aquel flaco que tenía ante sí mientras el cantante salía del establecimiento con serias dudas acerca de una brasileñidad que tendría tal vez que comenzar a cuestionarse, algo que, por cierto, no era la primera vez que le pasaba, según él mismo confiesa.

Lo cuenta en una conferencia publicada a la que le dio por título La estética del frío, al igual que uno de sus discos. Viviendo en Río de Janeiro a los veinticuatro años, al contemplar en un noticiario televisivo la información sobre el frío que asolaba su Estado, Río Grande do Sul, con niños que escribían en las ventanas escarchadas de los coches, sintió de pronto una enorme nostalgia de su tierra y al confrontarse con el calor de Copabacana, la nostalgia se le convirtió en una sensación de extrañeza, de no pertenecer a aquel lugar sino a otro muy diferente, de ser en definitiva un extranjero en su propio país.

Porque ser gaucho, a todas luces, es una forma especial de ser brasileño. Eso o tal vez habría que admitir que, si nos atenemos a los tópicos, a las imágenes fijas, Rio Grande do Sul no es Brasil, está más cerca de Uruguay y de Argentina que del resto de este inmenso país, y no sólo en cuanto a distancia se refiere, sino también en el plano cultural y social, y a lo mejor, al admitir ese hecho diferencial, tal como ocurre por otros lares, hasta se debería de separar para que el mundo supiera que en aquel rincón del mundo se cantan milongas y se habla un portugués menos cantarín, con un acento más nasal, como más luso. Claro que si se separara del resto de Brasil, ya se planteó y se dio en algún momento de su historia, se perdería también mucho de ese rico intercambio con un país de inmensa variedad cultural y humana.

Eso es algo, no obstante, que debe de ocurrir en todos los países del mundo. Más en los más grandes, evidente, pero en todos los Estados hay diferencias notabilísimas entre las diferentes regiones que lo constituyen y a poco que nos fijemos podemos descubrir la variedad en costumbres, comidas, acentos o músicas, como es el caso. Porque Vítor Ramil canta milongas, en efecto, como en Argentina o Uruguay, incluso adopta algunas escritas nada menos que por Borges, como La Milonga de Albornoz, pero las milongas también son de Río Grande, tan propias como de los otros dos países mencionados, pero además se deja influir con absoluta normalidad de otros tonos, de otras músicas, de otras letras, porque la música, como el arte en general, no conoce de fronteras, como ocurre con los cantes de ida y vuelta.

Río Grande do Sul, además, constituye una zona en la que resultan normales las influencias mutuas, la de los países vecinos, pero también las que se derivan de ser una región de inmigrantes. Claro que como lo es también todo Brasil donde hay aportes de todo el mundo. No en vano en São Paulo vive la comunidad de origen japonés más grande del mundo después, claro está, de la del propio Japón. Es uno de los países con mayor presencia de afroamericanos, de población de origen africano que llevaron ritmos, palabras, cosmovisiones, sentimientos, como ocurre en Bahía y Recife, por no hablar de la presencia de descendientes de europeos, no sólo portugueses, sino centroeuropeos, nórdicos, italianos o españoles en todo el país.

Todo ello nos puede llevar a plantearnos el tema este de la identidad, tanto individual como colectiva. Resulta evidente que Vítor Ramil canta como canta por pertenecer a un contexto cultural –Rio Grande do Sul, Brasil o la zona que los vincula a Uruguay y Argentina-, pero también personal, ser hijo, por ejemplo, de uruguayo (dos nacionalidades, dos idiomas), haber vivido en otras zonas de Brasil donde se empapó de otros ritmos y conoció otros estilos y otros cantantes, haber podido vivir experiencias en otros lugares, otras ciudades y países, otras personas. Es de Perogrullo. Como lo es, en contra de quienes defienden ideas fijas, inmóviles de la cultura, que la identidad es algo dinámico, algo que varía con el tiempo, por tanto las cosas cambian y tampoco es malo que así sea, muy al contrario. Y con el cambio vamos conformando nuestra identidad, del mismo modo que el tiempo y el cambio inciden en lo que somos como personas, nos permiten crecer, ser mejores.

Ante todo esto, ¿cómo ha de actuar el arte ante el espinoso tema de la identidad? Quizá desde el arte, como de hecho desde cualquier otro ámbito, no haya nada que decir al respecto. Se es y se vive el ser cambiante, nada más, porque tal vez plantearse una y otra vez el tema de la identidad sea propio de almas dubitativas o de caracteres inanes. Quizá debamos aceptar lo que somos, el lugar que ocupamos en el mundo que incluye el cambio y que era el ideal clásico de los griegos cuando hablaban de armonía (concepto este muy presente, por cierto, en la música); ser, nada más ni nada menos, sin darle una y mil vueltas a esa reflexión sobre la imagen que proyectamos. Se trata de algo a lo que Vítor Ramil se refiere cuando habla de la estética del frío: un viaje cuyo objetivo es el propio viaje. En definitiva, se trata de vivir, nada menos.

