En
una carta que Erasmo de Rotterdam dirige a Tomas Moro el autor
muestra su desagrado por España. «Non
placet Hispania», no
me gusta España será su íntima confesión al filósofo inglés de
unos sentimientos de rechazo por aquel país y fue tal vez la
respuesta que le hubiera gustado dar a las múltiples invitaciones
que le dirigió Francisco Ximénez de Cisneros para que acudiera a la
Universidad de Alcalá a exponer sus ideas. Al mismo tiempo, no pudo
menos que reconocer que el país donde más partidarios tenía era
esa misma España, a todas luces una ironía del destino o de Dios
que le reprochaba quizá de este modo sus sentimientos hostiles.
Y
era verdad, en España contó con un gran número de partidarios, sus
ideas se discutían no sólo en la Universidad de Alcalá cuyas aulas
se iniciaron en 1508, sino en numerosos cenáculos y grupos que
conseguían con avidez sus obras, traducidas casi de inmediato al
castellano. El erasmismo
se convirtió en una corriente de pensamiento teológico y social
fundamental en España, hasta el punto de hablarse de un erasmismo
español,
aun cuando el autor fuera holandés.
El
siglo XVI fue, en este sentido, un siglo clave en el debate
teológico. No era nuevo, las discusiones, disidencias y corrientes
en el seno del cristianismo se remontan incluso a los primeros años
de expansión del mismo e incluso Pablo llama la atención en sus
epístolas de esas divisiones, tan propias por otro lado de la
humanidad. Así, en el siglo XVI surge un profundo cisma en Occidente
que dividirá el cristianismo en dos grandes bloques, el catolicismo
apostólico y romano, por un lado, y el cristianismo reformado por el
otro, éste a su vez dividido en varias corrientes y denominaciones.
La
Iglesia Católica había alcanzado un grado de corrupción y abuso
enorme. No sólo lo denunciaron los teólogos y los partidarios de la
Reformas (o de las Reformas), también hubo en el seno de la Iglesia
Católica, Erasmo de Rotterdam entre ellos, pensadores que ponían el
dedo en la llaga y planteaban la necesidad de depurar la Institución.
Estas críticas las recogieron en gran medida los erasmistas
españoles. Se trataba de una crítica profunda y radical a la
paganización -reflejada en la excesiva adoración a Santos y
Beatos-, al abuso de poder y al enorme dominio material entre los
Príncipes
de la Iglesia, al negocio de las indulgencias, al abandono del
cuidado espiritual, al empleo por parte de Roma de la guerra y, en
general, de un grado de inmoralidad que se consideró insoportable.
Estas críticas se formularon de forma abierta por parte de Erasmo y
de muchos de sus partidarios, aparecen también en obras literarias
que alcanzan un notable éxito, entre ellas El
Lazarillo de Tormes,
obra anónima en un momento en que la autoría estaba ya presente y
que contiene entre líneas mucho erasmismo.
Frente
a esta degradación, se defendió una espiritualidad sincera y
profunda, un cristianismo basado en el amor y la concordia, que
difundiera los valores de la paz, de la humildad o de la sencillez.
El modelo, lo afirma Erasmo, lo expone el mismo Cristo, Él mismo es
el modelo, el ideal a seguir frente a pomposidades y grandezas. Uno
de los erasmistas
españoles con el que el filósofo holandés se carteaba con
frecuencia, Alfonso de Valdés, expuso en gran medida tanto las
críticas como las tesis de lo que debiera ser el ideal cristiano en
su obra Diálogos
de Mercurio y Carón.
De
este modo, el siglo XVI español devino el siglo de los Místicos,
con un debate profundo y muy vivo. Surgieron varias corrientes de
renovación entre las Órdenes religiosas, numerosos grupos de
estudio religiosos, corrientes como la de los alumbrados o los
molineristas, e incluso centros luteranos como el de Valladolid o
reformados, como el de Sevilla. Entre estas corrientes la erasmista
se impuso con fuerza. Como se ha dicho, contó con muchos estudiosos
de su obra, organizados en cenáculos y grupos, además de
partidarios entre personalidades importantes de la intelectualidad y
la política. El propio Emperador simpatizó tanto con la figura como
con las tesis de Erasmo, e incluso los dos primeros Inquisidores
Generales, el ya citado Francisco Ximénez de Cisneros y Alonso
Manrique, eran reconocidos erasmistas. El teólogo Carranza de
Miranda realizó en 1527, en Valladolid, una acérrima defensa de las
tesis erasmistas.
Sin
embargo, hubo también un rechazo enorme a las tesis de Erasmo, sobre todo en algunos
monasterios. Poco a poco el erasmismo perdió peso en España y
fueron ganando terreno los partidarios de Roma. A mediados de siglo la propia Inquisición comenzó a actuar en su contra. La Iglesia como
Institución tuvo un peso enorme en la construcción del Estado, le
dio el armazón ideológico a un proceso político institucional que
requería de una enorme homogeneidad en las ideas, por tanto no
cabían las disidencias. De este modo, el sueño erasmista, como el
de las otras corrientes cristianas, quedaron diluidas bajo un aparato
eclesial y estatal fuertes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario