martes, 6 de diciembre de 2016

Vittoria Colonna

La mirada de Vittoria Colonna posee no poca tristeza, una tristeza agudizada por ese acontecimiento crucial en su vida, la muerte de Francisco Fernando de Ávalos, su marido, marques de Pescara, napolitano de origen español, oficial del ejército de Carlos V y que cae herido en la batalla de Pavía en 1525, muriendo poco después, antes de que su amada esposa, avisada de la gravedad de su herida, pudiera llegar a verlo. Es una mirada que, sobre todo, se proyecta hacia el interior, que busca por dentro, que observa aquellos paisajes que habitan dentro de sí y que le van a permitir entender los paisajes exteriores, aunque quizá estos sean en realidad reflejos de aquellos, porque tal vez contemplemos la realidad en función de cómo somos. En todo caso puede que el mundo se constituya por la suma de ambos, lleguen a ser reales o no tales paisajes. Sea lo que fuere, habita en un tiempo de búsqueda, de descubrimiento o de redescubrimiento, fundamental todo ello en la comprensión del mundo y de uno mismo, porque en realidad es de uno mismo de quien hablamos, como diría Michel de Montaigne. Es lo que tiene nacer en 1490, que de repente todo adquiere una nueva dimensión. El mundo parece agrandarse, aunque en realidad va a ser Europa la que se agranda.

Es la Europa de los navegantes, la de la observación del mundo en toda su amplitud. Los portugueses y los venecianos llegan a China, estos por las vías tradicionales, las rutas de la seda; aquellos, en cambio, abriendo nuevas rutas, dando la vuelta a África, para alcanzar luego la India, Mongolia, Cipango y Catay. Pronto les seguirán también los holandeses. Por su parte, Castilla abre el camino hacia las Américas; le seguirán Francia, Reino Unido y también Portugal. Hablamos hoy de globalización como de un proceso novedoso. Nos hace falta, sin duda, más humildad: nada es nuevo, al fin y al cabo. Los viajes ayudan a redescubrir el mundo, hay muchas cosas que han quedado olvidadas en la gran distancia que es el tiempo, también a descubrirlo, no son pocas las cosas que aún no se conocen, todavía hoy ocurre, cuando ha habido quien ha sostenido que estamos en el final de la historia. Los escribanos que viajan en las naves portuguesas tardarán un tiempo en darse cuenta de que el mundo es mucho más que esa simplista división en tres del canon occidental: los tres continentes -Asia y África reducidas hasta entonces, en la práctica, a sus costas mediterráneas, centro del mundo europeo-, las tres razas, las tres religiones que son en el fondo las tres religiones de un mismo Libro, el Libro. Los hinduistas, lo van descubriendo poco a poco, no son los cristianos descendientes de aquellos convertidos por el apóstol Tomás -que los había, sí, pero muy minoritarios-, siguen otra religión, otros dioses, otras normas y otra moral; tampoco los chinos carecen de convicciones y creencias, como muy bien pudo deducir Mateo Ricci; los nativos americanos o los negros africanos, por su parte, poseían también un cuerpo doctrinal y una jerarquía de divinidades que responden a sus necesidades de entender el mundo y trascender, aunque aquí se tarda más en asumirlo, no se acaba de reconocer ante la desnudez de esos seres cobrizos o de piel obscura un ápice de civilización. Descubren además una naturaleza en muchas ocasiones agreste, extrema, pero también exuberante, con plantas, metales y animales nunca vistos, y que requieren unas dotes de observación y de sorpresa mucho mayores. Existe todo un mundo natural allí afuera que necesita incluso de palabras nuevas para denominarlo. Y para que haya dominación es menester que haya antes denominación.

Pero hablamos también de una Europa que se busca a sí misma. Se regresa al mundo clásico, el de los griegos -que los árabes, el enemigo sarraceno, han mantenido durante siglos en sus estudios y sus bibliotecas, han leído e interpretado mientras Europa se hundía en la más pura decadencia- y el de los latinos, las obras de un antiguo imperio aún evocado y del que se mantiene todavía ciertos títulos e instituciones, aunque vacías ya de contenido, surgirán nuevas formas de organización política que sustituirán aquellas y que requerirán para constituirse de una homogeneidad que no existe en realidad, pero que se forzará a sangre y fuego. Es la Europa que se plantea de nuevo la fe como elemento central de la existencia individual y colectiva, aunque en esencia no se ha dejado de cuestionar la herencia cristiana que cada generación ha recibido. Lutero cuelga sus 95 tesis, dice la leyenda, en la puerta de la iglesia del palacio de Wittenberg y con ello se retoma un debate que tampoco es nuevo, el de la recuperación de aquel cristianismo primitivo que las pompas de Roma han desvirtuado por completo hasta convertirlo en mero engaño o, peor aún, en un antro de inmoralidad. Pero, además, Lutero ha tenido, consciente o no, el don de hacerlo coincidir con las transformaciones políticas de Europa, contempladas y analizadas en parte por Maquiavelo. En todo caso, a Lutero le siguen, complementan, y en algunos casos le discuten y se le enfrentan, Melanchton, Calvino, Zwinglio, Menos, Müntzer, entre otros muchos, que rompen con la Iglesia Católica, y al mismo tiempo le leen otros que se mantienen fieles al Obispo de Roma, pretendida cabeza de la cristiandad, pero con un espíritu nuevo, crítico y humanista. Destaca entre ellos Erasmo de Rotterdam, que, muy a su pesar, como le confiesa a Tomás Moro, tanto influye en España, hay toda una generación que le lee con atención y se fascina por sus libros. Entre los seguidores castellanos se encuentra Juan de Valdés, escritor que a su vez influirá años después en Vittoria Colonna.

