miércoles, 27 de septiembre de 2017

Claude Cahun o las ideas de emancipación

Si Claude Cahun viviera hoy y pudiera contemplar lo que ocurre en esta Europa del capital, tan insolidaria y tan identitaria, con el regreso del discurso patriótico o nacionalista como único eje del debate político, con la mediocridad elevada a virtud y modelo de comportamiento a seguir, con toda seguridad se sentiría muy fuera de lugar, muy apesadumbrada. Su combate a lo largo de la primera mitad del siglo pasado por una libertad de comportamiento total, por un proceso de transformación individual y colectivo, por una sociedad sin explotados ni explotadores, en el que el arte no fuera sólo un barniz para jactancia y engreimiento de burgueses posmodernos, un mero decorado de salones y museos, todo ese combate suyo, tenaz y radical, hoy nos resulta a muchos un mero aunque atractivo recuerdo que nos gustaría recuperar, el intento de un mundo diferente que ha quedado anclado en el ayer, en esa primera mitad del siglo XX en que parecía posible, entonces sí, otro mundo.

Claude Cahun, sobrenombre o tal vez heterónimo de Lucy Schwob, había participado en los grandes combates del siglo. Había combinado el arte -la fotografía, la poesía- con la revolución, una revolución disciplinada aunque no opresiva y una radicalidad fanatizada aunque no acrítica. Formó parte de la Asociación de Escritores y Artistas Revolucionarios y cuando este núcleo comenzó a estar demasiado organizado -controlado- por un asfixiante autoritarismo de corte estalinista, creó junto a Georges Bataille, Benjamin Péret y André Breton el colectivo Contre-Attaque, todos ellos decepcionados por el modelo que siguió la Unión Soviética, con una dictadura burocrática que no logró superar, más bien regresó a ellos, modelos de explotación de la mayoría por una minoría y un arte que no formaba parte ya de una nueva sociedad, sino que devino otro decorado, esta vez de los rancios salones del Partido. Desembocó junto a André Breton en la Federación Internacional por un Arte Revolucionario Independiente, inspirada también por Trotsky, con la intención de que el arte no fuera un panfleto de las glorias estalinistas del Realismo Socialista impuesto por el PCUS y realmente sirviera a la liberación de los hombres y mujeres a través de la imaginación y la representación, presentes en potencia en cada ser humano.

Fruto de este compromiso fue su libro Les paris sont ouverts, publicado en 1935, título que responde a una expresión francesa que se refiere a un asunto de dudoso significado sobre el cual hay diferentes opiniones y que debe ser resuelto en un breve plazo de tiempo.

No, con toda seguridad Claude Cahun no se sentiría hoy muy feliz con el panorama europeo en lo que concierne al movimiento obrero y de las capas populares, aun a pesar de que hubieran surgido en algún momento dado algunas respuestas a la realidad imperante, tan poco real ésta como dicen que son las alternativas al sistema. Pero en general hoy esa clase trabajadora sujeto de cambio político y esas capas populares se han convertido en Europa en las grandes sustentadoras de un sistema atroz que no ha conseguido, incluso desaparecido el bloque soviético, superar las desigualdades, las injusticas y no pocas atrocidades.

Quizá se sentiría más identificada con los procesos de visualización y emancipación de movimientos de género y transgénero que se dan hoy. Formó parte de un colectivo, Femmes de la Rive Gauche, que logró que las mujeres ocuparan su lugar en las artes y las letras, también en la acción política, heredero de las sufragistas de finales de siglo XIX y precursor del feminismo de la segunda mitad del siglo XX. Pero fue más allá al plantear, en su radical defensa de la libertad de comportamiento total, la libertad sexual, aunque con una acérrima oposición a que se encasillaran las tendencias y las actitudes en módulos estancos. Ella misma rechazaba encuadrarse en la homosexualidad o en la heterosexualidad, al final conceptos del mercado que no consigue aclarar lo que se es en realidad, por ello se presentaba a sí misma como algo diferente, un tercer género que no definió mucho por rechazo a instituir un tercer encuadramiento.

