martes, 12 de enero de 2016

España y Portugal

   
            La revista bilbaína Zurgai dedica su último número de 2015 al poeta Antonio Gamoneda. Aprovechando la admiración de este autor por la poesía portuguesa –suele además comparársele a dos escritores lusos, Eugenio de Andrade y Herberto Helder, aunque puede que esto de las comparaciones entre autores sea una necesidad absurda porque al fin y al cabo son normales las influencias mutuas, además de saludables-, este número de diciembre incluye un apartado dedicado a las relaciones entre este poeta y la literatura portuguesa en el que participan varios escritores y profesores de ambos países, apartado éste que recibe el muy apropiado nombre de Diálogos ibéricos.

            Ya resulta un tópico afirmar que España y Portugal son dos países que viven a espaldas el uno del otro, a pesar de su vecindad, aunque a decir verdad sería más justo decir que es España quien le da la espalda a Portugal, porque en este país se conoce más la realidad social, política y cultural de España que al revés. Podríamos sin duda comprobar esta descompensación si obtuviéramos datos, por ejemplo, del número de portugueses que aprenden español frente al número de españoles que aprenden portugués, a pesar de que se ha cambiado la tónica en España, dato este que puede ser muy significativo de una actitud histórica muy generalizada frente a la cual no vale decir que son dos idiomas muy próximos –también lo es el francés o el italiano, sin que a nadie le sorprenda que se estudien- o que es un idioma periférico, que lo será tal vez en Europa, pero estamos ante unos de los idiomas más hablados del planeta, por referirse a una cuestión práctica, y sin duda con una tradición literaria inmensa, tanto en Portugal, como en Brasil, pero también en los países africanos de lengua portuguesa, realidad muy desconocida en España, por desgracia, con unos escritores más que encomiables, algunos de los cuales ya han empezado a publicarse, aunque sea a cuentagotas, gracias a la apuesta de algunas editoriales atentas a la buena literatura y, cómo no, a la labor de hormiguita de traductores y profesores de literatura.

            Miguel de Unamuno, en este sentido del aprendizaje de las lenguas, afirmaba que cualquier persona cultivada de España debería, para que se le considerara realmente culta, hablar portugués y de paso al menos alguna de las lenguas de España, aparte del castellano, propuesta esta que de tanto en tanto sale a la palestra incluso en nuestros días, de hecho desde una de las formaciones políticas emergentes se ha indicado estos días la conveniencia, no es nueva, de que los alumnos españoles de cualquier región pudieran aprender gallego, vasco o catalán (de paso no puedo evitar reivindicar la necesidad de que se reconozca la cultura gitana y su lengua, por desgracia en claro retroceso, el caló, como una más del Estado español, sin una base territorial a diferencia de las mencionadas). En esto nos llevan ventaja, de nuevo, los portugueses, donde incluso algunos de sus autores clásicos, como Luís de Camões o Gil Vicente, escribieron parte de su obra en castellano, como nos señala el propio Gamoneda en su artículo en Zurgai.

Y es que la literatura es uno de los pocos ámbitos donde se da un cierto intercambio entre ambos países. No hay que olvidar por ejemplo que la denominada Generación del 70 en Portugal, a finales del siglo XIX, una generación por cierto con preocupaciones regeneracionista muy similares a la española Generación del 98, se interesó en algún momento por reforzar el iberismo, un movimiento que buscaba una confederación ibérica y que en España apenas tuvo eco, más por mero desconocimiento que por un rechazo manifiesto, y más allá también de ciertos círculos culturales y políticos republicanos y libertarios de Barcelona y Madrid.

Por suerte, desde la segunda mitad del siglo XX se comienza a conocer al otro país, y es desde la literatura, aparte del eco de la Revolución de los claveles, donde se han hecho más esfuerzos. Antonio Gamoneda o su compañero de generación, Ángel González, por ejemplo, dieron a conocer a poetas del país vecino y consiguieron estrechar lazos literarios a medida también que la literatura portuguesa se conocía más y mejor en España.


De ahí que sea importante la iniciativa de los diálogos ibéricos, como los que propone la revista Zurgai, que permitan darse a conocer mutuamente y en este caso dar a conocer en esta parte de la frontera, a poder ser sin los prejuicios y tópicos deformantes, tan habituales y erróneos.

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