Son barrios en los que,
por su situación de límite municipal, parece darse en ellos una cierta
confrontación entre lo urbano y la naturaleza, pero se trata de una naturaleza
en gran medida domesticada. En algunos casos se han construido parques, como el
que hay en el barrio de la Florida de Portugalete o, más evidente aún, el que
hay frente a los barrios de Rivas, junto a Repélega, o de Las Kanporras, en
Sestao. En otros casos ese tránsito entre lo urbano y la campestre se da de
otra manera, sin tanto decoro, de un modo brusco, aunque tal brusquedad posee
también algo de artificio, parece forzado. Mejor dicho, insinuado. Al fin y al
cabo eso del urbanismo no tiene nada de natural, es mera construcción, en todos
los sentidos de la palabra. Muchas veces, las más, hay detrás una voluntad
política o mercantil. Nada se produce porque sí, está claro.
El Bullón se encuadra en
este último caso.
Se encuentra al final de
Santurce, hacia el interior, no en el frente marítimo, donde ya está en marcha
la renovación urbanística con esos edificios modernos recién construidos, muy ventajosos
en lo que a aprovechamiento energético se refiere y sin duda en comodidades y
amplitud, pero tan poco atractivos y tan anodinos, visto uno vistos todos. Están
ahí, en la línea marítima, pero podrían estar en cualquier otro sitio. De
hecho, se han levantado edificios idénticos también en el centro de Santurce o
en otras localidades de la Margen Izquierda, al verlos uno no puede reconocerse
en un barrio en concreto. El Bullón, en cambio, es otra cosa, mantiene las
casas bajas, unifamiliares varias de ellas, algunas parecen caseríos, pero tirando
más bien a los característicos de Las Encartaciones, donde se mezcla lo
vizcaíno con lo cántabro. También hay edificios de pisos, humildes, muy propios
de esas primeras urbanizaciones que acogieron a los obreros de los talleres y fábricas
cercanos. Fue la Margen Izquierda, recuérdese, zona industrial por excelencia y
a donde arribaron miles de personas de aquí y de allá ya desde finales del
siglo XIX y a lo largo del XX, hasta que llegaron los ochenta y la
reconversión.
Al igual que en todo el
País Vasco, los ochenta fueron años de crisis y vicisitudes aquí también.
Desempleo, drogas, depresión, imposible no recordar cientos de historias
siniestras, desasosegantes, en todo Santurce, en el barrio de las Viñas,
lindante al Bullón, en particular, aunque se suele hablar muy poco ahora mismo
de esta época. A partir de los noventa todo fue cambiando. Hablan de esplendor
económico, de auge urbanístico, incluso de milagro. Fue más acelerado sin duda
en otras zonas del Estado, en el Mediterráneo por ejemplo, donde la
construcción devino el motor económico, junto al turismo. El País Vasco ha
mantenido todavía la industria, de un modo menor a años anteriores, pero qué
duda cabe que los cantos de sirena de la nueva económica neoliberal y los
sectores emergentes llegaron hasta aquí. Ha desaparecido en parte mentalidad
obrera, los discursos de clase, incluso los proyectos emancipadores de
transformación de la sociedad se redujeron a formatos posmodernos, si no se
diluyeron por completo. Nos hemos despojado sin duda de dogmatismos más bien
rancios, pero ha vencido una mentalidad de clase media bastante vacua y desde
luego sin ningún ánimo emancipador.
Puede parecer que El
Bullón hubiese resistido a estos nuevos tiempos y se mantuviera como otrora,
ajeno a las renovaciones. Sin embargo, hace tiempo que se proyectaron sobre
este espacio unos planes urbanísticos que no se han llevado a cabo, pero que ahora
se rescatan de las gavetas, una vez la pandemia se va mal que bien superando y
se recuperan los viejos proyectos de conversión urbanística. Da la sensación,
además, de que se ha dejado degradar la zona para justificar la operación
urbanística que vuelve a estar sobre la mesa desde hace pocos meses.
Yo no conocí El Bullón
hasta hace unos meses. Di con él casi por casualidad, en algunos paseos de
domingo por la tarde. He ido preguntando aquí y allá sobre este barrio, he
hablado con gente que sabe de los planes urbanísticos o que conoce la zona.
Tengo la impresión de que va a durar poco tal como está, y si bien no creo que
haya que mantener la degradación urbana allá donde la haya, me temo que sea
inevitable que esta esquina barrial esté condenada a desaparecer y surja otra
cosa, sospecho que una zona fría y distinta que no merezca siquiera el nombre
de barrio. Dicen que son los tiempos. Pero más bien son otros intereses.