Juan de Valdés llega a Roma en 1534. Deja atrás una Castilla que ha vivido unos años de esplendor cultural -destaca la Universidad de Alcalá de Henares, fundada por el cardenal Cisneros, y que reúne a pensadores, gramáticos, poetas, eruditos, todos ellos imbuidos de erasmismo; destaca la nueva poesía al itálico modo que encuentra en Juan Boscán uno de sus máximos propagadores y en Garcilaso de la Vega uno de sus máximos exponentes (por cierto, Garcilaso de la Vega se reencontrará con Juan de Valdés en Nápoles); destacan las escuelas pictóricas y arquitectónicas en Toledo y Valladolid-, esplendor que se verá afectado, sobre todo en el ámbito de pensamiento, por la necesidad que tiene el Estado en formación de homogeneidad ideológica. Se expulsaron a judíos y después a moriscos musulmanes, se acaba con los pocos núcleos mozárabes que quedan aún fieles a sus viejos ritos cristianos, se comienza a perseguir a los erasmistas, sobre todo a partir de la entronización de Felipe II, que su padre fue más bien proclive a Erasmo de Rotterdam, se persiguió a iluminados, a molineristas, pero sobre todo a los núcleos luteranos de Valladolid y reformados en Sevilla. Juan de Valdés fue estudiante en Alcalá junto a su hermano Alfonso, el cual llegó a ser secretario del Emperador Carlos y a punto estuvo de lograr la unidad entre cristianos luteranos y cristianos romanos. Ambos reflexionarán largo y tendido sobre cuestiones teológicas. Ambos son erasmistas (Alfonso se escribe largo y tendido con el propio Erasmo). Juan escribió en 1529 Diálogo de doctrina cristiana y se convertirá en blanco de la inquisición, ya lejos de estar presidida, que lo estuvo, por erasmistas como el mencionado Cisneros o Alonso Manrique. Sin haberse declarado nunca abiertamente protestante, decide poner tierra de por medio y marcha del país, dícese que la prudencia es siempre buena consejera.

En 1535 se establece en Nápoles y entonces abre su casa a invitados con los que discute sobre literatura y religión. Vittoria Colonna frecuenta esas tertulias. Han pasado muchos años desde que sufriera la muerte de Francisco Fernando de Ávalos, que tantas tinieblas le causó, nada menos que diez años ya. Sufrió una profunda depresión y se planteó incluso el suicidio. Poco importa que aquel matrimonio suyo hubiera sido concertado por intereses familiares, que el mismo conviniera a la muy noble familia romana de los Colonna para así emparentarse con los Dávalos, ambos enseguida lograron empatizar y amarse, compartían sus gustos, una cultura profunda y una inmensurable curiosidad por lo que sucedía en Europa y por los ecos que llegaban de otros lejanos lugares. Vittoria Colonna le dedicó no pocos de sus poemas y en las temporadas en las que él se ausentaba de la casa familiar en Ischia, sobre todo durante la deportación de Francisco en Francia, donde permaneció como prisionero, intercambiaron una intensa y proclive correspondencia.

Es esa profunda cultura lo que le ayuda a sobreponerse a la muerte de Francisco. Esa profunda cultura literaria y una intensa búsqueda espiritual le permiten confrontarse a la angustia, superar sus males espirituales y volver a la vida dedicada en cuerpo y alma a la meditación y a la comprensión de todo un mundo, ese mundo interior suyo tan ligado al mundo exterior del que tanto se habla en las tertulias de Juan de Valdés, a la que también acuden conocidos de Vittoria Colona. Por ejemplo, Petro Carnesecchi, a quien le une una gran amistad y conoce cuando se plantea viajar a Tierra Santa para hallar el alivio espiritual que no parece encontrar, viaje que su delicada salud impidió que realizara. Petro Carnesecchi debate con Juan de Valdés hasta el punto de convertirse en uno de sus más allegados discípulos. Se convierte al protestantismo, por lo que se le perseguirá, se le detendrá y, pese a las peticiones de clemencia de altas instancias florentinas, se le ejecutará en los Estados Pontificios por herejía. Acude también Bernardino Ochino, a quien Vittoria Colonna conoció como fraile capuchino -debieron coincidir durante la estancia de la noble poetisa en el monasterio de Ferrara- y que llegó a convertirse en su consejero espiritual, evolucionaron sin duda juntos cuando se centraron en el punto teológico fundamental de la justificación por la fe, concepto que devendrá el eje central en el pensamiento de Vittoria Colonna, también en el de Ochino, que romperá con el catolicismo. Otras mujeres pertenecientes a la nobleza se vinculan también a dichas tertulias, Caterina Cibo, duquesa de Camerino, que a su vez se declarará abiertamente protestante, y sobre todo Giulia Gonzaga, perteneciente a una de las principales familias de Lombardía, que devino la gran valedora de Juan de Valdés en Italia y sin duda una de las mujeres que más le influyeron tanto en lo intelectual como en lo afectivo.