Las canciones de Vítor Ramil, en este sentido, supone un largo viaje repleto de sentimiento y de armonía, una manera de estar en el mundo, en definitiva, sin la necesidad de plantearse la identidad una y otra vez, narrándola, nada más, como si el cantante hiciera suya la consigna de Borges: «El arte debe de ser como un espejo que nos revela nuestra propia cara», espejo que nos lo coloca para que nosotros veamos pasar también nuestro reflejo, parte de lo que somos, nuestra propia identidad, nuestra vida.


viernes, 22 de enero de 2016

La poesía crioula en Guinea Bissau

Africa es multilingüe. Todos los países que forman parte de este continente poseen una riqueza lingüística enorme que se traduce en que sus ciudadanos acostumbran a conocer varias lenguas y las emplean con frecuencia en su cotidianidad. A los idiomas hablados en cada país, muchas de ellas extendidas y compartidas por varios Estados, hay que añadir además el idioma del país que durante mucho tiempo los colonizó, idioma que no sólo se introdujo y pasó a estar en pie de igualdad con las ya habladas, sino que además se estableció como lengua oficial o lengua común por parte de una etnias que hablaban y hablan distintos idiomas y que necesitaban y necesitan un idioma de referencia y comunicación para todas ellas.

Guinea Bissau es un buen ejemplo de ello. Antigua colonia portuguesa, con poco más de un millón de habitantes, se hablan más de quince idiomas, de las cuales predominan dos: el portugués y el croulo, que es un idioma reconocido, de base portuguesa y que habla alrededor del 90% de la población. De hecho, el crioulo es el idioma de comunicación interétnica, la lengua franca de la mayoría de la población que se ha convertido también en una más de las lenguas del país, hasta el punto de que ya es el idioma materno de buena parte de la población. El portugués, por su parte, es lengua oficial, idioma de la administración y también la que le da al país un rasgo identitario al estar situado entre países –Senegal, Mali y Guinea Conakri- que tienen el francés como lengua oficial, aunque compartida con otras.

Guinea Bissau forma parte de la Comunidad de Países de Lengua Portuguesa (CPLP) y de la asociación de Países Africanos de Lengua Oficial Portuguesa (PALOP), organismos ambos muy activos tanto en políticas de cooperación económica como en materia de educación y cultura. Todos estos países agrupados en el Palop tienen el portugués como lengua de enseñanza desde la educación básica hasta la universitaria, lo que ha planteado desde hace años, en el caso guineano, un arduo debate porque una gran parte de los niños que se escolarizan en los primeros años de la educación no hablan portugués, sino que la mayoría hablan crioulo, por lo que hay una parte de los pedagogos que defienden que en el primer ciclo, en esos primeros años de contacto con la escuela, el idioma a utilizar debería ser éste y el portugués se debería integrar a medida que el alumno fuese avanzando de nivel.

El debate de las lenguas también se ha introducido en el ámbito de la literatura. En general apareció en la mayoría de los países africanos una literatura escrita propia ya en los años del colonialismo y que se avanzó tras las correspondientes independencias. Había desde luego –y siguió habiendo- una tradición oral bastante rica y en las múltiples lenguas que incidía en los autores que comenzaban a escribir, pero a la hora de afrontar una carrera literaria más “formal”, según los cánones occidentales, muchos escritores se pasaron a las lenguas de la metrópoli –inglés, francés, portugués, en castellano en el caso de Guinea Ecuatorial- en las que los escritores se manejaban bien y en la que la mayoría, además, habían estudiado. De este modo, se vinculaban también a una tradición más internacional.  


Sin embargo, no es que las lenguas propias no se hablasen, se mantenían en muchos casos como idiomas habituales de comunicación y de literatura oral, incluso aparecieron autores que las utilizaba, aunque de un modo marginal al principio. Pero al mismo tiempo hubo lenguas que han ido ganando terreno, como el wolof o el swahili, y comienzan a ocupar su lugar en la enseñanza, la administración y por tanto también en la literatura.

Es el caso del crioulo en Guinea Bissau. Lengua basada en el portugués, que se distancia de ésta como dialecto y hablada también en Cabo Verde y en la isla de Annobón, perteneciente a Guinea Ecuatorial,  se reclama como idioma de cultura y desde muy pronto se utiliza en poesía y en canciones. Ya a finales del siglo XIX y a lo largo del XX se recopilan numerosas cantigas en crioulo. En un país de una gran riqueza musical, no son pocos los griots, cantores tradicionales al estilo de los juglares, que emplean este idioma en sus cantos, muchos de ellos verdaderas crónicas cantadas con el Kumbé como melodía.  Entre los griots famosos encontramos a Malan Camaleon, Djafalu o Malé. El crioulo es la lengua en que cantan artistas que realizan una labor de mestizaje musical impresionante, como Mû o Nino Galissa.

Durante los años del proceso de liberación del país, en 1975, son ya numerosos autores los que emplean el crioulo, además del portugués, como lengua principal, aunque no única, de sus obras. Mención especial merece José Carlos Schwarcz (1949-1977), que además de poeta era también cantor. La lista de escritores es muy amplia: Aliu Bari, Armando Salvaterra, Djibral Baldé, José Silva Monteiro, Serifo Mané, Hugo Monteiro o Adriano Gomes Ferreira “Atchutchi”, entre muchos otros.

