Hace algunas semanas un
diario guipuzcoano se hacía eco de la posibilidad de que Cristóbal Colón fuera
navarro y agote. Así lo afirma José María Ercilla, un médico retirado de Orio, quien sostiene la presencia en el cuerpo de Colón del antígeno HLA-B27 propio
de esa comunidad que habitaba a ambos lados de los Pirineos
navarros. Concluye el médico citado que el ínclito navegante había nacido en la
localidad de Ainhize-Monjolose, en la Baja Navarra, provincia vascofrancesa.
Se puede leer la
información en la propia web del diario, Noticias de Guipuzkoa: https://www.noticiasdegipuzkoa.eus/cultura/2021/04/11/cristobal-colon-navarro-agote/1103019.html.
Desde luego no es nuevo
el debate ni las diversas hipótesis que giran en torno al lugar de nacimiento de
Cristóbal Colón, que si Génova, que si Mallorca, incluso se le sitúa en la
villa de Soroluze, donde nació un Kistobal Maiztegi, que se trasladó a Pavía, en
Italia, para sus estudios, prometiendo él y su hermano no revelar el nombre de
su madre, por extrañas razones que se nos escapan. Misteriosa circunstancia que
al final es la que rodea al navegante y que se centra de un modo obsesivo en su
lugar de nacimiento, tal vez para que la nación correspondiente se pueda
arrogar un nuevo mito nacional a su haber identitario.
Claro que en los tiempos
de Cristóbal Colón esto de la nación o de la patria era algo embrionario,
todavía no se habían forjado tales conceptos, menos en el sentido que hoy le
damos, que es más propio del siglo XIX y del XX. Por desgracia, porque lo
considero algo desgraciado, el patriotismo o la exaltación nacional sigue
vigente y parece que continúa siendo un caladero de votos y aspavientos, véanse
si no las elecciones madrileñas o la situación en Cataluña, por hablar de lo
más cercano.
Esta manía de atribuirse
mitos y episodios históricos lo comparten naciones con Estado y también aquellas
que aspiran a uno propio. A veces la pretensión de una épica nacional lleva a
una tergiversación evidente, triunfalista y a menudo falseadora de la realidad
del pasado, al fin y al cabo es muy propio esto de reescribir la historia, más
en unos tiempos como los actuales, en los que tanto se habla de establecer relatos, retomando la vieja
aspiración de uniformidad social, propia de la fundación de los Estados
modernos, en un momento en que se alardea tanto de diversidad, quizá como
reacción a ésta, porque en el fondo persiste el temor a lo diferente.
Aún se sigue hablando en
España de la Reconquista como esa larga etapa en que los reinos cristianos
luchaban contra lo que se pretende ocupación árabe. Pero ocupación propiamente
dicha sólo la hubo muy al inicio, del 711 al 720, como mucho; después, hasta la
fecha mítica de 1492, sólo podemos hablar de una presencia árabe en la península,
con una cultura arábiga enraizada en ella, con la misma carta de naturaleza que
la de cualquier otra cultura o sociedad habidas en estas tierras. No son pocos
los historiadores que ya evitan el término, Reconquista, pero el patrioterismo
de nuevo cuño lo está recuperando e incluso se llevan a cabo en Granada
exaltaciones de su toma, fin, dicen, de esa reconquista que duró casi ochocientos
años. Suena rancio.
Curiosos resultan por su
parte los planteamientos de una señera institución catalana, el Institut de la Nova Historia, dirigida
por el filólogo Jordi Bilbeny y que pretende el reconocimiento de la
catalanidad de ciertas figuras históricas que Castilla y el Estado Español se
han atribuido: no sólo Cristóbal Colón era catalán, sino también Santa Teresa de
Jesús o Calderón de la Barca lo eran. Miguel de Cervantes se llamaba en
realidad Joan Miquel de Servent, autor claro está de El Quixot. Por su parte, el autor valenciano del siglo XVI Joan
Timoneda fue quien escribió El Lazarillo
de Tormes. Se pueden consultar sus propuestas en su web: https://www.inh.cat/.
Pongo por delante que me
parece muy legítima la pretensión de independencia de los pueblos o naciones
sin Estado, lo comparta o no, y creo que si una mayoría así lo ansía, no seré
yo quien se oponga a tal reconocimiento, pero echo en falta quizá algo de rigor
en los planteamientos y molesta esa necesidad de épicas sin sentido que al
final resultan a todas luces contraproducentes.
También ha habido en el
País Vasco alguna mitificación con no pocos excesos intelectuales e ideológicos.
La larga noche del franquismo y del enfrentamiento violento hasta hace bien
poco parece que ha vacunado a la población actual de los mismos; el debate
persiste, pero creo que de otro modo, aunque no somos ajenos a ciertas
elucubraciones. De una ironía finísima era esa parte de La pelota vasca, la piel contra la piedra, de Julio Medem, en que
se muestra a varios intervinientes legitimando o contralegitimando el derecho
del Pueblo Vasco a su Estado propio con datos históricos no sólo
diferentes, sino claramente opuestos entre sí.
En cuanto a Cristóbal
Colón, seguiremos sin saber su lugar de nacimiento. Puede incluso que no
importe en absoluto. Aunque esta última hipótesis planteada tiene el encanto de
resarcir a unas gentes, los agotes, tan marginadas allí donde habitaron.
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