«Da mina língua
vê-se o mar», escribió el escritor portugués Virgílio Ferreira, rememorando
un poema de Fernando Pessoa, «Mar
Português». Y quizá pocos países hay que puedan
asociar su idioma, su país y el mar como Portugal. Tal vez por su situación
geográfica, su propia configuración o por la amplia costa que posee, lo cierto
es que Portugal comenzó a interesarse por lo que había allende sus costas e
inició muy pronto, cuando los demás Estados europeos se estaban conformando aún,
sus aventuras marítimas.
Aventuras marítimas que
le permitieron recorrer el mundo y poseer enclaves por todos los mares. Si mirásemos un mapa del
siglo XVI veríamos un sinfín de lugares en el que los portugueses habían puesto
una base, una defensa, un puerto. África estaba repleta. Hay que tener en
cuenta que de las colonias y enclaves portugueses sólo Brasil, Angola y Mozambique
adquieren dimensiones enormes, el resto son islas, penínsulas o pequeños territorios,
siempre estratégicos para permitir a los barcos llevar a cabo sus navegaciones
sin muchos riesgos.
Hubo un momento en que
la población entera se implicó con estas aventuras marítimas, hasta el punto
que se dice que en todas las familias portuguesas había alguien que se echaba
al mar. De ahí también que surgiera un género literario a merced de dichas
empresas: la Literatura Trágico-Marítima.
Pero además Portugal
fue el primer país de Europa que, en ese periodo de transición que conocemos
como Renacimiento europeo, organizó los viajes a Oriente. Desde que en 1498
Vasco de Gama llegara a Calcuta, aumentaron las expediciones al continente
asiático. El interés por los espacios desconocidos creció de un modo enorme,
venciendo el temor a lo que no se conocía. Y tal como les ocurría a los
navegantes y expedicionarios que viajaron a América, y unos años antes a
África, los portugueses tuvieron que realizar un enorme esfuerzo de comprensión
de lo que veían. Porque la visión del mundo, además, no sólo es cuestión de
ojos, sino de miradas empañadas con frecuencia por nuestra propia mentalidad,
cultura y cosmovisión. «No vemos las
cosas como son, sino como somos», afirmaría siglos después la escritora
Anaïs Nin, y los europeos del siglo XVI eran de una manera que les llevó a
tardar años en reconocer la realidad a la que asistían por primera vez y con
unas visiones del mundo muy determinadas por leyendas y mitos o por las propias
descripciones simbólicas del Antiguo Testamento.
Tras la llegada de los
portugueses a Calcuta se comienzan a recibir noticias de China, de a terra dos chins. Los primeros
contactos se produjeron en Malaca en 1509 y hay que decir que la impresión que
obtuvieron los portugueses fue muy buena. A diferencias de los indios, cuya
sociedad les debió de resultar caótica, con su pluralidad lingüística, sus
extrañas religiones –que al principio consideraron cristianas porque no
concebían que se pudiera ser otra cosa salvo cristiano, judío o musulmán, y la
presencia de estatuas sólo apuntaba a esa hipótesis, a la del cristianismo
llevado por Santo Tomás-, sus costumbres –ese andar semidesnudo, sentados
siempre en el suelo, con sus comidas picantes- e incluso, sí, el color de su
piel (estamos en el siglo XVI, recuérdese, y apenas había un mínimo
reconocimiento hacia los portadores de pieles oscuras), la verdad es que los
chinos les debieron de resultar la cima de la civilización y del refinamiento. Eran
de piel clara, más blancos incluso que los europeos meridionales que llegaban a
Asia, vestían por completo el cuerpo muchas veces con ropas elegantes de seda
o, en su caso, cómoda, sus costumbres delicadas y sobre todo parecían dotados
de reglas con que organizaban la sociedad. Muchos cronistas destacan en sus
relaciones, al visitar las ciudades chinas, lo limpias que están las calles,
les llama la atención frente a la suciedad maloliente de las ciudades de
procedencia, e incluso se habla del sistema de cloacas, apenas conocido en
Europa.
Esos primeros contactos
permiten que una expedición portuguesa, comandada por Jorge Alvares, llegue a
la Isla de Lintin, llamada por los portugueses Ilha de Tamão, y que el Rey Don Manuel ponga en marcha las primeras
delegaciones para profundizar en los contactos. Esas primeras expediciones establecieran acuerdos, relaciones y vínculos con aquel país, algo que no era
nada fácil y estaba con frecuencia a merced de notables errores que pusieron
más de una vez en peligro las misiones encaminadas. A pesar de ello, los
portugueses continuaron recorriendo las costas chinas y del Indostán, alcanzan
en 1542 Japón y escogen las costas chinas como centro de su presencia en Asia.
Hasta la Compañía de Jesús decide aprovechar la presencia portuguesa para su
expansión por el Lejano Oriente.
En 1554 se firma el
primer acuerdo entre China y Portugal, auspiciado por Leonel de Sousa, que
llegó a ser gobernador, y que conlleva, entre otras cosas, la realización de
una feria anual en el estuario del Río de la Perla. Tres años más tarde se
transfirió a la península de Macao la base de los negocios portugueses en
Oriente y poco después se instalará también allí la base de la Compañía de Jesús.
La importancia de este enclave es tal que incluso los mandarines locales, en
1564, ante la revuelta de una armada que regresaba de una misión en Funjian,
solicitan apoyo militar y logístico a los portugueses, que se la prestan, lo
que indica la buena relación que se establece entre Portugal y China. Sólo así
se entiende que Macao haya permanecido como parte del territorio de ultramar
portugués, incluso aumentara su espacio al incorporar, a mediados del siglo
XIX, las islas de Taipa y Coloane. Se mantuvo provincia de Portugal hasta el
acuerdo de integración del enclave en la República Popular China como Región
Administrativa Especial, el 20 de Diciembre de 1999.
Como no podía ser
menos, Macao aparece en la literatura de viajes y en las crónicas de la época. El Tratado das
cousas de China, de Fray Gaspar da Cruz, Décadas da Asia, de João de Barros, la Crónica do felicíssimo Rei D. Manuel, de Damião de Gois o el Tratado dos descobrimentos, de António
Galvão son una pequeña muestra de esa aventura marítima portuguesa.