Al igual que la concepción de arte, literatura y cultura proletarios que potenció la URSS resultaba a todas luces un contrasentido en una sociedad que se pretendía sin clases, es evidente que en una sociedad sin clases el arte no responde a los intereses de añejas clasificaciones a superar, porque tiende en consecuencia a ser otra cosa y por tanto no caben tales codificaciones, en una sociedad sin paradigmas de género o sexuales no son posibles las catalogaciones en las actitudes. Así lo planteaba Claude Cahun.


No obstante, no parece hoy tan fácil una realidad sin encasillamientos y clasificaciones. Más cuando no se han roto las amarras de encajonar la realidad de un modo preestablecido. Se intentó a comienzos del siglo XX mediante la imaginación y una concepción de plena emancipación. Pero hoy la idea de emancipación la sustituyen teorías de empoderamiento, que es justo lo contrario a lo que pretendía Claude Cahun y todo aquel movimiento artístico, tan plural, tan variado y extenso, que planteaba un cambio social y personal.

domingo, 17 de septiembre de 2017

Lenin en el Cabaret Voltaire

La callejuela Spiegelgasse se hallaba en el casco viejo de Zurich, hoy por completo reformado. A principios de siglo era un barrio paupérrimo, inseguro, sedicioso y perturbador, a la que llegaron numerosos exiliados de toda Europa y por ello pronto se convirtió en un centro de conspiraciones y tramas insurgentes, lo que motivó que la policía y el espionaje de muchos países dirigieran sus agentes a esa zona.

En esa callejuela, en el número 14, vivió Vladimir Illich Uliánov, conocido ya con el sobrenombre de Lenin. De hecho, es con este pseudónimo como pasó a la historia. No estuvo en Zurich mucho tiempo, en apenas unos meses la situación en Rusia cambiaría de un modo drástico y estallaría la ansiada revolución, por lo que Lenin volvería a su país para ponerse al servicio de ese movimiento, pero estuvo en Suiza el tiempo suficiente como para documentarse y escribir un primer manuscrito de El imperialismo, fase superior del capitalismo, una de las obras fundamentales de su concepción marxista de la realidad política y económica.

Con él vivía Nadeshda Krupskaya, su esposa, figura también fundamental en la historia del Estado Soviético, al cimentar el sistema educativo de la Unión Soviética y contribuir a la formación de la red de bibliotecas del país.

Estamos en la época en la que muchos hombres y mujeres se dedicaron con vehemencia a la revolución. Se les puede calificar en cierto modo como revolucionarios profesionales y surgen como tal a lo largo del siglo XIX, cuando se consolidan las organizaciones de clase, tanto sindicatos como partidos, pero también otro tipo de asociaciones no menos importantes, y que necesitan de personas que dediquen a la labor de transformar la sociedad todos sus esfuerzos. Pero su momento cumbre será la primera mitad del siglo XX, sobre todo durante los años de la revolución soviética y los años posteriores, cuando se quiso extender la misma a toda Europa.

La vehemencia de sus vidas y la dedicación casi plena a la revolución creó una imagen romántica del revolucionario profesional, aunque al mismo tiempo se desarrolló su sombra, una imagen fría, la de hombres y mujeres obsesivos, sólo centrados en el quehacer de la revolución, desdeñosos con cualquier cosa que pudiera entorpecer su labor. No pocos de los hijos e hijas de aquellos revolucionarios profesionales han desdeñado en su edad adulta la labor política y se han referido en alguna ocasión a la frialdad en su niñez o a la sensación de abandono provocados por la ausencia de sus padres y madres. Porque a veces eran los dos quienes estaban dedicados en cuerpo y alma a transformar las relaciones sociales.

