Hay momentos de la
historia que parecen más frutos del capricho que de meditadas
decisiones o cuestiones trascendentales. Puede que se mueva la magia
tras los hechos, aunque esto puede que sea más una visión idílica
o de vagas pretensiones románticas. Sea lo que fuere, el que Alfonso
VI concediera en 1088 a su hija doña Urraca y a su hija Teresa
respectivamente el condado de Galicia y el condado de Portugal fue
algo aleatorio, que dependía de que tuviera hijas, de que nacieran
en un determinado orden o de otros elementos que tal vez ahora se nos
escapen. Pero ese nombramiento supuso el inicio de la división de
Galicia y Portugal, sobre todo cuando años después, en 1128, Afonso
Henriques se proclamara Rey de Portugal.
Además, dicen las malas
lenguas, que Fernando III de Castilla y su hijo Alfonso X optaron por
Toledo como capital del reino y el castellano como lengua oficial
-ellos empleaban el galaicoportugués en su cotidianidad- por sus
malas relaciones del Obispo de Santiago de Compostela, que competía
con el Obispo de Roma por ser el centro de la cristiandad. Tal vez,
de no haber sido así, la lengua oficial de España sería hoy una
lengua derivada de ese trono galaicoportugués y quien sabe si las
relaciones con Portugal fueran hoy diferentes. En todo caso, a partir
de ese momento se separaron dos lenguas del tronco común, el gallego
y el portugués.
Hay que tener en cuenta
que del siglo XII al siglo XIV la literatura galaicoportugesa
adquirió una importancia fundamental, su idioma fue lengua de
cultura en toda la península y sólo la literatura provenzal, con el
tiempo, pudo abrirse paso, sobre todo en el Reino de Aragón y en el
Reino de Navarra, más próximos a la Provenza y más permeables a
las influencias del norte.
La importancia de las
cantigas y de los cancioneiros gallegos y portugueses fue más
que notable. Sus autores gozaron de enorme prestigio y recorrieron la
península e incluso más allá. Sin embargo, a partir del siglo XIV
el castellano fue tomando un papel central en el Reino de Castilla,
la influencia provenzal creció, en el Renacimiento se impuso la
poesía al itálico modo y con la unificación el castellano
no sólo fue la lengua de la administración, sino que lo fue también
de la cultura. El gallego fue perdiendo terreno y al final sólo
quedó como lengua del pueblo llano, sobre todo en el campo, fuera de
las ciudades. El catalán también sufrió ciertos retroceso como
lengua literaria y el vasco adquirió cierto peso en la Navarra
continental, la Navarra francesa, pero en el País Vasco penínsular
ocurrió algo similar al gallego.
No fue hasta el siglo XIX
cuando el gallego no comenzó a recuperarse. La invasión francesa de
1808 generó un discurso de dignificación del pueblo que supuso el
reconocimiento de su habla. A partir de 1840 hay un proceso de
recuperación que desemboca, a partir de los años 60 de ese siglo,
en un Rexurdimento, un renacimiento con escritores como
Rosalía de Castro, Eduardo Pondal o Manuel Curros Enriquez. Aparecen
las Irmandades da Fala y los primeros movimientos que
solicitan la cooficialidad del gallego que obtendrá su
reconocimiento legal con el Estatuto del 36. Sin embargo, la
dictadura supuso de nuevo un freno. Aun así, rebrota el idioma como
expresión cultural, que se manifiesta con la aparición de la
editorial Galaxia o de varias revistas, entre ellas Grial, que
a partir de los años cincuenta del siglo XX supondrá un nuevo
renacimiento literario y cultura. Hay que destacar a un escritor como
Cunqueiro que combina castellano y gallego.
Podemos decir que la
literatura en gallego hoy goza de buena salud, por emplear el símil
médico habitual. El éxito de Manuel Rivas o de Suso de Toro,
reconocidos y traducidos a numerosos idiomas, es a todas luces un
camino interesante para que se conozca una cultura importante que va
más allá de lo aquí queda expresado.
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