lunes, 30 de mayo de 2016

Lo monstruoso cotidiano

Paul Diel, en un pequeño ensayo que analiza algunos mitos griegos desde la perspectiva de la psicología, habla de los monstruos, de lo monstruoso, como algo que habita el interior de cada uno. De este modo, el héroe, sea humano o semidivino, cuando se enfrenta al monstruo, a lo monstruoso, se está en realidad confrontando a su propio interior, a sí mismo, y en consecuencia se sale victorioso de la gesta cuando se consigue dominar aquellas pulsiones, pasiones y vanaglorias que le permitirán lo que en el mundo clásico griego era una meta: la armonía.

La literatura infantil -o calificada de infantil, la destinada a los niños- está lleno de relatos de monstruos que el receptor de los cuales sabe perfectamente reconocer y asumir en buena medida dentro de sí mismo porque sabe que en la lucha contra lo monstruoso lo crucial no son los monstruos en sí, sino el miedo que despiertan y por tanto lo fundamental es lograr el dominio del propio interior.  

Se trata por tanto de una lucha consigo o contra sí mismo que se mantiene a lo largo de la historia y recoge la literatura mediante un sinfín de relatos. Por citar uno solo que ahora mismo recuerdo: el caballero Lancelot descansa en una campa en medio de un bosque, se quita la cota de malla y la veste que deja a un lado junto al escudo, la espada y la lanza, por tanto no sólo está casi desnudo, sino que se halla desarmado, y así lo encuentra a media noche, a la luz de la luna, ese caballero cuyo yelmo no permite verle el rostro y que se encara al héroe artúrico que apenas tiene tiempo de alcanzar la espada. Lancelot, pese al factor sorpresa del repentino ataque y a su inferioridad de condiciones, logra vencer al desconocido y cuando lo tiene en el suelo, tirado boca arriba, le quita el yelmo para verle la cara, con la sorpresa de descubrir que el desconocido caballero posee sus propios rasgos, es su rostro lo que contempla, porque ha luchado consigo mismo, o contra sí mismo, y ha conseguido vencer, lo que le otorga la condición de héroe.

Claro que el monstruo, lo monstruoso, no siempre se halla en sí mismo, dentro de uno, a veces forma parte de eso que llamamos cotidianidad y que esconde incluso una faz grata. Es por ejemplo lo que nos cuentan dos autores, el italiano Erri de Luca y el guatemalteco Eduardo Halfon cuando nos hablan de sendos viajes por Italia, la plácida Italia del norte en el primero y del sur en el segundo, con su paisaje idílico y su calma vacacional, pero esa cotidianidad un tanto inane, vanal y apacible esconde el recuerdo de lo monstruoso. Ese hombre a quien acompaña su hija y que se halla en la mesa de al lado en El Crimen del Soldado de Erri de Luca fue un nazi, un criminal, un hombre que participó en la vecina Austria de los terribles crímenes nazis que enturbiaron la historia de este país centroeuropeo de profunda tradición musical, mientras que en el relato de Halfon, Signor Hoffman, el plácido viaje del narrador tiene como objetivo visitar el campo de concentración en el que se encerraron a miles de personas antes de seguir viaje a Alemania. Tras el paisaje y el lirismo cotidiano del viaje en tren hay la presencia de lo monstruoso, algo que produce espanto aun cuando lo disimulemos tras un barniz de belleza y cierta armonía, aunque digamos que son cosas del pasado e intentamos fingir que es un pasado, a pesar de su cercanía, que no volverá jamás.

 
No volverá jamás, nos decimos, como lo dirán nuestros descendientes cuando contemplen Lesbos y las islas griegas, o la frontera entre Grecia y Macedonia, abarrotadas de refugiados a los que se les cierra la puerta, como apestados, en una imagen que esconde de nuevo el monstruo de la opulenta Europa. El monstruo sigue allí, como el dinosaurio de Monterroso, enturbiando el despertar de nuestros plácidos sueños.

viernes, 20 de mayo de 2016

Los alumbrados

No siempre es fácil hacerse una idea de lo que pasaba en otras épocas de la historia más allá de los focos del poder. La historia es en gran medida la historia de los ganadores, de los poderosos, de los que dominan la cultura escrita y quedan fuera los perdedores, los débiles, los que se manejan en la cultura popular que hasta hace bien poco no eran objeto de estudio ni de interés. Tal vez lo fueron sólo de los novelistas, de la literatura, de allí que Marx dijera aquello de que había aprendido más sociología en las novelas de Balzac que en los mamotrecos sociológicos y económicos de su época.

