Pedro de Ursúa procedía
del Valle de Baztán. El linaje de los Ursúa se unía en él al de los Díez de
Armendáriz. Ambas familias eran muy principales y sus orígenes se remontaban al
siglo XIV, aunque hay quien los sitúa mucho más atrás en el tiempo, hasta una
época en la que la historia se mezcla con la mitología y los hechos, los
sueños, los deseos y los anhelos pierden sus perfiles
El Baztán, en los
primeros años de Pedro de Ursúa, mucho antes incluso y mucho después, era
tierra de agotes, de esos hombres y mujeres arrinconados, ninguneados y
relegados a una posición ínfima a ambos lados de los Pirineos, en aquella
tierra de vascos. Ahora dicen que Cristóbal Colón procedía de esta comunidad de
los infames. Da un poco igual, aunque habría en ello un poco de justicia
poética para los agotes, que sufrieron tantas murmuraciones y miradas
recelosas, que debían entrar a la iglesias por puertas separadas y sentarse en
bancos y sillas apartadas, que vivían en barrios diferenciados.
En todo caso, a pesar de
las desdichas, ese rincón de Vasconia resultaba agradable, tal vez los
inviernos eran crudos, la vida no siempre resultaba fácil, pero no se vivía
mal; tampoco bien, es cierto, pero eso es algo propio de todas las épocas. Claro
que los tiempos cambiaban y con ellos surgían también otros prejuicios, otras
prevenciones y otros reconcomios.
Pedro de Ursúa nació
catorce años después de que la Navarra ibérica fuera incorporada a esa unión
real que acercó a Castilla y Aragón para constituir, con el tiempo, un nuevo
reino. Hubo una guerra por medio y que enfrentó a beaumonteses y gramonteses, con
posiciones distintas respecto a ese nuevo estado de cosas. Por su parte, el
Señorío de Vizcaya, las cuadrillas de Álava y las villas de Guipúzcoa ya
llevaban más de doscientos años formando parte del Reino de Castilla. Al norte,
la Baja Navarra mantuvo su estructura de reino, vinculada al Bearn, y muy
pronto envuelto en el cisma de occidente y las guerras que el mismo desató por
toda Europa. Eran tiempos de violencia iracunda y sangrienta, aunque no era
nada nuevo: nunca ha habido tiempos de paz plena.
No sé si en aquellos años
de vida de Pedro de Ursúa, ya centrado el siglo XVI, se recordaba mucho aquel
Reino de Navarra. En todo caso, al igual que muchos vascos de la Vasconia occidental,
no fueron pocos los navarros que participaron en la construcción del nuevo
Estado y en la gesta americana, con posiciones importantes muchos de ellos, pues
no sólo formaron parte de la soldadesca, sino que algunos inclusos tuvieron un
papel principal. El propio tío de Pedro de Ursúa, Miguel Díez de Arméndariz, fue
uno de esos prohombres, tal vez quien propiciara que su sobrino, a una edad
jovencísima, se decidiera a cruzar el océano e incorporarse a las hazañas y a
las miserias del Imperio.
Pedro de Ursúa se movió
sobre todo por las tierras de lo que hoy es Colombia y en menor medida por las
de Bolivia. Fundó la ciudad de Pamplona y también la de Tudela, que fue
destruida por los muzos, indígenas en aquel momento muy belicosos y defensores
de sus territorios. Coincidió con otro vasco, de Oñate, Lope de Aguirre, uno de
los conquistadores más conocidos y de personalidad más que polémica. Llegó a
rebelarse contra el Imperio y se enfrentó a otros conquistadores, entre ellos a
Pedro de Ursúa, al que asesinó.
Fue un tiempo de
violencia. En Europa las guerras de religión, en las que España estuvo
implicada, enfrentaban a varios bandos, cada uno de ellos en defensa de una
interpretación de las creencias cristianas, que tanto hablaban de amor y de
paz, pero que sirvieron para legitimar a los bandos en liza. Además estaba la
amenaza de los turcos. Si eso era poco, la conquista de América no fue pacífica
en absoluto y los vascos formaron parte de esa conquista. Sobre Lope de Aguirre
y Pedro de Ursúa, además de otros protagonistas, han escrito no pocos autores
de ambas orillas del charco: Ciro Bayo, Arturo Uslar Pietri, Ramón J. Sender,
Abel Posse, Miguel Otero Silva, Gonzalo Torrente Ballester, William Ospina o
José Sánchez Sinisterra. Dos películas relatan también sus hechos: Aguirre, la cólera de Dios, de Werner Herzog, y El Dorado, de Carlos Saura.
