
Sin embargo, aun cuando
las tensiones políticas y sociales eran cuanto menos más y más intensas, no
parecen afectar demasiado a los círculos culturales: muchas tertulias juntan a
escritores, periodistas y artistas de diversas corrientes ideológicas y
estéticas. Los lazos entre gentes de la cultura son estrechos y firmes, antes
de la guerra civil, durante la misma y después, a pesar de la tragedia.
Tal vez nada presagiase
el conflicto armado que se estaba gestando y nadie previera lo que iba a
ocurrir; ni siquiera Juanita Mir imaginó su trágico final ni Rafael Sánchez
Mazas intuyó que un día se distanciaría de todo y de todos, que perdería la
pasión por los ideales, el fervor por la magnanimidad de camisa vieja, uno de
los fundadores, él, de la Falange Española, y que se recluyera en la
literatura, sin mostrar públicamente disidencia alguna, como sí hicieran Manuel
Hedilla o Dionisio Ridruejo. Digamos que se adaptó a los tiempos de un modo
discreto.
Pero no fue, desde luego,
discreto su apasionamiento por el clasicismo que comienza a compartir con Ramón
de Basterra y con Pedro Mourlane Michelena, uno de sus grandes amigos, en la
tertulia del Lion d´Or de Bilbao, donde constituyen la Escuela Romana del
Pirineo, mientras publican en la revista Hermes, que convierten en su medio de
expresión. Les influye la visión clasicista
e italianizante de Eugenio d´Ors, se sienten herederos de la generación
del 98 y el regeneracionismo, comparten postulados con el novecentismo y las
vanguardias, todo ello en un momento cultural sin parangón en la historia
cultural española.
Es difícil imaginarse
hoy, desde esta realidad tan distópica y reglada que sufrimos, tan centrada en
un presente que hace aguas, cómo era la vida de hace un siglo y las
expectativas que ofrecía una modernidad que no parecía tener límites. Se vivía
en España un momento vigoroso en lo cultural, un renacimiento que se daba
también fuera de Madrid y en lenguas hasta entonces relegadas a lo familiar.
Además Luca de Tena, a
quien Sánchez Mazas conoce durante sus estudios universitarios en Madrid, le
envía en 1922 como corresponsal del ABC a Roma y se queda en Italia hasta 1929,
testigo fascinado del movimiento de Mussolini, el futurismo y sin duda del brillo
esteticista de Ezra Pound, con el que coincidió en aquella Roma que se
pretendió neoimperial. Al regresar a España, debió de sumergirse en un
entusiasmo absoluto, pasa a integrarse en lo que se conocerá como la corte
literaria de José Antonio, junto a Mourlane Michelena, Eugenio Montes, Agustín
de Foxá o Enrique Giménez Caballero, entre otros. El café Lion será su centro
de reuniones literarias, artísticas y
musicales, con ese espacio conocido como La
ballena alegre, verdadero epicentro de la vida cultural madrileña,
presentes en él casi todos los poetas de la Generación del 27 y en el que José Bergamín
gestionará Cruz y Raya, donde brillarán los hermanos Machado, García Lorca,
Valle Inclán.
Le atrapa también la
pasión política, la de la Falange Española que se funda en octubre de 1933, con
José Antonio como ideólogo, una utopía que combina la patria, la revolución
antiburguesa y anticomunista, la
exaltación de lo clásico y poco a poco una dialéctica de los puños y las
pistolas que se impondrá con el tiempo, convirtiendo el grupo muchas veces en
un movimiento mamporrero sin escrúpulos, compuesto por camarillas exaltadas y
agresivas. Francisco Umbral escribirá sobre ello en Capital del dolor. La guerra reafirmará este aspecto, por mucho que
algunos militantes a la vieja usanza intenten recuperar el espíritu que
pretenden inspirar a la nueva España, a la cruzada, y más de uno recuperará también
el orteguiano «no es esto, no es esto»,
pero aplicado a las nuevas circunstancias.
Poco a poco Sánchez Mazas
se aleja de toda acción política. Vuelve a su actividad literaria, discreta sin
duda. Muere en 1966 y va quedando apenas como un nombre de aquellos años,
ensombrecido además por el éxito y el renombre de sus hijos. Hasta la novela de
Javier Cercas. En 2014 vuelve a salir a la palestra debido a la sentencia
judicial que obliga a quitar su nombre a uno de los paseos del Parque de Doña
Casilda de Bilbao, en aplicación de la Ley de Memoria Histórica. El
ayuntamiento se basa en su trabajo literario, alguno de sus textos hablan de la
villa vizcaína, para mantenerle en el callejero. La sentencia alega la
necesidad de sacar de las calles todo lo que recuerde la dictadura. Es todo un
dilema para muchos de nosotros, tener que plantear la influencia de lo
ideológico sobre la obra literaria, que además no es una apología; rechazar de
pleno lo que significó el fascismo, el falangismo, pero interesarnos por los
escritos de quien defendió lo que rechazamos. Hablamos además de escritores, no
de militares ni políticos. Imposible no sentir cierto mal sabor de boca.
No hay comentarios:
Publicar un comentario