Un barco se encalla en el
Canal de Suez y la actividad comercial se ve por ello afectada. Cientos de
barcos se quedan bloqueados, sin poder continuar viaje y retrasando la entrega
de los materiales transportados. Algunas de las empresas del sector se plantean
retomar la antigua ruta, la que da la vuelta a África, lo cual no reduce los
retrasos y además encarece los costes de transporte. Mientras, muchas empresas
esperan la arribada de sus materiales no sin cierta zozobra: su actividad está ya
perjudicada por esta situación, incluso la ponen en peligro, en un momento ya
de por sí complicado.
Es un nuevo ejemplo de la
fragilidad de nuestro sistema económico, un ejemplo que denota el absurdo de unas
bases tan endebles: estamos hablando de un barco encallado que ha puesto en
jaque la actividad. La pandemia ya dejó claro desde sus inicios, hace poco más
de un año, la fragilidad absoluta de nuestros sistemas sociales, de nosotros
mismos insertados en sociedades calificadas de complejas, ahora esto lo eleva
al absurdo: un barco encallado, apenas una gota de agua, nada que ver con la
gravedad de una enfermedad, el mero aleteo de una mariposa, que dirían algunos.
Construimos símbolos de
fortaleza: grandes edificios, rascacielos singulares, nuevas arquitecturas con
formas novedosas y soberbias, avenidas amplias, museos sorprendentes, polideportivos
y estadios que adquieren el calificativo de catedrales, cuando las catedrales,
las iglesias en general, han dejado de ser centros referenciales en la vida
colectiva. La arquitectura refleja en gran medida las relaciones de poder y el
modo en que se relacionan las sociedades, por tanto es normal que se expresen
mediante símbolos y que lo enuncien con claridad en nuestros sistemas, sobre
todo en etapas de cambio, cuando tal vez se haya podido cuestionar el orden de las
cosas. Sin duda un canal como el de Suez es también otro símbolo de toda esta
grandiosidad de nuestro tiempo.
Bilbao no ha sido ajena a
estos procesos. En los años sesenta del siglo XIX comenzaba su expansión física
y simbólica. Se construían los edificios emblemáticos de las grandes
corporaciones. Se abría una arteria principal, la Gran Vía Lope de Haro, que cruzaba
Abando de lado a lado. A los cien años justos del inicio de tal expansión, a
finales de los años sesenta del siglo XX, se construía la Torre Banco de Vizcaya
en la plaza Circular, al principio de la Gran Vía, un rascacielos que se podía
ver desde casi cualquier rincón de la ciudad, e incluso fuera de ella. Había
que dejar muy claro quien mandaba, la preponderancia de algunos sectores, el
poder que instauraba en la sociedad en ciernes y que a todas luces se
mantendría en los años venideros.
Pero Bilbao como centro
mercantil e industrial entró en crisis en los años ochenta del siglo pasado,
esos años en los que los dos protagonistas de la película El pico deambulaban en busca de su dosis venenosa, en los que el
terrorismo insertó también su ponzoña en las venas de la ciudad y los
disturbios estuvieron a flor de piel, en la que la desesperanza se adueñaba de
las calles y la decadencia tuvo mil caras y se reflejó en cientos de vidas
cotidianas, atenazadas por la falta de expectativas. No obstante, aquella etapa
de cambio no podía perder el poder de lo simbólico, la batalla se daba
también en el ámbito del simbolismo. Por eso se levantaron nuevos edificios y
se abrieron con vistosidad nuevas zonas urbanas.
Contemplada desde
Artxanda, Bilbao ofrece en primer plano un nuevo rascacielos, el de Iberdrola,
el Museo Guggenheim, las Bibliotecas Universitarias, el Campo de fútbol de San
Mamés, el Palacio Euskalduna, el Puente de la Salve y otros edificios situados
en una zona amplia, luminosa, pero sobre todo poderosa.
Bilbao nada tiene que ver
con aquella ciudad que entre 1860 y 1990 se mostró enérgica y vigorosa, salvo durante
la posguerra, tan deprimente. Unamuno, a quien le gustaba contemplar la villa
desde Miribilla, una zona muy diferente a lo que es en la actualidad, le
costaría reconocer la ciudad y quién sabe si no se mostraría, de contemplarla,
crítico con lo que viese hoy y con los hábitos de sus ciudadanos. Me cuesta
compartir ahora mismo las frases hechas que se lanzan con intención animosa y
que señalan que saldremos reforzados y mejores de la pandemia. Creo que ya
tenemos entre nosotros esa distopía que hasta ahora, para muchos, era apenas
una perspectiva diseñada en la mente de algunos escritores. Ahora se delinea
cada vez con más claridad. No olvidemos por otro lado que algunas de las mercancías
que guarda el barco encallado en el Canal de Suez tienen Bilbao como destino, una
mera anécdota quizá, pero que muestra bien a las claras que no es ajena a esos
aleteos tan lejanos.