Diez años pasan como un
suspiro. Sin embargo, en dos lustros puede cambiar por completo una vida,
también una sociedad. En los últimos diez años, sin ir más lejos, la
cotidianidad en el País Vasco parece haber dado un vuelco completo. Pero
envueltos como estamos en la repercusión de la pandemia que aún colea, apenas
nos hemos dado cuenta de lo que significan diez años sin ETA y su mundo, o del
mundo en que ETA se movía, diez años sin acciones violentas, sin kale borroka, sin enfrentamientos y sin
esa tensión que lo ocupaba todo en las calles vascas, una rémora que afectó
incluso a los partidarios de una ruptura política, de un objetivo de
independencia y transformación social, y para quienes la lucha armada se les
volvió claramente en contra.
A decir verdad, en la calle
el tema apenas ha ocupado mucho espacio en los últimos años, al menos en mi
rincón de Vasconia, en esta esquina de la Comunidad Autónoma Vasca donde
habito, en la Margen Izquierda que también ha cambiado mucho. Quizá sea un
problema de perspectiva, sin duda no todos tendrán la misma sensación. Pero en
este mi rincón casi nada recuerda el conflicto, o por lo menos nadie lo cuenta,
no se habla de ello, se pasa de largo cuando se plantea en alguna conversación
de bar, y como consecuencia alguien que poco supiera de la situación en los
últimos cincuenta años no se creería lo que era habitual hace diez años. Parece
otro mundo, otro país. Es verdad que los miércoles hay concentración de
familiares de presos en el centro de Portugalete para reclamar una política
penitenciaria diferente. Pero pasamos a su lado sin apenas fijarnos, a lo sumo
pensamos que sí, que todo eso se ha acabado y tal vez sea el momento de aplicar
otras medidas más humanitarias y más acordes con la legalidad, de ir
resolviendo el tema, pasar página lo llaman, pero al momento volvemos a nuestra
rutina, como si eso fuese al fin una cosa del pasado, incluso de un pasado muy
lejano.
Ese silencio social a mi
alrededor incrementa esa sensación de extrañeza, de lejanía. Que apenas se diga
nada sobre ello en las calles, que cueste que alguien explique cuando pregunto
cómo vivió aquel momento, apenas unos comentarios que acaban siempre con un
lacónico «es lo que había», todo eso crea
la impresión de que nunca pasó en realidad, que fue un mundo paralelo o un mal
sueño. Yo no lo viví durante mucho tiempo, o lo viví desde la distancia. Ahora
me enfrento al silencio, a cierta apatía con la que no se pretende revolver en
un pasado molesto. Dicen en todo caso que suele ocurrir cuando cesa un
conflicto traumático, violento, que se deja de hablar de ello, se impone un
silencio enorme, se quiere pasar página con rapidez, como si nadie creyera que
pasó aquello que ahora nos parece aún más trágico.
Claro que frente a ese
silencio social se han mantenido los discursos políticos. No lo ocultan: buscan
un discurso único, establecer el relato
de lo ocurrido, una fórmula que se ha convertido en una coletilla bastante
fea, establecer el relato, suena a
versión oficial, a imposibilidad de discrepancia, a no poder interpretar los
hechos, a voluntad de mantenerse todos fieles a una historia, la Historia.
Claro que los relatos, de momento, son muy distintos unos de otros, algunos
malintencionados, otros justificativos, los hay acomodaticios y otros resultan
épicos, pero todos quienes hablan de establecer
el relato parecen querer borrar las interpretaciones, los detalles, las
disensiones, las opiniones no establecidas como únicas. Quienes gusten de los
recursos discursivos y de la construcción de exposiciones argumentativas a
todas luces deben de pasarlo muy bien ahora mismo en el País Vasco.
También están las voces
de las víctimas. Inevitable que ellas hablaran y hablen del tema, lo sufrieron,
devino un infierno para quienes siguieron viviendo, las víctimas directas,
objetivos de la violencia, o estuvieran vinculadas de un modo u otro a alguna de
ellas. Estremece lo sucedido cuando bajamos a la intrahistoria, a lo cotidiano.
Y durante mucho tiempo la reacción frente a una víctima era recordar que había
otra en el otro lado, en el del hablante que replica, que sufrió tanto como ella
(todos estamos en uno, nos dicen, en un lado del conflicto, sin zona intermedia
ni tonalidades, sin nunca escapar a esa lógica de ellos y nosotros, de unos
frente a otros), como si hubiese al fin un mecanismo de compensación o se
pudieran comparar los sufrimientos o debiéramos cotejar o confrontarlos en todo
momento.
Nos queda el ámbito de la
literatura y el cine, donde los relatos son variados, plurales, por ello mismo
aportan algo al debate de las ideas que no podemos despreciar, al contrario,
sospecho que ahora mismo su aportación resulta mucho más propicia para entender
y avanzar en las miradas, que desde luego no han de desembocar en un relato
único, y también es útil en la comprensión de lo que ocurrió, que tampoco va a
ser una comprensión única, una sola interpretación, nadie es del todo neutral o
ecuánime, ni hay un punto desde el cual podamos ser equidistantes.
En este sentido, este
aniversario coincide con la presentación de la película Maixabel, de Icíar Bollaín, una cinta que no nos remite a los años
duros, sino que nos cuenta una historia de estos últimos diez años, la de uno
de aquellos encuentros que se comenzaron a dar justo cuando se anunció el fin
de la actividad armada de ETA. Narra lo que ha sido una gota de agua en la
historia, pero una gota que puede servir para comprender que en estos temas no
hay normas preestablecidas ni formas únicas de afrontar la realidad. Es posible
que no todos fueran o fuéramos capaces de asumir un paso así si nos
encontráramos en una tesitura similar, en uno u otro lado de esa línea que,
dicen, nos separa, pero que indica que nunca hay que menospreciar ciertos
gestos, aunque sean pequeños, aunque lleguen tarde, aunque no formen parte de
nuestras posiciones ideológicas o de nuestras miradas sobre la realidad.
Claro que todo esto sea tal
vez una mera divagación. Diez años son, al fin y al cabo, un suspiro, no da
para muchas reflexiones. Quizá las circunstancias requieran de más tiempo para
hablar desde la ética o con análisis sesudos. Seguirán en todo caso intentando
establecer una versión. Quizá por ello esos relatos, los de verdad, los que
brindan la literatura y el cine, aporten de momento mucho más al entendimiento
de lo ocurrido.