En todos ellos está presente la reivindicación del crioulo como lengua de cultura, como parte de su país, de su identidad, de su realidad social.

En este sentido, una de las principales autoras es Odete Semedo, que además es una de las personas que más ha reflexionado sobre la identidad, las lenguas y la cultura africana en general y guineana en particular, se plantea la cuestión del idioma en su obra y se lo pregunta en un poema: Na kal lingu ke N na skirbi nel, en qué idioma escribir, verdadera declaración de intenciones para ella y para varias generaciones de escritores guineanos:

Na kal lingu ke n na skirbi
Ña diklarasons di amor?
Na kal lingu ke n na kanta
Storias ke n kontado?

 Na kal lingu ke n na skirbi
Pa n konta fasañas di mindjeris
Ku omis di ña tchon?
Kuma ke n na papia di no omis garandi
Di no pasadas ku no kantigas?
Pa n kontal na kriol?
Na kriol ke n na kontal!
Ma kal sinal ke n na disa
Netus di no djorson? …

Ña rekadu n na disal tambi na n fodja
N e lingu di djinti
E lingu ke n ka ntindi

(¿En qué lengua escribir / las declaraciones de amor? / ¿En qué lengua cantar / las historias que oí contar? // ¿En qué lengua escribir / para contar los hechos de las mujeres / y de los hombres de mi tierra? / ¿Cómo hablar de los viejos / de las anécdotas y las cantigas? / ¿Hablaré en crioulo? / ¡Hablaré en crioulo! / ¿Pero qué señales voy a dejar / a los nietos de este siglo…? // Dejaré el recado en un pergaminos / en esta lengua lusa / que mal entiendo)

Desde luego no es un problema que se dé sólo en África, también se plantea en otros lugares, en Asia por ejemplo o en menor medida en realidades latinoamericanas donde lo indígena posee un peso importante como comunidades con voz propia. Pero es en África sin duda donde el debate es más arduo e intenso, y que refleja bien a las claras la importancia cultural del continente africano, un continente rico también en creatividad tanto en música como en literatura.


miércoles, 20 de enero de 2016

José Eduardo Agualusa

José Eduardo Agualusa
Nação Crioula
Publicações Dom Quixote, 1997

El colonialismo portugués creó un espacio muy particular, con vínculos muy estrechos y relaciones triangulares entre las diferentes poblaciones y partes del imperio. De hecho, da un poco la sensación de que hubo tres grandes triángulos: el formado por Angola, Brasil y Portugal; el formado por Mozambique, los enclaves de Asia (Goa, Macau y Timor) y Portugal; y, por último el formado por Guinea Bissau, Cabo Verde y Portugal (al que se podría incorporar Santo Tomé y Príncipe).

Esto lo sabe muy bien el escritor angoleño José Eduardo Agualusa, que ha situado varias de sus novelas y relatos en alguno de estos ámbitos geográficos.

Es el caso de esta novela, Nação Crioula, en la que desarrolla una historia de amor entre Carlos Fradique Mendes, ciudadano portugués, aventurero y residente en Angola, y Ana Olimpia Vaz de Caminha, nacida esclava y que acaba siendo una de las personas más ricas de la colonia. José Eduardo Agualusa realiza un juego intertextual al incorporar a Fradique, personaje que no lo crea el escritor angoleño, sino que procede de la propia literatura portuguesa, se trata de un heterónimo y personaje colectivo inventado por varios autores vinculados a la denominada generación de 1870 y al que alumbran en una tertulia, O Cenáculo, y aparece en obras de Eça de Queiroz y Ramalho Ortigão.

El tema en el que se encuadra esta relación es el de la esclavitud y el rechazo que produce en buena parte de la población portuguesa que, al igual que ocurría en otras sociedades, como la británica o unos años antes la norteamericana, fue objeto de un gran debate público.

La novela es epistolar. Carlos Fradique Mendes escribe cartas a quien califica como su madrina, Madame de Jouarre, a su propia amada, Olimpia, cuando están separados y, como no podía ser menos, al escritor portugués Eça de Queiroz. Sólo la última carta la escribe Ana Olimpia y la dirige al escritor portugués. En ella cuenta algunas de las claves del relato.

De este modo y a lo largo de un amplio periodo de tiempo, José Eduardo Agualusa va componiendo una descripción de la sociedad colonial, de las relaciones entre población blanca y esclavos tanto en Angola como en Brasil, también entre los diferentes grupos étnicos y los mestizos, y los debates políticos, sociales y religiosos que se establecen, algunos de ellos aparentemente contradictorios, como el que algunos de los opositores al esclavismo tengan que actuar como negreros en algunos momentos determinados.

De este modo, Carlos Fradique Mendes deviene un activista contra esta lacra que existió siempre, sí, pero que el colonialismo europeo convirtió en verdadero pilar económico, hasta el punto que, aunque difícil de evaluar en su monto total, buena parte del desarrollo económico de Europa procede de la acumulación de capital que produjo el comercio de seres humanos. 