Ya he hablado alguna vez del siglo XVI español, el siglo de los místicos se le ha llamado, y de cómo la historia oficial ha ocultado la pluralidad ideológica y religiosa del país, en parte porque esa historia oficial se puso a la sombra de una Iglesia Católica hegemónica, poderosa -de un poder mundano- y poco propicia a recordar que en todo el país corrían corrientes de fe y de espiritualidad poco afines a quienes capitaneaban la estructura eclesial. Porque hablamos de una cúpula religiosa que no sólo acabó persiguiendo a quienes se separaban de la Iglesia y procuraban crear otra -los protestantes o los judaizantes que aún quedaban-, sino que también ejerció la represión interna, la de aquellas corrientes, como la erasmista, que buscaban un cambio en la propia Iglesia Católica.

También ha quedado oculta la existencia de un sinfín de cenáculos y grupos de estudio que se extendieron por muchas ciudades y pueblos. Leían juntos la Biblia y también las traducciones de los libros de Erasmo de Rotterdam que, muy pronto, corrieron a lo largo de todo el país. También se popularizaron otros libros de contenido espiritual, fruto de un interés enorme por reflexionar y meditar sobre tales temas, muestra también del interés por avanzar hacia una espiritualidad que los ritos impuestos y no siempre entendidos no satisfacían del todo. Uno de los libros más importante fue el Tercer Abecedario Espiritual, de Francisco de Osuna, que tanto influyó en los poetas místicos, entre ellos en Teresa de Ávila.
 
Entre las corrientes que se extendieron, sobre todo por Castilla, una de las más importantes es la de los Alumbrados. En realidad, no se trata de una corriente homogénea, sino de un amplio número de cenáculos y grupos de estudios que compartían una base común, sobre todo la necesidad de una experiencia espiritual más pura, el recogimiento que procuraba que sus seguidores estuvieran menos contaminados por rituales repetidos hasta la pérdida o el olvido de su razón de ser, un intento de alcanzar la fe mediante la propia experiencia, la reflexión, el control de los deseso y una necesidad de unión mística con Dios, eso que Osuna denominó la sindéresis, el Castillo interior que Teresa de Ávila popularizó. Había pues un poso común, pero después un sinfín de experiencias diferentes de acercamiento a la fe y de via espiritual. Algunas recuperaron la mística medieval, la de San Bernardo o la de Gersón, otros tendieron al quietismo que defendió en Castilla Miguel de Molinos, cuya expresión más radical fue la de los dejados, que defendían el abandonarse al amor de Dios, No resistir, consentir, lo que les permitía vivir sin pecado, ser perfectos. Muchos de los alumbrados se diluyeron en otras corrientes, influyeron por ejemplo en los luteranos de Valladolid o incluso en algunos erasmistas de la Universidad de Alcalá. Otros tendieron a comportamientos harto heterogénenos, incluso a un modo de vida que chocó con los usos y costumbres de la época.
 
Es importante darse cuenta de que la sociedad de la época no era tan homogénea como creemos a veces, que bullía incluso tanto como la sociedad de otros siglos o de la actualidad. La espiritualidad se convirtió en gran medida en un magma sobre el que se construía, y a veces se justificaba, la sociedad. Hubo, cómo no, intereses que se barnizaban con religiosidad y que al final servían en la construcción del Estado que estaba naciendo en ese momento dado. Pero sobre todo hubo muchos hombres y mujeres, sí, también mujeres, que participaron de un debate profundo y sin duda muy rico.

martes, 17 de mayo de 2016

Letras gallegas

Hay momentos de la historia que parecen más frutos del capricho que de meditadas decisiones o cuestiones trascendentales. Puede que se mueva la magia tras los hechos, aunque esto puede que sea más una visión idílica o de vagas pretensiones románticas. Sea lo que fuere, el que Alfonso VI concediera en 1088 a su hija doña Urraca y a su hija Teresa respectivamente el condado de Galicia y el condado de Portugal fue algo aleatorio, que dependía de que tuviera hijas, de que nacieran en un determinado orden o de otros elementos que tal vez ahora se nos escapen. Pero ese nombramiento supuso el inicio de la división de Galicia y Portugal, sobre todo cuando años después, en 1128, Afonso Henriques se proclamara Rey de Portugal. 