Todos ellos reflejan la
violencia de aquellos tiempos y que dejó sin duda su impacto en la historia
reciente. Porque no cabe duda de que la actual violencia en América, como la de
cualquier otro lugar, no nace de la nada, es un proceso que ha perdurado
durante los poco más de quinientos años de historia común. Claro que tampoco es
algo innato o natural que forme parte de unos genes colectivos, hay unos
motivos, unas causas que la propician y, sobre todo, unos sectores que la
fomentan, sectores constituidos por personas con nombre y apellido a los que
interesa la existencia de la violencia. No se suele hablar de ello, con
frecuencia se pasa de puntillas sobre las causas y los instigadores, y si se
puede, se oculta descaradamente.
Escandaloso ha sido el
silencio en los grandes medios de comunicación respecto a lo que está pasando
en Colombia. Desde finales de abril hasta hoy mismo las protestas han llenado
las calles del país por un intento del gobierno de Iván Duque de reformar la
política de impuestos que hundiría todavía más a una sociedad empobrecida y
precaria, y la reacción del Estado colombiano ha sido la represión, con un alto
número de muertos, de desaparecidos, se habla de centenares, y de heridos. Pero
si esto ya es de por sí tremendo, incomprensible resulta el silencio de la
prensa mundial, con una clara intención de ocultar lo que estaba pasando.
Intención que se convierte en complicidad. Si la cuarta parte de lo que ocurre
en Colombia se produjera en otros lugares, por ejemplo en la vecina Venezuela,
abrirían con ello los informativos y estaría en portada de la prensa escrita. Desde
luego se debe denunciar y condenar cualquier vulneración de derechos
fundamentales allí donde se produzcan, per qué cada cual saque sus conclusiones
sobre esta apariencia de pluralidad informativa que no lo es tanto y los
motivos de según qué cosas. Porque durante días nada se dijo de lo que pasaba en
Colombia y sólo la presión por lo que se contaba en redes sociales y de las
protestas en varias ciudades europeas y norteamericanas consiguieron que por
fin saliese a la luz informativa.
Esto, además, clama al
cielo en un país como España donde durante algunos años se habló mucho de
hermandad con los países de América, se realizaban cumbres gubernamentales y se
elaboraba un discurso de cooperación que tenía más de fomento de los negocios
de las grandes empresas que de colaboración real en muchos otros ámbitos. Ya ni
siquiera se habla de las cumbres de Jefes de Estado de la Comunidad
Iberoamericana que se fomentaron con tanto boato, no sé incluso si se siguen
realizando.
Claro que el silencio en
España sobre lo americano no es
nuevo. A diferencia de Portugal, la presencia de las colonias ya fue mínima en el
imaginario de la metrópoli durante la época del Imperio, quizá porque pocos
fueron quienes intervinieron en la conquista, un puñado de extremeños, de
castellanos y de vascos, frente a los muchos portugueses que marcharon a alguno
de los territorios de ultramar, se dice que cada familia portuguesa tenía algún
familiar en Brasil, África o Asia. No fue hasta finales del siglo XIX y a lo
largo del XX que se estrecharon lazos, en buena medida por la emigración y la
literatura. Luego hubo ese periodo de buenas intenciones de los años noventa,
pero que fue en buena medida humo.
Pedro de Ursúa fue un
adelantado. La presencia vasca en Colombia, en Argentina, en Chile, en Reno o
en Quebec cuenta hoy con importantes comunidades de descendientes de vascos,
algunas de ellas incluso mantienen el idioma. En EITB, la radio y televisión
públicas de la Comunidad Autónoma Vasca, cuenta incluso con algunos
colaboradores vascos de la diáspora. Pero me temo que tiene mucho más éxito el
concurso televisivo Conquistadores del Caribe
que el interés por lo que pasa allende los mares.
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