Sin embargo, aun teniendo una base real ese sentimiento, no es del todo exacto la imagen fría del revolucionario profesional. O no es el único aspecto a resaltar de su personalidad, al fin y al cabo todos somos poliédricos en nuestra forma de ser y estar en el mundo. Muchos de esos revolucionarios profesionales eran al mismo tiempo personas sensibles, cultas, incluso atentas, aunque esa vehemencia referida antes desdibuja en gran medida lo que apreciamos de sus personalidades.

En este sentido, durante esos meses en Zurich podemos conocer una faceta del revolucionario ruso del todo diferente al estereotipo creado. Junto a su casa, apenas una habitación cuasi insalubre, se ha abierto el Cabaret Voltaire, un tugurio frecuentado por artistas, bohemios, asilados, poetas, comediantes, bailarines, revolucionarios, autores o espectadores ávidos de nuevas sensaciones. No es necesario ser un artista reconocido o académico, cualquiera puede acudir y participar en las soirées. El mismo Lenin toca melodías tradicionales rusas y declama fragmentos, algunos humorísticos, de Chéjov, mientras que Nadeshda Krupskaya hace lo propio con Turguéniev o con el poeta Nekrásov.

Quien entrase cualquier noche en el Cabaret Voltaire debía de estar impregnado de ese espíritu novedoso, caótico, un tanto nihilista y que exalta la locura como acto de rebeldía. De lo contrario, no sólo no entendería el sinsentido al que asiste, sino que tendría que salir escandalizado y de inmediato de aquel lugar en el que se declama sin orden ni concierto, incluso se entonan meras sílabas sin componer significado alguno, se unen por mera entonación caprichosa. Tristan Tzara llevará al Cabaret Voltaire sus espectáculos callejeros de Paris, repletos de absurdo y contradicciones. La bailarina Mary Wigman da a conocer allí su coreografía sin música, baila y evoca sensuales danzas orientales. Hugo Ball proclama el antiarte como nueva expresión artística del siglo.

El Cabaret Voltaire es fruto de la subversión dadaísta. Surge con fuerza en 1916, en plena guerra europea, por lo que encuentra refugio y se desarrolla en la neutral Suiza o en España, que también proclama su neutralidad en aquel conflicto, lo que no es óbice para que su burguesía, sobre todo la catalana, haga pingües negocios con la guerra. El dadaísmo se opone radicalmente a la guerra y ataca con fervor a los gobiernos que la patrocinan. Imposible no olvidar que esa oposición a la guerra por servir a los intereses de las burguesías nacionales tendría que haber sido la actitud de la IIª Internacional. Pero sus secciones se dejan llevar por los cantos de sirena del patrioterismo.

El objetivo del dadaísmo es la subversión de la realidad, buscan para ello «la abolición de la lógica y del futuro». El lenguaje deviene de este modo un campo de batalla y es imprescindible establecer las bases para una creatividad revolucionaria. No es posible que el lenguaje sólo sirva para transmitir y mantener un orden que en realidad no es orden, sino su contrario. Hay que provocar y transgredir, hay que romper los esquemas de una cultura y un arte que han devenido un mero decorado, un entretenimiento para burgueses que acuden a los salones para divertirse, simulando un barniz de cultura adecuada a sus intereses, y se sienten confiados y alegres en aquella belle epoque que, pese a su fe en el progreso, culmina en la gran guerra.  

Los bien pensantes se escandalizan con las expresiones dadaístas que encuentran insultantes, obscenas, impúdicas y ofensivas. Los bien pensantes defienden lo académico y los museos, el arte ordenado y quieto, se escandalizan también porque los dadaístas ataquen esos pretendidos monumentos de la cultura. Lo escandaloso de verdad, sin embargo, es que no les afecte los miles de muertos que produce la guerra, ese millón de cadáveres que a finales del verano de 1916 quedan sobre el campo de batalla de Somme. Pero para los burgueses la guerra y la muerte son necesarias, un mal necesario en todo caso, para la prosperidad de sus patrias. Creen con firmeza en una moral construida sobre los cimientos del próspero negocio y que deben defender con uñas y dientes frente a lo que consideran mero caos, y el caos será todo aquello que no produzca beneficios y sobre todo cualquier expresión que enturbie su frágil conciencia. Frente a ese mundo levantado sobre el honor del dinero defendido por burgueses y bien pensantes, los dadaístas les lanzarán el reproche del mal olor que produce el orden burgués.

