Eugenio D´Ors lo calificó
como el mejor poeta de su tiempo. Estamos a todas luces ante un buen poeta,
esteticista y estudioso, atento y culto. Aunque sin duda también incide en su
apreciación que Ramón de Basterra formara parte de ese círculo de poetas,
pensadores, artistas y escritores que se reúnen en el café Lion d´Or de Bilbao
y escriben en la revista Hermes, clasicistas todos ellos, discípulos aventajados
de la Generación del 98 y del regeneracionismo, observadores de su tiempo, de
una época de cambios importantes que entrañan nuevos valores, también temores y
actitudes, quién sabe si todos ellos producto de esa dialéctica sempiterna
entre lo nuevo y lo viejo.
Bilbao es en gran medida
símbolo de esos cambios de época. Ciudad liberal que se pretende burguesa a la
manera de Inglaterra, tan crucial lo británico en la industria vizcaína, pero
también francesa, cómo no, que tanto pesa en las costumbres, el ocio y la
cultura del momento, crece con la llegada del proletariado a los barrios del
sur, montañosos y tan diferentes a la planicie de Abando, zona a la que se
traslada la burguesía del Casco Viejo, el Bilbao primigenio. Jon Juaristi ha
hablado sobre el «atroz laboratorio de la
lucha de clases» que es Bilbao y eso es algo de lo que no se habla mucho en
ese desafío que enfrenta tradición y modernidad, y da a veces la impresión que se
pretende olvidar, o al menos que no resulte tan evidente su importancia, la de la
lucha de clases, durante varios lustros, claro que en Bilbao no se da con tanto
ahínco esa voluntad de olvido, se recuerda incluso con orgullo el carácter
obrero y mercantil de la Villa, lo que además resulta a todas luces imposible
no considerar, basta con echar una mera ojeada al urbanismo de la ciudad y sus
alrededores.
Es algo, sin embargo, que
está muy presente en las reflexiones de Ramón de Basterra, Bilbao como modelo
donde se dan varias dualidades: naturaleza y cultura, pueblo y élite, tradición
y artificio. En 1913 trata de ello en su conferencia titulada «El Artista y el
País Vasco», cuando a punto está de un itinerario diplomático que le llevará a
varios destinos, Roma el primero de ellos. Reflexiona también sobre la dualidad
cultura vasca y cultura romance, presentes ambas en una Vizcaya, por ende en
todo el País Vasco, en que se extiende el nacionalismo y se ensalzan las
esencias patrias, que suelen basarse siempre en el rechazo de lo que no se
considera propio, lo sea o no. Será una cuestión importante que acabará pesando
en su inicial acercamiento al nacionalismo vasco, al que ve en un momento dado
como la mejor manera de conciliar dualidades, pero del que se separa al final porque
él le da un papel esencial a la cultura romance, a Castilla y tiene en cuenta
además una España que ya sitúa incluso en el clasicismo romano, piedra angular
de su mirada cultural e ideológica.
No en vano es el imperio
romano una de las bases de su ideario, de su visión del mundo y de la sociedad.
Lo comparte con sus contertulios del Café Lion d´Or, con los que funda la
Escuela Romana del Pirineo. Tienen a Miguel de Unamuno como mentor y referente.
Pretenden contribuir al ensalzamiento de Bilbao en lo cultural, aportar un
cosmopolitismo que convierta el enclave en un faro que permita fusionar el
liberalismo de la villa con una visión tradicional y con lo popular, un punto
de partida para un porvenir más ambicioso y renovador. Quizá viera en este
ambiente urbano y mercantil la posibilidad de que Bilbao se convirtiera en una
especie de Roma cantábrica, que se sustentara sobre lo más popular y
tradicional de Vizcaya, pero que recogiera también la aportación hispánica a
Roma, la de un Trajano contemporáneo.
Otra base es el
catolicismo, un catolicismo tradicional, conservador aun cuando no reñido con
una percepción liberal de la sociedad, muy vinculado a los conservadores del
siglo XVIII que tanto admira, sobre todo al Conde de Floridablanca, embajador
en Roma casi siglo y medio antes de que Ramón de Basterra fuera agregado de la
Embajada de España en esa ciudad.
Desde luego aprovecha su
estancia en Roma para profundizar en su conocimiento del Imperio. No llega a
vislumbrar aún todo aquel movimiento mussoliniano que Sánchez Mazas conocerá de
primera mano, aunque en su segundo destino, Rumanía, lee a Marinetti y queda
fascinado por el futurismo, influirá en sus obras más tardías. No podemos saber
cuál hubiera sido su evolución. Cuando regresa a España reside sobre todo en
Madrid, donde frecuenta los círculos literarios, se concentra en la escritura, revisa sus
poemas, escribe nuevos poemarios. Se concentra sobre todo en la literatura,
recibe buenas críticas de sus poemarios y alabanzas como las de Eugenio d´Ors. Al
tiempo, resurge una neurosis que desemboca en un enorme malestar. Él mismo
hablará de «una inadaptación a la
realidad, una efectiva ausencia», lo que le llevará a un sanatorio de
Madrid, donde morirá, con cuarenta años.
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