miércoles, 15 de julio de 2020

Caminos de eternidad


Continuando con el tema de la distopía en que nos hallamos, no sé si una lectura de la novela Pedro Páramo en este contexto actual, relacionándola con lo que hemos vivido y vivimos todavía, puede aumentar la sensación de desasosiego, de zozobra y tribulación, de darnos cuenta de «lo lejos que está el cielo de nosotros», de hallarnos, como Colama, «sobre las brasas de la tierra, en la mera boca del infierno».

Hubo un momento, durante lo peor de la pandemia, en aquellas «horas llenas de espanto», al menos en este rincón del mundo, en que se dio paso, en medio de todo aquel desconcierto, a un discurso optimista, incluso épico, saldremos adelante, se nos dijo, saldremos mejores, se afirmó, en lo personal y en lo colectivo. Se dio la imagen de que la lucha contra la pandemia, asimilada incluso a una batalla bélica cuasi heroica, iba a reforzar los lazos entre los ciudadanos, vía la cita diaria de aplauso a los sanitarios. Pero todo eso ha quedado ahora mismo en el olvido, el mismo olvido del que habla Juan Rulfo en su novela, como si se pudiera aplicar hoy aquello de que «cada suspiro es como un sorbo de vida del que uno se deshace», pero en nuestro caso olvidando el motivo del suspiro.

De pronto, lo importante volvió a ser la inmediata recuperación de la actividad de antes, una actividad económica y lúdica que entrañaba ser de nuevo productivos y consumir a manos llenas, a dejar de lado incluso el debate sobre el carácter público o privado de la sanidad y su gestión. Se abrieron las terrazas y las playas en la costa. Incluso hubo elecciones en algunos territorios sin que de los resultados se deduzca una voluntad de cambio, más bien al contrario, se mantienen viejas apuestas, las que ya existían, salvo quizá en Francia, con mayor peso del ecologismo político, aunque bien pudiera ser un mero espejismo por la altísima abstención.

La epidemia, sin embargo, sigue ahí, hay rebrotes que inducen a nuevas medidas disciplinarias, se intenta responsabilizar en ciertas conductas la difusión de los contagios, olvidando otras causas, siempre acusando al comportamiento individual que legitima nuevas medidas disciplinarias, en un bucle que no parece tener fin y que causa mayor incertidumbre. Es difícil entender la realidad, una realidad además calificada de compleja, más cuando ésta se mueve en ámbitos complicados para el común de la población, que no conocemos las repercusiones médicas de cada acto o cada medida. Aunque algunas de las medidas no se están tomando con criterio médico, más bien con un criterio de gestión social, incluso político. A veces lo que ocurre nos remite más a otras novelas, Un mundo feliz o 1984, lo que desde luego no hace mucha gracia. Recuérdese aquello de que la realidad supera la ficción.

Quizá sea verdad que no hay que desconfiar del poder ni caer en alarmismos, puede que esta manía de ponerlo todo en solfa sea exagerada y responda más bien a viejos esquemas caducos de resistencia a toda autoridad. Puede ser, pero no cabe duda de que uno aprende en la historia a dudar de todo orden y de toda lógica, pero sobre todo de aquellos valores hegemónicos y verdades absolutas que se extienden por doquier y asumimos como medios normales de comprender lo que nos envuelve.

Al fin y al cabo, en cada generación surge alguien que pone el dedo en la llaga de la normalidad. Otra cosa es que se le haga caso o su doctrina acabe alimentando nuevos sistemas disciplinarios, algunos ciertamente distópicos. Parece algo inevitable, si acudimos a la historia. Generación tras generación, se va avanzando por el tiempo sin que alcancemos la utopía, el progreso, el reino de Dios o los Campos Elíseos, todo pasa a una velocidad desorbitada y cuando nos damos cuenta hemos visto cruzar nuestros días para siempre.

De uno de los personajes de Pedro Páramo se dice que «vive tan de prisa que a veces se me figura que va jugando carreras con el tiempo. Acabará por perder, ya lo verá usted». Durante la cuarentena muchos hemos visto el tiempo detenerse, sin que ahora, pese a todo, a pesar de las buenas intenciones, podamos mantener ese ritmo, tal vez lo que más añoremos de ese momento. Lo que nos hará perder.


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