Además, dicen las malas lenguas, que Fernando III de Castilla y su hijo Alfonso X optaron por Toledo como capital del reino y el castellano como lengua oficial -ellos empleaban el galaicoportugués en su cotidianidad- por sus malas relaciones del Obispo de Santiago de Compostela, que competía con el Obispo de Roma por ser el centro de la cristiandad. Tal vez, de no haber sido así, la lengua oficial de España sería hoy una lengua derivada de ese trono galaicoportugués y quien sabe si las relaciones con Portugal fueran hoy diferentes. En todo caso, a partir de ese momento se separaron dos lenguas del tronco común, el gallego y el portugués.

Hay que tener en cuenta que del siglo XII al siglo XIV la literatura galaicoportugesa adquirió una importancia fundamental, su idioma fue lengua de cultura en toda la península y sólo la literatura provenzal, con el tiempo, pudo abrirse paso, sobre todo en el Reino de Aragón y en el Reino de Navarra, más próximos a la Provenza y más permeables a las influencias del norte. 

La importancia de las cantigas y de los cancioneiros gallegos y portugueses fue más que notable. Sus autores gozaron de enorme prestigio y recorrieron la península e incluso más allá. Sin embargo, a partir del siglo XIV el castellano fue tomando un papel central en el Reino de Castilla, la influencia provenzal creció, en el Renacimiento se impuso la poesía al itálico modo y con la unificación el castellano no sólo fue la lengua de la administración, sino que lo fue también de la cultura. El gallego fue perdiendo terreno y al final sólo quedó como lengua del pueblo llano, sobre todo en el campo, fuera de las ciudades. El catalán también sufrió ciertos retroceso como lengua literaria y el vasco adquirió cierto peso en la Navarra continental, la Navarra francesa, pero en el País Vasco penínsular ocurrió algo similar al gallego.

No fue hasta el siglo XIX cuando el gallego no comenzó a recuperarse. La invasión francesa de 1808 generó un discurso de dignificación del pueblo que supuso el reconocimiento de su habla. A partir de 1840 hay un proceso de recuperación que desemboca, a partir de los años 60 de ese siglo, en un Rexurdimento, un renacimiento con escritores como Rosalía de Castro, Eduardo Pondal o Manuel Curros Enriquez. Aparecen las Irmandades da Fala y los primeros movimientos que solicitan la cooficialidad del gallego que obtendrá su reconocimiento legal con el Estatuto del 36. Sin embargo, la dictadura supuso de nuevo un freno. Aun así, rebrota el idioma como expresión cultural, que se manifiesta con la aparición de la editorial Galaxia o de varias revistas, entre ellas Grial, que a partir de los años cincuenta del siglo XX supondrá un nuevo renacimiento literario y cultura. Hay que destacar a un escritor como Cunqueiro que combina castellano y gallego.

Podemos decir que la literatura en gallego hoy goza de buena salud, por emplear el símil médico habitual. El éxito de Manuel Rivas o de Suso de Toro, reconocidos y traducidos a numerosos idiomas, es a todas luces un camino interesante para que se conozca una cultura importante que va más allá de lo aquí queda expresado.


jueves, 12 de mayo de 2016

Cesário Verde

 Morir a los treinta y un años es doloroso. Dejas de lado, de pronto, un sinfín de proyectos, de objetivos, de acciones y reflexiones que no siempre serán recordadas. La distancia es el olvido, la distancia temporal en este caso. Cesário Verde murió con treinta y un años tras una tuberculosis que no pudo superar. La enfermedad, por otro lado, estuvo también presente en la literatura portuguesa, en otras muchas literaturas, y afectó a otros autores, como Antero de Quental, tanto física como espitualmente. 

Poeta Cesário Verde, sobre todo poeta, está vinculado por su familia a la burguesía comercial de un Portugal que comenzaba a creer en el progreso con fuerza, porque a todas luces simboliza en gran medida ese tiempo de progreso que compagina una industria en alza, un campo que recibe el elogio de muchos autores y también avanza gracias a una nueva visión del mundo. De ese progreso que ahora, en el siglo XXI, cuestionamos tanto.

Su familia comercia con el hierro, posee una red de ferreterías que prospera y permite invertir en los negocios del campo. Linda-a-Pastora será esa explotación agraria en la que el propio poeta se refugia desde niño y que le permite conocer la naturaleza, cuyos colores después aprovechará en sus figuras poéticas. Sus poemas poseen esa fuerza de colores y sensaciones tan propios del expresionismo pictórico. Esa expresividad será propia del parnasianismo francés que tanto influye ente los autores portugueses. Muchos de ellos se reúnen en torno a la revista A Folha.
 
