Na poesia liberto-me
Sou poeta
Sou livre
Enquanto poeta
A natureza leva-me embalada
Apodera-se do meu ser
E da minha alma
Enquanto poeta
Sou apenas eu.
Curioso este poema de
Odete Semedo en el conjunto de su obra porque supone, a primera vista, un canto
a la individualidad. No en vano lo titula Eu
(Yo) y para quien no conozca a la
poetisa y lo lea sin ponerlo en el contexto de su obra y de su vida pudiera
parecer que es una exaltación de sí misma, del yo.
Pero Odete Semedo es
una mujer enmarcada en una profunda, continuada y comprometida reflexión de lo
colectivo. Desde las raíces que le vinculan al pasado, a los antepasados, hasta
el idioma, puente de comunicación colectiva, desde la descripción de los
paisajes de una tierra que es como cualquier tierra, pero es la suya, aquella
por la que sintió añoranza – saudade –
las veces que se alejó de Guinea Bissau, y no fueron pocas esas ocasiones,
hasta el sentimiento de desgarro por la vida, todo se refiere inequívocamente a
un yo que se vincula a lo colectivo.
Tal vez tenga que ver
con la condición femenina en ese rincón de tierra donde nació, creció y ha
vivido, por la que siente a todas luces un profundo fervor y a la que ha
servido en la medida de lo posible, como escritora, como profesora, como
política también. Como mujer
en definitiva.
Parece um pesadelo
Onde em mil castelos
Desfilam figuras
Deslizam corpos
Deslizam imagens
Desliza o tempo.
Dias e séculos,
E eu vou crescendo
De pesadelo em pesadelo
(...)
Pesadilla ante una
realidad poco amable, la de un país que vivió el horror del colonialismo que quizá,
dícese, no fue tan temible, el imperio portugués, como otros, el británico por
ejemplo, tan basado en la separación, en el menosprecio, en la prepotencia
intelectual y moral de quien se pretende superior a los demás, como pueblo o
como raza (si es que existen las razas), que dejó como herencia la aberración
del apartheid, la separación elevada
a la categoría de legalidad democrática, amparada por falsos pastores y ovejas
disfrazados de lobos, pero tal vez no quepan las clasificaciones, el
colonialismo portugués no estuvo tampoco carente de crueldad, quizá porque el
horror, la miseria humana, la crueldad carezcan de gradación y cualquier
colonialismo, el portugués o el británico, el francés o el español, cualquier
otro que haya sido, sea o será, posee un mismo grado de horror. En efecto, no hay gradación
posible. La guerra, además, aportó imágenes aberrantes. Antonio Tabucchi,
italiano lusista, las describió en
algunos de sus relatos, las consecuencias del intento de someter a todo un
pueblo y de la guerra en ese pequeño país del África Occidental, no muy
distante en cuanto a contenidos a las reflexiones del escritor portugués Lobo
Antunes, que fue médico militar durante la guerra colonial en Angola.
Pero ante tanto horror
hubo uno y mil rayos de esperanza, aunque luego todo cayera de nuevo en la desesperanza (ya se recobrará). La esperanza de los hombres y mujeres que se
levantaron ante tanta ignominia, la de los muchos colonizadores que se pusieron
a favor de los colonizados, la de una metrópoli que, ante tanto horror, se
levantó y consiguió que un ejército, creado como todo ejército para la
opresión, trastocara su función histórica y patriótica, sustituyera el rifle
por el clavel y aceptara la libertad que no fue concedida, sino ganada por los
pueblos colonizados. Pero no sólo eso: puede que los colonizados no sólo se
liberaron a sí mismos, sino que contribuyeron a que la metrópoli se
independizara, caso único en la historia, la de unas colonias que otorgan la
independencia a su metrópoli, le concedan carta de libertad y a partir de
entonces se puedan tratar de igual a igual.
Flor sem nome
Em chão árido e seco
No deserto envolvente
Um fundo verde
De
esperança longínqua...
Y es como si Odete
Semedo admitiera esa dualidad de la vida, la aridez frente a la flor por muy anónima
que sea, el desierto frente a lo verde, todos habitando un mismo escenario,
cohabitando en un mismo lugar. Es como si describiera el mato pardo o verde
según las estaciones, «Angustiado sonho
como os belos tempos», verso de otro poema que mantiene esa lucha
permanente entre dos polos, dualidad de la naturaleza, de la vida y del ser,
dualidad que se da también en las lenguas que se habla y en la que se escribe,
en qué lengua escribir, se preguntará en otro poema esta autora.
Poco a poco las literaturas
africanas se conocen en otros continentes. No se trata de darle un tono
grandilocuente a la labor de difundirlas, porque el objetivo, a la larga, en
definitiva, no es hablar de literaturas africanas o europeas o asiáticas o
americanas desde un pedestal histórico, sino de hablar de literatura, sin
adjetivos (a lo sumo hablemos de buena o mala literatura), y en este sentido el
yo de Odete Semedo deviene una mera
oferta de intercambio, una propuesta de juego poéticogramatical en el que
escritor y lector remplazan sus papeles –el lector reescribe en cierto modo lo
que el escritor ha dejado escrito– y dialogan al margen del tiempo y el
espacio. Y, al final, una mera petición, lógica al fin y al cabo:
Quero ser a heroína do teu conto
Ou apenas um verso do teu canto.
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