Habituados a su dialéctica parlamentaria, los defensores del orden exigirán a los dadaístas, pero también a todos los que rechazan su sistema, que expliquen bien a las claras lo que defienden, su modelo. Porque fuera de su lógica están convencido de que no hay nada. Porque borrachos como están del ideal de progreso, consideran que el futuro es un objeto, tan valioso como los objetos que salen de su fábrica. Nihilistas como son, los dadaístas rechazan entrar en ese juego. DADÁ no significa nada, afirmarán.

     Dadá es como vuestras esperanzas: nada.
     como vuestros paraísos: nada,
     como vuestros ídolos: nada,
     como vuestros ídolos políticos: nada
     como vuestros artistas: nada
     como vuestras religiones: nada

Sobre la nada -o sobre las ruinas del viejo mundo- será posible construir algo nuevo: puede que algunos, superando el fatalismo, lo consideraran así. Al menos eso es lo que parece pensar Lenin mientras juega al ajedrez con Tristan Tzara. La realidad, empero, ha sido poco propicia a dar la razón a los optimistas.

El Cabaret Voltaire cerró sus puertas, pero el local y el edificio en el que se hallaba se mantuvieron en pie, aunque en mal estado. A principios de siglo un plan de reformas en el casco viejo de Zurich, zona marginal y de squaters, proyectaba derribar el edificio y construir nuevas viviendas para la clase media alta. Un movimiento neosurrealista ocupó el local en señal de protesta y a favor de mantener el mítico local. Lo consiguieron, pero convertido en un museo del dadaísmo, como sala de exposiciones, tienda y cafetería añadida.

domingo, 10 de septiembre de 2017

Couto Mixto

Dice la leyenda que una princesa, en un frío invierno, quedó atrapada por la nieve en la sierra de Pena. Estaba embarazada y sólo la ayuda de los lugareños logró que diera a luz a su hijo y que ambos salvaran la vida. Como agradecimiento, la princesa logró para aquel lugar, Couto Mixto, una serie de privilegios y la capacidad de gobernar el enclave al margen de los dos Reinos vecinos, el de Portugal, independiente desde 1139, y el de León, en proceso de unión con Castilla, del que dependía el condado de Galicia. Tal leyenda se remonta a mediados del siglo XII y, ya fuese a través de la legendaria princesa o por otros medios, el pequeño territorio, casi 27 kilómetros cuadrados, quedó bajo la protección del castillo de Piconha, construido sobre una tierra propiedad de los duques de Bragança y cuya función era proteger las fronteras, muy difusas entonces, entre lo que serían mucho después la provincia de Orense y la región de Tras-os-Montes. Con el tiempo, también la Casa de Lemos y la Casa de Monterrei incidieron sobre ese enclave.

Puede parecer evidente, aunque no lo es tanto, visto el uso de términos actuales para momentos del pasado que busca legitimar a través de la historia reivindicaciones presentes, que no podemos utilizar conceptos de la política contemporánea para hablar de otros tiempos, al menos con un sentido actual, y así hemos de entender que el Couto Mixto fuese un territorio con privilegios y normas propias, por otro lado algo no tan extraño en un sistema feudal en el que la organización política centralizada había quedado diluida.

