lunes, 28 de junio de 2021

El Bullón

 


Son barrios en los que, por su situación de límite municipal, parece darse en ellos una cierta confrontación entre lo urbano y la naturaleza, pero se trata de una naturaleza en gran medida domesticada. En algunos casos se han construido parques, como el que hay en el barrio de la Florida de Portugalete o, más evidente aún, el que hay frente a los barrios de Rivas, junto a Repélega, o de Las Kanporras, en Sestao. En otros casos ese tránsito entre lo urbano y la campestre se da de otra manera, sin tanto decoro, de un modo brusco, aunque tal brusquedad posee también algo de artificio, parece forzado. Mejor dicho, insinuado. Al fin y al cabo eso del urbanismo no tiene nada de natural, es mera construcción, en todos los sentidos de la palabra. Muchas veces, las más, hay detrás una voluntad política o mercantil. Nada se produce porque sí, está claro.

El Bullón se encuadra en este último caso.

Se encuentra al final de Santurce, hacia el interior, no en el frente marítimo, donde ya está en marcha la renovación urbanística con esos edificios modernos recién construidos, muy ventajosos en lo que a aprovechamiento energético se refiere y sin duda en comodidades y amplitud, pero tan poco atractivos y tan anodinos, visto uno vistos todos. Están ahí, en la línea marítima, pero podrían estar en cualquier otro sitio. De hecho, se han levantado edificios idénticos también en el centro de Santurce o en otras localidades de la Margen Izquierda, al verlos uno no puede reconocerse en un barrio en concreto. El Bullón, en cambio, es otra cosa, mantiene las casas bajas, unifamiliares varias de ellas, algunas parecen caseríos, pero tirando más bien a los característicos de Las Encartaciones, donde se mezcla lo vizcaíno con lo cántabro. También hay edificios de pisos, humildes, muy propios de esas primeras urbanizaciones que acogieron a los obreros de los talleres y fábricas cercanos. Fue la Margen Izquierda, recuérdese, zona industrial por excelencia y a donde arribaron miles de personas de aquí y de allá ya desde finales del siglo XIX y a lo largo del XX, hasta que llegaron los ochenta y la reconversión.


Al igual que en todo el País Vasco, los ochenta fueron años de crisis y vicisitudes aquí también. Desempleo, drogas, depresión, imposible no recordar cientos de historias siniestras, desasosegantes, en todo Santurce, en el barrio de las Viñas, lindante al Bullón, en particular, aunque se suele hablar muy poco ahora mismo de esta época. A partir de los noventa todo fue cambiando. Hablan de esplendor económico, de auge urbanístico, incluso de milagro. Fue más acelerado sin duda en otras zonas del Estado, en el Mediterráneo por ejemplo, donde la construcción devino el motor económico, junto al turismo. El País Vasco ha mantenido todavía la industria, de un modo menor a años anteriores, pero qué duda cabe que los cantos de sirena de la nueva económica neoliberal y los sectores emergentes llegaron hasta aquí. Ha desaparecido en parte mentalidad obrera, los discursos de clase, incluso los proyectos emancipadores de transformación de la sociedad se redujeron a formatos posmodernos, si no se diluyeron por completo. Nos hemos despojado sin duda de dogmatismos más bien rancios, pero ha vencido una mentalidad de clase media bastante vacua y desde luego sin ningún ánimo emancipador.

Puede parecer que El Bullón hubiese resistido a estos nuevos tiempos y se mantuviera como otrora, ajeno a las renovaciones. Sin embargo, hace tiempo que se proyectaron sobre este espacio unos planes urbanísticos que no se han llevado a cabo, pero que ahora se rescatan de las gavetas, una vez la pandemia se va mal que bien superando y se recuperan los viejos proyectos de conversión urbanística. Da la sensación, además, de que se ha dejado degradar la zona para justificar la operación urbanística que vuelve a estar sobre la mesa desde hace pocos meses.

Yo no conocí El Bullón hasta hace unos meses. Di con él casi por casualidad, en algunos paseos de domingo por la tarde. He ido preguntando aquí y allá sobre este barrio, he hablado con gente que sabe de los planes urbanísticos o que conoce la zona. Tengo la impresión de que va a durar poco tal como está, y si bien no creo que haya que mantener la degradación urbana allá donde la haya, me temo que sea inevitable que esta esquina barrial esté condenada a desaparecer y surja otra cosa, sospecho que una zona fría y distinta que no merezca siquiera el nombre de barrio. Dicen que son los tiempos. Pero más bien son otros intereses.

sábado, 19 de junio de 2021

La ría y el tiempo

 


Miramos la ría y comentamos que por fin parece que salimos de ésta, de una pandemia que nos ha trastocado la vida durante dos años. Van reduciendo restricciones y aumenta, al menos en esta parte del mundo, el número de vacunados. El presidente Sánchez anuncia que la mascarilla no será obligatoria en espacios abiertos a partir del último domingo de junio y habla de no sé qué alegría de la vida, la joie de vivre, fundamento de nuestro modo de vivir. Dice algo así, o parecido, no he estado muy atento.

