viernes, 5 de septiembre de 2025

Deporte y política

 


Platón, que gustaba de la práctica del deporte, aunque no destacara en ella, defendía la gimnasia por su contribución a los cuerpos y, por consiguiente, al desarrollo del espíritu y de la virtud. Era un pilar para la educación integral de los ciudadanos de la Polis y el filósofo consideraba importante que Atenas aplicara normas educativas que fomentaran el deporte en todos los ámbitos sociales, en especial en aquellos grupos dominantes cuyo fin era ahondar en la idea superior de bondad social y en la buena gobernanza de la comunidad.

Por tanto, en cierta forma, el deporte tenía un interés político. Era una forma de mejorar lo comunitario, en una sociedad que reprochaba la falta de inclinación por las cuestiones colectivas, esto es, por la política. Idiota se denominaba a quien no le preocupaban las cuestiones sociales y políticas, en un momento en que se asumía que todo ser era al fin un ser social.

Esta idea ha estado más o menos presente a lo largo de la historia y volvería a ser un pilar en el desarrollo de las democracias modernas, que requieren a todas luces de la participación colectiva. Pero la complejidad de las sociedades modernas y sobre todo esta sociedad del espectáculo en que estamos inmiscuidos no ayudan mucho a un debate sereno, serio, profundo. Es un tiempo, otra vez, de sofistas, en el que las cosas se valoran según nos convengan o no.

Parte del deporte se ha elevado al mero espectáculo, por no decir que a puro negocio. Al mismo tiempo, la política se limita a lo institucional, a lo que ocurre en las Cortes, en los Parlamentos, en los pasillos de los centros de poder, lo referido a los acuerdos, normas y leyes que se establecen entre quienes se dedican a la Institución. Clase política se le denomina. De ahí que se considere que actividades como el deporte no deberían estar afectados por lo que ocurre en tales esferas, aun cuando las grandes competiciones se lleven casi siempre amparadas por banderas nacionales que inciden en discursos colectivos, el nosotros y el ellos.

Lo ocurrido en Bilbao el miércoles tres de septiembre ha vuelto a centrar el debate sobre esta relación entre deporte y política. Aunque el motivo de la protesta que impidió que la Vuelta ciclista terminara su último tramo fuera más bien rechazar una masacre y pedir que un equipo vinculado a Israel no participara en la competición. Hay quien se ha centrado en la imagen, para ellos mala, que daba la ciudad, como el alcalde de Bilbao, José María Aburto, o la Diputada General de Vizcaya, Elixabete Etxanobe. No viene al caso, pero parece que la imagen de la ciudad no estuvo afectada unos pocos meses antes, cuando a raíz de un partido de final de copa las hordas de seguidores de los dos equipos británicos en liza recorrieran sus calles borrachos, gritando todo el día y rompiendo no pocos semáforos para llevárselos de recuerdo. Más bien se celebró la buena sintonía y el buen ambiente, tal vez porque se temió que todo acabara mucho peor.

Esta vez la cuestión la centró el periodista Juanma Castaño, quien acudió al axioma fundamental, que hay que separar deporte y política en lo que concierne a la Vuelta, partiendo del hecho de que los equipos de ciclismo los forman deportistas profesionales que no tienen nada que ver con la política ni están como representantes de los Estados en cuestión. Sería feo recordar que Juanma Castaño estuvo a favor en 2022 de vetar la participación de equipos rusos en la competición española tras la invasión de Rusia a Ucrania y la posterior guerra, execrable como toda guerra, que continúa hoy.



Hay algo cierto que se desprende de sus declaraciones: los deportistas no son, como ciudadanos, responsables de la situación en Gaza, no sabemos si amparan el genocidio del gobierno israelí, si tienen matices o si están en contra. Ni siquiera son todos los miembros del equipo israelíes y de momento sólo sabemos que el propietario del mismo es cercano a Netanyahu. La cuestión estriba en decidir si debe de vetarse a un equipo vinculado a un país que realiza una masacre y cómo se aplica dicha medida, si la respuesta a la primera cuestión es que sí. Porque el que se aplique a un país y no a otro parece responder a una decisión política, lo que negaría la pretendida separación de deporte y política. O su aplicación tendría que ver con posiciones de interés, la justicia de la medida dependería de la mera conveniencia de quien decide.

Es cierto que la protesta no soluciona el problema. Pedro Delgado se mofó de ello. Se queda en lo testimonial, aunque es importante, y casi todo el mundo lo ha reconocido, incluso muchos de los críticos de las formas, que se pueda expresar un determinado rechazo a lo que ya casi todo el mundo asume que es una barbaridad, la desproporción cuanto menos de lo que está pasando en Gaza y ante lo cual lo sucedido en Bilbao es una nimiedad.

De todos modos es difícil asumir plenamente ese axioma de que separemos siempre el deporte y la política. Se acudió a ello cuando se celebró el mundial de fútbol de 1978 en Argentina, cuando al tiempo que se celebraban los partidos se torturaba en cuarteles y en otros centros adscritos a oponentes políticos y se les hizo desaparecer a muchos de ellos, por decisión de la junta militar. Eso sí es que consideramos que la tortura y la guerra sean política. O pasa hoy, cuando algunos equipos participes de la Liga Española de Fútbol, entre ellos el Athletic de Bilbao, juegan en Arabia Saudí unos pocos partidos de la competición española. Aunque aquí estamos hablando más bien de negocio, que al parecer tampoco tiene nada que ver con la política.

 

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