El tiempo desfigura el
pasado. Lo amoldamos a nuestros propios intereses, lo pasamos por el filtro de
nuestras subjetividades. Cuando ese pasado deviene historia, resulta evidente
que las manipulaciones son mayores, ya se sabe: la Historia –así, con
mayúscula, para mayor gloria del presente- durante mucho tiempo la escribieron
los vencedores a imagen y semejanza de sus intereses y por tanto con una clara
voluntad de crear un discurso que legitimase su poder. La Historia, por tanto,
es un relato dictado para crear ideología. Pero hay también un juego de
imágenes y prejuicios, muchas veces interesadas también, que proyecta sobre
ciertas épocas un barniz que desdibuja el relato y crea una profunda
negatividad.
Es lo que pasa, por
ejemplo, con la Edad Media. El primer problema con el que nos enfrentamos es
que se trata de un periodo demasiado largo. Para darle una fecha de referencia,
se ha admitido que esta época comenzó en el año 476, cuando se hunde de forma
definitiva el Imperio Romano, y acaba en 1453, el año en que se produce la
caída de Bizancio. Estamos hablando, por tanto, de un periodo de mil años. Es
evidente que no se da de la misma manera en todos los territorios del Imperio
Romano, ya por de pronto el concepto se aplica a Europa –el mundo árabe vive un
periodo de esplendor- y aquí existen no pocas diferencias entre las diferentes
regiones.
Pero además, durante el
Renacimiento hubo un claro intento de desmarcarse de los siglos anteriores y
recuperar la cultura clásica, esto es, volver en el arte, en la literatura e
incluso en el pensamiento al Imperio Romano. En 1469, como indica José-Carlos
Mainer en su Historia Mínima de la
literatura española, el historiador Flavio Biondo emplea el nombre de medium aevium y lo vuelve a emplear en
un libro sobre el final de la Roma Antigua. Tiempo después Christophorus
Cellarius publica su Historia Medii Aevi
a temporibus Constantini Magni al Constantinopolis a Turcis captam. El
nombre está dado, la Edad Media, entre la época clásica y el Renacimiento, un
tiempo que se presenta obscuro, siniestro, gris y así ha quedado en gran medida
en el imaginario colectivo, aun cuando haya habido historiadores y filólogos
–la lista sería larga si se pretende no olvidar a nadie- que han intentado
profundizar en ese periodo y sacar todas esas capaz de barniz que convierten
esos mil años en algo tan terrible.
Pero además es de
sentido común que mil años dan para mucho. Hay momentos, sí, de penuria, pero
también hay etapas de desarrollo y fomento de la cultura que pusieron las bases
para el crecimiento de los países y, más importante aún, para establecer en
gran medida nuestra visión de la realidad.
En la península uno de
estos periodos de desarrollo fue la segunda mitad del siglo XIII. Coinciden dos
reyes que a su faceta de profundos reformadores de sus respectivos reinos se
une el ser de una profunda cultura y encomiables poetas: Alfonso X de Castilla,
apodado el rey sabio, y Dom Dinis, apodado o
Lavrador o el rey poeta. Además, están vinculados familiarmente, ya que el
rey castellano es el abuelo del rey portugués.
Dom Dinis nace en 1261
y es coronado en 1279. Bajo su reinado se consolidan las fronteras del país que
se mantendrán hasta el presente, si exceptuamos el tema polémico de Olivenza,
por tanto Portugal es el país europeo con las fronteras estables más antiguas.
Se llevó a cabo bajo su reinado una profunda reforma agrícola y se inició la
explotación minera. Se potenció el comercio interior a través de numerosas
ferias. Al unificar el país, promocionó que se poblaran algunas zonas desiertas
y aprobó nuevas leyes y fueros en todo el país. Creo la marina, que alcanzaría
tanta fama años más tarde. En 1290 funda la Universidad de Lisboa que
trasladará, en 1308, a Coimbra. También toma la decisión de que los documentos
oficiales se redacten en portugués.
Hasta ese momento, el
portugués –o su precedente, el galaicoportugués-
es lengua de cultura en la Península. Ya en el siglo XII florece la poesía en
esta lengua con sus cantigas –de amor, de escarnio y las muy originales
cantigas de amigo, de voz femenina y temática amorosa, incluso erótica-, el
mismo Alfonso X el Sabio, que a su vez oficializa el castellano como lengua en
Castilla, escribe su obra poética y la más personal en dicho idioma. Pero a
finales del siglo XII se recibe también una notable influencia de la poesía
provenzal, lo que contribuirá a un mayor refinamiento en la poesía
galaicoportuguesa.
En este sentido, la
Corte de Portugal, igual que la de Castilla, reunirá a un gran número de
poetas, tanto provenzales como galaicoportugueses. De este modo, Dom Dinis se
vuelve él mismo un reconocido trovador y contribuirá a que el portugués siga
siendo una lengua de cultura, aun cuando pierda en la península preeminencia.
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