Luis Cardoso
Crónica de uma travessia
A Época do Ai-Dik-Funam
Publicações
Dom Quixote, 2010
¿Puede el rescate de la memoria, como apunta José
Eduarde Agualusa, añadir una dimensión inédita al combate por la libertad? En
España, un país en el que parece que se rehúye del pasado, o en todo caso de su
delimitación o de su reflexión críticas, el debate recién se ha planteado como
quien dice, al menos en lo que se refiere a la memoria de los perdedores, tal
vez porque se asume que la historia la escriben los vencedores o, lo que es
casi lo mismo, que es un discurso creado, un mera rama de la ficción (a la que se
añade la coletilla basada en hechos
reales). Quizá no sea por nada que los mejores conocedores de la historia y
de la cultura españolas hayan sido los hispanistas británicos o que haya
capítulos enteros de la historia española que sean casi desconocidos por la
población y apenas los estudien un puñado de especialistas, como la heterodoxia
religiosa del siglo XVI e incluso anterior o la revolución de 1937, por citar
sólo dos ejemplos por los que uno siente cierto interés y una enorme atracción
intelectual, sentimental e incluso vital. En Portugal, por el contrario, ha
habido un mayor interés por la memoria, por echar una mirada hacia atrás, a
veces con nostalgia, a veces con interés crítico, y habrá a quien se le ocurra
pensar que es por aquello de la saudade,
aunque esto de la saudade sea en
realidad otra cosa.
En todo caso, algo tendrá que ver el modo cómo ambos
países zanjaron sendas dictaduras. En España fue consecuencia de una serie de
pactos desde arriba. Hubo luchas sociales, sí, algunas muy importantes e
influyentes, en algún momento se pudo llegar a sentir que se perdía el control
de la situación, pero al final se asentó el posibilismo que a veces también se
podría calificar de mero pasteleo y
cuya consecuencia sistémica parece haber llegado a su fin, aunque esto no es
del todo seguro. En Portugal se dio mal que bien una ruptura, hubo sus más y
sus menos, pero lo que nadie puede negar es que todo el proceso de las guerras
coloniales, la decadencia de un país ya elegantemente decadente, la actuación
de una oposición decidida y, por fin, la Revolución de los Claveles fue un
proceso intenso, real, impresionante y a todas luces ejemplar.
Podemos ir un poco más para atrás en el tiempo y
reflexionar sobre la concepción de imperio en ambos países, no entre las élites
dominantes, siempre tan retóricas, sino en la población. Aquí también hay
diferencias entre España y Portugal. La participación de la población española
en su conjunto en la conformación imperial, algunos lo llamarían la aventura
colonial, fue minoritaria, apenas una nota a pie de página y no hay más que
observar la escasa presencia de las Indias en la literatura española
peninsular. En Portugal, por el contrario, la presencia de África, de Asia o de
América fue enorme, hasta el punto de que casi cada familia tenía a alguien que
hubiera salido de la metrópoli y la influencia en la literatura resultó más que
notable, se creó nada menos que un subgénero, la historia trágico-marítima.
Existió un imperio portugués por el que tampoco se
ponía el sol, aunque fuera más discreto, pareciese querer pasar más
desapercibido y actuara en ocasiones al margen de la realidad internacional de
cada época histórica, como si la Historia del mundo no fuera mucho con él. Alcanzó
enclaves que incluso son difícil de situar en el mapa, de tan lejanos, exóticos
y periféricos que resultan, como si hubiera un inconsciente colectivo que
empujara a que la colonia se pareciera a la metrópoli, claro que esto lo
desmiente Brasil o también Angola y Mozambique, enormes territorios que se han
convertido en verdaderas potencias regionales y mundiales. Además, no parece
muy realista que hablemos de los parecidos entre los pueblos colonizadores y
los pueblos colonizados, como si se pudiera transportar algo así como el
espíritu de un pueblo y hubiese un juego de espejos. Aunque puede que haya algo
de eso.
Viene esto a colación por un libro –una crónica lo
califica su autor- que habla de una de esas antiguas colonias, Timor Oriental,
la antigua Timor Portuguesa, que apenas vivió por unos días las consecuencias
liberadoras de la Revolución de los Claveles al incorporarla Indonesia a su
Estado a la fuerza tras una vana declaración de independencia y que no
obtendría hasta veintiséis años después, en 2002, la primera declaración de
independencia del siglo XXI. Luís Cardoso escribe la crónica de una travesía,
la de su padre, enfermero, comprometido, nostálgico –saudoso tal vez habría que decir-, y con ella recorre la historia
de una realidad que nos suena tan exótica, pero al mismo tiempo tan dramática y
también atractiva y variada como el mundo es. En este sentido, no hay más que
fijarse de la cantidad de lenguas que se citan en el relato, todas ellas para
una población de apenas poco más de un millón de habitantes y como el
protagonista de la crónica las aprende sin problemas a medida que va
recorriendo el territorio.
Llama también la atención la relación que se
establece con la metrópoli, esa Portugal tan lejana pero tan presente al mismo
tiempo. El colonialismo fue a todas luces una etapa brutal, cruel, basada en
ideas de superioridades e inferioridades étnicas y nacionales, o séase,
racistas, y estúpidos absurdos como la de querer imponer, como se explica en el
libro, ropas y modas occidentales a funcionarios y sus esposas que viven a
miles de kilómetros. Pero como la realidad posee variantes, a veces sin que
lleguemos a comprender ciertos mecanismos emocionales, también se estrechan
vínculos y se crean afectos entre personas de allá y de acá, y la mezcla de
culturas, aunque sea estructuralmente forzada, acaba dando nuevas realidades.
De nuevo la literatura nos permite apreciar elementos que la historia, la
sociología u otros saberes académicos no alcanzan a ver. En definitiva, «só se cansa do mar quem do mar só vê a água»,
afirmación de uno de los personajes que no deja de ser una gran verdad.
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