José Eduardo Agualusa recoge en parte muchos de estos debates reales que se dieron tanto en Portugal como en Brasil y en Angola. Menciona al escritor brasileño Castro Alves, que hizo de su lucha contra la esclavitud el eje de su vida y de su obra. Dibuja en gran medida un retrato de un mundo que se desarrollo a través del horror del esclavismo y el desarrollo de la economía que va a permitir en un momento dado la liberación de los esclavos, cambiándoles el estatuto, pero no el fondo. En este sentido, uno de lós personajes, Cornelio, un esclavo liberado, afirma: «A vida de un escravo é uma casa com muitas janelas e nenhuma porta. A vida de um homem livre é uma casa com muitas portas e nenhuma janela». Toda una declaración del absurdo de nuestra individualidad cotidiana en la vida política y social imperante.

lunes, 18 de enero de 2016

Cine portugués y memoria

El cine, al igual que la literatura, calibra muchas veces la atmósfera social, muestra esa infrahistoria a la que no accedemos a través de la historia. De la historia académica se entiende, considerada como objetiva y veraz, aunque aquí habría mucho que precisar, pues no siempre es evidente que la Historia (con mayúscula) sea ecuánime, menos cuando deviene oficial y responde a los intereses del poder, pero también es cierto que, al mismo tiempo, surgen nuevas tendencias académicas más interesada en las historias de la Historia, las que narran los sucesos de los de abajo. El género memorístico, por otro lado, podrá servirnos para conocer determinada época más allá de los datos fríos y distantes que proporciona la Historia (convencional), claro que en las memorias suele con frecuencia dominar el subjetivismo y no son pocos los autores que al relatar el objeto de sus recuerdos procuran adornarlos, barrer para casa e incluso justificar lo que, con el tiempo, resulta difícil ya justificar o no posee la pasión del tiempo que se narra.

Cuando además se pone sobre la mesa el tema de la memoria histórica (¿reiterativo?¿Acaso no toda memoria es histórica?), lo que ha pasado en muchos países y pueblos que han sufrido procesos traumáticos, cine y literatura se vuelven dos medios apropiados para plantear cuestiones morales y reflexiones políticas de la historia, dos medios apropiados también para dar a conocer datos, sentimientos y vivencias, aunque los expresen a partir de la ficción y a través de los ojos particulares y creativos de un escritor o de una guionista cinematográfico o teatral.

Portugal, al igual que muchos otros países europeos, entre ellos su vecino peninsular, sufrió una larga dictadura. El régimen, conocido como salazarista por el apellido del hombre fuerte del mismo, António de Oliveira Salazar, no era empero como la dictadura española de Francisco Franco, más bien se parecía, sobre todo en determinados momentos, a la dictadura de Primo de Rivera, calificada en ocasiones como dictablanda. Sin embargo, no estaba exenta del terror de otras dictaduras. Hubo mecanismos institucionalizados de represión cruel y sangrienta, como el ejercido por la PIDE, sigla que corresponde a Policía Internacional y de Defensa del Estado, y que causó en su momento verdadero pánico no sólo en el territorio europeo de Portugal, sino también en las colonias, las consideradas provincias portuguesas de ultramar, por sus torturas y crímenes contra oponentes políticos y en general contra una buena parte de la población.

Pero el país logró despojarse de su dictadura. Los movimientos de liberación en las colonias, la acción de la oposición política  en la metrópoli y la inclusión en los puestos de mando del ejército de cuadros con posiciones políticas cada vez más opuestas a las del régimen encauzaron un amplio movimiento que derivó en la jornada del 25 de Abril de 1974, una acción liberalizadora del ejército promovido por el Movimiento de Capitanes que fue, además, el último acto de un amplio movimiento revolucionario que cruzó toda Europa, pero que, a pesar del heroísmo, dio paso a una etapa más formal y sin ese espíritu de transformación que reinó durante unos años en el Viejo Continente. Es cierto: cayó el heredero de Salazar, Marcelo Caetano, en su puesto desde 1968 cuando aquel quedó imposibilitado tras un accidente casero, se acabó la dictadura y con ella la guerra colonial, la opresión de varios pueblos africanos y timorense, la represión interna. Hubo unos meses de intensa actividad y de enorme ilusión por los cambios que se estaban produciendo, pero pronto llegó el desencanto y un olvido interesado y parcial. Portugal dejó atrás su revolución, aunque ésta sigue presente en el imaginario colectivo como uno de sus hitos, aun cuando las cosas no acabaron siendo como se esperaba.

 De esto tratan dos películas portuguesas relativamente recientes, Capitães de Abril (2000) y O Julgamento (2007), de esa historia de un país que se movió entre la esperanza y el desencanto, entre la voluntad de superación y la decepción, entre la posibilidad de asaltar los cielos y la asunción de una normalidad que resultó al final, de un modo velado pero innegable, decepcionante.