Miramos la ría, llena de hierbajos y ramas de árboles arrastradas tras las riadas y las tormentas de estos días. Tal vez se esté pecando de optimismo. Aún hay contagios y buena parte de los habitantes del planeta no están vacunados.

En todo caso, imposible no preguntárselo: ¿Cómo será nuestro mundo tras la pandemia?

Ha habido frases con gran contenido épico: saldremos más fuertes, lo seremos: mucho más fuertes, todo va a ir mejor. No hemos estado exentos de épica, me temo. La ha habido, y mucho, en estos meses, toda una tendencia bastante ridícula que busca incorporar una epopeya falsa en la descripción de los acontecimientos, los de un presente que tiende más bien a la mediocridad y al sin sentido. Claro que hubo gravedad en lo que pasó. Ha sido una pandemia, al fin y al cabo, con todo lo que esto supone. Hubo algún momento en que, sin embargo, se habló de la pandemia como de una guerra. Incluso en las ruedas de prensa para compartirnos el parte diario de la enfermedad hubo presencia de un portavoz militar, como en las películas norteamericanas sobre arribadas repentinas de naves extraterrestres.

No quiero caer en una superficialidad frívola sobre lo ocurrido, ni siquiera en la forma de tratar la enfermedad desde el poder, pero creo que con tanta comparación bélica lo que se frivoliza es la guerra, justo cuando estamos en el octogésimo cuarto aniversario de la toma de Bilbao por parte del bando nacional, en la guerra (in)civil, tras bombardeos atroces, batallas cruentas y una opresión terrible, repleta de fusilamientos, juicios sumarísimos, españoles exiliados y otros que fueron perseguidos, encarcelados. Claro que hasta lo de aquella guerra empieza a parecer un decorado lejano.



En todo caso, en este final de la pandemia, si es que realmente estamos saliendo de ella, hay algo que no se entiende muy bien, demasiadas prisas por aparentar normalidad. Demasiadas alegrías frente al tremendismo de unos meses atrás. Los intereses económicos mandan. Hay que producir. Hay que consumir. Hay que volver a lo de antes. Mientras, miramos la ría, tan importante en este rincón de Vasconia, tan importante en la economía de Bilbao y de la Margen Izquierda, tan alabada por escritores. Don Miguel de Unamuno escribió no poco sobre la ría. También Rafael Sánchez Mazas. Con intensidad, ambos.

Hace unos días me comentaba Patxi Iturregi, autor que ha escrito sobre esta misma ría y antiguo marino, que los barcos ya no van a poder llegar a Bilbao con los cambios del espacio urbano. Recuerdo cuando todavía algunos mercantes descargaban en los muelles en pleno Bilbao. Ya no hay rastros de esa zona portuaria ni de las atarazanas en la zona de Erandio o de Deusto. Ahora está el Guggenheim, las bibliotecas universitarias, los paseos junto a la ría, nada que ver con el mundo industrial y portuario de entonces. En el muelle de Uribitarte han colocado, eso sí, una escultura dedicada a las sirgueras, aquellas mujeres que tiraban de las embarcaciones mediante unas sirgas, de allí su nombre. Mari Carmen Azkona escribió sobre ellas, de un modo sentido y emotivo, como ella escribe, y fue cuando me habló la primera vez que fui consciente de la situación de estas mujeres. La escultura es de Dora Salazar, bonito testimonio por su parte, desde luego, sin embargo no sé si hay algo de frivolidad en el homenaje, no por parte de la escultora, sino de una contextualización que no explica el trabajo muchas veces inhumano de aquel momento. Todo está quedando tan bonito en este Bilbao reformado y posmoderno que nos olvidamos de muchas cosas, de ese mundo del trabajo brutal y precario, de la vida de miles de personas en las minas, en las industrias, en los astilleros, en los puertos, hacinadas muchas de ellas en los barrios obreros del sur de la ciudad o de las ciudades de la margen izquierda, al norte, condiciones de trabajo y de vida que ha creado ese producto/objeto/bien de consumo que es hoy Bilbao.



En una sociedad con mentalidad de clase media, parece ser, no cabe hablar mucho de antiguas humillaciones ni de riquezas creadas con jornadas muy duras de trabajo y de vida. La estatua de las sirgueras se incorpora al paisaje, sin más mensaje.

