En la madrugada del 5 de
agosto de 1937, hace ochenta y tres años
de ello, en el muro del cementerio de Derio, se fusiló a Juana Mir García,
conocida como Juanita Mir. Un mes antes, el 6 de julio, la detuvieron en
Bilbao, la ingresaron en la prisión de Larrinaga y la juzgaron nada menos que
por un delito de «adhesión a la rebelión
militar» con el agravante de peligrosidad social. Parecería una broma si no
fuera por lo macabro de la situación, por la condena a muerte y por la evidente
distorsión de la realidad que resulta de tamaña acusación, realizada además mediante
consejo de guerra y ejercida por los militares de la denominada tropa nacional
que había ocupado Bilbao, liberada la
ciudad, según la jerga al uso, tras casi un año de guerra, desde que se
produjera la verdadera rebelión, la de tales tropas nacionales.
Pero además difícil es
que la periodista navarra afincada en la capital vizcaína fomentara rebelión
alguna, menos de carácter violento, dado el pacifismo de sus planteamientos. En
su artículo Heroísmo y sacrificio
alaba la entrega de dinero y joyas para apoyar la causa de la República, pero
no deja de lamentar que se financiara con ello la guerra en vez de fomentar el
bienestar social de una población que sufría no pocas limitaciones económicas.
Pero no sólo esto, sino
que el agravante de peligrosidad social cae por su propio peso si tenemos en
cuenta que Juanita Mir se ganó la vida como periodista, una periodista que
trataba temas de carácter social y en favor de la paz, temas sobre la mujer
–durante algunos meses tiene una sección en el periódico La Tarde, “la mujer escribe”– y que se había hecho eco de la
catástrofe de la guerra. Pero además Juanita Mir era escritora, escribía cuentos
de carácter costumbrista y colaboró con ellos en Euskalerriaren Alde o en La
Gaceta de Tenerife. Vivió en casa el ambiente periodístico y literario, su
padre fue Victoriano Mir, el primer director del diario nacionalista vasco El Correo Vasco y colaborador en prensa
tanto en Vizcaya como en Castilla o Andalucía.
Claro que la peligrosidad
social pueda venir de tales aficiones a la escritura, al conocimiento. Ese
bando nacional que se levantó contra la República deja entrever su naturaleza
autoritaria, ya se atisba en su seno el régimen dictatorial que se pudiera dar
si consiguiese ganar la guerra, habida cuenta de que uno de sus gritos más
repetidos fue el de «muera la
inteligencia». El ejército rebelde se queda sin Estado al no lograr
afianzar sus pretensiones golpistas, se convierte en un ejército que tiene como
objetivo construir un Estado, sin duda a imagen y semejanza de la disciplina
cuartelera y el poso ultramontano que lleva en su seno. En este contexto, todo
pensamiento es peligroso, cuestiona las certezas y mina las convicciones.
Cierto que se pretendía
legitimar la rebelión militar, la verdadera, a partir de ciertas ideologías y
posiciones políticas –falangistas, carlistas, monárquicos-isabelinos, entre
otros–, pero al final ejercieron más bien una posición decorativa, sobre todo
cuando se deja muy atrás la guerra. También es cierto que hubo periodistas,
escritores y artistas en general en el bando nacional, algunos afiliados a
falange o a otras corrientes políticas. En aquel Bilbao de los años treinta,
por ejemplo, donde se da un renacimiento cultural importante, los más proclives
a este sector se reunían en el Café Lion d´Or, en torno a Ramón de Basterra o
Sánchez Mazas. Pero autoritarismo y cultura no suele ser un binomio cómodo. Incluso
no pocos de los afines a aquel movimiento nacional acabaron alejándose, incluso
desertando abiertamente con disidencias más que manifiestas en algunos casos.
De ahí ese agravante de
peligrosidad social que le atribuyeron a Juanita Mir. Era una mujer que
escribía, que pensaba por sí misma, que publicaba. Se pronunció contra algunos
de esos valores ultramontanos de la época, contra la lógica de la guerra, que
no veía como algo heroico, sino como parte de los grandes intereses económicos;
participó de un momento de renacimiento vasco, con reivindicaciones propias;
formaba parte además de ese grupo de mujeres que se incorporaban a la vida cultural
y social, también en el País Vasco. Ascensión Badiola, que tanto ha escrito
sobre Juanita Mir, habla de Cecilia
García de Guillarte, de Ibone de Unda, de Dolores de Ibarruri, de la revista Mujeres.
La rebelión militar y la
guerra civil que provocó dieron al traste con una intensa vida cultural en toda
España, con un renacimiento cultural en el País Vasco. Frustró también las
posibilidades de muchos escritores que ya destacaban en ese momento, como fue
el caso de Juanita Mir. El escritor Félix G. Modroño la recupera como personaje
en su novela La ciudad del alma dormida,
en la que se da una descripción detallada de la vida cultural de Bilbao y de
aquellos días de angustia y horror. Es imposible no lamentar aquel golpe
funesto que acabó con la vida de una autora que hubiera sin duda aportado mucho
más si una guerra, de entre tantas guerras que ella detestaba, no le hubiese
sesgado la vida.
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