Capitães de Abril, escrita y dirigida por María de Medeiros, narra aquella jornada del 25 de Abril. Vamos asistiendo, desde la perspectiva de la esposa de uno de los militares sublevados, a los hechos que se desarrollan desde las horas previas hasta las horas posteriores de una acción militar que no fue, sin embargo, tan sencilla, hubo momentos de enorme tensión e incertidumbre, pero que se desarrolló también de un modo absolutamente absurdo e improvisado. Asistimos a la eclosión de una alegría enfervorizada debido a la larga espera del final de la dictadura y el inicio de una nueva etapa política más libre e igualitaria. Vemos la rabia contra los temibles pides, que son objeto de la persecución popular. La revuelta triunfa: Marcelo Caetano parte del país, consecuencia en parte también del posibilismo de algunos militares, como Spínola, conscientes de los nuevos tiempos que se avecinan. Pero el tiempo encauzará toda esa alegría popular y Portugal avanzará por sendas más convencionales hacia una democracia formal, hacia el país “normalizado” que es hoy, en este momento en el que su sociedad vive un momento de crisis e incertidumbre, aunque se recuerda aún aquel 25 de Abril como una efemérides histórica.

Por su parte, O Julgamento, realizada por Leonel Vieira y escrita por Itzaias Almeida y João Nunes, nos presenta la reciente historia de Portugal desde otra perspectiva, los de los olvidos de los hechos más cruentos que al final no se investigaron ni se juzgaron debido a una voluntad institucional de superar los años más negros. Cuatro amigos que sufrieron la represión de la dictadura y que forman una clase media bien situada se reencuentran para recordar a uno de los amigos asesinados por la PIDE, pero una mera casualidad les descubre que un antiguo torturador sigue vivo bajo otra identidad y deciden tomarse la justicia por su mano. De este modo, se plantea hasta que punto hemos de pasar página en pos de una convivencia democrática o no debemos cerrar etapas hasta que no haya un pleno resarcimiento de las víctimas.


Ambas películas nos hablan de la decepción posrevolucionaria en Portugal, pero quizá sea la segunda, O Julgamento, la que nos plantea debates muy actuales en España, por ejemplo, donde la discusión por la Memoria y la necesidad de investigar lo ocurrido bajo el régimen anterior se ha convertido en uno de los ejes centrales del debate público actual. Cerrar capítulos históricos en los que la violencia ha hecho acto de presencia de un modo intenso no es nada fácil, puede que durante unos años se mire hacia otro lado, pero al final, de un modo u otro, reaparecen y exigen reparación y justicia para poder pasar página de verdad. Son procesos largos e intensos que tienen sus contradicciones, pero que han de profundizarse para cerrar viejas heridas y evitar así que vuelvan a abrirse sus cicatrices. 

sábado, 16 de enero de 2016

Crónica de una travesía

Luis Cardoso
Crónica de uma travessia
A Época do Ai-Dik-Funam
Publicações Dom Quixote, 2010


¿Puede el rescate de la memoria, como apunta José Eduarde Agualusa, añadir una dimensión inédita al combate por la libertad? En España, un país en el que parece que se rehúye del pasado, o en todo caso de su delimitación o de su reflexión críticas, el debate recién se ha planteado como quien dice, al menos en lo que se refiere a la memoria de los perdedores, tal vez porque se asume que la historia la escriben los vencedores o, lo que es casi lo mismo, que es un discurso creado, un mera rama de la ficción (a la que se añade la coletilla basada en hechos reales). Quizá no sea por nada que los mejores conocedores de la historia y de la cultura españolas hayan sido los hispanistas británicos o que haya capítulos enteros de la historia española que sean casi desconocidos por la población y apenas los estudien un puñado de especialistas, como la heterodoxia religiosa del siglo XVI e incluso anterior o la revolución de 1937, por citar sólo dos ejemplos por los que uno siente cierto interés y una enorme atracción intelectual, sentimental e incluso vital. En Portugal, por el contrario, ha habido un mayor interés por la memoria, por echar una mirada hacia atrás, a veces con nostalgia, a veces con interés crítico, y habrá a quien se le ocurra pensar que es por aquello de la saudade, aunque esto de la saudade sea en realidad otra cosa.

En todo caso, algo tendrá que ver el modo cómo ambos países zanjaron sendas dictaduras. En España fue consecuencia de una serie de pactos desde arriba. Hubo luchas sociales, sí, algunas muy importantes e influyentes, en algún momento se pudo llegar a sentir que se perdía el control de la situación, pero al final se asentó el posibilismo que a veces también se podría calificar de mero pasteleo y cuya consecuencia sistémica parece haber llegado a su fin, aunque esto no es del todo seguro. En Portugal se dio mal que bien una ruptura, hubo sus más y sus menos, pero lo que nadie puede negar es que todo el proceso de las guerras coloniales, la decadencia de un país ya elegantemente decadente, la actuación de una oposición decidida y, por fin, la Revolución de los Claveles fue un proceso intenso, real, impresionante y a todas luces ejemplar.

Podemos ir un poco más para atrás en el tiempo y reflexionar sobre la concepción de imperio en ambos países, no entre las élites dominantes, siempre tan retóricas, sino en la población. Aquí también hay diferencias entre España y Portugal. La participación de la población española en su conjunto en la conformación imperial, algunos lo llamarían la aventura colonial, fue minoritaria, apenas una nota a pie de página y no hay más que observar la escasa presencia de las Indias en la literatura española peninsular. En Portugal, por el contrario, la presencia de África, de Asia o de América fue enorme, hasta el punto de que casi cada familia tenía a alguien que hubiera salido de la metrópoli y la influencia en la literatura resultó más que notable, se creó nada menos que un subgénero, la historia trágico-marítima.

