Hinyambaan
Editorial Caminho, 2007
Qué maravillosas nos resultan las vacaciones en
parajes exóticos, tan diferentes a nuestra cotidianidad hipertecnológica,
hiperordenada, hiperestable, hipercalórica. Pero a veces es irremediable no
sentir cierta contradicción: tales viajes se nos aparecen como sorprendentes y
nos atraen, pero también son algo irritantes porque nos enfrentamos, oh,
diablos, a lo imprevisto, a lo no organizado, por tanto a lo imprevisible, con
frecuencia con lógicas que no están cortadas con el mismo patrón. Nos podíamos
dejar llevar, sí, pero venimos del mundo en el que no cabe la improvisación y
ni siquiera en vacaciones podemos escapar a una tal lógica.
La familia Odendaal, compuesta por el padre,
Hermann, la madre, Henrietta, la hija mayor, Hannah (casi sempiternamente
ligada a sus headphones) y el hermano
menor, Hendrick, es una típica familia boer
sudafricana que va a pasar sus vacaciones a la vecina, pero tan lejana,
Mozambique. Esta vez serán unas vacaciones sin sus inseparables amigos los Du
Plessis, que por razones de última hora no les pueden acompañar y se quedan sin
las previstas excursiones por el mar. Pero los Odendaal no por ello van a
sacrificar el descanso planificado y emprenden su viaje hacia esa ciudad de
exótico nombre: Hinyambaan.
Como si fuera una metáfora de la propia vida,
descubrirán que lo interesante –y tal vez lo importante- no es el destino, sino
el viaje con su sinfín de sorpresas, obstáculos inesperados, encuentros y
cambios de planes que comporta. Para la familia Odendaal todo eso se
concentrará en una sola persona: Djika-Djika, que se convertirá en su repentino
compañero de viaje que les descubrirá otra visión de un país que, sin su
presencia, no hubieran conocido. De este modo, los Odendaal dejarán de ser unos
turistas para convertirse en unos viajeros gracias al improvisado guía que les
desviará por unas horas de la ruta prevista, las suficientes para darse cuenta
de que existe un país por el que están pasando y que no hubieran conocido si
todo hubiera seguido según lo previsto.
De este modo,
João Paulo Borges Coelho consigue una caricatura no exenta de humor del turista
que, pese a su visión de sí misma a todas luces un tanto superior, se va
descubriendo como realmente el paleto
de la historia, incapaz de mirar más allá de sus propias narices.
Es imposible
no encontrarle a esta novela su nexo con este mundo tan empequeñecido donde
todo está a tiro de piedra y es objeto de venta por las agencias de viaje y las
industrias turísticas. Es cierto que en los últimos años se han cernido
amenazas a eso que llaman la globalización y que ha permitido los viajes
globales, pero también lo es que el turismo entendido como una industria
masificada está provocando una visión del mundo un tanto tópica y gris, sin
permitirnos tener en cuenta los matices. João Paulo Borges
Coelho nos invita a que seamos un poco como los Odendaal, que vayamos dejando
prejuicios y planes en la guantera para comenzar a viajar de otra manera, sin duda
mucho mejor.
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