Es en esta época cuando Vittoria Colonna publica en Parma su primera Raccolta de poemas que obtendrá un más que notable éxito y afianza su imagen de mujer renacentista culta, sensible y espiritual. No sólo lo aparenta, lo es en realidad. La vemos reflejada en su propia obra, en sus poemas, en las cartas que se conservan de ella, tanto las dirigidas antaño a su marido como las dirigidas hogaño a quienes comparten con ella intereses y preocupaciones. Pero lo apreciamos también en los retratos, su mirada queda reflejada en el cuadro de Sebastiano del Piombo como la de una mujer madura no por edad, sino por reflexión y experiencia vital. Se trata de un retrato de 1530, cinco años después de la trágica muerte de su marido y cuando está en pleno proceso reflexivo y espiritual. Aún no se imbuye del espíritu evangélico que alcanzará un lustro después, cuando comienza a frecuentar las tertulias napolitanas de Juan de Valdés y haya conocido a buena parte de sus amigos con los que comparte un sediento deseo de conocimiento y espiritualidad. La mirada perdida en un punto cualquier, una taza levantada en su mano derecha, la luz que se proyecta sobre ella por detrás, es el rostro de una mujer que va saliendo de una honda penuria y comienza a elevarse hacia otras regiones, a todas luces mucho más estables y profundas.

Pero quien la retrata tanto en bocetos como en versos será el grandioso Miguel Ángel, para quien Vittoria Colonna devendrá su amor platónico. Se habían conocido ya unos pocos años antes, pero será en Roma donde se afianzará su amistad, cuando la noble poetisa regresa a esta ciudad en 1539. Miguel Ángel es un hombre de su tiempo, atraído por numerosas artes y por otros ámbitos, entre ellos el de la espiritualidad. No es de extrañar, es un rasgo de época y el artista no va a ser una excepción, está inquieto, necesita buscar aquí y allá, o como él mismo afirma de sí mismo: «no estando yo en mi sitio ni siendo yo pintor». Esa necesidad espiritual y la influencia de Vittoria Colonna convertirán en Miguel Ángel en el artista que empieza a ser ya en esa década de los cuarenta, a medida que intercambian sus visiones del mundo y de sí mismo. En 1540 la noble poetisa le solicita un cuadro de la crucifixión que le permita concentrarse en sus oraciones. En cierto modo este cuadro se convertirá en el punto de arranque de una profunda conversión del artista de la mano de Vittoria Colonna.

Visto desde nuestro presente, todo ese proceso de aquel siglo XVI produce no poca envidia. Es posible que alguien nos recuerde que aquellos años tampoco estuvieron exentos de horrores, mediocridades y crueldad. No lo estuvo. El propio saqueo de Roma fue a todas luces uno de los actos más crueles de aquel momento, nada que envidiar a este nuestro presente. Nos lo describe el hermano de Juan de Valdés, Alfonso, en su obra Diálogo de las cosas ocurridas en Roma y es imposible no sentirse hastiado por el ánimo cruel de aquel saqueo. El propio Alfonso de Valdés nos habla en otra de sus obras, en el Diálogo de Mercurio y Carón, de los altos grados de corrupción y mediocridad existentes en los círculos de poder de la época, algo muy parecido, sin duda, a lo que padecemos hoy, la humanidad no ha cambiado nada, podemos deducir de todo ello. Y sin embargo, no puede menos que maravillar ese esplendor cultural de la época, esa actitud de un sinfín de individualidades que, como la de Vittoria Colonna, viven con un ansia de conformarse a partir de múltiples piezas que les permite evolucionar y devenir ellas mismas personas completas en consonancia con la época en la que viven.


En 1547 muere Vittoria Colonna. Miguel Ángel acabará un soneto evocándola:

Tal vez a ti y a mí dar larga vida
puedo con el cincel o los colores,
adunando mi amor y tu semblante.
Y mil años después de la partida,
se verán tus hechizos vencedores,
y cuánta razón tuve en ser tu amante

A su vez modificará el cuadro que le pintara siete años antes para incluir la figura de María Magdalena abrazada a la cruz personificada en Vittoria Colonna.

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