En 2016 el escritor
argentino Eduardo Sacheri publicó La
noche de la Usina, con la que ganó el Premio Alfaguara de novela aquel año.
El libro cuenta la historia de un grupo de asociados de una zona pauperizada de
Argentina que reúnen un dinero para invertirlo en un proyecto cooperativo que
sirva para mejorar la vida en la zona. Necesitan sin embargo un pequeño
préstamo para conseguir el capital completo. El impulsor del proyecto, Perossi,
decide, ante la oferta del director de la sucursal bancaria, planteada no sin
urgencia y asegurando que entonces el préstamo sería seguro, ingresar el
capital en una cuenta en dólares que le rentaría mejor hasta la compra de una
instalación agrícola abandonada que van a necesitar. Pero estamos en 2001, un
momento de crisis en Argentina, a las puertas del corralito. Sin embargo, tras
el decreto del gobierno que limitaban el acceso a las cuentas bancarias, el
grupo se entera de que todos los fondos en dólares se entregaron a Manzi, el
oligarca de la zona, en una operación más bien de dudosa legalidad y pocos
escrúpulos morales. Ello dará lugar a un plan audaz y bastante frenético para
recuperar el dinero.
La novela, y por ende la
película La odisea de los giles,
basada en ella y con la participación del autor en la escritura del guion, va cosiendo
hechos y circunstancias en una acción trepidante, sorpresiva muchas veces, apuntando
tal vez al azar como tema del libro. Porque los acontecimientos se suceden sin
una lógica que los unan. No hay causas y efectos, sino un tránsito de hechos
casuales, tránsito arbitrario, incluso caprichoso. El sentido a toda esa
situación se lo da el grupo, que busca resarcirse, pero este sentido parece al
margen del cúmulo de casualidades, azares y combinaciones de las cosas.
De este modo, esta novela
contribuye al debate sempiterno de si la vida, tanto la individual como la
colectiva, es consecuencia del mero azar y somos nosotros, como ocurre en el
relato, quienes atribuimos un sentido ajeno a los acontecimientos o si hay un
destino fijado de antemano que establece cada paso y lo enzarza en un conjunto
del que no podemos escapar. Algunos cuentos de las mil y una noches se basan en
esta última opción, nadie escapa a su destino, aun cuando así lo creamos. Un
hombre cuyo destino es morir huye de la ciudad donde cree que a producirse tal
acontecimiento y muere en el desierto, como estaba previsto. Dios no juega a
los dados, afirmó Einstein, con ello indicaba que la física no improvisa, que
el universo tiene las piezas bien ensambladas. Marx, por su parte, describió el
conjunto de relaciones que van interactuando en la sociedad, aunque dejó claro
que los cambios sociales no estaban previamente determinados, lo estaban las
condiciones objetivas, pero no las decisiones humanas.
Sin embargo, es atractiva
esta posibilidad, que todo responda al mero azar, que nuestras vidas se muevan
a partir de hechos no controlados, absolutamente fuera de toda previsión. En su
caso más extremo, ni siquiera la experiencia al final sirva de nada, cada
circunstancia es novedosa, ocasional, nada se puede deducir para escenarios
futuros, cada generación ha de enfrentarse a sus problemas con sus propias
herramientas y osadías. Por eso cada desaparición de una generación es en
realidad un final de los tiempos.
Sin duda los
historiadores no estarán de acuerdo con este planteamiento. Si asumimos que los
hechos del pasado nos ayudan a no repetir ciertas experiencias políticas,
económicas y sociales, es porque creemos que de cada etapa se pueden desprender
lecciones a aplicar. El ascenso del fascismo, del integrismo de todo tipo o de
fenómenos como la xenofobia o el autoritarismo dejan entrever, no obstante, que
al menos lo de aprender a no repetir experiencias no se da en absoluto. Por otro
lado, el fiasco que suele darse en la aplicación de los planes económicos o de
los proyectos políticos deja traslucir que no todo está tan controlado o
previsto como parece y que el resultado de los planes y los proyectos, al
final, parece consecuencia de la mera casualidad.
Imposible analizar en las
vidas particulares, donde hay tantas experiencias como casos. Sin duda no
decidimos las cartas que nos tocan en la partida de la existencia, a lo sumo es
cuestión de maña saber decantar tal partida a nuestro favor. La pregunta es si esa
maña es también cosa del azar. O no.