El cine, al igual que la literatura, calibra muchas
veces la atmósfera social, muestra esa infrahistoria a la que no accedemos a
través de la historia. De la historia académica se entiende, considerada como
objetiva y veraz, aunque aquí habría mucho que precisar, pues no siempre es
evidente que la Historia (con mayúscula) sea ecuánime, menos cuando deviene
oficial y responde a los intereses del poder, pero también es cierto que, al
mismo tiempo, surgen nuevas tendencias académicas más interesada en las
historias de la Historia, las que narran los sucesos de los de abajo. El género
memorístico, por otro lado, podrá servirnos para conocer determinada época más
allá de los datos fríos y distantes que proporciona la Historia (convencional),
claro que en las memorias suele con frecuencia dominar el subjetivismo y no son
pocos los autores que al relatar el objeto de sus recuerdos procuran
adornarlos, barrer para casa e incluso justificar lo que, con el tiempo, resulta
difícil ya justificar o no posee la pasión del tiempo que se narra.
Cuando además se pone sobre la mesa el tema de la
memoria histórica (¿reiterativo?¿Acaso no toda memoria es histórica?), lo que
ha pasado en muchos países y pueblos que han sufrido procesos traumáticos, cine
y literatura se vuelven dos medios apropiados para plantear cuestiones morales
y reflexiones políticas de la historia, dos medios apropiados también para dar
a conocer datos, sentimientos y vivencias, aunque los expresen a partir de la
ficción y a través de los ojos particulares y creativos de un escritor o de una
guionista cinematográfico o teatral.
Portugal, al igual que muchos otros países europeos,
entre ellos su vecino peninsular, sufrió una larga dictadura. El régimen,
conocido como salazarista por el apellido del hombre fuerte del mismo, António de
Oliveira Salazar, no era empero como la dictadura española de Francisco Franco,
más bien se parecía, sobre todo en determinados momentos, a la dictadura de
Primo de Rivera, calificada en ocasiones como dictablanda. Sin embargo, no estaba exenta del terror de otras
dictaduras. Hubo mecanismos institucionalizados de represión cruel y
sangrienta, como el ejercido por la PIDE, sigla que corresponde a Policía
Internacional y de Defensa del Estado, y que causó en su momento verdadero
pánico no sólo en el territorio europeo de Portugal, sino también en las
colonias, las consideradas provincias portuguesas de ultramar, por sus torturas
y crímenes contra oponentes políticos y en general contra una buena parte de la
población.
Pero el país logró despojarse de su dictadura. Los
movimientos de liberación en las colonias, la acción de la oposición política en la metrópoli y la inclusión en los puestos
de mando del ejército de cuadros con posiciones políticas cada vez más opuestas
a las del régimen encauzaron un amplio movimiento que derivó en la jornada del 25
de Abril de 1974, una acción liberalizadora del ejército promovido por el
Movimiento de Capitanes que fue, además, el último acto de un amplio
movimiento revolucionario que cruzó toda Europa, pero que, a pesar del heroísmo,
dio paso a una etapa más formal y sin ese espíritu de transformación que reinó
durante unos años en el Viejo Continente. Es cierto: cayó el heredero de
Salazar, Marcelo Caetano, en su puesto desde 1968 cuando aquel quedó
imposibilitado tras un accidente casero, se acabó la dictadura y con ella la
guerra colonial, la opresión de varios pueblos africanos y timorense, la
represión interna. Hubo unos meses de intensa actividad y de enorme ilusión por
los cambios que se estaban produciendo, pero pronto llegó el desencanto y un
olvido interesado y parcial. Portugal dejó atrás su revolución, aunque ésta sigue
presente en el imaginario colectivo como uno de sus hitos, aun cuando las cosas
no acabaron siendo como se esperaba.
De esto tratan dos películas portuguesas
relativamente recientes, Capitães de
Abril (2000) y O Julgamento (2007),
de esa historia de un país que se movió entre la esperanza y el desencanto,
entre la voluntad de superación y la decepción, entre la posibilidad de asaltar
los cielos y la asunción de una normalidad que resultó al final, de un modo
velado pero innegable, decepcionante.
Capitães de Abril, escrita y dirigida por María de Medeiros, narra
aquella jornada del 25 de Abril. Vamos asistiendo, desde la perspectiva de la
esposa de uno de los militares sublevados, a los hechos que se desarrollan
desde las horas previas hasta las horas posteriores de una acción militar que
no fue, sin embargo, tan sencilla, hubo momentos de enorme tensión e
incertidumbre, pero que se desarrolló también de un modo absolutamente absurdo
e improvisado. Asistimos a la eclosión de una alegría enfervorizada debido a la
larga espera del final de la dictadura y el inicio de una nueva etapa política
más libre e igualitaria. Vemos la rabia contra los temibles pides, que son objeto de la persecución
popular. La revuelta triunfa: Marcelo Caetano parte del país, consecuencia en
parte también del posibilismo de algunos militares, como Spínola, conscientes
de los nuevos tiempos que se avecinan. Pero el tiempo encauzará toda esa
alegría popular y Portugal avanzará por sendas más convencionales hacia una
democracia formal, hacia el país “normalizado” que es hoy, en este momento en
el que su sociedad vive un momento de crisis e incertidumbre, aunque se
recuerda aún aquel 25 de Abril como una efemérides histórica.
Por su parte, O
Julgamento, realizada por Leonel Vieira y escrita por Itzaias Almeida y João
Nunes, nos presenta la reciente historia de Portugal desde otra perspectiva,
los de los olvidos de los hechos más cruentos que al final no se investigaron
ni se juzgaron debido a una voluntad institucional de superar los años más
negros. Cuatro amigos que sufrieron la represión de la dictadura y que forman
una clase media bien situada se reencuentran para recordar a uno de los amigos
asesinados por la PIDE, pero una mera casualidad les descubre que un antiguo
torturador sigue vivo bajo otra identidad y deciden tomarse la justicia por su mano.
De este modo, se plantea hasta que punto hemos de pasar página en pos de una
convivencia democrática o no debemos cerrar etapas hasta que no haya un pleno
resarcimiento de las víctimas.
Ambas películas nos hablan de la decepción
posrevolucionaria en Portugal, pero quizá sea la segunda, O Julgamento, la que nos plantea debates muy actuales en España,
por ejemplo, donde la discusión por la Memoria y la necesidad de investigar lo
ocurrido bajo el régimen anterior se ha convertido en uno de los ejes centrales
del debate público actual. Cerrar capítulos históricos en los que la violencia ha
hecho acto de presencia de un modo intenso no es nada fácil, puede que durante
unos años se mire hacia otro lado, pero al final, de un modo u otro, reaparecen
y exigen reparación y justicia para poder pasar página de verdad. Son procesos
largos e intensos que tienen sus contradicciones, pero que han de profundizarse
para cerrar viejas heridas y evitar así que vuelvan a abrirse sus cicatrices.
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