Isaac Bashevis Singer afirmó
que «un autor pertenece legítimamente al
corpus literario de la lengua que utiliza como vehículo de expresión». Él
escribía en una lengua minoritaria, el yiddish, la lengua de una comunidad
pequeña que se repartía sobre todo entre Polonia, los países bálticos y Rusia. Hubo
comunidades que hablaban esta lengua en otras regiones del Este europeo, pero
también en Estados Unidos, a donde muchos judíos emigraron desde finales del
siglo XIX. El propio Singer emigró a Nueva York en 1935.
No se trataba de una comunidad por completo
homogénea, había en su seno diferencias de tipo religioso, principalmente entre
quienes practicaban el jasidismo, una interpretación rigurosa y mística del
judaísmo, y otras comunidades que, aunque ortodoxas, habían incorporado una
tradición más lógica e incluso científica a su visión religiosa y del mundo. El
pensamiento renovador de estas comunidades apareció sobre todo a partir del
siglo XVIII, cuando surgió la Haskala,
un movimiento cultural que recogía buena parte de la Ilustración europea del
momento, que rechazaba la superstición y una religiosidad que renunciaba al
mundo, y procuraba un diálogo filosófico y social con las sociedades en las que
vivían. Moses Mandelsshohn (1729-1786) fue la figura más importante que inició
tal movimiento y que influyó más allá de las comunidades judías de lengua
yiddish, también entre los judíos de Europa central. Buena parte de quienes se
sumergieron en este pensamiento modernizador tendió a una mayor inquietud por
las cuestiones sociales, no hay que olvidar que se trataba de comunidades
castigadas por penurias materiales, pero en un momento además de proletarización
en las ciudades, lo que los atrajo en algunos casos al socialismo a la vuelta
del siglo y también a la aparición del sionismo entre algunos cenáculos judíos.
Hay que tener en cuenta
que en ese cambio de siglo, entre el XVIII y el XIX, surge en muchos países
movimientos nacionalistas o que se plantean la cuestión de la propia identidad.
No es de extrañar que las comunidades judías, muchas de las cuales vivían al
margen de las sociedades, aisladas del resto de convecinos, con una religión
diferente, a veces perseguidos o cuanto menos rechazados, se plantearan la
cuestión judía también como cuestión identitaria. Nace así el sionismo, un
nacionalismo judío que plantea terminar con la diáspora y que la nación judía tuviera su propia tierra
donde constituirse en país. No todos los judíos y sus comunidades estuvieron de
acuerdo con ese movimiento. Por un lado, hubo quienes planteaba que, aun cuando
existiera una cuestión judía, los judíos estaban integrados en sus países
respectivos y participaban bien en la sociedad burguesa bien en el naciente
movimiento obrero, internacionalista por principio. Por el otro, muchas
comunidades ortodoxas, entre ellas las jasídicas, rechazaban un Estado de los judíos en los términos que
se planteaban en ese momento porque no tenía una base mesiánica sino secular.
Incluso hoy muchos judíos jasídicos rechazan a Israel como patria de los
judíos.
Este debate sobre la
identidad judía y la idoneidad o no del sionismo surge también por otra
consecuencia de la Haskala que tiene
que ver con la cita de Singer al principio: la recuperación del hebreo como
lengua de comunicación. El hebreo era el idioma de lo sacro, la lengua que se
empleaba en los ritos religiosos, en la Sinagoga, pero no era la lengua común
en la que se expresaban los judíos, que habían adoptado las lenguas de los
lugares donde vivían como lenguas propias o, en el caso de los judíos del Este
europeo, el yiddish como idioma de la comunidad, del mismo modo que el ladino
era el idioma de las comunidades sefardíes. Incluso en la época de Jesús, por
acudir a una referencia cristiana, el hebreo ya era una lengua ritual y los
judíos hablaban normalmente arameo o griego, entre otras, en su vida cotidiana.
Por tanto, el hebreo era un idioma ritual y sólo cuando un judío se trasladaba
a otro lugar cuyo idioma desconocía empleaba el hebreo para comunicarse con la
comunidad local.
