Este último fin de semana
murió Lucio Urtubia y al poco de escribir sobre él llegaba la noticia de la
muerte de Juan Marsé. No creo que se conocieran, a lo sumo es posible que el
escritor supiera de la vida y andanzas del navarro insurrecto que puso en jaque
nada menos que al principal banco del mundo y puede que el albañil libertario
fuese lector de las novelas del autor, pero no lo sabemos con certeza, sólo lo
podemos intuir.
Sea lo que fuere, Urtubia
hubiera podido inspirar a la perfección a Marsé, quien le hubiese podido borrajear
en cualquiera de esos personajes misteriosos que volvían de las penumbras de la
historia y reaparecían por las calles del Guinardó, de la Salut o de la zona
norte de Gracia, si Urtubia hubiera sido barcelonés. Claro que el optimismo del
navarro no cuadraba mucho con ese fatalismo que se respira en las novelas del
escritor, esa indolencia fruto del desencanto y de la derrota que poseen esos
personajes trágicos, pero palpables como la vida misma, antiguos resistentes
derrotados, pero no del todo vencidos; ese decaimiento se opone a la fuerza de
la voluntad del activista que incluso en la vejez clamaba por la insurrección.
Pero estoy convencido que, pese a todo, ambos, Urtubia y Marsé, hubiesen hecho
buenas migas y charlarían largo y tendido de lo que fue.
Porque a eso se dedicó en
buena medida Marsé, a escribir sobre lo que fue, a contemplar los tonos que
persistían en el gris imperante, a escuchar los ecos que perduraban por calles
y plazas, en cines que ya no existen, pero cuyos nombres resuenan todavía,
perviven aún, como los diálogos que se escucharon en ellos o las palabras
escritas en las novelas de un escritor encomiable. Desde luego, Barcelona no es
la ciudad que fue, ha cambiado, no me parece que a mejor. Esa ciudad acabó
siendo otra cosa, una triste caricatura de sí misma que para colmo, ahora, se
ve afectada por la distopía de este presente tan desolador. Pero sólo es mi
opinión, no creo que importe mucho. Siento, en todo caso, no ser optimista como
Urtubia. No están los tiempos para ello, me temo. Me hubiera gustado saber qué
habría opinado Marsé al respecto.
Por otro lado, no me
gusta escribir panegíricos ni hablar de los escritores recién muertos en
términos generales, sobre todo cuando sus obras me gustan y las releo de tanto
en tanto. Se corre el peligro de caer en la cursilería o de repetir tópicos al
uso. Por ejemplo: nos quedan sus novelas, lo cual es cierto, no digo que no,
pero lo que ocurre es que Marsé fue además uno de esos escritores que huían de
las bambalinas, un escritor meticuloso que sabía que la literatura es algo que
requiere rigor, trabajo, compromiso y experimentación. Que exigía al lector
mantener la tensión y reescribirse la novela a medida que la leía. En esta
sociedad del espectáculo, cuando la literatura, para colmo, no parece importar
mucho, es importante también qué tipo de escritor se es. Aunque me parece también
que los escritores deberían pasar más desapercibidos. O ser como se mostraba
Marsé, sin pedantería ni petulancia, un tanto distante tal vez, aunque siempre
presto a hablar de libros y de escritores.
No obstante, fue también
un escritor que se movió junto a otros autores e intercambió conocimiento y
experiencia. Hablamos del grupo de Barcelona, escritores que partieron de una
concepción realista y construyeron vertiginosos juguetes literarios. Además,
supieron ser amigos, esa amistad que les vinculó unos a otros, Marsé y Gil de
Biedma, Marsé y Vázquez Montalbán, Marsé y Carlos Barral. Fue Carlos Barral
quien ejerció de maestro de ceremonias y atrajo a su vez a escritores y amigos
de otros lugares: Juan García Hortelano, Agustín González, Juan Benet, García
Márquez, Vargas llosa, entre tantos otros.
Hubo también
desencuentros, pero de lo malo siempre es mejor no hablar.
Consiguió por lo demás
convertir parte de una ciudad en un personaje más. Subir o bajar por la
Carretera del Carmelo cuando la has visto reflejada en algunas de sus novelas
permite sentirla de otra manera. Aunque tampoco es necesario conocerla. Es lo
que tiene la experiencia literaria, lo enriquecedor de la literatura. No otra
cosa aporta Marsé: además de unos relatos formidables con un dominio magnífico
del lenguaje, podemos adentrarnos por una época. Afirmaba Marx que había
aprendido más de la sociedad en las novelas de Balzac que en los tratados de
sociología o de economía. En el caso de Marsé, podemos adentrarnos por la
historia de los cincuenta y sesenta, una posguerra difícil en que se estaban
reestableciendo mal que bien cierta normalidad, cualquier cosa que sea esto.
Por lo demás, se puede
hablar largo y tendido de él y de su obra. Estos días se ha escrito bastante.
Pérez Reverte ha recordado que lo calificó de clásico vivo, y es acertado,
siempre y cuando no asociemos lo clásico
con el divismo, nada más lejos en el caso de Marsé. Otros muchos escritores,
críticos y editores han hablado de él. Queda leerlo, con atención, seguro que
no decepciona a quien se acerque a él por vez primera. Resulta muy
recomendable, por cierto, conocer esa parte de Barcelona, que no fueron nunca
las más centrales, con sus novelas como guía, pese a los cambios, pese al
tiempo.
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