Desde luego no fue la
única, pero sin duda la tertulia del Café Lion d´Or que reunió a los miembros
de la Escuela Romana del Pirineo tuvo una importancia enorme en un momento en
que todo el país bullía culturalmente, la edad de plata española.
En ese rincón del Bilbao
mercantil y burgués de Abando, donde se hallaba el Lion d´Or, en una esquina de
la Gran Vía, arteria principal de grandes edificios, centros bancarios y
salones señoriales, los participantes de aquella tertulia se interesaron por el
pasado, nada menos que por el esplendor institucional, poético, militar y filosófico
de Roma, cuya grandiosidad imperial se contemplaba ya desde el derrumbe
definitivo de otro imperio posterior a aquel, el español, que acababa de perder
Cuba y Filipinas tras una guerra vergonzante, también Puerto Rico, y su gloria
imperial se reducía en ese momento al norte de Marruecos, en guerra también, y
a Guinea Ecuatorial, después de haber gobernado un vasto territorio donde nunca
se posaba el sol.
Parece en un primer
momento que la de la Escuela Romana del Pirineo fue una mirada más cultural que
política, más filosófica que ideológica (en un sentido político), más estética
que ética. Tal es, quizá, la actitud de Ramón de Basterra, que conoció los
debates regeneracionistas pero murió antes de las controversias ideológicas
previas a la creación de la Falange Española, donde militaron varios de sus
contertulios, algunos de ellos, como Sánchez Mazas, camisa vieja, de un modo muy activo.
Cabe que hubiera una
evolución lógica desde el esteticismo clasicista a posiciones fascistizantes,
producto también del efecto del futurismo de Marinetti en algunos de los poetas
del grupo o del movimiento político de Mussolini, que adopta también una
estética imperial, influencias evidentes en el círculo bilbaíno a las que se
añaden en el resto del Estado los debates en la camarilla que se forma en torno
a José Antonio. Aunque no debería de haber sido así, pero fue y hasta hay un
tópico al uso que liga clasicismo y reacción.
Claro que a la tertulia
del Lion d´Or acude también Pedro Eguillor que pasa por ser, en palabras de
José María de Areilza, el primer lector en España del pensamiento reaccionario
tanto anterior como posterior a la guerra del 14. Al igual que Mourlane
Michelena, Pedro Eguillor es uno de esos hombres de enorme y amplísima cultura,
con intereses que ya desde sus estudios de derecho van más allá de lo jurídico,
se extienden a la filosofía y a la historia, habla varios idiomas y conoce lo
que se publica en Europa. Es uno de esos escritores sin libros que de tanto en
tanto se dan en el panorama cultural y al que se conoció a veces como el
Sócrates Bilbaíno.
Parece que le atrae en un
momento de juventud el carlismo, cuando esta corriente tradicionalista comienza
a integrar una preocupación por lo social, nada que ver con lo que será, muchos
lustros después, el carlismo disidente que se da bajo el franquismo, muy
escorado hacia la izquierda. Pero no se le conoce militancia en él, como
tampoco, años después, en la falange, aun cuando comparte muchas de sus
posiciones y formas de entender la política. No podemos saber cuál hubiese sido
su evolución bajo el franquismo, muere el 4 de enero de 1937 durante el asalto
a la cárcel provisional de los Ángeles Custodios donde se halla recluido.
Con independencia de los
casos particulares de lecturas proclives al reaccionarismo y de la evolución ideológica
durante la década de los treinta, todo indica que esta primera tendencia grupal
a las loas del esplendor romano tiene mucho de reacción ante un presente que
resulta cuanto menos poco atractivo, desagradable, perturbador, más en una
ciudad como Bilbao, que vivió los cambios a una velocidad desorbitada. Sólo hay
que tener en cuenta los datos del crecimiento de la ciudad para tener en cuenta
los efectos de la industrialización: en 1870 la población de Bilbao no alcanza
los 20.000 habitantes; en 1877, supera los 32.000; y en 1900, los 83.000. Tal
crecimiento en población se da también a lo largo del Nervión, hasta llegar al
abra. La mayoría de los participantes de la tertulia del Lion d´Or nacen en el
último cuarto del siglo XIX, mientras que Miguel de Unamuno, a quien conocen y
tratan, nace en 1864. Todos ellos perciben la zozobra que causa un cambio tan
rápido. Es verdad que aparece una burguesía mercantil e industrial que alberga
esperanzas en un progreso material y económico sin límites, también que surge
una utopía social entre la clase trabajadora de los barrios del sur de la
ciudad, pero los cambios producen desasosiego y agitación, es comprensible que
se dé una reacción ante esa modernidad.
De un modo análogo, surge
un nacionalismo vasco que tiene mucho de añoranza del mundo agrícola y marinero,
contemplados con no poco bucolismo, frente al crecimiento de los barrios
obreros o el retroceso de los elementos identitarios, el idioma vasco por
ejemplo, circunscrito a lo más casero, y contra una visión que se da sobre todo
en cierto costumbrismo bilbaíno que parece burlarse de los caseros. En este
sentido, Sabino Arana Goiri, fundador del PNV, nace en 1865 y vive también ese
momento de desconcierto. En algunos sectores bizkaitarras y nacionalistas vascos se dan actitudes hostiles, xenófobas,
hacia la inmigración, hacia esos hombres y mujeres, se les ve como
desarrapados, que van a trabajar a las minas y a la industria.
No obstante, ambas
reacciones se irán recolocando en las grandes corrientes de principios del
siglo XX. La clasicista del Lion d´Or se integrará en parte al falangismo, que
plantea, antes de degenerar en una violencia chulesca y bravucona, un cambio
social profundo, un nuevo orden, eso sí, con una tendencia autoritaria en su
seno. El nacionalismo vasco, por su parte, recibirá la influencia de una parte
de la burguesía sensible a la cuestión vasca, el más emblemático será Ramón de
la Sota y Llano, que convertirá al PNV en la expresión política de la derecha democrática vasquista.
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