Existió un imperio portugués por el que tampoco se ponía el sol, aunque fuera más discreto, pareciese querer pasar más desapercibido y actuara en ocasiones al margen de la realidad internacional de cada época histórica, como si la Historia del mundo no fuera mucho con él. Alcanzó enclaves que incluso son difícil de situar en el mapa, de tan lejanos, exóticos y periféricos que resultan, como si hubiera un inconsciente colectivo que empujara a que la colonia se pareciera a la metrópoli, claro que esto lo desmiente Brasil o también Angola y Mozambique, enormes territorios que se han convertido en verdaderas potencias regionales y mundiales. Además, no parece muy realista que hablemos de los parecidos entre los pueblos colonizadores y los pueblos colonizados, como si se pudiera transportar algo así como el espíritu de un pueblo y hubiese un juego de espejos. Aunque puede que haya algo de eso.

Viene esto a colación por un libro –una crónica lo califica su autor- que habla de una de esas antiguas colonias, Timor Oriental, la antigua Timor Portuguesa, que apenas vivió por unos días las consecuencias liberadoras de la Revolución de los Claveles al incorporarla Indonesia a su Estado a la fuerza tras una vana declaración de independencia y que no obtendría hasta veintiséis años después, en 2002, la primera declaración de independencia del siglo XXI. Luís Cardoso escribe la crónica de una travesía, la de su padre, enfermero, comprometido, nostálgico –saudoso tal vez habría que decir-, y con ella recorre la historia de una realidad que nos suena tan exótica, pero al mismo tiempo tan dramática y también atractiva y variada como el mundo es. En este sentido, no hay más que fijarse de la cantidad de lenguas que se citan en el relato, todas ellas para una población de apenas poco más de un millón de habitantes y como el protagonista de la crónica las aprende sin problemas a medida que va recorriendo el territorio.


Llama también la atención la relación que se establece con la metrópoli, esa Portugal tan lejana pero tan presente al mismo tiempo. El colonialismo fue a todas luces una etapa brutal, cruel, basada en ideas de superioridades e inferioridades étnicas y nacionales, o séase, racistas, y estúpidos absurdos como la de querer imponer, como se explica en el libro, ropas y modas occidentales a funcionarios y sus esposas que viven a miles de kilómetros. Pero como la realidad posee variantes, a veces sin que lleguemos a comprender ciertos mecanismos emocionales, también se estrechan vínculos y se crean afectos entre personas de allá y de acá, y la mezcla de culturas, aunque sea estructuralmente forzada, acaba dando nuevas realidades. De nuevo la literatura nos permite apreciar elementos que la historia, la sociología u otros saberes académicos no alcanzan a ver. En definitiva, «só se cansa do mar quem do mar só vê a água», afirmación de uno de los personajes que no deja de ser una gran verdad.

jueves, 14 de enero de 2016

Era una vez Shakespeare en Río

Romeo y Julieta se ha convertido en el paradigma de la historia de amor que acaba en tragedia. La obra de Shakespeare no fue la primera, es evidente que tampoco la última, en trazar un relato sobre amores prohibidos. Por tanto, es inevitable encontrar los paralelismos en una película brasileña, Era uma vez (2008) del director Breno Silveiro, que muestra un amor imposible no por el enfrentamiento entre dos familias, como en la obra de teatro, sino entre dos mundos distintos que comparten un mismo espacio físico, la ciudad de Río de Janeiro. Porque ese amor que vincula a Dé y Nina da luz a las diferencias entre la favela de Cantagalo, un lugar marginal, pobre y violento, donde crece él, e Ipanema, el barrio rico de princesas y triunfadores sociales a golpe de generaciones o de trabajo duro, donde vive ella. Por tanto, hablamos de un tema eterno: chico conoce chica y su amor es todo un reto para el muchacho que busca, tras una tensa, pese a su juventud, biografía repleta de violencia, muerte y segregación, salir adelante, ser digno para su amada, no tener que avergonzarse por su origen ni que se avergüence ella, pero también de una realidad social que se descubre de pronto en toda su aridez.

Porque el romance, inevitable, es la antesala de la tragedia. Lo cual nos permite asistir a la descripción de los dos mundos, el de los ricos y el de los pobres, ambos dominados por una ruda fogosidad para mantener y conseguir el dominio y el poder, aunque nos resulte más evidente toda esa violencia ambiciosa en el mundo de la favela, sin ser patrimonio de la misma, que también existe en el mundo civilizado aun cuando esté disimulado en el bosque de las normas y de las leyes, de las formulas de cortesía y la buena educación. Del mismo modo se impone la evidencia de que ese mundo de la marginalidad está repleto de tipos como Dé, víctimas al final de prejuicios que se extienden a toda una zona, que dificulta la comunicación y crea muros invisibles, pero tan firmes como los visibles.

