Vuelve la retórica
rancia, la de antaño, como si el tiempo volviera atrás y retrocediéramos más de
cien años, a esos primeros lustros del siglo pasado, a ese inicio del XX en el
que parecía que el sistema burgués triunfaba y se expandía mal que bien, y se
expandió, en efecto, la gran burguesía reflejada en las novelas del XIX salía
triunfante, aunque se fuera diluyendo poco a poco hacia una vaga idea vaporosa
y etérea de la actual clase media y mediocre, aunque todo apunta a que persiste
la gran burguesía y tiene aún la sartén por el mango, tenemos la ventaja, la
perspectiva, de vivir en el siglo siguiente, aunque en un ahora que lo resitúa
todo bajo la pátina del tiempo, conocemos el final de aquella historia, o la
reescribimos a nuestro gusto, o al gusto imperante, más bien, todo un clásico
esto de los valores dominantes, siempre tan distorsionadores, pese a lo cual es
imposible no tener en cuenta los ecos de un movimiento obrero entonces en
ascenso, amenazante, aun cuando roto ya entre moderados o etapistas y radicales
o revolucionarios, frente al cual se removía una nobleza de estética imperial
que se adaptaba, a pesar de sus galas palaciegas, a la economía liberal, quien
no se adapta muere, puro darwinismo social.
Vuelven hogaño las
retóricas de antaño. Putin habla de una Rusia invencible, gloriosa y eterna, se
dirige a todas las capas de la Gran Rusia, Patriarca inclusive que escucha
entusiasmado la defensa de las buenas costumbres y de las esencias patrias,
oriente frente a occidente, como si estuviéramos en alguno de los escenarios de
la novela rusa de la época, o mejor dicho de los líbelos de exaltación de la
patria. Por su parte, Biden acude a la defensa de nuestro modo de vida, de
nuestra libertad, libertad a consumir, entiéndase, el mismo concepto defendido
por otra política de nuestros lares, y defensa de la democracia que merecen los
ucranianos, aunque sea una democracia de encuadre difícil, más limitado, pero democracia
al fin, algo que no merecieron los iraquíes, a los que se invadió bajo la
excusa de armas tremendas de destrucción masiva que luego resultó, por arte de birlibirloque,
que no existían, ni la merecen hoy los yemeníes, atacados con armas, cosas del
mercado, construidas bien cerquita, por nuestras empresas armamentísticas, ni
tampoco la merecen los palestinos o los saharauis, entre otros muchos pueblos. Mencionarlo
tal vez sea demagógico o idealista o inepto para entender los mecanismos de la
realidad.
Retórica añeja otra vez, en todo caso, que evalúa las situaciones según convenga, según beneficie a los poderosos de la tierra, Venezuela deja de ser un régimen opresivo para convertirse en un aliado, importa poco que su población siga o no en condiciones paupérrimas o peligren sus libertades como parecían peligrar hasta hace un año. Y lo que pasa en Perú queda en alguna columna mínima, cuando hay sitio en el diario o apenas unos segundos, como mucho, en los informativos de la radio.
Cosa en definitiva de esos
discursos solemnes, legitimadores de las más sucias barrabasadas. En 1957
Stanley Kubrick saltaba a la fama con una película polémica, Paths of Glory (“Senderos de gloria”), que
contaba un capítulo vergonzante de la primera guerra mundial, la de unos soldados
franceses a los que se envía a una acción suicida, la toma de una posición
imposible, ante lo cual el regimiento opta por la retirada y se inicia así un
juicio incoado por el alto mando militar, que disimula su incompetencia con una
retórica de honor y valentía, de exaltación patriótica y defensa de las sacras instituciones.
La acogida de la película no fue pacífica, molestó a muchos de los gestores del
(des)orden establecido, se prohibió en algunos lugares y en Francia no se
proyectó la cinta hasta 1972. Las retóricas y la pompa ceremonial son cosas serias,
al fin. Y se siguieron utilizando, mal que bien, un 23 de febrero de hace poco
más de cuarenta años, por un teniente coronel que intentó salvar España. Queda
incluso coherente como día previo al otro aniversario, el de la invasión de
Ucrania para mayor gloria de los sueños imperiales y muerte cruenta para
población civil y militar.
Tan serias son las
retóricas y la pompas que no dejan lugar a voces disonantes, el pacifista responsable
de nuestros días ha de ser, nos dicen, partidario del envío de armas al
ejército de Ucrania y el ciudadano ruso de orden ha de estar presto a entrar en
filas si así se lo requieren, ya nos hablarán otro día de los beneficios a esa
industria armamentística o el negocio que será en su momento reconstruir un
país desolado, buen negocio sobre todo para quien resulte vencedor, o para
ambos. Entiéndase para sus empresas. Eso sí, quienes claman fervorosamente por
la guerra, sea por la patria o para conseguir una extraña paz, difícilmente se
les verá en los campos de batalla, salvo visita cordial y televisiva. Que se
maten los de siempre, los que no tengan más remedio.
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