Miramos la ría y hablamos de que se va acabando la pandemia, parece ser, y se retoman viejos proyectos urbanísticos: la reforma de Zorrotzaurre, la isla al norte de Bilbao donde se pone en marcha un viejo proyecto urbanístico que transformará la zona; la obras en las vías de tren en su último tramo, la de la estación de Abando, aprovechando la llegada del AVE y con lo que se pretende también una reforma profunda en el barrio de San Francisco, barrio otrora lúdico y un tanto canalla, hoy variopinto, de inmigración y un tanto marginal, pero apetitoso por estar en el centro de la ciudad, a orillas de la ría, casi cuando el Nervión empieza a dejar de serlo, ría, para volverse un río, más allá del puente de San Antón.

Son los tiempos que pasan. Es lo que dicen.

 

viernes, 11 de junio de 2021

Feria del Libro de Bilbao

 


Odete Semedo, poeta de Guinea Bissau y sin duda una de las escritoras más interesantes de África, se refiere en algunos de sus poemas a ese vínculo emocional, afectivo, entre las palabras y los sentimientos. Son las palabras las que adquieren una relación intensa con nosotros, con nuestro universo de valores y símbolos, con los afectos. Lo relaciona también con el idioma de la creación, cuando son varios, como es su caso, los idiomas hablados.

De ahí que la literatura haya adquirido desde épocas lejanas un lugar preponderante y que sea básica para poner orden ya nos sólo en nuestro interior, como individuos, sino también en la comunidad. Porque las palabras poseen fuerza y entonan la realidad que nos rodea. Nos vemos reflejados en los relatos que las palabras conforman, proyectan también un hilo rojo con nuestros contemporáneos y con nuestros antecesores. Mario Vargas Llosa lo explica de un modo formidable en su novela El hablador.

Claro que se afianza la impresión de que la literatura ya no tiene tanta importancia en nuestra sociedad actual, donde domina lo audiovisual, y que además nuestra sociedad se rige más por el espectáculo y por lo comercial. Aunque es posible también que se sigan contando historias mediante esos nuevos formatos.

Tal vez sea cosa de la edad, pero sin embargo uno no deja de pensar que, pese a todo, o por ello mismo, se tiende a la mera superficialidad y que detrás de la fachada cada vez hay menos contenido.

Asistir estos días a la Feria del Libro de Bilbao me ha dado esta sensación de hecatombe en el ámbito cultural. Es verdad que se ha intentado recuperar una cierta normalidad, perdida por la situación vivida desde el año pasado, pero también se me ha vuelto más evidente que el ambiente cultural no ha podido escapar a cierto gregarismo, a una estrechez elitista, a una tendencia a simplificar contenidos, a nos asumir nuevos retos literarios, a huir de la experimentación, a reducir riesgos, quien sabe si para no menguar los beneficios editoriales, y esto ocurría, me parece a mí, ya mucho antes de la pandemia.

Aunque esto no es del todo cierto, hay pequeñas editoriales que están asumiendo estos retos, aun cuando sea a costa de no crearse grandes expectativas económicas. Surgen también proyectos alrededor de algunas librerías que, con toda su modestia, llevan a cabo una intensa gestión cultural que rompe con esa sensación de sequía que uno cree ver en esta contemporaneidad tan poco atractiva. Son proyectos muy locales. En mi entorno inmediato puedo hablar de la librería Guantes de Portugalete o la librería Libreramente de Barakaldo.

Claro que esto no impide cierto fatalismo, pura proyección quizá de un estado de ánimo.



Llama la atención la cantidad de libros que se publican todos los años y la aparición por doquier de escritores, justo cuando, como se ha dicho, la literatura cada vez pinta menos en nuestra sociedad, incide bastante menos, si es que alguna vez tuvo de verdad influencia, y lo que parece dominar el panorama es un tipo de literatura ociosa, de entretenimiento. Tal vez no sea malo, que haya más gente escribiendo que acceda a la edición. Nos lleva a tener que ser, eso sí, más selectivo y a no dejarnos llevar por cantos de sirena comerciales, al mero marketing editorial, en el que hemos caído en gran medida.

Mientras, la Feria de Libro se vuelve un punto de encuentro. Desde luego, está lejos de ser como otras ferias más importantes. Pero hay presentaciones de libros, pocos debates literarios, todo hay que decirlo, ninguno en la práctica, y mucho colegueo entre escritores y prensa. Comienza a hacer calor en este Bilbao preveraniego. Dan ganas de aprovechar para leer en algunos de los bancos cercanos, en El Arenal.