 Sin embargo, ni sus frecuentes estancias en el campo ni su compromiso con las empresas familiares ni su repentina enfermedad le impiden participar de la realidad de Portugal con esos mismos paradigmas de progreso y radicalidad, tan compartidos por los grupos literarios de su tiempo, influidos por la polémica de Coimbra o por las Conferencias del Casino de 1871.

Publica en diarios y en revistas. Saca un solo libro, que publica más como regalo para sus amigos. Viaja a Francia -Burdeos y París- por cuestiones de negocio, su único viaje al extranjero, y la muerte le acecha y le llega con treinta y un años.

No es de los nombres que más suenen en la historia de la literatura portuguesa. Sin embargo, se le recupera gracias en parte a la admiración que por él sentían tanto su contemporáneo Eça de Queiroz como, años después, iniciado ya el siglo XX, los escritores Fernando Pessoa (y heterónimos) y Juan de Sena, que hablarán de él de forma elogiosa. Por suerte, gracias al interés que se ha despertado por el país vecino, está publicado en España, lo que tal vez nos haga pensar que no todo está perdido.


lunes, 9 de mayo de 2016

Extremadura

El periódico El Correo de Extremadura publica que en estos momentos 15.000 personas estudian portugués en la comunidad autónoma de Extremadura. Según Piedad Alvárez, delegada provincial de educación en Badajoz, el gobierno de la Comunidad quiere ampliar el número de alumnos que aprenden dicha lengua en los centros públicos -tanto de primaria y secundaria como de Escuelas Oficiales de Idiomas e Institutos de Lenguas Modernas- y hay previsto añadir nuevos centros a los cinco que en estos momentos ofrecen una enseñanza bilingüe, además de una mayor presencia del portugués en el Canal Extremadura.
Después de Galicia, Extremadura es ahora mismo la comunidad donde mayor importancia se ha dado a la relación con el vecino país a través de la difusión de su idioma y por tanto de su cultura. No es casual que en esta región, en concreto en Badajoz, se halle el enclave de Olivenza, que durante decenios fue causa de una reclamación territorial por parte de Portugal, parecido al que España sostiene con Gran Bretaña respecto a Gibraltar, y que ahora parece resolverse no mediante enfrentamientos ni proclamas en foros internacionales, sino a través de compartir idiomas, culturas e incluso nacionalidades, al conceder Portugal la ciudadanía portuguesa a los habitantes de Olivenza que lo soliciten.
A todas luces estos planes de la Comunidad Autónoma de Extremadura, junto a los desarrollados en Galicia, suponen un cambio en las políticas educativas respecto a una lengua que debería contar con mayor presencia en España. A nadie se le escapa que durante decenios, por no decir siglos, la actitud de España hacia el vecino Portugal ha sido de mera ignorancia, como si no existiera, como si fuera una presencia invisible que ni siquiera aparecía -y que creo que siguen sin aparecer- en los mapas del tiempo de los informativos españoles. Esta ignorancia ha conllevado que apenas se supiera nada de la realidad portuguesa, ya fuese de su cultura, de su modelo social o de su política. A lo sumo, Portugal era aquel lugar donde se podían comprar toallas de calidad a buen precio. No es extraño que se intensificara no poco la actitud hostil, tradicional durante generaciones -de Espanha nem bom ventos nem bom casamentos- y que ahora, por fortuna, se diluye poco a poco.
Ya no sólo se conoce algo más este país vecino, sino que se le visita cada vez más y hay un mayor interés por lo que allí ocurre. En este sentido, han aumentado las traducciones de literatura portuguesa en España y poco a poco se citan otros autores, además de Pessoa. Y el que haya aumentado el aprendizaje del portugués, que además se habla en otros siete países de forma oficial y cuenta con una presencia importante en Goa y Macau, es un síntoma de este cambio. Para muchos españoles supone un descubrimiento percibir que hay un país aquí al lado con una cultura importante y una realidad atrayente. También el que haya unos debates sociales y políticos en Portugal que han empezado a incidir en la realidad española. De ahí que el interés de Extremadura por desarrollar estos lazos sean a todas luces loable.

