domingo, 19 de julio de 2020

Lucio Urtubia


La muerte de Lucio Urtubia, este último 18 de julio, nada menos, puede llevarnos a pensar que desaparece tal vez el último de una serie de activistas que se dio a lo largo del siglo XX, herederos a su vez de una muy larga e intensa tradición revolucionaria, y que no parece que esté surgiendo ahora, cuando tan necesaria sería. Combativo, valiente, entregado, al igual que él hubo un grupo de militantes que tuvieron muy claro su compromiso, se entregaron a la labor de la emancipación humana con arrojo, asumiendo sus propias contradicciones, con independencia y con plena libertad. 

Uno se da cuenta al escucharle en alguna entrevista que dio, apenas un puñado, justo esto, que fue un hombre libre, sobre todo un hombre libre. Da un poco de grima que en este descenso a los infiernos en que nos hallamos ahora mismo, viendo cómo se construye una distopía a nuestro alrededor, perdamos la referencia de alguien que puso en jaque a los poderosos, y su enfrentamiento con el principal banco del mundo, el First National City Bank of New York, debería difundirse más, contarse incluso en los colegios, donde parece prepararse a los jóvenes de nuestros días en la filosofía del es lo que hay.

Existe un documental Lucio, de Aitor Arregi y José María Goenaga, que cuenta al detalle esa batalla legal con el banco que acabó en una ardua negociación extrajudicial en la que el banco no tuvo más remedio que ceder ante un hombre modesto, un albañil, alguien no muy dado a la oratoria y a los análisis profundos, pero que tenía muy claro su papel y su compromiso profundo con la emancipación de todos los seres humanos. De paso, el documental nos va contando su vida, desde sus orígenes pobres en Cascante, un pueblo de la Ribera Navarra, su paso por el servicio militar, su rebeldía y su huida a París en 1954, donde comenzó una militancia intensa, hasta la creación en la capital francesa del Espacio Louise Michel. Conoció a Quico Sabaté, al Ché Guevara, a muchos otros hombres y mujeres cuyos nombres no conocemos, pero que deberíamos tener presentes, sobre todo en este presente tan extraño.

Sin duda, fue continuador de todos los que combatieron por la libertad, generación tras generación. Por desgracia, buena parte de esas experiencias acabaron bastante mal, también en nombre de la libertad, de la justicia y de la equidad se cometieron verdaderas tropelías, pero aún hay experiencias como las de Lucio Urtubia, basadas en la dignidad humana y, en su caso, consciente de que el valor de la vida es absoluto. De ahí ese terror con que reconoce afrontar las expropiaciones en sucursales bancaria ante la posibilidad de matar a alguien.

Por su parte, Paco Cerdá nos habla en un capítulo de su libro El Peón de Pedro Sánchez Martínez que resiste en el maquis junto a Ramón Vila, Caracremada, abatido este el 7 de agosto de 1963, aquel se enterará durante el primer año de reclusión en el penal de Burgos. A diferencia de Lucio Urtubia, Pedro Sánchez Martínez opta por mantener la violencia revolucionaria en el maquis, un conjunto de guerrilleras que se van diluyendo poco a poco, perdurando algunos núcleos hasta entrados los sesenta. El último maquis fue José Castro Veiga, O Piloto, que murió en un enfrentamiento con la Guardia Civil en 1965, cuando ya habían pasado veintiséis años del final de la Guerra Civil y estaba surgiendo en el país una nueva generación de opositores a la dictadura.

Son en gran medida hombres y mujeres que lograron confrontarse a sus circunstancias, superarlas, abordar la vida y conducirla por las sendas que consideraron oportunas. Reproducen aquellos patrones atribuidos a los héroes en el mundo clásico, aunque los tenemos ante nosotros, tremendamente humanos.

Podemos estar o no de acuerdo con sus posiciones, diferimos sobre todo con quienes defienden y practican la violencia –a menudo quienes están dispuestos a morir por una causa lo están también a matar por ella–, pero no hay duda de que hay algo en Lucío Urtubia que resulta admirable, sugerente, más en un momento como éste, cuando estamos abocados a un mundo que no gusta en absoluto, una sociedad disciplinaria en el que hay cada vez menos sitio para la crítica, el pensamiento y la voluntad de emancipación (no es baladí que se extienda cada vez más el término empoderamiento frente al de emancipación, mucho más nítido y atractivo, dice mucho del mundo que se está construyendo, basado de un modo obsesivo en el poder).

En una de las últimas entrevistas, concedida a Jordi Évole, al afrontar el presente mantiene la bandera de una crítica radical, no sólo política, también vital, rememorando aquel movimiento libertario que durante el siglo XIX y buena parte del XX no sólo no se quedaba en la crítica al sistema, sino que iba más allá, a la vida entera, individual y colectiva. «¿Qué se puede ser hoy en día? No se puede ser otra cosa que anarquista», afirma convencido. Mientras, echamos una mirada a este presente tan desalentador.

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