martes, 4 de mayo de 2021

Colón y los debates patrióticos

 


Hace algunas semanas un diario guipuzcoano se hacía eco de la posibilidad de que Cristóbal Colón fuera navarro y agote. Así lo afirma José María Ercilla, un médico retirado de Orio, quien sostiene la presencia en el cuerpo de Colón del antígeno HLA-B27 propio de esa comunidad que habitaba a ambos lados de los Pirineos navarros. Concluye el médico citado que el ínclito navegante había nacido en la localidad de Ainhize-Monjolose, en la Baja Navarra, provincia vascofrancesa.

Se puede leer la información en la propia web del diario, Noticias de Guipuzkoa: https://www.noticiasdegipuzkoa.eus/cultura/2021/04/11/cristobal-colon-navarro-agote/1103019.html.

Desde luego no es nuevo el debate ni las diversas hipótesis que giran en torno al lugar de nacimiento de Cristóbal Colón, que si Génova, que si Mallorca, incluso se le sitúa en la villa de Soroluze, donde nació un Kistobal Maiztegi, que se trasladó a Pavía, en Italia, para sus estudios, prometiendo él y su hermano no revelar el nombre de su madre, por extrañas razones que se nos escapan. Misteriosa circunstancia que al final es la que rodea al navegante y que se centra de un modo obsesivo en su lugar de nacimiento, tal vez para que la nación correspondiente se pueda arrogar un nuevo mito nacional a su haber identitario.

Claro que en los tiempos de Cristóbal Colón esto de la nación o de la patria era algo embrionario, todavía no se habían forjado tales conceptos, menos en el sentido que hoy le damos, que es más propio del siglo XIX y del XX. Por desgracia, porque lo considero algo desgraciado, el patriotismo o la exaltación nacional sigue vigente y parece que continúa siendo un caladero de votos y aspavientos, véanse si no las elecciones madrileñas o la situación en Cataluña, por hablar de lo más cercano.

Esta manía de atribuirse mitos y episodios históricos lo comparten naciones con Estado y también aquellas que aspiran a uno propio. A veces la pretensión de una épica nacional lleva a una tergiversación evidente, triunfalista y a menudo falseadora de la realidad del pasado, al fin y al cabo es muy propio esto de reescribir la historia, más en unos tiempos como los actuales, en los que tanto se habla de establecer relatos, retomando la vieja aspiración de uniformidad social, propia de la fundación de los Estados modernos, en un momento en que se alardea tanto de diversidad, quizá como reacción a ésta, porque en el fondo persiste el temor a lo diferente.

Aún se sigue hablando en España de la Reconquista como esa larga etapa en que los reinos cristianos luchaban contra lo que se pretende ocupación árabe. Pero ocupación propiamente dicha sólo la hubo muy al inicio, del 711 al 720, como mucho; después, hasta la fecha mítica de 1492, sólo podemos hablar de una presencia árabe en la península, con una cultura arábiga enraizada en ella, con la misma carta de naturaleza que la de cualquier otra cultura o sociedad habidas en estas tierras. No son pocos los historiadores que ya evitan el término, Reconquista, pero el patrioterismo de nuevo cuño lo está recuperando e incluso se llevan a cabo en Granada exaltaciones de su toma, fin, dicen, de esa reconquista que duró casi ochocientos años. Suena rancio.



Curiosos resultan por su parte los planteamientos de una señera institución catalana, el Institut de la Nova Historia, dirigida por el filólogo Jordi Bilbeny y que pretende el reconocimiento de la catalanidad de ciertas figuras históricas que Castilla y el Estado Español se han atribuido: no sólo Cristóbal Colón era catalán, sino también Santa Teresa de Jesús o Calderón de la Barca lo eran. Miguel de Cervantes se llamaba en realidad Joan Miquel de Servent, autor claro está de El Quixot. Por su parte, el autor valenciano del siglo XVI Joan Timoneda fue quien escribió El Lazarillo de Tormes. Se pueden consultar sus propuestas en su web: https://www.inh.cat/.

Pongo por delante que me parece muy legítima la pretensión de independencia de los pueblos o naciones sin Estado, lo comparta o no, y creo que si una mayoría así lo ansía, no seré yo quien se oponga a tal reconocimiento, pero echo en falta quizá algo de rigor en los planteamientos y molesta esa necesidad de épicas sin sentido que al final resultan a todas luces contraproducentes.

También ha habido en el País Vasco alguna mitificación con no pocos excesos intelectuales e ideológicos. La larga noche del franquismo y del enfrentamiento violento hasta hace bien poco parece que ha vacunado a la población actual de los mismos; el debate persiste, pero creo que de otro modo, aunque no somos ajenos a ciertas elucubraciones. De una ironía finísima era esa parte de La pelota vasca, la piel contra la piedra, de Julio Medem, en que se muestra a varios intervinientes legitimando o contralegitimando el derecho del Pueblo Vasco a su Estado propio con datos históricos no sólo diferentes, sino claramente opuestos entre sí.

En cuanto a Cristóbal Colón, seguiremos sin saber su lugar de nacimiento. Puede incluso que no importe en absoluto. Aunque esta última hipótesis planteada tiene el encanto de resarcir a unas gentes, los agotes, tan marginadas allí donde habitaron.

 

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