Otro de los miembros de
la tertulia clasicista del Café Lion d´Or fue Pedro Mourlane Michelena, que,
como Sánchez Mazas, se ganó en parte la vida como periodista, articulista, pero
sobre todo cronista de época.
Poseía una prosa que
Eduardo Creus Visiers no duda en calificar de ampulosa. Gran polemista, «Disentir es preciso» era su lema y lo
repetía con frecuencia, tenía fama de orador vivaz, tal vez algo histriónico;
se ganó en todo caso el calificativo de Magister
en algunas de las tertulias a las que acudía, la del Café Boulevard de Bilbao,
que se abrió como sucursal del Café Suizo mientras éste estuvo en obras y luego
se mantuvo abierto hasta 2006, la de la Ballena Alegre de Madrid, donde acudía
José Antonio a derrochar ingenio literario.
Pero si todo se redujese
a una facundia retórica, muy prolífica y grandilocuente, muy propia con el
tiempo de la España victoriosa de posguerra, no en vano fue Mourlane Michelena
un incombustible militante de Falange Española desde primera hora y perteneció
a su corte literaria, tal vez el olvido le hubiera llegado mucho antes, habría
pasado desapercibido y nadie se hubiera fijado en él. Pero poseía esa tenacidad
de conversador agudo, una gran cultura clásica –como mandaban los cánones de
aquella Escuela Romana del Pirineo en gran medida irradiados por Ramón de
Basterra–, un verbo incisivo y una erudición apuntalada por su facilidad de
palabra. José Manuel de Prada lo calificó como un Sócrates moderno que «dejó sus mejores palabras temblando en la
conversación» sin que hubiera un Platón que las recogiera.
Fue en gran medida un
escritor de periódicos, figura esta que muchos lustros después elogió Gabriel
García Márquez. En 1915 publicó Discurso
de las armas y de las letras, recopilación de varios ensayos breves y
artículos, único libro que vio la luz en vida del autor, además de Inquietudes, en 1906, que reunió varias
narraciones, un volumen que no tuvo entonces, ni luego, mucha repercusión. Un
año después de su muerte, en 1956 apareció Arte
de repensar los lugares comunes, que mantuvo ese estilo suyo de artesano de
la palabra que tanto influyó en escritores como Francisco Umbral, también un
escritor de periódicos, además de novelista y cronista de época, Pere Gimferrer
o Álvaro Cunqueiro.
Quedan, eso sí, cientos
de artículos en revistas y periódicos. Publicó evidentemente en Hermes, una revista cultural importante del Bilbao de entonces, donde colaboraron algunos de los contertulios del Café Lion d´Or, en La Tarde, el
periódico donde trabajaba Juanita Mir –con quien coincidiría tal vez en su
redacción o en el Café Suizo o en el Boulevard, sin que sepamos si alguna vez
se encontraron, charlaron quizá, ajenos al final trágico de la periodista– o en
La Noche, de corta duración y que en
palabras de González-Ruano fracasó por lo bien hecho que estaba, lo recoge José
Manuel de Prada que añade que ese periódico incorporó tal vez demasiada
literatura. En Madrid colabora con diarios como El Sol, tal vez el de mayor calidad en la época, que pasó a ser Arriba tras la guerra y en el que
también colaboró Mourlane Michelena. Dionisio Ridruejo y Pedro Laín Entralgo le
piden colaboraciones para Escorial,
revista falangista con aspiraciones culturales, y publica a su vez en Vértice, también afín a la Falange.
A pesar de su lema antes
mencionado, no se le conocen disidencias con el Régimen, no manifiesta críticas
ni toma distancias, como ocurre con Dionisio Ridruejo, tampoco tiende a una
distancia circunspecta, como la de Rafael Sánchez Mazas. Sí que mostró en
alguna ocasión un ánimo hasta cierto punto independiente, o provocador, lo que
valió por ejemplo que, a principios de los años treinta, el Marques del
Quintanar le despidiera de Acción
Española por un artículo sobre Arisitide Briand, uno de los precursores del
europeísmo, del cual sólo cabía hablar mal, pero Mourlane Michelena lo alabó, también por enterarse que el escritor había
publicado bajo seudónimo en El Socialista,
órgano de expresión del PSOE nada menos.
Sus artículos se
extienden a través de cincuenta años, desde la restauración a la primera mitad
de la dictadura franquista, pasando por los años de gobernanza férrea de Primo
de Rivera y por la IIª República. Nos permiten conocer la realidad social y
cultural de un momento muy intenso. Resulta evidente también que el clasicismo
inicial y el falangismo del escritor de Irún responde a un desajuste que se da
con fuerza en el País Vasco con los nuevos tiempos. Mourlane Michelena vive sus
primeros años con una profunda transformación en marcha, se está produciendo una intensa
industrialización, sobre todo en Bilbao y las comarcas que la circundan. Se dan
cambios sociales enormes, con la aparición de la gran burguesía vizcaína y el
surgimiento de un proletariado que pronto se volverá reivindicativo y reclamará
la utopía de la transformación social.
De ahí que la mirada
clasicista de aquella tertulia en torno a Ramón de Basterra, en el Lion d´Or, rememore
Roma, el imperio, la poesía y la filosofía de aquel tiempo: en gran medida el
presente nos les gusta a sus miembros, hay una primera reacción de rechazo. Con
el tiempo se plantean regenerar esa realidad en la medida de lo posible, pero
con una utopía de nuevo orden anclado en el pasado. Le ocurre otro tanto al
nacionalismo vasco, al primer bizkaitarrismo,
que reacciona ante los cambios con una mirada bucólica hacia una Vasconia
agrícola y pesquera, muy tradicional.
Pero ese falangismo utópico quedó subsumido por una guerra
civil cruenta y luego por una dictadura que dejó cuanto menos desconcertados a
muchos de los intelectuales de la Falange, que no se sentían identificados con
la nueva situación. No todos reaccionaron igual, hubo disidencias y rupturas,
algunas con consecuencias incluso trágicas, pero hubo también muchos que bien
guardaron silencio, bien mantuvieron pese a todo el apoyo a un régimen que tuvo
momentos brutales y sangrientos, que era inasumible. A muchos lectores nos deja
esa ambigüedad de rechazar sus planteamientos, sus posicionamientos, pero
acoger su obra a pesar de los mismos.
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