lunes, 18 de enero de 2016

Cine portugués y memoria

El cine, al igual que la literatura, calibra muchas veces la atmósfera social, muestra esa infrahistoria a la que no accedemos a través de la historia. De la historia académica se entiende, considerada como objetiva y veraz, aunque aquí habría mucho que precisar, pues no siempre es evidente que la Historia (con mayúscula) sea ecuánime, menos cuando deviene oficial y responde a los intereses del poder, pero también es cierto que, al mismo tiempo, surgen nuevas tendencias académicas más interesada en las historias de la Historia, las que narran los sucesos de los de abajo. El género memorístico, por otro lado, podrá servirnos para conocer determinada época más allá de los datos fríos y distantes que proporciona la Historia (convencional), claro que en las memorias suele con frecuencia dominar el subjetivismo y no son pocos los autores que al relatar el objeto de sus recuerdos procuran adornarlos, barrer para casa e incluso justificar lo que, con el tiempo, resulta difícil ya justificar o no posee la pasión del tiempo que se narra.

Cuando además se pone sobre la mesa el tema de la memoria histórica (¿reiterativo?¿Acaso no toda memoria es histórica?), lo que ha pasado en muchos países y pueblos que han sufrido procesos traumáticos, cine y literatura se vuelven dos medios apropiados para plantear cuestiones morales y reflexiones políticas de la historia, dos medios apropiados también para dar a conocer datos, sentimientos y vivencias, aunque los expresen a partir de la ficción y a través de los ojos particulares y creativos de un escritor o de una guionista cinematográfico o teatral.

Portugal, al igual que muchos otros países europeos, entre ellos su vecino peninsular, sufrió una larga dictadura. El régimen, conocido como salazarista por el apellido del hombre fuerte del mismo, António de Oliveira Salazar, no era empero como la dictadura española de Francisco Franco, más bien se parecía, sobre todo en determinados momentos, a la dictadura de Primo de Rivera, calificada en ocasiones como dictablanda. Sin embargo, no estaba exenta del terror de otras dictaduras. Hubo mecanismos institucionalizados de represión cruel y sangrienta, como el ejercido por la PIDE, sigla que corresponde a Policía Internacional y de Defensa del Estado, y que causó en su momento verdadero pánico no sólo en el territorio europeo de Portugal, sino también en las colonias, las consideradas provincias portuguesas de ultramar, por sus torturas y crímenes contra oponentes políticos y en general contra una buena parte de la población.

Pero el país logró despojarse de su dictadura. Los movimientos de liberación en las colonias, la acción de la oposición política  en la metrópoli y la inclusión en los puestos de mando del ejército de cuadros con posiciones políticas cada vez más opuestas a las del régimen encauzaron un amplio movimiento que derivó en la jornada del 25 de Abril de 1974, una acción liberalizadora del ejército promovido por el Movimiento de Capitanes que fue, además, el último acto de un amplio movimiento revolucionario que cruzó toda Europa, pero que, a pesar del heroísmo, dio paso a una etapa más formal y sin ese espíritu de transformación que reinó durante unos años en el Viejo Continente. Es cierto: cayó el heredero de Salazar, Marcelo Caetano, en su puesto desde 1968 cuando aquel quedó imposibilitado tras un accidente casero, se acabó la dictadura y con ella la guerra colonial, la opresión de varios pueblos africanos y timorense, la represión interna. Hubo unos meses de intensa actividad y de enorme ilusión por los cambios que se estaban produciendo, pero pronto llegó el desencanto y un olvido interesado y parcial. Portugal dejó atrás su revolución, aunque ésta sigue presente en el imaginario colectivo como uno de sus hitos, aun cuando las cosas no acabaron siendo como se esperaba.

 De esto tratan dos películas portuguesas relativamente recientes, Capitães de Abril (2000) y O Julgamento (2007), de esa historia de un país que se movió entre la esperanza y el desencanto, entre la voluntad de superación y la decepción, entre la posibilidad de asaltar los cielos y la asunción de una normalidad que resultó al final, de un modo velado pero innegable, decepcionante.

Capitães de Abril, escrita y dirigida por María de Medeiros, narra aquella jornada del 25 de Abril. Vamos asistiendo, desde la perspectiva de la esposa de uno de los militares sublevados, a los hechos que se desarrollan desde las horas previas hasta las horas posteriores de una acción militar que no fue, sin embargo, tan sencilla, hubo momentos de enorme tensión e incertidumbre, pero que se desarrolló también de un modo absolutamente absurdo e improvisado. Asistimos a la eclosión de una alegría enfervorizada debido a la larga espera del final de la dictadura y el inicio de una nueva etapa política más libre e igualitaria. Vemos la rabia contra los temibles pides, que son objeto de la persecución popular. La revuelta triunfa: Marcelo Caetano parte del país, consecuencia en parte también del posibilismo de algunos militares, como Spínola, conscientes de los nuevos tiempos que se avecinan. Pero el tiempo encauzará toda esa alegría popular y Portugal avanzará por sendas más convencionales hacia una democracia formal, hacia el país “normalizado” que es hoy, en este momento en el que su sociedad vive un momento de crisis e incertidumbre, aunque se recuerda aún aquel 25 de Abril como una efemérides histórica.

Por su parte, O Julgamento, realizada por Leonel Vieira y escrita por Itzaias Almeida y João Nunes, nos presenta la reciente historia de Portugal desde otra perspectiva, los de los olvidos de los hechos más cruentos que al final no se investigaron ni se juzgaron debido a una voluntad institucional de superar los años más negros. Cuatro amigos que sufrieron la represión de la dictadura y que forman una clase media bien situada se reencuentran para recordar a uno de los amigos asesinados por la PIDE, pero una mera casualidad les descubre que un antiguo torturador sigue vivo bajo otra identidad y deciden tomarse la justicia por su mano. De este modo, se plantea hasta que punto hemos de pasar página en pos de una convivencia democrática o no debemos cerrar etapas hasta que no haya un pleno resarcimiento de las víctimas.


Ambas películas nos hablan de la decepción posrevolucionaria en Portugal, pero quizá sea la segunda, O Julgamento, la que nos plantea debates muy actuales en España, por ejemplo, donde la discusión por la Memoria y la necesidad de investigar lo ocurrido bajo el régimen anterior se ha convertido en uno de los ejes centrales del debate público actual. Cerrar capítulos históricos en los que la violencia ha hecho acto de presencia de un modo intenso no es nada fácil, puede que durante unos años se mire hacia otro lado, pero al final, de un modo u otro, reaparecen y exigen reparación y justicia para poder pasar página de verdad. Son procesos largos e intensos que tienen sus contradicciones, pero que han de profundizarse para cerrar viejas heridas y evitar así que vuelvan a abrirse sus cicatrices. 

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