Se puede consultar la noticia en: 
http://www.elcorreoextremadura.com/noticias_region/2016-05-05/1/14290/unos-15000-extremenos-estudian-portugues-en-centros-educativos-escuelas-de-idiomas-y-programas-formativos.html

viernes, 6 de mayo de 2016

Erasmo de Rotterdam

En una carta que Erasmo de Rotterdam dirige a Tomas Moro el autor muestra su desagrado por España. «Non placet Hispania», no me gusta España será su íntima confesión al filósofo inglés de unos sentimientos de rechazo por aquel país y fue tal vez la respuesta que le hubiera gustado dar a las múltiples invitaciones que le dirigió Francisco Ximénez de Cisneros para que acudiera a la Universidad de Alcalá a exponer sus ideas. Al mismo tiempo, no pudo menos que reconocer que el país donde más partidarios tenía era esa misma España, a todas luces una ironía del destino o de Dios que le reprochaba quizá de este modo sus sentimientos hostiles.
Y era verdad, en España contó con un gran número de partidarios, sus ideas se discutían no sólo en la Universidad de Alcalá cuyas aulas se iniciaron en 1508, sino en numerosos cenáculos y grupos que conseguían con avidez sus obras, traducidas casi de inmediato al castellano. El erasmismo se convirtió en una corriente de pensamiento teológico y social fundamental en España, hasta el punto de hablarse de un erasmismo español, aun cuando el autor fuera holandés.
El siglo XVI fue, en este sentido, un siglo clave en el debate teológico. No era nuevo, las discusiones, disidencias y corrientes en el seno del cristianismo se remontan incluso a los primeros años de expansión del mismo e incluso Pablo llama la atención en sus epístolas de esas divisiones, tan propias por otro lado de la humanidad. Así, en el siglo XVI surge un profundo cisma en Occidente que dividirá el cristianismo en dos grandes bloques, el catolicismo apostólico y romano, por un lado, y el cristianismo reformado por el otro, éste a su vez dividido en varias corrientes y denominaciones.
La Iglesia Católica había alcanzado un grado de corrupción y abuso enorme. No sólo lo denunciaron los teólogos y los partidarios de la Reformas (o de las Reformas), también hubo en el seno de la Iglesia Católica, Erasmo de Rotterdam entre ellos, pensadores que ponían el dedo en la llaga y planteaban la necesidad de depurar la Institución. Estas críticas las recogieron en gran medida los erasmistas españoles. Se trataba de una crítica profunda y radical a la paganización -reflejada en la excesiva adoración a Santos y Beatos-, al abuso de poder y al enorme dominio material entre los Príncipes de la Iglesia, al negocio de las indulgencias, al abandono del cuidado espiritual, al empleo por parte de Roma de la guerra y, en general, de un grado de inmoralidad que se consideró insoportable. Estas críticas se formularon de forma abierta por parte de Erasmo y de muchos de sus partidarios, aparecen también en obras literarias que alcanzan un notable éxito, entre ellas El Lazarillo de Tormes, obra anónima en un momento en que la autoría estaba ya presente y que contiene entre líneas mucho erasmismo
Frente a esta degradación, se defendió una espiritualidad sincera y profunda, un cristianismo basado en el amor y la concordia, que difundiera los valores de la paz, de la humildad o de la sencillez. El modelo, lo afirma Erasmo, lo expone el mismo Cristo, Él mismo es el modelo, el ideal a seguir frente a pomposidades y grandezas. Uno de los erasmistas españoles con el que el filósofo holandés se carteaba con frecuencia, Alfonso de Valdés, expuso en gran medida tanto las críticas como las tesis de lo que debiera ser el ideal cristiano en su obra Diálogos de Mercurio y Carón.
De este modo, el siglo XVI español devino el siglo de los Místicos, con un debate profundo y muy vivo. Surgieron varias corrientes de renovación entre las Órdenes religiosas, numerosos grupos de estudio religiosos, corrientes como la de los alumbrados o los molineristas, e incluso centros luteranos como el de Valladolid o reformados, como el de Sevilla. Entre estas corrientes la erasmista se impuso con fuerza. Como se ha dicho, contó con muchos estudiosos de su obra, organizados en cenáculos y grupos, además de partidarios entre personalidades importantes de la intelectualidad y la política. El propio Emperador simpatizó tanto con la figura como con las tesis de Erasmo, e incluso los dos primeros Inquisidores Generales, el ya citado Francisco Ximénez de Cisneros y Alonso Manrique, eran reconocidos erasmistas. El teólogo Carranza de Miranda realizó en 1527, en Valladolid, una acérrima defensa de las tesis erasmistas.
Sin embargo, hubo también un rechazo enorme a las tesis de Erasmo, sobre todo en algunos monasterios. Poco a poco el erasmismo perdió peso en España y fueron ganando terreno los partidarios de Roma. A mediados de siglo la propia Inquisición comenzó a actuar en su contra. La Iglesia como Institución tuvo un peso enorme en la construcción del Estado, le dio el armazón ideológico a un proceso político institucional que requería de una enorme homogeneidad en las ideas, por tanto no cabían las disidencias. De este modo, el sueño erasmista, como el de las otras corrientes cristianas, quedaron diluidas bajo un aparato eclesial y estatal fuertes.

