sábado, 16 de enero de 2016

Crónica de una travesía

Luis Cardoso
Crónica de uma travessia
A Época do Ai-Dik-Funam
Publicações Dom Quixote, 2010


¿Puede el rescate de la memoria, como apunta José Eduarde Agualusa, añadir una dimensión inédita al combate por la libertad? En España, un país en el que parece que se rehúye del pasado, o en todo caso de su delimitación o de su reflexión críticas, el debate recién se ha planteado como quien dice, al menos en lo que se refiere a la memoria de los perdedores, tal vez porque se asume que la historia la escriben los vencedores o, lo que es casi lo mismo, que es un discurso creado, un mera rama de la ficción (a la que se añade la coletilla basada en hechos reales). Quizá no sea por nada que los mejores conocedores de la historia y de la cultura españolas hayan sido los hispanistas británicos o que haya capítulos enteros de la historia española que sean casi desconocidos por la población y apenas los estudien un puñado de especialistas, como la heterodoxia religiosa del siglo XVI e incluso anterior o la revolución de 1937, por citar sólo dos ejemplos por los que uno siente cierto interés y una enorme atracción intelectual, sentimental e incluso vital. En Portugal, por el contrario, ha habido un mayor interés por la memoria, por echar una mirada hacia atrás, a veces con nostalgia, a veces con interés crítico, y habrá a quien se le ocurra pensar que es por aquello de la saudade, aunque esto de la saudade sea en realidad otra cosa.

En todo caso, algo tendrá que ver el modo cómo ambos países zanjaron sendas dictaduras. En España fue consecuencia de una serie de pactos desde arriba. Hubo luchas sociales, sí, algunas muy importantes e influyentes, en algún momento se pudo llegar a sentir que se perdía el control de la situación, pero al final se asentó el posibilismo que a veces también se podría calificar de mero pasteleo y cuya consecuencia sistémica parece haber llegado a su fin, aunque esto no es del todo seguro. En Portugal se dio mal que bien una ruptura, hubo sus más y sus menos, pero lo que nadie puede negar es que todo el proceso de las guerras coloniales, la decadencia de un país ya elegantemente decadente, la actuación de una oposición decidida y, por fin, la Revolución de los Claveles fue un proceso intenso, real, impresionante y a todas luces ejemplar.

Podemos ir un poco más para atrás en el tiempo y reflexionar sobre la concepción de imperio en ambos países, no entre las élites dominantes, siempre tan retóricas, sino en la población. Aquí también hay diferencias entre España y Portugal. La participación de la población española en su conjunto en la conformación imperial, algunos lo llamarían la aventura colonial, fue minoritaria, apenas una nota a pie de página y no hay más que observar la escasa presencia de las Indias en la literatura española peninsular. En Portugal, por el contrario, la presencia de África, de Asia o de América fue enorme, hasta el punto de que casi cada familia tenía a alguien que hubiera salido de la metrópoli y la influencia en la literatura resultó más que notable, se creó nada menos que un subgénero, la historia trágico-marítima.

Existió un imperio portugués por el que tampoco se ponía el sol, aunque fuera más discreto, pareciese querer pasar más desapercibido y actuara en ocasiones al margen de la realidad internacional de cada época histórica, como si la Historia del mundo no fuera mucho con él. Alcanzó enclaves que incluso son difícil de situar en el mapa, de tan lejanos, exóticos y periféricos que resultan, como si hubiera un inconsciente colectivo que empujara a que la colonia se pareciera a la metrópoli, claro que esto lo desmiente Brasil o también Angola y Mozambique, enormes territorios que se han convertido en verdaderas potencias regionales y mundiales. Además, no parece muy realista que hablemos de los parecidos entre los pueblos colonizadores y los pueblos colonizados, como si se pudiera transportar algo así como el espíritu de un pueblo y hubiese un juego de espejos. Aunque puede que haya algo de eso.

Viene esto a colación por un libro –una crónica lo califica su autor- que habla de una de esas antiguas colonias, Timor Oriental, la antigua Timor Portuguesa, que apenas vivió por unos días las consecuencias liberadoras de la Revolución de los Claveles al incorporarla Indonesia a su Estado a la fuerza tras una vana declaración de independencia y que no obtendría hasta veintiséis años después, en 2002, la primera declaración de independencia del siglo XXI. Luís Cardoso escribe la crónica de una travesía, la de su padre, enfermero, comprometido, nostálgico –saudoso tal vez habría que decir-, y con ella recorre la historia de una realidad que nos suena tan exótica, pero al mismo tiempo tan dramática y también atractiva y variada como el mundo es. En este sentido, no hay más que fijarse de la cantidad de lenguas que se citan en el relato, todas ellas para una población de apenas poco más de un millón de habitantes y como el protagonista de la crónica las aprende sin problemas a medida que va recorriendo el territorio.


Llama también la atención la relación que se establece con la metrópoli, esa Portugal tan lejana pero tan presente al mismo tiempo. El colonialismo fue a todas luces una etapa brutal, cruel, basada en ideas de superioridades e inferioridades étnicas y nacionales, o séase, racistas, y estúpidos absurdos como la de querer imponer, como se explica en el libro, ropas y modas occidentales a funcionarios y sus esposas que viven a miles de kilómetros. Pero como la realidad posee variantes, a veces sin que lleguemos a comprender ciertos mecanismos emocionales, también se estrechan vínculos y se crean afectos entre personas de allá y de acá, y la mezcla de culturas, aunque sea estructuralmente forzada, acaba dando nuevas realidades. De nuevo la literatura nos permite apreciar elementos que la historia, la sociología u otros saberes académicos no alcanzan a ver. En definitiva, «só se cansa do mar quem do mar só vê a água», afirmación de uno de los personajes que no deja de ser una gran verdad.

No hay comentarios:

Publicar un comentario