Esos muros no existen sólo en Río de Janeiro, ni en general en las grandes ciudades de América Latina, también se levantan en nuestra geografía. A veces los levantan los intereses políticos que convierten la segregación en un instrumento de poder político y social. Cualquiera de los distintos barrios en que se dividen nuestras ciudades se vuelve escenario de división creados por prejuicios infundados y que a menudo la política y su expresión más teatralizada, el de las elecciones, cada vez más banales, buscan convertir en verdades absolutas. Prejuicios contra comunidades, contra etnias, contra grupos sociales, prejuicios en definitiva que se vuelven armas arrojadizas, de eso es de lo que hablamos, de verdades que no permiten ver la realidad.


En el cine resulta muy fácil darse cuenta del error de ciertas actitudes, vemos a Dé tan formal, tan trabajador, tan bello, tan atento, tan afanoso y empeñado por avanzar, mejorar y vivir una vida que es la que quisiéramos que, al final, nos duele como acaba todo. Pero es lo que tiene el cine, es fácil tomar partido. La realidad, al parecer, no va por las mismas sendas y entonces no es tan evidente que haya otros Dé en otros grupos humanos, o al menos no los vemos. No los vemos porque no los queremos ver, siempre es mucho más fácil la mera simplificación. Claro que en el cine todo es mucho mejor, ya se sabe que la realidad supera la ficción, sobre todo cuando se trata de tragedias.

martes, 12 de enero de 2016

España y Portugal

   
            La revista bilbaína Zurgai dedica su último número de 2015 al poeta Antonio Gamoneda. Aprovechando la admiración de este autor por la poesía portuguesa –suele además comparársele a dos escritores lusos, Eugenio de Andrade y Herberto Helder, aunque puede que esto de las comparaciones entre autores sea una necesidad absurda porque al fin y al cabo son normales las influencias mutuas, además de saludables-, este número de diciembre incluye un apartado dedicado a las relaciones entre este poeta y la literatura portuguesa en el que participan varios escritores y profesores de ambos países, apartado éste que recibe el muy apropiado nombre de Diálogos ibéricos.

            Ya resulta un tópico afirmar que España y Portugal son dos países que viven a espaldas el uno del otro, a pesar de su vecindad, aunque a decir verdad sería más justo decir que es España quien le da la espalda a Portugal, porque en este país se conoce más la realidad social, política y cultural de España que al revés. Podríamos sin duda comprobar esta descompensación si obtuviéramos datos, por ejemplo, del número de portugueses que aprenden español frente al número de españoles que aprenden portugués, a pesar de que se ha cambiado la tónica en España, dato este que puede ser muy significativo de una actitud histórica muy generalizada frente a la cual no vale decir que son dos idiomas muy próximos –también lo es el francés o el italiano, sin que a nadie le sorprenda que se estudien- o que es un idioma periférico, que lo será tal vez en Europa, pero estamos ante unos de los idiomas más hablados del planeta, por referirse a una cuestión práctica, y sin duda con una tradición literaria inmensa, tanto en Portugal, como en Brasil, pero también en los países africanos de lengua portuguesa, realidad muy desconocida en España, por desgracia, con unos escritores más que encomiables, algunos de los cuales ya han empezado a publicarse, aunque sea a cuentagotas, gracias a la apuesta de algunas editoriales atentas a la buena literatura y, cómo no, a la labor de hormiguita de traductores y profesores de literatura.

            Miguel de Unamuno, en este sentido del aprendizaje de las lenguas, afirmaba que cualquier persona cultivada de España debería, para que se le considerara realmente culta, hablar portugués y de paso al menos alguna de las lenguas de España, aparte del castellano, propuesta esta que de tanto en tanto sale a la palestra incluso en nuestros días, de hecho desde una de las formaciones políticas emergentes se ha indicado estos días la conveniencia, no es nueva, de que los alumnos españoles de cualquier región pudieran aprender gallego, vasco o catalán (de paso no puedo evitar reivindicar la necesidad de que se reconozca la cultura gitana y su lengua, por desgracia en claro retroceso, el caló, como una más del Estado español, sin una base territorial a diferencia de las mencionadas). En esto nos llevan ventaja, de nuevo, los portugueses, donde incluso algunos de sus autores clásicos, como Luís de Camões o Gil Vicente, escribieron parte de su obra en castellano, como nos señala el propio Gamoneda en su artículo en Zurgai.

Y es que la literatura es uno de los pocos ámbitos donde se da un cierto intercambio entre ambos países. No hay que olvidar por ejemplo que la denominada Generación del 70 en Portugal, a finales del siglo XIX, una generación por cierto con preocupaciones regeneracionista muy similares a la española Generación del 98, se interesó en algún momento por reforzar el iberismo, un movimiento que buscaba una confederación ibérica y que en España apenas tuvo eco, más por mero desconocimiento que por un rechazo manifiesto, y más allá también de ciertos círculos culturales y políticos republicanos y libertarios de Barcelona y Madrid.

Por suerte, desde la segunda mitad del siglo XX se comienza a conocer al otro país, y es desde la literatura, aparte del eco de la Revolución de los claveles, donde se han hecho más esfuerzos. Antonio Gamoneda o su compañero de generación, Ángel González, por ejemplo, dieron a conocer a poetas del país vecino y consiguieron estrechar lazos literarios a medida también que la literatura portuguesa se conocía más y mejor en España.


