El suplemento cultural Ípsilon del diario portugués Público publica un artículo sobre la
iniciativa del museo holandés Rijksmuseum de cambiar algunas palabras de los
títulos de las pinturas y grabados expuestos por su carácter racista,
colonialista u ofensivo hacia determinadas comunidades. Se trata de palabras
como negro, moro, enano, etc., hasta
un total de veintitrés palabras y que afectan a unas trescientas obras.
Recuerda a la polémica que hubo en España hace unos meses por mantener en el
diccionario de la Real Academia de la Lengua unas entradas claramente ofensivos
y peyorativos del término gitano. A nadie se le escapa
que el lenguaje no es neutral. Refleja bien a las claras los prejuicios, las
valoraciones y los criterios sociales y culturales que existen en la sociedad. Según
las expresiones y sus significados podemos llegar a conocer los problemas
existentes en las sociedades donde se emplean.
El idioma puede llegar a ser,
por ello mismo, un campo de batalla para contribuir en cambiar aspectos
negativos, diluir en la medida de lo posible aspectos controvertidos y mejorar
las relaciones sociales. Sin embargo, sería ingenuo pensar que solo por
incorporar cambios lingüísticos vamos a transformar la realidad y acabar con el
racismo, el machismo o cualquier tipo de discriminación, verdaderas lacras de
nuestras sociedades. Es cierto que debemos conseguir que nuestros idiomas
reconozcan la aportación, por ejemplo, de las mujeres a la sociedad y que
hagamos visible mediante el femenino la presencia de la mitad de la población.
Y hemos de diluir los significados negativos de las descripciones raciales. Sin
embargo, no podemos quedarnos en lo políticamente correcto: los idiomas, al fin
y al cabo, sólo son reflejo de la realidad social y si queremos transformar la
realidad, es obvio que debemos comenzar por hacer desaparecer de raíz las
discriminaciones.
Por tanto, existen
argumentos para defender ambas posiciones: la de contribuir mediante la
asunción del lenguaje como herramienta de cambio a una transformación social
como que el idioma sólo es reflejo de los males de la sociedad y que sólo
mediante la iniciativa social será posible cambiar el mundo y después modificar el lenguaje. En este
sentido, como se indica en el artículo, el cambio de nomenclatura puede servir
para convertir un museo en un centro para todos, sin embargo también es cierto
que, mediante dichos cambios, estamos introduciendo unos cambios en la mirada
de los autores, estamos modificando la visión del mundo en un momento dado
desde la perspectiva que da el tiempo. Por tanto, estamos falseando el pasado
al aplicar criterios de un tiempo posterior.
Sin duda, como en
tantas cosas de la vida, la solución pasa por aceptar y asumir la validez de ambas
posiciones: mejorar nuestra sociedad pasa por incorporar criterios políticos,
legales y sociales que desarrollen dichas mejoras. Pero también son importantes
los cambios en la sensibilidad que se incorporan al asumir los cambios en
nuestros idiomas. Sin embargo, ¿significa eso que tengamos que llegar a
modificar los nombres de los cuadros pintados en un momento determinado?¿Es
exigible que no recojamos en el diccionario una determinada entrada porque no
nos gusta ese tono peyorativo que rechazamos pero que no va a desaparecer aun
cuando no lo recojamos? Tal vez pueda ser exagerado. En todo caso, el artículo
de Ípsilon da lugar a una profunda reflexión.
Para leer el artículo: www.publico.pt/culturaipsilon/noticia/nao-queremos-um-museu-so-para-brancos-1722839
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