Ese pequeño enclave estaba constituido por tres aldeas: Santiago de Rubiás, la capital administrativa donde ejercía el juez, la máxima autoridad, Meaus, que era el núcleo económico y comercial, y Rubiás dos Mixtos, la población más grande. Cada una de las aldeas elegía a los homes de Acordo, sus representantes que se reunían en el atrio de la Iglesia de Santiago. Solían ser tres por aldea, aunque a veces fueron cinco. Se elegía en asamblea a la máxima autoridad, el Juez, para un periodo de tres años y debía ser ratificado por la Casa de Bragança. Tal figura reunía el poder legislativo y judicial, también el ejecutivo que compartía con el Vigairo do mes. Era interesante que los vecinos podían cuestionar sus decisiones cuando no estuviesen de acuerdo y con el tiempo dispusieron de la posibilidad de recurrir las mismas en los partidos judiciales portugueses o españoles, pues los habitantes del Couto Mixto podían acogerse a las leyes de ambos países.

Sin embargo, aunque pudieran acudir a las leyes de Portugal o de Castilla, más tarde de España, los habitantes del enclave estaban exentos de impuestos, el Couto Mixto pagaba una alcabala a la corona portuguesa y castellana, también a la Casa de Bragança, de un modo muy parecido al de los vizcaínos y navarros. Estaban dispensados también de prestaciones militares en los reinos vecinos. Podían conceder el derecho de asilo a quienes llegaban a su tierra y lo solicitaban.

Había un Arca de Madera que era el símbolo de lo que hoy consideraríamos la soberanía del Couto Mixto, un arca en el que se guardaban los documentos que daban título a la naturaleza jurídico del enclave. Tenía tres llaves, cada una de las cuales se guardaba en cada aldea. La de Santiago estaba en manos del Juez. Buena parte de los documentos que conservaba el Arca desaparecieron en 1809, se quemaron muchos de ellos durante la ocupación francesa.

Todo indica que el Couto Mixto hubiera podido ser un país independiente entre España y Portugal, un país de orígenes feudales si se quiere, pero al fin y al cabo buena parte de los Estados europeos se remontan en su origen a leyes feudales y tenemos a Andorra que se constituyó de un modo no muy diferente al de Couto Mixto y allí está, acudiendo incluso a las asambleas anuales de la ONU. Existe también Goust, en los Pirineos, reconocida su independencia en 1648 por Francia y España, sin que nunca se hubiera decretado su disolución como Estado, aunque nadie reclame hoy su soberanía. Todo lo cual puede inducir a considerar la existencia de los Estados como mera cuestión de suerte o de meras combinaciones aleatorias: son las que son, pero hubieran podido ser otra cosa. Se constituyen a través de fenómenos que van conformando eso que llaman las realidades nacionales y que no siempre están claras, incluso en tiempos como los actuales, tal vez porque son siempre cambiantes, nada hay estático. Son frutos en definitiva de las casualidades o a veces de nimios caprichos, casi como les ocurre a las personas que nacemos por una multitud de amalgamas y arreglos previos, aunque cabe la posibilidad de que todo esté escrito de antemano, quién puede saberlo.

En todo caso, son las zonas de frontera donde muchas veces apreciamos hasta qué punto se diluyen muchas de esas esencias de la identidad nacional, todo fluye de otro modo, como diluido por las brumas: rasgos, idioma o costumbres. Sin duda ni los propios habitantes del Couto Mixto tendrían claro con quien mantenían identidades e identificaciones. Mucho tiempo después, en 2012, Eloy Enciso realizó un documental, Arraianos, en el que plasmó en buena medida estos rasgos fronterizos tan marcados.


En 1864 España y Portugal firmaron el Tratado de Lisboa por el cual se conformaron las fronteras entre los dos países, no elucidadas del todo pues siguió danzando el conflicto de Olivenza y la reclamación de Portugal de dicha comarca. En todo caso, a raíz de dicho acuerdo, el Couto Mixto quedó anexionado a España a cambio de los pueblos promiscuos, aquellas aldeas y pueblos cuya territorialidad no estaba clara y que fueron absorbidos por Portugal en ese momento. Con ello, el Couto se incorporaría a la provincia de Orense, sus instituciones y privilegios se extinguieron sin que nadie consultara a sus habitantes, quienes en noviembre de 1868, cuando el Tratado entró en vigor, perdieron aquella excepcional situación. Delfín Modesto Brandán fue su último Juez.