jueves, 6 de agosto de 2020

Rafael Sánchez Mazas


Al igual que Juanita Mir, es periodista. También como Juanita Mir, recorre Bilbao y hace suya la ciudad. A ambos les gusta la literatura, comienzan a escribir y a publicar, incluso más allá de sus colaboraciones en prensa, escriben cuentos, poemas, puede que el esbozo de alguna novela. No sé si se conocieron, aunque Bilbao era pequeña en aquel tiempo, no resultaría difícil que coincidieran alguna que otra vez en cualquiera de los cafés de la ciudad, en el Lion d´Or de la Gran Vía o en el Suizo de la calle Correos, en el Bilbao de la Plaza Nueva o puede que en la redacción de algún periódico, aunque esto es menos probable, sus colaboraciones se dan en medios diferentes, con posiciones muy distintas.

Sin embargo, aun cuando las tensiones políticas y sociales eran cuanto menos más y más intensas, no parecen afectar demasiado a los círculos culturales: muchas tertulias juntan a escritores, periodistas y artistas de diversas corrientes ideológicas y estéticas. Los lazos entre gentes de la cultura son estrechos y firmes, antes de la guerra civil, durante la misma y después, a pesar de la tragedia.

Tal vez nada presagiase el conflicto armado que se estaba gestando y nadie previera lo que iba a ocurrir; ni siquiera Juanita Mir imaginó su trágico final ni Rafael Sánchez Mazas intuyó que un día se distanciaría de todo y de todos, que perdería la pasión por los ideales, el fervor por la magnanimidad de camisa vieja, uno de los fundadores, él, de la Falange Española, y que se recluyera en la literatura, sin mostrar públicamente disidencia alguna, como sí hicieran Manuel Hedilla o Dionisio Ridruejo. Digamos que se adaptó a los tiempos de un modo discreto.

Pero no fue, desde luego, discreto su apasionamiento por el clasicismo que comienza a compartir con Ramón de Basterra y con Pedro Mourlane Michelena, uno de sus grandes amigos, en la tertulia del Lion d´Or de Bilbao, donde constituyen la Escuela Romana del Pirineo, mientras publican en la revista Hermes, que convierten en su medio de expresión. Les influye la visión clasicista  e italianizante de Eugenio d´Ors, se sienten herederos de la generación del 98 y el regeneracionismo, comparten postulados con el novecentismo y las vanguardias, todo ello en un momento cultural sin parangón en la historia cultural española.

Es difícil imaginarse hoy, desde esta realidad tan distópica y reglada que sufrimos, tan centrada en un presente que hace aguas, cómo era la vida de hace un siglo y las expectativas que ofrecía una modernidad que no parecía tener límites. Se vivía en España un momento vigoroso en lo cultural, un renacimiento que se daba también fuera de Madrid y en lenguas hasta entonces relegadas a lo familiar.

Además Luca de Tena, a quien Sánchez Mazas conoce durante sus estudios universitarios en Madrid, le envía en 1922 como corresponsal del ABC a Roma y se queda en Italia hasta 1929, testigo fascinado del movimiento de Mussolini, el futurismo y sin duda del brillo esteticista de Ezra Pound, con el que coincidió en aquella Roma que se pretendió neoimperial. Al regresar a España, debió de sumergirse en un entusiasmo absoluto, pasa a integrarse en lo que se conocerá como la corte literaria de José Antonio, junto a Mourlane Michelena, Eugenio Montes, Agustín de Foxá o Enrique Giménez Caballero, entre otros. El café Lion será su centro de reuniones literarias, artísticas  y musicales, con ese espacio conocido como La ballena alegre, verdadero epicentro de la vida cultural madrileña, presentes en él casi todos los poetas de la Generación del 27 y en el que José Bergamín gestionará Cruz y Raya, donde brillarán los hermanos Machado, García Lorca, Valle Inclán.

Le atrapa también la pasión política, la de la Falange Española que se funda en octubre de 1933, con José Antonio como ideólogo, una utopía que combina la patria, la revolución antiburguesa  y anticomunista, la exaltación de lo clásico y poco a poco una dialéctica de los puños y las pistolas que se impondrá con el tiempo, convirtiendo el grupo muchas veces en un movimiento mamporrero sin escrúpulos, compuesto por camarillas exaltadas y agresivas. Francisco Umbral escribirá sobre ello en Capital del dolor. La guerra reafirmará este aspecto, por mucho que algunos militantes a la vieja usanza intenten recuperar el espíritu que pretenden inspirar a la nueva España, a la cruzada, y más de uno recuperará también el orteguiano «no es esto, no es esto», pero aplicado a las nuevas circunstancias.

El paso por la guerra de Sánchez Mazas no es nada bélica. El alzamiento le sorprende en Madrid y se refugia en la embajada de Chile. Se le detiene y al final del conflicto, cuando la desbandada republicana es un hecho, vive un incidente extraño, casi milagroso, que Javier Cercas recoge en Soldados de Salamina, trayéndonos de nuevo la figura de Sánchez Mazas a la actualidad. Es ministro sin cartera durante dos años, los dos primeros una vez acabada la guerra. Media a favor de conmutarle la pena de muerte que pesa sobre Miguel Hernández, lo que consigue, aunque el poeta morirá en prisión poco después.

Poco a poco Sánchez Mazas se aleja de toda acción política. Vuelve a su actividad literaria, discreta sin duda. Muere en 1966 y va quedando apenas como un nombre de aquellos años, ensombrecido además por el éxito y el renombre de sus hijos. Hasta la novela de Javier Cercas. En 2014 vuelve a salir a la palestra debido a la sentencia judicial que obliga a quitar su nombre a uno de los paseos del Parque de Doña Casilda de Bilbao, en aplicación de la Ley de Memoria Histórica. El ayuntamiento se basa en su trabajo literario, alguno de sus textos hablan de la villa vizcaína, para mantenerle en el callejero. La sentencia alega la necesidad de sacar de las calles todo lo que recuerde la dictadura. Es todo un dilema para muchos de nosotros, tener que plantear la influencia de lo ideológico sobre la obra literaria, que además no es una apología; rechazar de pleno lo que significó el fascismo, el falangismo, pero interesarnos por los escritos de quien defendió lo que rechazamos. Hablamos además de escritores, no de militares ni políticos. Imposible no sentir cierto mal sabor de boca.

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