martes, 11 de agosto de 2020

Ramón de Basterra


Eugenio D´Ors lo calificó como el mejor poeta de su tiempo. Estamos a todas luces ante un buen poeta, esteticista y estudioso, atento y culto. Aunque sin duda también incide en su apreciación que Ramón de Basterra formara parte de ese círculo de poetas, pensadores, artistas y escritores que se reúnen en el café Lion d´Or de Bilbao y escriben en la revista Hermes, clasicistas todos ellos, discípulos aventajados de la Generación del 98 y del regeneracionismo, observadores de su tiempo, de una época de cambios importantes que entrañan nuevos valores, también temores y actitudes, quién sabe si todos ellos producto de esa dialéctica sempiterna entre lo nuevo y lo viejo.

Bilbao es en gran medida símbolo de esos cambios de época. Ciudad liberal que se pretende burguesa a la manera de Inglaterra, tan crucial lo británico en la industria vizcaína, pero también francesa, cómo no, que tanto pesa en las costumbres, el ocio y la cultura del momento, crece con la llegada del proletariado a los barrios del sur, montañosos y tan diferentes a la planicie de Abando, zona a la que se traslada la burguesía del Casco Viejo, el Bilbao primigenio. Jon Juaristi ha hablado sobre el «atroz laboratorio de la lucha de clases» que es Bilbao y eso es algo de lo que no se habla mucho en ese desafío que enfrenta tradición y modernidad, y da a veces la impresión que se pretende olvidar, o al menos que no resulte tan evidente su importancia, la de la lucha de clases, durante varios lustros, claro que en Bilbao no se da con tanto ahínco esa voluntad de olvido, se recuerda incluso con orgullo el carácter obrero y mercantil de la Villa, lo que además resulta a todas luces imposible no considerar, basta con echar una mera ojeada al urbanismo de la ciudad y sus alrededores.

Es algo, sin embargo, que está muy presente en las reflexiones de Ramón de Basterra, Bilbao como modelo donde se dan varias dualidades: naturaleza y cultura, pueblo y élite, tradición y artificio. En 1913 trata de ello en su conferencia titulada «El Artista y el País Vasco», cuando a punto está de un itinerario diplomático que le llevará a varios destinos, Roma el primero de ellos. Reflexiona también sobre la dualidad cultura vasca y cultura romance, presentes ambas en una Vizcaya, por ende en todo el País Vasco, en que se extiende el nacionalismo y se ensalzan las esencias patrias, que suelen basarse siempre en el rechazo de lo que no se considera propio, lo sea o no. Será una cuestión importante que acabará pesando en su inicial acercamiento al nacionalismo vasco, al que ve en un momento dado como la mejor manera de conciliar dualidades, pero del que se separa al final porque él le da un papel esencial a la cultura romance, a Castilla y tiene en cuenta además una España que ya sitúa incluso en el clasicismo romano, piedra angular de su mirada cultural e ideológica.

No en vano es el imperio romano una de las bases de su ideario, de su visión del mundo y de la sociedad. Lo comparte con sus contertulios del Café Lion d´Or, con los que funda la Escuela Romana del Pirineo. Tienen a Miguel de Unamuno como mentor y referente. Pretenden contribuir al ensalzamiento de Bilbao en lo cultural, aportar un cosmopolitismo que convierta el enclave en un faro que permita fusionar el liberalismo de la villa con una visión tradicional y con lo popular, un punto de partida para un porvenir más ambicioso y renovador. Quizá viera en este ambiente urbano y mercantil la posibilidad de que Bilbao se convirtiera en una especie de Roma cantábrica, que se sustentara sobre lo más popular y tradicional de Vizcaya, pero que recogiera también la aportación hispánica a Roma, la de un Trajano contemporáneo.

Otra base es el catolicismo, un catolicismo tradicional, conservador aun cuando no reñido con una percepción liberal de la sociedad, muy vinculado a los conservadores del siglo XVIII que tanto admira, sobre todo al Conde de Floridablanca, embajador en Roma casi siglo y medio antes de que Ramón de Basterra fuera agregado de la Embajada de España en esa ciudad.

Desde luego aprovecha su estancia en Roma para profundizar en su conocimiento del Imperio. No llega a vislumbrar aún todo aquel movimiento mussoliniano que Sánchez Mazas conocerá de primera mano, aunque en su segundo destino, Rumanía, lee a Marinetti y queda fascinado por el futurismo, influirá en sus obras más tardías. No podemos saber cuál hubiera sido su evolución. Cuando regresa a España reside sobre todo en Madrid, donde frecuenta los círculos literarios,  se concentra en la escritura, revisa sus poemas, escribe nuevos poemarios. Se concentra sobre todo en la literatura, recibe buenas críticas de sus poemarios y alabanzas como las de Eugenio d´Ors. Al tiempo, resurge una neurosis que desemboca en un enorme malestar. Él mismo hablará de «una inadaptación a la realidad, una efectiva ausencia», lo que le llevará a un sanatorio de Madrid, donde morirá, con cuarenta años.

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