La búsqueda de una
identidad propia entre comunidades muy diferentes entre sí llevó a contemplar
el hebreo como ese idioma común que proporcionaba un rasgo más al ser judío. La
identidad judía pasaba a contemplarse, de este modo, como una identidad basada
no sólo en la religión, lo que podría dejar fuera a los no practicantes
estrictos, sino también en elementos culturales, como el idioma, además de
otros rasgos socioculturales. De nuevo entre los judíos jasídicos hubo muestras
de rechazo a que el hebreo dejara de ser la lengua ritual para convertirse en lengua
vehicular. Para esto ya tenían el yiddish.
Pese a este rechazo o a
la dificultad de convertir una lengua ritual en lengua de comunicación más
extendida, muchas comunidades comenzaron a estudiar el hebreo para emplearla más
allá de las sinagogas. El propio Isaac Bashevis Singer se ganó la vida en su
juventud dando clases de hebreo a los hijos e hijas de familias adineradas. No
obstante, el yiddish siguió siendo la lengua de comunicación en las comunidades
judías del Báltico, de Rusia y de Polonia, y es la que empleaban los escritores
que aparecieron en el renacimiento cultural durante la segunda mitad del siglo
XIX, con autores como Sholem Yakov Abramovitch o Scholem Aleichem, autor del Violinista en el tejado, aunque hubo
escritores como I. L. Peretz que emplearon las dos, el yiddish y el hebreo,
como lenguas de escritura.
También en los Estados
Unidos el yiddish fue un idioma vivo en la comunidad judía. Surgen revistas
como Di Yunge, que tiene una enorme
influencia literaria y publica a poetas en lengua yiddish de Estados Unidos y
de Europa, además de traducir a poetas simbolistas franceses a esa lengua. El
propio Isaac Bashevis Singer colabora incluso antes de su traslado a Nueva York
en el The Jewish Daily Forward,
dirigido por Abraham Cahan.
En este sentido, las
comunidades judías de lengua yiddish de ambos lados del océano estaban muy
vinculadas entre sí, por lazos familiares, pero también, como vemos, culturales.
Cuando Singer llega a Nueva York no sufre la soledad del emigrante, la
comunidad judía es grande, ha aumentado en aquellos años treinta que siente ya
la amenaza del nazismo y posee herramientas de convivencia y de cultura
importantes. Aunque no es un mundo homogéneo, la lengua yiddish, un idioma de
raíz germánica, apenas tiene grandes diferencias entre comunidades de distintas
regiones. Recibe, sí, influencias de diferentes idiomas -el polaco, el ruso,
las lenguas bálticas, el húngaro, incluso el italiano y el inglés-, pero todos
sus hablantes poseen referencias comunes, las de la cultura judía de Europa del
Este. De ahí que la afirmación de Isaac Bashevis Singer, «un autor pertenece legítimamente al corpus literario de la lengua que
utiliza como vehículo de expresión», tenga pleno sentido. Un escritor en
lengua yiddish de cualquier ciudad rusa, de Lituania, de Varsovia o de Nueva
York se entendían a la perfección y transmitían a sus lectores imágenes,
referencias o figuras que todos comprendían en todos sus sentidos.
¿Podemos decir lo mismo
de otras lenguas más extendidas, del castellano, por ejemplo, o del portugués?
Sin duda, compartimos idioma con latinoamericanos, en el caso del portugués con
africanos también. Sin embargo, qué duda cabe que estos idiomas recogen
aspectos culturales muy diferentes en cada región del mundo donde se habla.
¿Podemos hablar entonces de un corpus literario en castellano o en portugués,
sin más precisión, global? En cierto modo sí, siempre que tengamos en cuenta
que estas lenguas se hablan para mundos referenciales diferentes. Del mismo
modo, ¿podemos decir que un autor en lengua yiddish de Varsovia sea muy
diferente a un escritor de la misma ciudad en polaco? En este caso podríamos
esgrimir las referencias, una judía y otra polaco-cristiana, distintas, aunque
no creo que sean más fuertes que las diferencias personales que pudiera haber
entre los dos escritores porque, al final, hablamos de un mismo escenario. Hablamos
de identidad, para la cual es un factor muy importante, casi central, el
idioma, pero varias identidades distintas pueden estar contenidas en un mismo
idioma, de igual manera que una misma identidad se puede expresar en dos o más
idiomas en aquellos territorios en los que se hablan dos o más lenguas. En este
sentido, la experiencia de los escritores en lengua yiddish pueden aclarar
muchas cosas de algo tan dinámico como es la identidad.
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