La muerte de Lucio
Urtubia, este último 18 de julio, nada menos, puede llevarnos a pensar que
desaparece tal vez el último de una serie de activistas que se dio a lo largo
del siglo XX, herederos a su vez de una muy larga e intensa tradición revolucionaria, y que no
parece que esté surgiendo ahora, cuando tan necesaria sería. Combativo, valiente, entregado, al igual que
él hubo un grupo de militantes que tuvieron muy claro su compromiso, se
entregaron a la labor de la emancipación humana con arrojo, asumiendo sus
propias contradicciones, con independencia y con plena libertad.
Uno se da
cuenta al escucharle en alguna entrevista que dio, apenas un puñado, justo
esto, que fue un hombre libre, sobre todo un hombre libre. Da un poco de grima
que en este descenso a los infiernos en que nos hallamos ahora mismo, viendo
cómo se construye una distopía a nuestro alrededor, perdamos la referencia de
alguien que puso en jaque a los poderosos, y su enfrentamiento con el principal
banco del mundo, el First National City Bank of New York, debería difundirse
más, contarse incluso en los colegios, donde parece prepararse a los jóvenes de
nuestros días en la filosofía del es lo
que hay.
Existe un documental Lucio, de Aitor Arregi y José María
Goenaga, que cuenta al detalle esa batalla legal con el banco que acabó en una
ardua negociación extrajudicial en la que el banco no tuvo más remedio que
ceder ante un hombre modesto, un albañil, alguien no muy dado a la oratoria y a
los análisis profundos, pero que tenía muy claro su papel y su compromiso
profundo con la emancipación de todos los seres humanos. De paso, el documental
nos va contando su vida, desde sus orígenes pobres en Cascante, un pueblo de la
Ribera Navarra, su paso por el servicio militar, su rebeldía y su huida a París
en 1954, donde comenzó una militancia intensa, hasta la creación en la capital
francesa del Espacio Louise Michel. Conoció a Quico Sabaté, al Ché Guevara, a
muchos otros hombres y mujeres cuyos nombres no conocemos, pero que deberíamos
tener presentes, sobre todo en este presente tan extraño.
Sin duda, fue continuador
de todos los que combatieron por la libertad, generación tras generación. Por
desgracia, buena parte de esas experiencias acabaron bastante mal, también en
nombre de la libertad, de la justicia y de la equidad se cometieron verdaderas
tropelías, pero aún hay experiencias como las de Lucio Urtubia, basadas en la
dignidad humana y, en su caso, consciente de que el valor de la vida es
absoluto. De ahí ese terror con que reconoce afrontar las expropiaciones en sucursales bancaria ante la posibilidad de matar
a alguien.
Por su parte, Paco Cerdá
nos habla en un capítulo de su libro El
Peón de Pedro Sánchez Martínez que resiste en el maquis junto a Ramón Vila,
Caracremada, abatido este el 7 de agosto
de 1963, aquel se enterará durante el primer año de reclusión en el penal de
Burgos. A diferencia de Lucio Urtubia, Pedro Sánchez Martínez opta por mantener
la violencia revolucionaria en el maquis, un conjunto de guerrilleras que se
van diluyendo poco a poco, perdurando algunos núcleos hasta entrados los
sesenta. El último maquis fue José
Castro Veiga, O Piloto, que murió en
un enfrentamiento con la Guardia Civil en 1965, cuando ya habían pasado
veintiséis años del final de la Guerra Civil y estaba surgiendo en el país una
nueva generación de opositores a la dictadura.
Son en gran medida
hombres y mujeres que lograron confrontarse a sus circunstancias, superarlas,
abordar la vida y conducirla por las sendas que consideraron oportunas.
Reproducen aquellos patrones atribuidos a los héroes en el mundo clásico,
aunque los tenemos ante nosotros, tremendamente humanos.
Podemos estar o no de
acuerdo con sus posiciones, diferimos sobre todo con quienes defienden y
practican la violencia –a menudo quienes están dispuestos a morir por una causa
lo están también a matar por ella–, pero no hay duda de que hay algo en Lucío
Urtubia que resulta admirable, sugerente, más en un momento como éste, cuando
estamos abocados a un mundo que no gusta en absoluto, una sociedad
disciplinaria en el que hay cada vez menos sitio para la crítica, el
pensamiento y la voluntad de emancipación (no es baladí que se extienda cada
vez más el término empoderamiento frente al de emancipación, mucho más nítido y
atractivo, dice mucho del mundo que se está construyendo, basado de un modo
obsesivo en el poder).
En una de las últimas
entrevistas, concedida a Jordi Évole, al afrontar el presente mantiene la
bandera de una crítica radical, no sólo política, también vital, rememorando
aquel movimiento libertario que durante el siglo XIX y buena parte del XX no
sólo no se quedaba en la crítica al sistema, sino que iba más allá, a la vida
entera, individual y colectiva. «¿Qué se
puede ser hoy en día? No se puede ser otra cosa que anarquista», afirma
convencido. Mientras, echamos una mirada a este presente tan desalentador.
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