De ahí que sea importante la iniciativa de los diálogos ibéricos, como los que propone la revista Zurgai, que permitan darse a conocer mutuamente y en este caso dar a conocer en esta parte de la frontera, a poder ser sin los prejuicios y tópicos deformantes, tan habituales y erróneos.

domingo, 10 de enero de 2016

Germano Almeida

Germano Almeida
Os Dois Irmãos 
Editorial Caminho, 1995
  
            ¿Es posible que los juicios, los juicios en solemnes tribunales, sirvan para entender la realidad, para contemplar las relaciones humanas, para concebir los mecanismos sociales y políticos que se estipulan en las sociedades? Depende. Es cierto que un juicio es una representación de lo real, de un hecho concreto que se da en la vida, pero se analiza desde la perspectiva del derecho. Y el derecho es la normativización de los comportamientos humanos. La cuestión es si dicha normativización se da a partir de la normalidad con que asumimos los hechos, los valoramos más o menos colectivamente y luego los recogen las leyes o, por el contrario, normalizamos los hechos a partir de cómo lo contempla la ley. Es decir, si el derecho recoge lo que la sociedad, a través de varios mecanismos sociales y políticos, considera lo normal y lo convierte en normativo, en normal, o, por el contrario, adaptamos el comportamiento humano a esa ley que en las sociedades democráticas se dictan por medio de los poderes legislativos y luego esa ley pasa a ser aplicada por los tribunales de justicia, en teoría independientes de los primeros. En otros regímenes la ley se aprueba sin mecanismos de discusión y control democráticos o incluso nace de la mera arbitrariedad de un sujeto o grupo de sujetos. En todo caso, es la violencia la que permite que se aplique la ley. El Estado ejerce el monopolio de la violencia. Si un sujeto mata a otro, ese hecho es un asesinato o un homicidio, o sea, un delito, pero si el Estado, a través de los tribunales, aplica la pena de muerte, allí donde se ejerce esta medida extrema, o bombardea un país y mata a una o varias personas, entonces no hay ese elemento delictivo y desaparece la necesidad de aplicar leyes penales, salvo que ese Estado, ha ocurrido, sea invadido y se ejerza la justicia, con los problemas que se dan cuando esto ocurre, saber qué ley se aplica, si el derecho positivo, esto es, las normas aprobadas de forma legítima, o un derecho natural que resulta difícil definir. Pero es otro debate mucho más complicado.

            En todo caso lo anterior no responde la pregunta inicial. ¿Es posible que los juicios reflejen la realidad?¿Es posible que nos hagamos una idea de cómo es una determinada sociedad si asistimos a los juicios que se llevan a cabo en su seno? El cine ha explotado hasta la saciedad el mundo de la justicia, 12 hombres sin piedad o La Caja de Música son dos títulos que me vienen a la memoria a bote pronto. También la literatura se ha acercado al derecho, la novela que saco a colación, por ejemplo, Os Dois Irmãos del escritor Germano Almeida, que además, para redondear, es también abogado y que nos propone una historia judicial en un pequeño país, además, marginal, el suyo, Cabo Verde.

            El autor narra el juicio de André, emigrante como buena parte de la población caboverdiana, en su caso en Portugal, la antigua metrópoli, que mata, movido por los celos, a su hermano João durante una visita a la isla de Santiago. Se lleva a cabo la correspondiente instrucción y el juicio donde declaran varios testigos y también el acusado, y atendemos a las reflexiones del abogado defensor, del ministerio público y del propio juez, algunas de ellas referidas a las condiciones en que se realiza el referido proceso, que tiene que ver con la situación de Cabo Verde después de la independencia del país. Por tanto sí que podemos conocer algo más el contexto en que se desarrollan los hechos. De este modo, conocemos también los detalles del proceso nos permiten ir conociendo algo del mundo en que se desenvuelven las vidas de los afectados y quienes las observan para aclarar la responsabilidad penal de André. El propio autor nos aclara al principio que la historia está basada en un acontecimiento real ocurrido en 1976, con lo que Germano Almeida nos traslada a un juicio en el que él mismo participó.


            De este modo la novela, porque es la novela la que nos lo describe, recoge una parcela de la sociedad. Hay que recordar en este sentido que un juicio lo que atiende son hechos concretos, no se pueden las partes ir por las ramas y muchas veces el juez debe recordar al abogado y al acusador que lo que se analiza son unos hechos y no contextos ni antecedentes que no ayudan a encuadrar lo instruido en un marco legal. Es por tanto la novela, en este caso, la  que nos permite una visión de la realidad caboverdiana. Marx afirmaba que había aprendido mucha más sociología en las novelas de Balzac que en los profundos estudios sociales de su época, jurídicos incluidos. Y quizá esto responda en parte a la pregunta del principio: el derecho es un barniz de la realidad, un intento de adecuar los comportamientos humanos al encaje del Estado –y el derecho, como la política, es la continuación de la guerra, según se desprende de Foucault- y de ahí que sólo sea posible obtener una visión completa de la vida cuando convertimos el juicio en literatura.