
Aventuras marítimas que
le permitieron recorrer el mundo y poseer enclaves por todos los mares. Si mirásemos un mapa del
siglo XVI veríamos un sinfín de lugares en el que los portugueses habían puesto
una base, una defensa, un puerto. África estaba repleta. Hay que tener en
cuenta que de las colonias y enclaves portugueses sólo Brasil, Angola y Mozambique
adquieren dimensiones enormes, el resto son islas, penínsulas o pequeños territorios,
siempre estratégicos para permitir a los barcos llevar a cabo sus navegaciones
sin muchos riesgos.
Hubo un momento en que
la población entera se implicó con estas aventuras marítimas, hasta el punto
que se dice que en todas las familias portuguesas había alguien que se echaba
al mar. De ahí también que surgiera un género literario a merced de dichas
empresas: la Literatura Trágico-Marítima.

Tras la llegada de los
portugueses a Calcuta se comienzan a recibir noticias de China, de a terra dos chins. Los primeros
contactos se produjeron en Malaca en 1509 y hay que decir que la impresión que
obtuvieron los portugueses fue muy buena. A diferencias de los indios, cuya
sociedad les debió de resultar caótica, con su pluralidad lingüística, sus
extrañas religiones –que al principio consideraron cristianas porque no
concebían que se pudiera ser otra cosa salvo cristiano, judío o musulmán, y la
presencia de estatuas sólo apuntaba a esa hipótesis, a la del cristianismo
llevado por Santo Tomás-, sus costumbres –ese andar semidesnudo, sentados
siempre en el suelo, con sus comidas picantes- e incluso, sí, el color de su
piel (estamos en el siglo XVI, recuérdese, y apenas había un mínimo
reconocimiento hacia los portadores de pieles oscuras), la verdad es que los
chinos les debieron de resultar la cima de la civilización y del refinamiento. Eran
de piel clara, más blancos incluso que los europeos meridionales que llegaban a
Asia, vestían por completo el cuerpo muchas veces con ropas elegantes de seda
o, en su caso, cómoda, sus costumbres delicadas y sobre todo parecían dotados
de reglas con que organizaban la sociedad. Muchos cronistas destacan en sus
relaciones, al visitar las ciudades chinas, lo limpias que están las calles,
les llama la atención frente a la suciedad maloliente de las ciudades de
procedencia, e incluso se habla del sistema de cloacas, apenas conocido en
Europa.
Esos primeros contactos
permiten que una expedición portuguesa, comandada por Jorge Alvares, llegue a
la Isla de Lintin, llamada por los portugueses Ilha de Tamão, y que el Rey Don Manuel ponga en marcha las primeras
delegaciones para profundizar en los contactos. Esas primeras expediciones establecieran acuerdos, relaciones y vínculos con aquel país, algo que no era
nada fácil y estaba con frecuencia a merced de notables errores que pusieron
más de una vez en peligro las misiones encaminadas. A pesar de ello, los
portugueses continuaron recorriendo las costas chinas y del Indostán, alcanzan
en 1542 Japón y escogen las costas chinas como centro de su presencia en Asia.
Hasta la Compañía de Jesús decide aprovechar la presencia portuguesa para su
expansión por el Lejano Oriente.

Como no podía ser
menos, Macao aparece en la literatura de viajes y en las crónicas de la época. El Tratado das
cousas de China, de Fray Gaspar da Cruz, Décadas da Asia, de João de Barros, la Crónica do felicíssimo Rei D. Manuel, de Damião de Gois o el Tratado dos descobrimentos, de António
Galvão son una pequeña muestra de esa aventura marítima portuguesa.