martes, 3 de mayo de 2016

Camilo Pessanha

Choveu; e logo da terra humosa
irrompe o campo das liliáceas.
Foi bem fecunda, a estação pluviosa!
Que vigor no campo das liliáceas!


Calquem, recalquem, não o afogam.
Deixem. Não calquem. Que tudo invadam
não as extinguem, porque as degradam?
Para que as calcam? Não as afogam.


Olhem o fogo que anda na serra.
É a queimada... Que lumaréu!
Podem calcá-lo, deitar-lhe terra,
Que não apagam o lumáreu.


Deixem! Não calquem! Deixem arder.
Se aqui o pisam, rebenta além.
-E se arde tudo?- Isso que tem!
Deitam-lhe fogo, é para arder

Camilo Pessanha es uno de esos autores de un sólo libro, pero que deja sin duda una huella en la literatura. Tal vez sea un tópico, pero es real. Claro que muchos de estos autores acaban siendo olvidados, apenas leídos por un grupo reducido de lectores, los más asiduos a la poesía o los estudiosos, sean o no académicos (academicistas).
No es justo, a todas luces el olvido no siempre es justo. Claro que hay más escritores olvidados, de esos que Cronos devora sin atisbo de culpa, algunos incluso de notable calidad, que escritores que mantengamos vivos en la memoria. Siempre habrá libros que no podamos leer por falta de tiempo, más sin duda que los que hayamos leído a lo largo de toda una vida.
Nació Pessanha en Coimbra en 1867 y asistirá a acontecimientos importantes en ese final de siglo, como ese ultimátum británico a Lisboa en 1890, cuatro años antes de su partida a Macao, donde morirá. También le alcanzarán los ecos de las Conferencias del Casino que él no conoció directamente, se celebraron en 1871, cuando apenas contaba con cinco años, y que fueron organizadas por una generación de escritores con tanta incidencia en la cultura, pero también en la reflexión social y política de un país que se sabe periférico.
Por cierto, nace Pessanaha cuando muere Baudelaire y en 1896 muere otro poeta clave, Verlaine, que tanto influye entre los escritores portugueses. De hecho, es un gran lector de Verlaine, como lo es de Rubén Darío, de quien obtiene no pocas influencias y que a su vez influirá en España.
Camilo Pessanha decide por tanto irse a un rincón periférico de ese imperio forjado por un país periférico. Marcha a Macao y allí ejercerá de profesor, de responsable del Registro Inmobiliario, incluso de Juez, para volver a ser profesor. Conocerá la cultura china y coleccionará antigüedades orientales. Se aficionará también al opio. Como se convierte en un escritor de esos que denominan simbolista, a la historia de la literatura le gusta clasificar a los autores como si pertenecieran a las ciencias naturales, es fácil que se busquen significados y causas para escribir lo que escribió. La profesora Esther de Lemos nos advierte, no obstante: “Intentar sacar a la luz las raíces subconscientes, celosamente ocultas, es tarea ingrata que no adelanta nada para su verdadera comprensión”.
Como ya se ha dicho, es un escritor de un solo libro, Clepsidra, que va tejiendo a lo largo de su vida. Publica quince de sus poemas en 1916, hace ya un siglo, en la revista Centauro, que edita Luis de Montalvor. Cuatro años después aparecerá una primera edición del libro. A punto estuvo también de publicar en la revista Orpheu, de Fernando Pessoa, pero el tercer número de la revista, ya preparado, no verá la luz.
Abúlico y enfermo, pesimista, considerado“o poeta da dor espiritual”, morirá en 1926 en la lejana Macao, que tanto amaría sin duda.